SERMÓN 253

Traductor: Pío de Luis, OSA

«Simón, ¿me amas?»1

1. Hoy se ha terminado el evangelio del apóstol San Juan -o el evangelio según Juan- por lo que respecta a sus relatos sobre las apariciones del Señor después de resucitado. Ya vivo, una vez vencida la muerte, Jesús interpeló al apóstol Pedro, aquel presuntuoso que luego le negó, preguntándole: Simón de Juan -pues éste era el nombre de Pedro-, ¿me amas?2 Pedro le respondió lo que experimentaba en su corazón. Si Pedro respondía conforme a lo que pasaba en su corazón, ¿por qué le preguntaba el Señor, que veía los corazones? De ahí que también Pedro se extrañase y escuchase con cierto malestar a quien le preguntaba lo que él sabía que no ignoraba. Le pregunta por primera vez: ¿Me amas? Le respondió: Señor, tú sabes que te amo. Luego otra vez: ¿Me amas? -Señor, tú sabes todo, y sabes que te amo. Todavía una tercera vez. Pedro se entristeció3. ¿Por qué te entristeces, Pedro? ¿Porque proclamas tres veces tu amor? ¿Has olvidado ya las tres veces que temiste? Permite que te interrogue el Señor; es el médico quien te interroga, y el interrogatorio mismo mira a tu salud. No te sientas molesto. Espera; se completa el número de confesiones de amor que destruya el de las negaciones4.

2. Siempre, es decir, cada vez que le pregunta, el Señor confía sus corderos a Pedro, que le declara su amor, diciéndole: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas5; como si dijera: «¿Qué crees que significa para mí el que tú me ames? Muéstrame tu amor en mis ovejas. ¿Qué crees que significa para mí tu amor, si he sido yo mismo quien te ha concedido el amarme? Pero tienes dónde mostrar tu amor hacia mí, dónde ejercitarlo: apacienta mis corderos».

Hasta qué punto han de ser apacentados los corderos del Señor y con cuánto amor han de serlo las ovejas compradas a tan elevado precio, lo manifestó en lo que sigue. En efecto, después que Pedro con su triple respuesta, como triple había sido su negación, confesó que amaba al Señor, cuando le fueron encomendadas las ovejas, escuchó lo referente a la propia pasión futura6. Aquí manifestó el Señor que aquellos a quienes él confía sus ovejas debían amarlas hasta estar dispuestos a morir por ellas. Así lo dice el mismo Juan en su carta: Como Cristo entregó su vida por nosotros, así debemos entregarla también nosotros por los hermanos7.

3. Cuando Pedro dijo al Señor: Entregaré mi vida por ti8, lo hizo impulsado por una soberbia presunción. Aún no había recibido las fuerzas necesarias para cumplir lo que prometía. Ahora va a ser colmado de amor para que pueda cumplirlo. Por eso se le pregunta: ¿Me amas?; y él responde: Te amo9, porque sólo el amor puede cumplir aquello. «Entonces, Pedro, ¿qué? ¿Qué temías cuando lo negaste? Lo único que temías era morir. En vida habla contigo el que tú viste muerto. No temas ya la muerte; ha sido vencida en aquel cuya muerte temías. Colgó de la cruz, fue taladrado con clavos, entregó su espíritu, fue traspasado con una lanza y colocado en el sepulcro. Eso temías tú cuando lo negaste; eso temías sufrir y, temiendo la muerte, negaste a la vida. Comprende ahora: cuando temiste morir, entonces moriste». Pedro murió cuando lo negó y resucitó al llorar10.

¿Por qué le dice a continuación: Sígueme?11 Porque conocía que estaba ya maduro para ello. En efecto, si recordáis, o, mejor, como recuerdan quienes lo leyeron -recuérdenlo también quienes lo han leído y olvidado o conózcanlo quienes no lo han leído-, Pedro le había dicho: Te seguiré adondequiera que vayas12. Y el Señor le respondió: Ahora no puedes seguirme, me seguirás luego13. Ahora -le dijo- no puedes. Tú lo prometes, pero yo conozco tus fuerzas; ausculto tu corazón y, como a un enfermo, te diagnostico la verdad: No puedes seguirme ahora. Pero este diagnóstico no ha de ser motivo de desesperación, pues añadió estas palabras: Me seguirás luego. Sanarás y me seguirás. Pero ahora, viendo el estado de su corazón y el don del amor hecho a su alma, le dice: Sígueme. Yo que antes te había dicho: Ahora no puedes, te digo: «Sígueme ahora».

4. Pero ha surgido una dificultad que no hay que pasar por alto. Después que el Señor dijo a Pedro: Sígueme, Pedro miró al discípulo que amaba Jesús, es decir, al mismo Juan, autor del evangelio, y dijo al Señor: «Señor, ¿y éste qué? Yo sé que le amas; ¿cómo entonces yo he de seguirte y él no?». Le responde el Señor: Yo quiero que él permanezca así hasta que vuelva; tú sígueme. El mismo evangelista, el mismo que escribió a quien se refería lo siguiente: Así quiero que permanezca hasta que vuelva, a continuación añade palabras propias en el evangelio y dice: A causa de estas palabras, se corrió entre los hermanos la voz de que aquel discípulo no moriría. Y para eliminar esta opinión añadió: No dijo que él no fuese a morir, sino que dijo solamente: Así quiero que permanezca hasta que vuelva; tú sígueme14. El rumor de que Juan no moriría lo destruyó el mismo Juan con las palabras mencionadas. Para que no se le diese fe precisó: «El Señor no dijo esto, sino esto». Sin embargo, Juan no expuso por qué el Señor dijo aquello; así nos dejó algo que nos invita a llamar, por si acaso se nos abre.

5. Cuanto el Señor se ha dignado concederme, según a mí me parece -y otros mejores que yo tendrán pareceres mejores-, pienso que esta dificultad se resuelve de dos maneras: o lo que dijo el Señor se refiere a la pasión de Pedro o al evangelio de Juan.

De referirse a la pasión, sígueme equivaldría a decir: «Sufre por mí, sufre lo mismo que yo». En efecto, Cristo fue crucificado, y también Pedro lo fue: experimentó los clavos y los tormentos. Juan, en cambio, no sufrió nada semejante. Así quiero que permanezca, es decir, que él muera sin heridas, sin tormentos y que me espere; tú sígueme: sufre lo que yo; yo derramé mi sangre por ti, derrámala tú por mí. Ésta es una de las explicaciones posibles de lo dicho: Así quiero que permanezca hasta que vuelva; tú sígue15: no quiero que él sufra; sufre tú.

Si se refieren al evangelio de Juan, me parece que han de entenderse de la siguiente manera: Pedro y otros escribieron sobre el Señor, centrándose sobre todo en su aspecto humilde. Cristo, el Señor, es Dios y hombre. ¿Qué es el hombre? Alma y carne. Pero ¿qué clase de alma, pues también las bestias la tienen? Cristo consta de la Palabra, la razón, el alma y la carne. Acerca de la divinidad, algo encontramos en las cartas de Pedro, a la vez que es el aspecto que más destaca en el evangelio de Juan. En el principio existía la Palabra16 -dijo él mismo-. Transcendió las nubes, los astros, los ángeles y toda criatura, y llegó a la Palabra, por quien fueron hechas todas las cosas. En el principio existía la Palabra; ella estaba en el principio junto a Dios. Por ella fueron hechas todas las cosas17. ¿Quién puede verla, pensarla, acogerla dignamente o pronunciarla como se merece? Sólo cuando venga Cristo será bien comprendida. Así quiero que permanezca hasta que vuelva18. Yo os lo he expuesto como he podido; él puede hacerlo mejor en vuestros corazones.