SERMÓN 252

Traductor: Pío de Luis, OSA

La pesca milagrosa1

1. 1. De muchas y variadas formas, nuestro Señor Jesucristo ha mostrado en las Sagradas Escrituras, mediante figuras y ritos simbólicos, según su costumbre, no sólo su excelsa divinidad, sino también su misericordiosa humanidad. Todo con la finalidad de que el que pida reciba, el que busque halle y al que llame se le abra2. También lo que hemos leído hoy en el santo evangelio requiere inteligencia y, una vez entendido, produce gozo espiritual. Esté atenta vuestra santidad a lo que significa que el Señor se manifestase a los discípulos de la manera que la Sagrada Escritura atestigua en el relato del evangelista. Los discípulos se marcharon a pescar, y en toda la noche no capturaron nada. De mañana se les apareció el Señor en la orilla y les preguntó si tenían algo que comer; ellos le contestaron que no. Entonces les dijo: Echad las redes a la derecha y encontraréis3. El que aparentemente había ido a comprar, les otorgó gratuitamente cantidad tan grande; les dio productos extraídos del mar, criatura suya. ¡Gran milagro sin duda! Echaron las redes al instante, y capturaron tal cantidad de peces que, debido a su gran número, no podían sacarlas. Pero este milagro tan grande deja de causar admiración si consideras quién es su autor, pues ya había hecho muchos otros mayores. Para quien con anterioridad había resucitado muertos, no fue gran cosa haber hecho que se pescaran aquellos peces. Por tanto, debemos preguntarnos cuál es el significado oculto del milagro. Pues muy intencionadamente les ordenó que echasen las redes a la derecha y no a cualquier otra parte. Además, el evangelista se preocupó de decir también el número de peces y de añadir: Y, a pesar de su tamaño, es decir, de ser tan grandes, no se rompieron las redes4. Este texto nos trajo a la memoria la otra ocasión en que el Señor mandó echar las redes: cuando eligió a los discípulos antes de su pasión. Entonces estaban Pedro, Juan y Santiago. Echaron las redes, capturaron un sinfín de peces y, cuando una barca estaba ya llena, solicitaron ayuda a otra más próxima y ambas se llenaron. Los peces eran tantos que las redes se rompían. Pero esto tenía lugar antes de la resurrección5. ¿Por qué en aquella pesca no se da ningún número? ¿Por qué en aquélla se rompían las redes y en ésta no? ¿Por qué entonces no les dijo que echasen las redes a la derecha y sí ahora? Nada fue fortuito, pues el Señor no lo hacía sin una mira precisa y útil. Cristo es la Palabra de Dios que habla a los hombres no sólo con palabras, sino también con hechos.

2. 2. Se nos ha propuesto considerar con vuestra santidad el significado de estas diferencias. En efecto, las redes que fueron echadas la primera vez capturaron un número incontable de peces, las dos naves se hallaron sobrecargadas de peso, las redes se rompían, y no fueron echadas a la derecha, aunque tampoco se dijo que a la izquierda. El misterio encerrado en aquella pesca se realiza en el tiempo presente. En cambio, el otro hecho simbólico lo realizó, no sin una intención precisa, después de la resurrección, cuando ya no ha de morir más, sino que ha de vivir por siempre, no sólo en la divinidad, en que nunca murió, sino también en el cuerpo, en que se dignó morir por nosotros. Por tanto, no carece de significado el que una pesca tuviese lugar antes de la resurrección y otra después. En la primera les dijo sólo: Echad las redes6, sin añadir si a la derecha o a la izquierda; en ésta, en cambio, les dijo: Echad las redes a la derecha7. En la primera no se menciona el número, sino sólo la cantidad, tan grande que las barcas casi se hundían, cosa que también se dice respecto a ella; en ésta, por el contrario, además del número, se indica también que los peces eran grandes. En aquélla, las redes se rompían; en ésta, el evangelista se preocupó de decir: Y, a pesar de ser tan grandes, no se rompieron las redes. ¿No vemos ya, hermanos, que las redes son la palabra de Dios, que el mar es este mundo y que todos los creyentes están incluidos dentro de esas redes? Si por casualidad alguien duda de que sea éste el significado, considere que así lo indicó el Señor en la parábola que propuso con ocasión del milagro. Dice, pues: El reino de los cielos es semejante a una red barredera echada al mar, que recoge peces de toda clase. Cuando está llena, la sacan y la arrastran hasta la orilla, y, sentados allí, seleccionan los buenos para los canastos, mientras que a los malos los tiran. Así sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los justos, y los arrojarán al horno de fuego; allí habrá llanto y rechinar de dientes8. Resulta claro que el echar las redes al mar es un símbolo del tener fe. ¿O no es, acaso, un mar este mundo, en el que los hombres se devoran recíprocamente como los peces? ¿O son, acaso, pequeñas las tormentas y las olas de las tentaciones que lo agitan? ¿Son insignificantes los peligros en que se hallan los navegantes, es decir, los que buscan la patria celeste sobre el madero de la Cruz? La analogía es evidente en extremo.

3. 3. Dado que la resurrección del Señor simboliza la vida nueva que hemos de tener cuando hayamos atravesado este mundo, consideremos solamente, hermanos, cómo se arrojó por primera vez la palabra de Dios a este mar, o sea, a este mundo. A este mundo agitado por las olas, peligroso por sus tormentas y horrible por los naufragios; a este mundo fue echada la palabra de Dios y capturó a muchos, hasta llenar dos barcas. ¿Qué simbolizan estas dos barcas? Dos pueblos, cual dos paredes para las que el Señor se constituyó en piedra angular a fin de unir entre sí a quienes venían de direcciones opuestas9. Vino, en efecto, el pueblo judío desde costumbres muy particulares y vino también el pueblo gentil desde la idolatría; el pueblo judío vino de la circuncisión, y el gentil, del prepucio. Procedían de distintas direcciones, pero se unen en la piedra angular. Dos paredes nunca forman ángulo a no ser que vengan de dirección opuesta. Así, pues, en Cristo hallaron la concordia dos pueblos, los llamados de los judíos, que estaban cerca, y los llamados de los gentiles, que estaban lejos. Pon ahora atención a lo que hicieron los judíos que estaban cerca -pues adoraban a un único Dios- cuando creyeron en Cristo. Vendieron cuanto tenían y depositaron a los pies de los apóstoles lo obtenido de la venta de sus posesiones, y se distribuía a cada uno según su necesidad10. Quedaron libres del agobio de los negocios mundanos, y, aligerados sus hombros, siguieron a Cristo; sometieron la cerviz a su yugo ligero y, abrazando la piedra angular cercana a ellos, encontraron la paz. Vino también el pueblo gentil, pero de lejos; también éste llegó hasta la piedra angular y se unió pacíficamente con el otro. Estos dos pueblos es lo que simbolizaban aquellas barcas. Pero se llenaron de tal cantidad de peces que casi se hundían11. Sabemos que, hasta de los mismos judíos que creyeron, hubo hombres carnales que eran un peso para la Iglesia e impedían que los apóstoles anunciasen el Evangelio a los gentiles, diciendo: «Cristo ha sido enviado sólo a los de la circuncisión; por tanto, si quieren recibir el Evangelio, han de circuncidarse». He aquí por qué el apóstol Pablo, enviado a los gentiles, aunque predicaba la verdad, se hizo odioso para los creyentes judíos12. En efecto, él quería que el pueblo gentil, aunque traía otra dirección, tocase el ángulo, donde se daba una paz estable. Aquellos hombres carnales que exigían la circuncisión no pertenecían al número de los espirituales; no advertían que, pasado el tiempo de los ritos carnales, había llegado ya quien con su luz presente disipaba las sombras. Con todo, debido a su multitud, sus alborotos casi hundían la barca.

4. 4. Examinemos también la barca de los gentiles y veamos si la Iglesia no acogió a tantos que los granos de trigo apenas se dejan ver en medio de tal cantidad de paja. ¡Cuántos ladrones! ¡Cuántos borrachos y detractores! ¡Cuántos hay que llenan los anfiteatros! ¿No son los mismos los que llenan las iglesias y los anfiteatros? ¡Y, con frecuencia, con sus alborotos buscan en las iglesias lo mismo que suelen buscar en los teatros! Y muchas veces también, si se dice o se manda algo de carácter espiritual, se resisten, se rebelan, yendo tras la carne y oponiéndose al Espíritu Santo, acusación que también lanzó Esteban contra los judíos13. ¿No he experimentado en esta misma ciudad, hermanos míos -bien lo recuerda conmigo vuestra santidad-, con cuánto peligro para mí eliminó Dios las borracheras de esta basílica?. ¿No estuvo a punto de hundirse conmigo la nave por el tumulto de los hombres carnales? ¿No fue la causa de ello el número incontable de peces?

También se dijo de aquella pesca que las redes se rompían. Las redes se rompen: surgen las herejías y los cismas. Las redes contienen a todos los peces; pero los impacientes, los que no quieren venir a la mesa del Señor, en cuanto pueden, dan coletazos, rompen las redes y se escapan. Las redes se extienden por doquier; quienes las rompen, en cambio, lo hacen en determinados puntos. Los donatistas la rompieron en África, los arrianos en Egipto, los fotinianos en Panonia, los catafrigios en Frigia, los maniqueos en Persia. ¡En cuántos lugares no está rota la red! Mas a los que están dentro de ella los conduce a la orilla. Los conduce ciertamente; pero ¿acaso salen todos los malos, los que rompieron las redes? En verdad, nadie sale de la red si no es malo, pero dentro de ella permanecen buenos y malos; si no ¿cómo es que se arrastra hasta la orilla la red con peces buenos y malos, conforme a las palabras del Señor en la parábola?

5. 5. Esta misma comparación la encontramos en la era en el momento de la trilla. Hay paja y hay trigo, pero difícilmente ven otra cosa que no sea paja quienes miran la era. Se necesita mucha atención para encontrar el trigo en medio de la paja. Vientos de todas procedencias soplan sobre la era; pero ¿no experimenta la fuerza de los vientos, incluso durante la trilla, antes de ser aventada? El viento sopla, por ejemplo, de una parte y se lleva las pajas; sopla luego en distinta dirección y las lleva a otra parte. De cualquier lado que las coja, las deja bien sobre las cercas, bien sobre las zarzas o en cualquier otro lugar. Pero el viento no puede con el grano; sólo se lleva la paja. Mas, aunque el viento sople de todas direcciones y se lleve paja, ¿queda sólo el grano en la era? Nada se va de ella sino paja, pero en la era queda paja junto al grano. ¿Cuándo se va en su totalidad? Cuando venga el Señor con el bieldo en mano, avente su era, recoja el trigo en el granero y mande la paja al fuego inextinguible14.

Ponga vuestra santidad la máxima atención a lo que voy a decir. A veces, los mismos vientos que sacan la paja de la era soplan en dirección contraria, y devuelven a la era la paja que había quedado en los setos. Por ejemplo: cierta persona, miembro de la Iglesia católica, sufrió la prueba de alguna tribulación. Vio que los donatistas le podían ayudar mejor en sus asuntos desde el punto de vista material. Alguien le dijo: «No recibirás ayuda si no entras en comunión con nosotros». Sopló el viento, y arrojó a esa persona a las zarzas. Si le aconteciera luego tener otro asunto mundano que no pudiera solventar sino desde dentro de la Iglesia católica, no considerando dónde se halla, sino dónde puede resolver mejor sus asuntos, cual si soplara el viento de la otra parte del seto, es devuelta a la era del Señor.

6. 6. Por tanto, hermanos, estos que buscan en la Iglesia intereses temporales sin tener en cuenta lo que les promete Dios -puesto que aquí abundan las pruebas, peligros y dificultades, Dios nos promete, para después de las fatigas del tiempo presente, el descanso eterno y la compañía de los santos ángeles-; los hombres, repito, que no ponen su mirada en estas cosas, sino que buscan sólo intereses mundanos en la Iglesia, estén en la era o estén fuera de ella, son paja. Ni nos causan ningún gozo ni les pasamos la mano con vanas adulaciones. Lo mejor para ellos es que se conviertan en trigo. La diferencia que existe entre la paja verdadera y estos hombres carnales radica en que la paja no tiene libre albedrío, mientras que Dios se lo otorgó al hombre. Y el hombre, si quiere, aunque ayer hubiera sido paja, hoy puede convertirse en trigo; y si se aleja de la palabra de Dios, hoy mismo vuelve a convertirse en paja. Y lo único de que ha de preocuparse es de cuál será su estado en el tiempo de la última aventación.

7. 7. Poned la atención ahora ya, hermanos, en aquella Iglesia bienaventurada, mística y grandiosa simbolizada en los ciento cincuenta y tres peces. Cómo es la Iglesia del tiempo presente, ya lo hemos oído, lo sabemos y lo estamos viendo; cómo ha de ser, en cambio, la futura, sólo la profecía nos lo revela, sin que hayamos llegado a experimentarla. No obstante, es totalmente lícito poner nuestro gozo en la futura, aunque aún no la veamos entre nosotros. En la primera pesca, las redes no se echaron ni a la derecha ni a la izquierda; la captura incluía peces buenos y malos. Si se hubiese dicho que a la derecha, se entendería que no había peces malos; si a la izquierda, que no los había buenos. Mas como se iban a encontrar peces buenos y malos, se echaron las redes, indistintamente, a un lado o a otro, y capturaron, como hemos comentado, malvados y justos. Pero ahora se habla de la Iglesia que existirá en aquella Jerusalén santa, donde estarán al descubierto los corazones de todos los mortales, en la que no hay que temer que entre nadie que sea malo. Nadie ocultará, bajo la piel de la mortalidad, la astucia de un corazón repleto de maldad. Ya vino el Señor, y, una vez resucitado, libre ya de la muerte, ordena que se echen las redes a la derecha. Y acontece lo que dice el Apóstol: Hasta que venga el Señor e ilumine la oscuridad de las tinieblas y descubra los pensamientos del corazón; entonces cada cual recibirá de Dios la alabanza15: momento en que se pondrán al descubierto las conciencias, ahora ocultas. Allí entonces sólo habrá buenos, siendo expulsados los malos. Las redes fueron echadas a la derecha: no podrán contener malos.

8. 8. ¿Por qué, pues, ciento cincuenta y tres? ¿Será ése el número total de los santos? Si contamos no ya todos los fieles que abandonaron este cuerpo en santa vida, sino sólo los mártires, o, más aún, si se cuentan los martirizados en un solo día, los coronados se cuentan por miles. Hay que investigar, pues, lo que simbolizan estos ciento cincuenta y tres16. ¿Qué simboliza el número cincuenta? Este número, cincuenta, encierra un misterio, puesto que cincuenta multiplicado por tres, da ciento cincuenta. Y parece que se ha añadido el número tres para que advirtamos cuál es el multiplicador del que resulta el número ciento cincuenta y tres; como si dijese: «Divide ciento cincuenta entre tres». Si hubiese dicho ciento cincuenta y dos, advertidos por el número que excede el ciento cincuenta, lo habríamos dividido por dos, y el resultado sería setenta y cinco, puesto que setenta y cinco por dos dan ciento cincuenta. El número dos indicaría que habría que dividirlo por dos. Si hubiese dicho ciento cincuenta y seis, deberíamos dividir la cifra por veinticinco para obtener seis partes. Mas como ahora se habla de ciento cincuenta y tres, tenemos que dividir la cifra de ciento cincuenta en tres partes, resultando cincuenta. Así, pues, debemos centrar nuestra reflexión sobre el número cincuenta.

9. 9. ¿Se trata, acaso, de los cincuenta días que estamos celebrando? Con razón, hermanos míos, mantiene la Iglesia la tradición antigua de cantar el Aleluya durante estos cincuenta días. Aleluya y alabanza a Dios son la misma cosa. Con él se nos anticipa simbólicamente, en medio de nuestras fatigas, lo que haremos en nuestro descanso. En efecto, cuando después del trabajo presente lleguemos a él, la única ocupación será la alabanza de Dios; toda nuestra actividad se reducirá al Aleluya. ¿Qué significa el Aleluya? Alabad a Dios. ¿Quién alaba a Dios sin desfallecer, a no ser los ángeles? No sufren hambre ni sed, no enferman ni mueren. También nosotros hemos cantado el Aleluya; se cantó ya esta mañana, y hace poco, ya aquí, volvimos a cantarlo. Llega hasta nosotros un cierto olor de aquella alabanza divina y de aquel descanso, pero es más fuerte el peso de la mortalidad. El simple repetirlo nos cansa, y queremos reponer las fuerzas de nuestros miembros; si dura mucho tiempo, nos resulta gravoso el alabar a Dios por el estorbo de nuestro cuerpo. Pues la plenitud consistente en el canto ininterrumpido del Aleluya sólo tendrá lugar después de este mundo y estas fatigas. ¿Entonces, qué, hermanos? Repitámoslo cuantas veces podamos para merecer cantarlo por siempre. Nuestro alimento, nuestra bebida, nuestra actividad en el descanso y todo nuestro gozo allí será el Aleluya, es decir, la alabanza de Dios. ¿Quién, en efecto, alaba algo sin cansancio sino el que disfruta sin aburrirse? ¡Cuál no será, pues, el vigor del espíritu; cuál la inmortalidad y la solidez del cuerpo, si ni la mente decaerá de la contemplación de Dios ni los miembros desfallecerán en esa interminable alabanza de Dios!

10. 10. ¿Por qué, pues, son cincuenta los días de celebración? ¿Cuál es su significado? Como atestiguan los Hechos de los Apóstoles, el Señor vivió con sus discípulos cuarenta días después de su resurrección17. Transcurridos los cuales subió al cielo, y diez días después envió al Espíritu Santo. Llenos de él, los apóstoles y cuantos estaban reunidos en un mismo lugar hablaron en lenguas y realizaron obras portentosas, que nosotros ahora leemos y aceptamos con fe, anunciando la palabra de Dios con gran confianza18. Pasó en la tierra cuarenta días en compañía de sus discípulos después de la resurrección y antes de la pasión había ayunado durante otros cuarenta19. No encontrarás nadie que haya ayunado cuarenta días a excepción del Señor, Moisés20 y Elías21. El Señor, representando al Evangelio; Moisés, a la ley, y Elías, a los profetas, pues el Evangelio recibe el testimonio de la ley y los profetas22. Por esta razón, cuando Jesús nuestro Señor quiso mostrar su gloria en el monte, apareció en medio de Moisés y Elías23. Él estaba resplandeciente en el centro, como en puesto de honor; a los lados le daban testimonio la ley y los profetas. Por tanto, el número cuarenta es un símbolo del tiempo presente, tiempo de fatigas en este mundo, porque la sabiduría se nos dispensa aquí en un marco temporal. Una cosa es, en efecto, la visión de la sabiduría inmortal fuera del tiempo y otra su dispensación en el tiempo. Aparecieron los patriarcas y desaparecieron; su ministerio fue pasajero. No digo que su vida fue pasajera, pues viven por siempre en la compañía de Dios. Pero la dispensación temporal de la palabra se realizó por medio de ellos. Ya no hablan ni ahora ni aquí, pero lo que hablaron quedó escrito y se lee en el tiempo. Llegaron los profetas en su justo momento y desaparecieron. Vino el Señor en el tiempo oportuno. Ciertamente, nunca se alejó con la presencia de su majestad ni con su divinidad, presente en todas partes; pero, como dice el evangelio, estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por él, y el mundo no lo conoció. Vino a su propia casa, y los suyos no lo recibieron24. ¿Cómo se combina que estuviese y viniese al mismo tiempo sino porque estaba con su majestad y vino con la humanidad? Él mismo nos sirvió temporalmente la sabiduría cuando vino en la carne: temporalmente, mediante la ley, los profetas y la Escritura que es el Evangelio. Cuando hayan pasado estos tiempos, veremos la sabiduría tal cual es, que nos recompensará con el número diez. El número siete indica la criatura, puesto que Dios estuvo activo durante seis días y en el séptimo descansó de sus obras. El número tres, en cambio, hace referencia al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, esto es, al creador. La perfecta sabiduría consiste en subordinar piadosamente la criatura al creador, en distinguir al creador de la criatura, al artífice de sus obras. Quien pone al mismo nivel a las obras y al artífice ni entiende el arte ni al artífice; quien, por el contrario, los distingue está lleno de sabiduría. He aquí, pues, el número diez o denario, la plenitud de la sabiduría. Pero cuando se trata de una distribución temporal, como el número cuatro se ajusta bien a la condición temporal, si se multiplica por diez, da cuarenta. También el año tiene cuatro estaciones: primavera, verano, otoño e invierno, y es, sobre todo, en el tiempo donde se manifiesta una como rotación de cuatro partes. La Escritura menciona también cuatro vientos. El Evangelio que se dispensa en el tiempo se extendió por los cuatro puntos cardinales: tal es la Iglesia católica, que ha alcanzado las cuatro partes del orbe. De esta manera, el número diez o denario se convierte en cuarenta.

11. 11. Por esta razón ayunaron cuarenta días, indicando que en este tiempo es preciso abstenerse del amor a las cosas temporales. Esto es lo que significan aquellos ayunos ininterrumpidos durante cuarenta días. De aquí también que el pueblo de Israel fuera conducido durante cuarenta años por el desierto, antes de entrar a reinar en la tierra de promisión. De idéntica manera, también nosotros, con dispensación temporal, somos llevados como por el desierto en esta vida, donde todo son preocupaciones, temores y peligros de tentaciones. Pero, una vez que hayamos vivido santamente el número cuarenta, es decir, una vez que hayamos vivido santamente en esta dispensación temporal, caminando en conformidad con los preceptos de Dios, recibiremos como salario el denario que corresponde a los fieles. También el Señor, cuando condujo a la viña a los jornaleros, les pagó con un denario25. Un denario por igual a todos, tanto a los que habían llegado de mañana como a los que fueron a mediodía o al acabar la jornada: a todos dio un denario. En efecto, si uno se ha bautizado ya en la tierna infancia, recibirá un denario: la sabiduría que distingue al creador de la criatura para gozar del creador y alabar, mediante la criatura, al creador; pero no ya en el sucederse de los tiempos, sino en la contemplación eterna. Y si alguien llegó a la fe en su madurez, sin haber recibido el bautismo en su vida anterior, recibirá un denario. Si creyó en la ancianidad, fue conducido a la viña al final de la jornada como a la hora undécima. También él recibirá un denario. Así, pues, añade el salario del denario al número cuarenta santamente vivido y resultará el número cincuenta, que simboliza la Iglesia futura, donde se alabará a Dios por siempre. Mas, como todos han sido llamados a vivir santamente en el número cuarenta en el nombre de la Trinidad y a recibir el denario, multiplica el número cincuenta por tres y obtendrás ciento cincuenta. Añádele el misterio mismo de la Trinidad y resultan ciento cincuenta y tres, el número de peces que fue capturado a la derecha; número en el que, sin embargo, están incluidos los innumerables millares de santos. Ninguno será tirado por ser malo, porque no existirá; ningún cisma romperá tampoco las redes al existir los lazos de la unidad y de la paz.

12. 12. Pienso que está suficientemente expuesto tan gran misterio. Pero sabéis bien que corre por nuestra cuenta el obrar santamente durante el tiempo del número cuarenta para poder alabar a Dios en el cincuenta. Por esta razón celebramos los cuarenta días anteriores a la vigilia pascual entregados a la penitencia, al ayuno y la abstinencia: esos días simbolizan el tiempo presente. En cambio, estos días posteriores a la resurrección simbolizan la alegría eterna. No son la alegría, pero la simbolizan; se nos presenta, hermanos, bajo la capa del símbolo, aún no en la realidad; en efecto, cuando celebramos la Pascua, no se crucifica al Señor de nuevo, pero hacemos presentes en la celebración anual los hechos del pasado; dígase lo mismo de los futuros que aún no existen. En este tiempo interrumpimos los ayunos, pues el número de estos días es signo del descanso futuro. Pero, estad atentos, hermanos, no sea que, queriendo celebrar de modo carnal estos días concediéndoos demasiadas licencias en la bebida, no merezcáis celebrar eternamente en compañía de los ángeles lo que ellos simbolizan. Quizá me diga algún borracho reprendido por mí: «Tú nos has expuesto que estos días simbolizan la alegría eterna; tú nos indicaste que este tiempo preanuncia el gozo angélico y celeste: ¿no debía tratarme bien?» ¡Ojalá te trataras bien y no mal! Para ti será símbolo de gozo sólo si eres templo de Dios. Pero, si llenas el templo de Dios de la inmundicia de la embriaguez, suenan a tus oídos las palabras del Apóstol: A quien destruya el templo de Dios, Dios lo destruirá a él26. Quede grabado en vuestros corazones lo que voy a decir: mejor es un hombre menos dotado intelectualmente que vive santamente que otro mejor dotado pero que vive mal. La plenitud y felicidad perfecta consiste en una inteligencia ágil y en una vida santa; en caso de no poder contar con ambas cosas, es preferible la vida santa a la ágil inteligencia. Pues quien vive santamente merecerá comprender más, y a quien vive mal, incluso la inteligencia le lleva a la perdición. Así está escrito: A quien tiene, se le dará; en cambio, a quien no tiene, se le quitará aun aquello que parece tener27.