SERMÓN 250

Traductor: Pío de Luis, OSA

La pesca milagrosa1

1. Jesús, el Señor, que eligió a los débiles de este mundo para confundir a los fuertes2 y congregó de todo el orbe de la tierra a su Iglesia, no comenzó con los emperadores o con los senadores, sino con unos pescadores. Si hubiese elegido en primer lugar a hombres revestidos de dignidad, de cualquier clase que ella fuese, se hubiesen atrevido a asignarlo a sus méritos, no a la gracia de Dios. Este plan secreto de Dios, esta decisión de nuestro Salvador, la expone el Apóstol allí donde dice: Ved quiénes habéis sido llamados, hermanos -son palabras del Apóstol-; ved quiénes habéis sido llamados; ved que entre vosotros no hay muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos o nobles; antes bien, Dios eligió lo débil del mundo para confundir a lo fuerte, y lo desconocido y despreciable del mundo, y lo que no existe como si existiera, para anular lo que existe, de manera que no haya carne que se gloríe en su presencia3. Lo mismo dijo el profeta: Todo valle será rellenado y todo monte y colina allanados, y el campo se convertirá en llanura4.

También hoy acceden juntos a la gracia del Señor nobles y plebeyos, el sabio y el ignorante, el pobre y el rico. Para recibir esta gracia, la soberbia no lleva la delantera a la humildad del que nada sabe, nada tiene5 y nada puede. Pero ¿qué les dijo el Señor? Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres6. Si no hubiesen venido por delante esos pescadores, ¿quién nos hubiese capturado a nosotros? Ahora es célebre cualquier orador que sea capaz de exponer con exactitud lo que escribió el pescador.

2. Por tanto, dado que el Señor Jesucristo eligió a pescadores de peces y los convirtió en pescadores de hombres, en las pescas mismas nos quiso indicar algo sobre la llamada a la salvación de los pueblos. Advertid que son dos las pescas que por fuerza hay que distinguir: una cuando el Señor eligió aquellos pescadores y los hizo discípulos suyos7, y otra, que acabamos de escuchar cuando se leyó el evangelio, después de la resurrección del Señor Jesucristo8; aquélla fue anterior y ésta posterior a la resurrección. Debemos considerar atentamente la diferencia que hay entre ambas pescas: es la barca de nuestra instrucción.

La predicación del Evangelio era algo nuevo; entonces los encontró en la faena de la pesca, se acercó a ellos y les dijo: Echad las redes9. Le respondieron: En toda la noche no hemos capturado nada, nos hemos fatigado inútilmente; pero en tu nombre echaremos las redes10. Las echaron, y cogieron tal cantidad que llenaron las dos barcas; éstas se hallaban tan sobrecargadas de peso por el número de los peces, que casi se hundían. Además, debido a esa cantidad, se rompieron las redes. Entonces les dijo: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres11. Al instante, abandonadas las redes y las barcas, siguieron a Cristo.

Ahora, después de la resurrección, Cristo el Señor nos ha mostrado otra pesca distinta de la anterior. Entonces, en efecto, les dijo: Echad las redes; no les dijo que las echasen ni a la derecha ni a la izquierda, sino simplemente: Echad las redes. Si les hubiese dicho que a la izquierda, habría indicado sólo a los malos, y si a la derecha, sólo a los buenos. Como no les dijo ni lo uno ni lo otro, quedaban indicados tanto los buenos como los malos. De ellos habla el evangelio en otro lugar: el padre de familia envió a sus siervos cuando ya estaba preparada la cena, y llevaron a los que pudieron encontrar, buenos y malos, y el banquete de bodas se llenó de comensales12. Así es la Iglesia en el tiempo presente: está llena de buenos y malos. Una muchedumbre la llena, pero a veces esta misma muchedumbre la oprime e intenta llevarla casi al naufragio. La multitud de los que viven mal perturba a los que viven bien, y hasta tal punto que quien vive santamente cree ser un necio cuando ve que los otros viven mal; sobre todo cuando se advierte que, por lo que se refiere a los bienes de este mundo, mucha gente de mal es feliz y mucha gente de bien es desdichada. ¡Y cuánto no hay que temer que ese peso los hunda y haga naufragar! Cuánto hemos de temer, amadísimos, que uno que viva santamente diga: «¿De qué me sirve vivir santamente? Mira a aquél que vive como un perdido, y es más respetado que yo. ¿Qué provecho saco de vivir santamente?» Está en peligro; temo que se hunda. Voy a dirigirme a quien vive santamente para que no se hunda más todavía: «Vives santamente; no te canses ni mires atrás. La promesa de tu Señor es segura: Quien persevere hasta el final, ése se salvará»13. «Observa -dices- cómo fulano vive como un perdido y es feliz». -«Te engañas; es un desdichado, y tanto más cuanto más feliz se cree. El que no reconozca su desgracia es señal de locura. Si vieras a un enfermo con calentura reír, llorarías por él, al haber perdido su mente. Lo que se te ha prometido, aún no ha llegado. Ese hombre que te parece que es más feliz se alimenta de cosas visibles y temporales; ellas constituyen su gozo. Ni las trajo ni se las llevará consigo; desnudo entró en este mundo, desnudo saldrá14; del falso gozo pasará al verdadero dolor. Lo que tú tienes prometido no ha llegado aún; aguanta hasta que llegues. Sé perseverante, no sea que, por desfallecer, te defraudes a ti mismo, pues Dios no puede engañarte». He aquí, en pocas palabras, lo que he dicho para que las barcas no vayan a pique.

En aquella pesca aconteció algo aún más lamentable: que se rompieron las redes15. Se rompieron las redes: surgieron las herejías. ¿Qué otra cosa son los cismas sino rasgones? La primera pesca hay que soportarla y tolerarla de manera que nadie se canse ni se fatigue, aunque está escrito: El cansancio se apoderó al ver a los pecadores que abandonan tu ley16. La barquichuela grita que siente el sobrepeso de la muchedumbre, como si la barca misma profiriese estas palabras: El cansancio se apoderó de mí al ver a los pecadores que abandonan tu ley. Aunque sientas el peso, estáte siempre atento a no hundirte. Ahora hay que tolerarlos; no es tiempo de separarse de ellos. Cantaremos al Señor la misericordia y el juicio17; primero se envía por delante la misericordia y luego se ejerce el juicio. La separación tendrá lugar en el juicio. Ahora escúcheme el que es bueno, y hágase mejor; escúcheme también el malo, y conviértase en bueno mientras es tiempo de arrepentimiento y no aún de proferir la sentencia.

Dejemos ya esta pesca en la que los gozos están mezclados con lágrimas: gozos, porque están reunidos los buenos; mezclados con lágrimas, porque resulta duro soportar a los malos.

3. Dirijamos ahora nuestra atención a la última pesca: encontremos en ella alivio y consuelo. Tuvo lugar después de la resurrección del Señor precisamente porque de esta manera simbolizó cómo ha de ser la Iglesia después de la resurrección. Ved que se dirige la palabra a los discípulos ocupados en la pesca; es el Señor quien les habla; el mismo que les habló antes, les habló después; pero la primera vez les dijo qué debían echar, y la segunda adónde, es decir, a la derecha de la barca18. Por tanto, ahora son capturados los que estarán a la derecha; son capturados aquellos a quienes se dijo: Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino19. Echan las redes y pescan. En la primera pesca no se mencionó el número; sólo se habló de una gran cantidad, sin indicar número. Efectivamente, ahora hay muchos con exceso; es decir, son muchos los que vienen, entran y llenan las iglesias; pero lo mismo llenan el teatro que la iglesia; la llenan sobrepasando el número, pero no pertenecen al número aquel que existirá en la vida eterna, a no ser que cambien en vida. ¿Se convierten todos acaso? ¿Cómo? Ni siquiera los buenos perseveran todos. Pues a ellos se les dijo: Quien persevere hasta el final, ése se salvará20. A los que aún son malos se les dice: No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva21.

Así, pues, en la primera pesca no se indicó el número porque son muchos los que exceden la cifra, como dice el salmo: Hice el anuncio, hablé y se multiplicaron por encima del número22. Ahora echan las redes a la derecha, no se rebasa el número: ciento cincuenta y tres peces, pero grandes. Pues así está escrito: Y, a pesar de ser grandes, no se rompió la red23. Entonces, en efecto, tendrá lugar la asamblea de todos los santos, sin que existan las divisiones y rasgones de los herejes; habrá paz y unidad perfecta, no serán ni uno más ni uno menos: el número exacto. Pero, si sólo son ciento cincuenta y tres, son demasiado pocos. ¡Lejos de nosotros pensar que haya sólo éstos en nuestra comunidad! ¡Cuánto menos en la Iglesia entera de Dios! El Apocalipsis, del mismo bienaventurado evangelista Juan, indica que vio una muchedumbre tan numerosa de santos y hombres felices en aquella eternidad que nadie podía contarla. Así lo tienes escrito allí24. Y, sin embargo, todos éstos están dentro del número ciento cincuenta y tres. Quiero reducir este número a otro más pequeño todavía. Son ciento cincuenta y tres; hagámoslo más pequeño aún: son diecisiete.

Estos ciento cincuenta y tres hacen diecisiete. ¿Por qué diez? ¿Por qué siete? Diez en atención a la ley y siete en atención al Espíritu. La forma septenaria, en atención a la perfección asociada a los dones del Espíritu Santo. Dice el bienaventurado profeta Isaías: Reposará sobre él el Espíritu Santo. Y, después de haber mencionado al Espíritu Santo, enumeró sus siete virtudes: Espíritu de sabiduría y de entendimiento, Espíritu de consejo y fortaleza: ya son cuatro; Espíritu de ciencia y de piedad, Espíritu de temor del Señor25. Comenzó con la sabiduría y concluyó con el temor; habla como descendiendo de lo superior a lo inferior, desde la sabiduría hasta el temor. El orden inverso, de lo inferior a lo superior, va desde el temor hasta la sabiduría. Pues el temor del Señor es el comienzo de la sabiduría26. Esto es un don de la gracia; mediante esta virtud septiforme actúa el Espíritu Santo en los amados de Dios para que la ley tenga alguna fuerza en ellos. En efecto, si quitas el Espíritu, ¿qué puede la ley? Convierte al hombre en trasgresor. Por eso se dijo: La letra mata27. Manda, pero no hace. No mataba antes de serte prescrita, y, aunque la Providencia te tenía por pecador, no te tenía por trasgresor. Se te prescribe algo, y no lo haces; se te prohíbe otra cosa, y la haces: ved que la letra mata. La ley contiene diez mandamientos28. El primero ordena adorar a un solo Dios y a ninguno otro, y prohíbe fabricar ídolo alguno. El segundo: No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano. El tercero: Observa el sábado, pero espiritual no carnalmente como los judíos. Estos tres preceptos se refieren al amor de Dios29; mas dado que de estos dos preceptos -dice- pende toda la ley y los profetas30 es decir, del amor a Dios y el amor al prójimo, después de escuchar lo que corresponde al amor de Dios: la unidad, la verdad, el descanso, pon atención a lo que concierne al amor al prójimo. Honra a tu padre y a tu madre: aquí tienes el cuarto precepto. El quinto: No cometerás adulterio. El sexto: No matarás. El séptimo: No robarás. El octavo: No dirás falso testimonio. El noveno: No codiciarás los bienes de tu prójimo. El décimo: No desearás la mujer de tu prójimo31. Quien dice: No desearás, llama a la puerta de dentro, golpea nuestro interior, donde la concupiscencia sirve a sus intereses. He aquí la ley abreviada en diez preceptos. ¿Qué provecho sacas de conocerla, si no la cumples? Serás un trasgresor. Para cumplirla necesitas ayuda. ¿De dónde puede venirte? Del Espíritu. La letra mata, pero el Espíritu vivifica32.

Si a diez sumamos siete, resultan diecisiete. En este número está incluida la muchedumbre entera de los bienaventurados. Pero el modo como se llega a ciento cincuenta y tres estoy acostumbrado a decíroslo y son muchos los que me toman la delantera; sin embargo, he de repetirlo año tras año. Muchos lo han olvidado y otros ni siquiera lo han oído. Quienes lo oyeron y no lo han olvidado soporten pacientemente que lo recuerde a otros y les instruya. Cuando dos van caminando juntos y uno es más rápido y otro más lento, el más rápido tiene en su poder el no separarse del compañero. El que escucha lo que ya sabía, nada pierde, y, puesto que nada pierde, debe gozarse de que sea instruido el que no sabe. Si sumas uno tras otro todos los números del uno al diecisiete, obtendrás el ciento cincuenta y tres. ¿Por qué esperáis que lo haga yo? Haced la suma vosotros.