SERMÓN 249

Traductor: Pío de Luis, OSA

la pesca milagrosa1

1. Acabamos de escuchar en el evangelio cómo el Señor Jesús se apareció después de la resurrección a sus discípulos, que estaban pescando en el mar de Tiberíades2. Al llamarlos por primera vez, les había dicho: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres3. También entonces echaron las redes por orden suya y capturaron gran cantidad de peces, sin que se indicase su número exacto. Además, en aquella primera pesca no les había dicho: Echad las redes a la derecha4, sino solamente: Echad las redes5. No les ordenó echarlas ni a la derecha ni a la izquierda. Capturaron un número tan grande de peces que resultó incontable y las barcas soportaban un excesivo peso. ¿En qué medida? En palabras del evangelio: hasta casi hundirse6. Entonces les dijo lo que antes mencioné: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Nosotros pertenecemos a esas redes, pues hemos sido capturados mediante ellas, mas no por eso permanecemos en cautividad. No tema el hombre ser capturado; aunque pueda ser capturado, no puede ser engañado. Mas ¿qué simboliza esta última pesca de que habla el evangelio de hoy? El Señor, de pie a la orilla del lago, se apareció a los discípulos y les preguntó si tenían algo que comer. Le respondieron que nada tenían, pues nada habían pescado en toda la noche. Y les dijo: Echad las redes a la derecha, cosa que la primera vez no les había ordenado. Así lo hicieron, y no podían arrastrar las redes por la cantidad de peces. Se contaron ciento cincuenta y tres. Como en la primera pesca se dijo que las redes se rompían por la cantidad de peces, en ésta el evangelista estuvo atento a decir: Y, a pesar de ser tan grandes, no se rompió la red7.

2. Distingamos las dos pescas, una antes y otra después de la resurrección. En la primera, las redes se echan indistintamente: no se nombra la derecha, para que no se piense que todos son buenos; ni la izquierda, para que no se entienda que hay sólo malos; así, pues, hay mezcla de buenos y malos. A causa de la gran cantidad, las redes se rompían8. Las redes rotas simbolizan los cismas. Lo estamos viendo; así es, así acontece. Son dos las barcas que se llenan, porque son dos los pueblos, el de la circuncisión y el del prepucio; y tan llenas están que tienen exceso de peso y casi se hunden. El significado de esto merece llanto. La muchedumbre turbó a la Iglesia. ¡Qué grande es el número de los que viven mal, de los que la oprimen y gimen! Con todo, las barcas no se hundieron en atención a los peces buenos. Hablemos sobre la última pesca, posterior a la resurrección. Allí no habrá ninguno malo; la seguridad será máxima, pero sólo si eres bueno. Sed buenos en medio de los malos y seréis buenos sin compañía de malos. A propósito de esta pesca, algo debe preocuparos: estáis rodeados de malos. Vosotros que me escucháis fielmente; vosotros que no echáis en saco roto lo que os digo; vosotros para quienes las palabras no pasan de un oído a otro, sino que descienden al corazón; vosotros que teméis más vivir mal que morir mal, puesto que, si vivís bien, no podéis morir mal; vosotros que me escucháis no sólo para creer, sino también para vivir santamente, vivid santamente; vivid santamente incluso entre los malos; no rompáis las redes. Quienes se complacieron demasiado en sí mismos y no quisieron soportar a otros que juzgaban malos, rompieron las redes y perecieron en el mar. Vivid santamente en medio de los malos; que los malos cristianos no os arrastren a vivir mal. No piense tu corazón: «sólo yo soy bueno». Si comienzas a ser bueno, cree que hay también otros buenos, si tú has podido serlo. No adulteréis, no forniquéis, no os dediquéis al fraude, no robéis, no digáis falso testimonio, no juréis en falso, no os embriaguéis, no rehuséis devolver un préstamo, no os quedéis con lo ajeno encontrado en la calle. Cumplid todo esto y otras cosas semejantes, viviendo seguros en medio de los peces malos. Nadáis en el interior de la misma red; pero llegaréis a la orilla; después de la resurrección os encontraréis a su derecha. Allí nadie será malo. Si no la cumplís, ¿de qué os aprovecha conocer la ley?; ¿de qué os sirve conocer los mandamientos de Dios, saber qué cosa es buena y cuál es mala? ¿No reprueba la conciencia esa ciencia? Aprended, pero para obrar.

3. Los mandamientos de Dios están contenidos en un decálogo, porque en ese número se encierra el gran misterio de la perfección. Los diez preceptos de la ley fueron escritos en tablas de piedra por el dedo de Dios9, o sea, por el Espíritu Santo; en una tabla están los preceptos que se refieren a Dios, en la otra los que se refieren al hombre. ¿Por qué así? Porque en el amor de Dios y del prójimo está contenida toda la ley y los profetas10. Pero ¿a qué sirven estos diez mandamientos? Se otorgó la ley; pero, si se hubiese otorgado una ley que pudiera vivificar, la justicia provendría totalmente de la ley11. Conoces la ley, pero no la cumples. La letra mata; mas para cumplirla, puesto que la conoces, el Espíritu, en cambio, vivifica12. Añádase al diez el siete. Como la ley se halla simbolizada en el decálogo, de igual manera el Espíritu Santo se manifiesta septiforme. Por esto se le invoca sobre los bautizados para que Dios les conceda, conforme al profeta, el Espíritu de sabiduría y entendimiento: ya son dos manifestaciones. El Espíritu de consejo y fortaleza: son ya cuatro. El Espíritu de ciencia y de piedad: ved que son seis. El Espíritu de temor del Señor: he aquí la séptima. Si al diez se le añaden estos siete, resultan diez. ¿Qué acabo de decir? Parece algo absurdo: siete más diez son diez. Parecería que he olvidado cómo se suma. No debí decirlo, pues. Cuando a diez se suman siete, resultan diecisiete. Esto lo saben todos; ¿no se reían por eso de mí esos chiquillos, cuando decía que diez más siete son diez? Y, no obstante, lo afirmo, lo repito y no me avergüenzo de ello. Cuando lleguéis a comprenderlo, en vez de reprender mi forma de contar, amaréis estas sutilezas. El número diez se refiere a los preceptos de la ley; pero sumé también las siete operaciones del Espíritu Santo. Cuando se añaden estas siete a aquéllos, se obtienen los diez: cuando se hace presente el Espíritu Santo, se cumple la ley. Pero si no se añaden estas siete, no se obtienen aquellos diez: existirán en la letra, pero la letra mata; la ciencia engendra al trasgresor. Hágase presente el Espíritu, y entonces se cumple la ley; pero con la ayuda de Dios, no por tus fuerzas. Estáte atento, pues; no demos demasiada importancia a pertenecer al diez. Pues, si la justicia proviene de la ley, en vano murió Cristo13. ¿A qué número hemos de pertenecer, pues? ¿Al siete? Equivaldría a poder hacer, pero sin saber qué hacer. Pertenezcamos, por tanto, al número diecisiete. La ley manda, el Espíritu ayuda; la ley actúa en ti para que sepas qué hacer; el Espíritu para que lo hagas. Pertenezcamos, pues, al número diecisiete, contemos diecisiete y nos hallaremos entre los ciento cincuenta y tres. Esto ya lo conocéis, pues lo he dicho y mostrado con frecuencia. Sumando del uno al cuatro, resultan diez si no saltas ningún número. Al uno súmale el dos: ya son tres; súmese a continuación el tres: ya son seis; luego el cuatro: ya son diez. ¿Por qué no sigo? Lo que estoy diciendo lo conocéis todos. Sumad uno a uno los restantes números y llegaréis a aquella cifra. Cuando hayáis sumado el diecisiete, llegaréis, aumentando progresivamente, al ciento cincuenta y tres. ¿Qué significa «aumentando progresivamente»? Como avanzando paso a paso, llegaréis a la derecha. Hacedme caso; haced vosotros la suma.