SERMÓN 248

Traductor: Pío de Luis, OSA

La pesca milagrosa1

1. 1. La lectura de hoy versaba también sobre lo que aconteció después de la resurrección del Señor según el relato del evangelista Juan. Vuestra caridad ha oído, como yo, que Jesucristo, el Señor, se manifestó a sus discípulos junto al mar de Tiberíades y que encontró ocupados todavía en la pesca de peces a los que había constituido ya en pescadores de hombres. En toda una noche no capturaron nada; después de verle a él, que les ordenó echar las redes, capturaron el número de peces que habéis escuchado2. Nunca hubiese dado el Señor esa orden si no hubiera querido significarnos algo que nos conviene conocer. ¿Qué importancia podía tener para Jesús el que hubieran pescado o no pescado peces? Pero aquella pesca tenía valor de símbolo para nosotros. Consideremos juntos las dos pescas que los discípulos realizaron por mandato del Señor, una antes de la pasión y la otra después de la resurrección3. En estas dos pescas está simbolizada la Iglesia entera, cómo es ahora y cómo será cuando resuciten los muertos. Ahora cuenta con una multitud innumerable, incluidos buenos y malos; pero después de la resurrección tendrá un número fijo de sólo buenos.

2. 2. Recordad, pues, la primera pesca, para ver en ella cómo es la Iglesia del tiempo presente. El Señor Jesús encontró a sus discípulos entregados a la pesca cuando por primera vez los llamó a que lo siguiesen. Entonces no habían capturado nada en toda la noche. Cuando lo vieron, escucharon que les decía: Echad las redes. Señor -le replican-, en toda la noche nada hemos capturado pero, en tu palabra, las echamos4. Echaron las redes por orden del todopoderoso. ¿Qué otra cosa podía hacerse sino su voluntad? Con todo, como ya dije, en ese mismo hecho se dignó simbolizar algo que nos conviene conocer. Echaron, pues, las redes. El Señor aún no había sufrido la pasión ni había resucitado. Echaron las redes: capturaron tal cantidad de peces que las dos barcas se llenaron y las mismas redes se rompían de tantos que eran5. Entonces les dijo: Venid y os haré pescadores de hombres6. Recibieron de él las redes de la palabra de Dios, las echaron al mundo como si fuera un mar profundo, y capturaron la muchedumbre de cristianos que vemos y nos causa admiración. Aquellas dos barcas simbolizaban a dos pueblos, el de los judíos y el de los gentiles, el de la Sinagoga y el de la Iglesia, el de la circuncisión y el del prepucio. Cristo es la piedra angular7 de aquellas dos barcas, semejantes a dos paredes que traen distinta dirección. Pero ¿qué hemos escuchado? Que entonces las barcas amenazaban hundirse por la multitud de peces. Lo mismo sucede ahora: los muchos cristianos que viven mal oprimen a la Iglesia. Y esto es poco: también rompen las redes. Pues, si no se hubiesen roto las redes, no hubiesen existido cismas.

3. 3. Dejemos esta pesca que soportamos y vengamos a la otra que deseamos con ardor y anhelamos vivamente desde la fe. El Señor ya ha muerto, pero ha resucitado; se aparece a los discípulos junto al mar y les ordena que echen las redes, pero no a cualquier lado8. Prestad atención. En efecto, en la primera pesca no les dijo que echasen las redes a la derecha o a la izquierda; pues, si hubiese dicho que a la izquierda, simbolizaría solamente a los malos y, si hubiese dicho que a la derecha, sólo a los buenos. Por eso no dijo ni que a la derecha ni que a la izquierda, puesto que iban a ser capturados peces buenos mezclados con malos. ¿Cómo será la Iglesia después de la resurrección? Escuchad, distinguid, gozad, esperad y comprended. Echad, les dice, las redes a la derecha9. Ahora son capturados los que están a la derecha; no ha de temerse que haya malos. Sabéis que dijo que separaría a las ovejas de los cabritos; que a las ovejas las pondría a su derecha y a los cabritos a su izquierda; que a los de su izquierda dirá: Id al fuego eterno10; y a los de su derecha: Recibid el reino11. Ved por qué dijo: Echad las redes a la derecha. Las echaron e hicieron captura; el número está determinado; nadie puede sobrepasarlo12. ¡Cuántos se ven ahora en el pueblo de Dios que se acercan al altar sobrepasando ese número! Pero no están inscritos en el libro de la vida. Allí, pues, el número está determinado. Proponeos también vosotros formar parte de ese número de peces, no sólo escuchándome y alabándome sino también comprendiendo lo que digo y viviendo santamente. Se echan las redes y se capturan peces grandes, pues ¿quién será allí pequeño, cuando sean iguales a los ángeles de Dios?13 Se capturan, pues, ciento cincuenta y tres peces grandes14. Me dirá alguien: «¿Será ése el número de santos?». ¡Lejos de nosotros hasta la simple sospecha de que el número de santos presentes en aquel reino se reduzca a esa pequeña cantidad; ni siquiera limitándolos a los de esta iglesia! Se trata de un número determinado; pero sólo del pueblo de Israel habrá miles de millares. San Juan en el Apocalipsis dice que sólo del pueblo de Israel habrá ciento cuarenta y cuatro mil que no se contaminaron con mujeres, pues permanecieron vírgenes. En cambio, refiriéndose a los restantes pueblos, dice que vendrán tantos millares de hombres vestidos de blancas estolas que nadie podrá contarlos15.

4. 4. Este número figura algo y en el sermón de esta solemnidad anual debo recordaros lo que acostumbráis a oír año tras año. En el número de ciento cincuenta y tres peces están simbolizados los miles y millares de santos y fieles. ¿Por qué el Señor se dignó simbolizar precisamente con este número a los muchos millares que estarán en el reino de los cielos? Oídlo. Sabéis que la ley se dio al pueblo de Dios por medio de Moisés y que su contenido más importante es el decálogo, es decir, los diez mandamientos16. Uno de ellos ordena el culto de Dios; el segundo prescribe: No tomes en vano el nombre de tu Dios; el tercero se refiere a la observancia del sábado, que los cristianos cumplen espiritualmente, mientras los judíos lo violan carnalmente17. Estos tres mandamientos se refieren a Dios, y los siete restantes a los hombres, en atención a los dos más importantes: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas18. Puesto que son dos los mandamientos fundamentales, tres preceptos del decálogo remiten al amor de Dios, y los siete restantes al amor del prójimo. ¿Cuáles son los siete relacionados con el hombre? Honra a tu padre y a tu madre, No adulterarás, No matarás, No robarás, No dirás falso testimonio, No desearás la mujer de tu prójimo, No codiciarás sus bienes19.

5. Nadie cumple estos diez mandamientos con sus solas fuerzas sin la ayuda de la gracia de Dios. En consecuencia, si nadie cumple la ley con sus solas fuerzas si no le ayuda Dios con su Espíritu, recordad ya cómo en el número siete está indicado el Espíritu Santo. En efecto, el santo profeta dice que el hombre será lleno del Espíritu de Dios, del Espíritu de sabiduría y entendimiento, de consejo y fortaleza, de ciencia y piedad y del Espíritu del temor de Dios20. Estas siete operaciones remiten, mediante el número siete, al Espíritu Santo, quien, como descendiendo a nosotros, empieza por la sabiduría y termina en el temor. Nosotros, en cambio, al ascender, comenzamos por el temor y alcanzamos la perfección con la sabiduría. En efecto, el temor de Dios es el inicio de la sabiduría21. Así, pues, si para poder cumplir la ley se requiere el Espíritu, súmense siete a diez y se obtiene el número diecisiete. Si sumas todos los números del uno al diecisiete, resultan ciento cincuenta y tres. No es necesario que lo sumemos aquí; haced vosotros la operación. Contad de esta manera: uno más dos, más tres, más cuatro son diez. Como el número diez resulta de la suma del uno, del dos, del tres y del cuatro, haz lo mismo con todos los restantes hasta el diecisiete, y hallarás el número sagrado de los fieles y santos que estarán en el cielo con el Señor.