SERMÓN 246

Traductor: Pío de Luis, OSA

Aparición a María Magdalena1

1. Después de su resurrección, el Señor Jesús se apareció en distintas circunstancias a los que creyeron en él. Todos los evangelistas tuvieron materia para escribir, según el Espíritu les traía a la mente el recuerdo de las cosas que iban a poner por escrito. Uno relató una cosa y otro, otra. Cualquiera de ellos pudo pasar por alto algo verdadero, pero ninguno decir cosa falsa. Suponed que todo lo dijo un solo evangelista, y así es, puesto que todos poseían el único Espíritu.

¿Qué hemos escuchado hoy? Que los discípulos rehusaban creer que hubiese resucitado Jesús; no dieron fe a quien con anterioridad les había anunciado el hecho. Es algo evidente y se consignó por escrito para que demos las máximas gracias a Dios por haber creído en él sin haberlo visto. El testimonio de sus propios ojos y manos apenas fue suficiente para convencerles de lo que nosotros creemos.

2. Oísteis cómo uno de sus discípulos entró al sepulcro, y vio las vendas colocadas y creyó, pues aún no conocía las Escrituras, según las cuales convenía que Jesús resucitase de entre los muerto2. Lo que se leyó y oísteis fue esto: Vio y creyó, pues aún no conocía las Escrituras. Según esto, debió decirse: «Vio y no creyó, pues aún no conocía las Escrituras». ¿Qué significa: Vio las vendas y creyó? ¿Qué creyó? Lo que había dicho la mujer: Llevaron a mi Señor del sepulcro3. Esto había dicho la mujer, si es que lo oísteis, y sé que lo oísteis: Llevaron a mi Señor del sepulcro y no sé dónde lo pusieron. Oído lo cual, echaron a correr. Entró en el sepulcro, vio las vendas, y creyó lo que había dicho la mujer: que habían llevado a Cristo del sepulcro. ¿Por qué creyó que Cristo había sido llevado y sustraído del sepulcro? ¿Por qué? Pues aún no conocía las Escrituras, según las cuales convenía que Jesús resucitase de entre los muertos. Al entrar, no lo había encontrado. Debió de creer que había resucitado, no que lo habían sustraído.

3. ¿Qué significa esto? Acostumbramos a hablaros de ello todos los años. Pero como la lectura se lee cada año, también el sermón debe ser igualmente anual. El tema: por qué Cristo, el Señor, dijo a la mujer que ya lo había reconocido... Primeramente le había dicho: ¿A quién buscas? ¿Por qué lloras?4 Mas ella pensaba que era el hortelano. Y, si consideras que nosotros somos sus hortalizas, Cristo es el hortelano. ¿No es un hortelano quien sembró el grano de mostaza5, esa semilla pequeñísima y llena de vigor? Semilla que creció, se elevó y se convirtió en un árbol tan grande que hasta las aves del cielo reposan en sus ramas. Si tuvierais fe -dice el mismo Señor- como un grano de mostaza...6 El grano de mostaza es algo insignificante; nada es más despreciable a la vista y, sin embargo, nada tiene sabor más fuerte. Todo lo cual, ¿qué otra cosa significa sino el brío extraordinario y la fuerza íntima de la fe de la Iglesia?

Lo tomó, pues, por el hortelano y le dijo: Señor -como que iba a pedirle un favor, le honró con ese título-, si tú lo llevaste, muéstrame dónde lo pusiste, y yo lo cogeré7. Como diciéndole: «Yo tengo necesidad de él; tú, en cambio, no». ¡Oh mujer! Tú que crees necesitar a Cristo muerto, reconócelo vivo. Tú lo buscas muerto, y el Señor habla en vida contigo. De nada nos serviría muerto si no hubiese resucitado8. Se le buscaba muerto, y se presentó vivo. ¿Cómo vivo? La llama por su nombre: ¡María!, y ella al instante, nada más oír su nombre, le dijo: ¡Rabboni!9. El hortelano pudo decir: ¿A quién buscas? ¿Por qué lloras?10 María, en cambio, sólo Cristo podía decirlo. La llamó por su nombre el mismo que la llamó al reino de los cielos. Pronunció el nombre con el que la tenía inscrita en su libro: María. Y ella lo llamó Rabboni, esto es, Maestro. Ya había reconocido a quien la iluminaba para que lo reconociera; ya veía a Cristo en quien antes había visto a un hortelano. Y el Señor le dijo: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre11.

4. ¿Qué significa: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre? Si no podía tocarlo mientras permanecía en la tierra, ¿iba a poder tocarlo una vez sentado en el cielo? Es como si le hubiese dicho: «No me toques ahora; me tocarás entonces, cuando haya subido al Padre». Recuerde vuestra caridad la lectura de ayer, según la cual el Señor se apareció a los discípulos, y pensaron estar viendo un espíritu. Él, queriendo sacarles de tal error, se prestó a que lo tocasen. ¿Qué les dijo? Ayer lo leímos, y sobre ello versó mi sermón. ¿Por qué estáis turbados y por qué suben esos pensamientos a vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies; palpad y ved12. ¿Acaso había subido ya al Padre cuando les decía: Palpad y ved, prestándose a que lo tocasen sus discípulos; y no sólo a que lo tocasen, sino también a que lo palpasen, para producir en ellos la certeza de la verdad de la carne y del cuerpo, para mostrar la solidez de la verdad hasta al tacto humano? Se presta a que lo palpen las manos de los discípulos, pero a aquella mujer le dice: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre. ¿Qué quiere decir esto? ¿Que los varones no pudieron tocarlo sino en la tierra, y que las mujeres tenían que tocarlo en el cielo, pues aún no he subido a mi Padre?

¿Qué es, pues, tocar sino creer? A Cristo lo tocamos con la fe, y es preferible no tocarlo con las manos y sí con la fe, a tocarlo con las manos y no con la fe. Tocar a Cristo no era nada del otro mundo. Los judíos lo tocaron cuando lo apresaron, cuando lo ataron, cuando lo colgaron; lo tocaron pero, por tocarlo mal, perdieron lo que tocaron. Tócalo tú con la fe, ¡oh Iglesia católica!; tócalo con la fe. Si piensas que Cristo es solamente hombre, lo has tocado en la tierra. Si crees que Cristo, el Señor, es igual al Padre, entonces lo tocaste ascendido al Padre. Así, pues, asciende para nosotros cuando hemos comprendido quién es. Una sola vez ascendió entonces a su Padre, pero ahora asciende a diario. ¡Y cuántos hay para quienes aún no ha ascendido! ¡Cuántos para quienes aún mora en la tierra! Muchos son los que dicen «No fue hombre»; muchos los que afirman «Fue un gran hombre», o «Fue un profeta». Muchos cristianos hubo que dijeron como Fotino: «Fue un hombre, nada más que un hombre; pero que superó por la excelsitud de su santidad y sabiduría a todos los hombres piadosos y santos, pues no fue Dios». ¡Oh Fotino!; lo tocaste en la tierra, te apresuraste a tocarlo, te precipitaste en tu opinión; no llegaste a la verdad, según la cual es igual al Padre, ni, por tanto, a la patria, puesto que equivocaste el camino.

5. Escuchemos ya sus propias palabras: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios13. ¿Por qué no dijo: «Subo a nuestro Padre y a nuestro Dios», sino que distinguió: A mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios? A mi Padre, porque soy su hijo único; a vuestro Padre, por gracia, no por naturaleza. A mi Padre, porque lo fue siempre; a vuestro Padre, porque yo os he elegido14. A mi Dios y a vuestro Dios. ¿Cómo es Dios Padre de Cristo? Es Padre suyo por haberlo engendrado. ¿Cómo es su Dios? Porque también lo creó. Lo engendró en cuanto Palabra unigénita; lo creó, según la carne, de la estirpe de David. Por tanto, es, a la vez, Padre de Cristo y Dios de Cristo; Padre de Cristo según la divinidad y Dios de Cristo según la debilidad. Escucha cómo es Dios de Cristo. Preguntémoselo al salmo. Él mismo dijo por voz del profeta: Tú eres mi Dios desde el seno de mi madre15. Desde antes de estar en el vientre de mi madre eres mi padre; desde que estuve en el vientre de mi madre eres mi Dios.

¿Por qué piensas, pues, que hizo esta distinción: a mi Padre y a vuestro Padre? Hizo la distinción porque es Padre del Hijo unigénito de distinta manera a como es Padre nuestro. Es Padre suyo por naturaleza, nuestro por gracia. Debió, por tanto, decir: «A mi padre y a vuestro Padre y a nuestro Dios», pues Dios, si es Dios de la criatura, lo es también de Cristo, puesto que, en cuanto hombre, también es criatura. Es Padre de Cristo de manera distinta. Dado que el creador de Cristo es el Dios de Cristo, ¿por qué mantener tal distinción, si Cristo, en cuanto hombre, es una criatura, como criatura somos nosotros; y más aún, en cuanto hombre, Cristo es también siervo, según dice el Apóstol: Tomando la forma de siervo?16 ¿Por qué, pues, se mantiene la distinción también aquí: a mi Dios y a vuestro Dios?

Ciertamente existe distinción. Nuestro Dios nos ha formado a todos de una progenie de pecado. Cristo, incluso en cuanto hombre, fue hecho de distinta manera: él nació de una virgen; lo concibió una mujer no mediante la concupiscencia, sino mediante la fe; él no arrastró la herencia del pecado de Adán. Todos nosotros hemos nacido teniendo como trámite el pecado; él, que limpió todo pecado, nació sin pecado. También aquí hay, pues, una distinción: a mi Dios y a vuestro Dios. Vosotros habéis sido creados de semen humano, de la unión del varón y la mujer; mediante la concupiscencia de la carne vinisteis con la progenie del pecado, pues ¿quién está limpio en tu presencia? Ni siquiera el niño de un solo día de vida sobre la tierra17. Ésta es la razón por la que se corre con los niños para que se les perdone lo que ellos no añadieron personalmente en su vida, sino que lo trajeron al nacer. Cristo es distinto al respecto. A mi Dios y a vuestro Dios; mi Dios, por la semejanza de la carne de pecado18; vuestro Dios, por la carne de pecado.

6. Hasta aquí he hablado sobre el relato evangélico de la resurrección del Señor según el evangelista Juan; sea suficiente lo dicho en este sermón, puesto que habrán de leerse otros textos del mismo evangelista también sobre la resurrección. Ningún evangelista dejó escrito sobre ella tanto como San Juan; por tanto, no se puede leer todo en un día, sino en dos o tres, hasta concluir con cuanto este evangelista dejó escrito al respecto.