SERMÓN 244

Traductor: Pío de Luis, OSA

Aparición a María Magdalena1

1. Hoy ha comenzado a leerse el relato de la resurrección del Señor según el evangelio de Juan. Hemos escuchado y hasta visto con los ojos de la fe el afecto de aquella piadosa mujer hacia el Señor. Buscaba a Jesús, pero todavía como quien busca el cuerpo de un difunto, y le amaba, pero como a un maestro bueno. No comprendía ni creía que hubiese resucitado de entre los muertos y, al ver que la lápida del sepulcro había sido removida, pensando que había sido extraído de allí el cuerpo que buscaba, anunció a los discípulos hecho tan lamentable. Dos de ellos echaron a correr; uno de ellos era Pedro y el otro Juan, aquel a quien amaba Jesús; es decir, a quien amaba más que a los demás, pues el Señor los amaba a todos. Echaron a correr para ver si era cierto lo que decía la mujer, esto es, que habían extraído su cuerpo del sepulcro. Llegaron, examinaron todo, no encontraron el cuerpo y creyeron. Pero ¿qué creyeron? Lo que no debieron. Cuando escuchasteis: Y creyeron2, quizá os vino a la mente que creyeron lo que debían haber creído, esto es, que el Señor había resucitado de entre los muertos. No fue esto lo que creyeron, sino lo que les había anunciado la mujer. Para que advirtáis que fue esto lo que creyeron, dijo a continuación el evangelista: Aún no conocían las Escrituras: que convenía que él resucitara de entre los muertos3. ¿Dónde queda la fe? ¿Dónde la verdad tantas veces afirmada? ¿No les dijo el Señor Jesús varias veces antes de la pasión que él iba a ser entregado, a morir y a resucitar?4 Pero hablaba todavía a sordos. Ya Pedro le había dicho: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo5; ya había escuchado de su boca: Dichoso eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no la derrotarán6. Esa fe se esfumó una vez crucificado Cristo. La fe de Pedro en él como hijo de Dios duró solamente hasta que lo vio colgado del madero, sujetado con clavos, muerto y sepultado. Entonces la perdió. ¿Dónde está la roca? ¿Dónde la solidez de la piedra? La piedra era el mismo Cristo 7, mientras que él era Pedro, nombre derivado de la piedra. Para eso resucitó la piedra: para afianzar a Pedro, pues, de no vivir la piedra, Pedro hubiese perecido.

2. Mas luego, cuando el Señor llamó a la mujer ¡María!, dando media vuelta lo reconoció y lo llamó maestro, ¡Raboni! Esta mujer tuvo así conocimiento de la resurrección del Señor. ¿Qué significa, pues: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre?8 Es una cuestión extraña por muchos capítulos. En primer lugar, porque le prohibió que lo tocara, como si pudiera tocarlo de forma indebida. Luego, porque, al explicar por qué no quiso y le prohibió que lo tocara, dijo: Pues aún no he subido a mi Padre, como diciendo: «Me tocarás después, cuando haya subido a él». Si mientras estaba en la tierra le prohibía que lo tocase, ¿cómo iba a poder tocarlo una vez sentado ya en el cielo? Pregunté antes qué significaba: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre. Añado más: como dice el mismo evangelista, y otros con él, y según hemos escuchado cuando se leyeron las lecturas, después de resucitar se apareció a sus discípulos; como pensaban que era un espíritu, les dijo: ¿Por qué estáis turbados y por qué suben esos pensamientos a vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies. Palpad y ved9. ¿Había ascendido ya acaso? Aún no había subido a su Padre, y, no obstante, dijo a sus discípulos: Palpad y ved. ¿Dónde queda aquel No me toques? A este respecto, quizá alguien podría decir: «Quiso que lo tocaran los varones, pero no las mujeres». Si tanto horror le causaba la mujer, no habría nacido de mujer. Con todo, lo que puede suscitar algún problema en la afirmación de que, antes de subir al Padre, el Señor quiso que lo tocaran los varones pero no las mujeres, lo dice el evangelista Mateo. Él, en efecto, dejó escrito que, cuando el Señor resucitó, le salieron al encuentro algunas mujeres, entre las cuales estaba la misma María, y que le abrazaron los pies10. ¿Qué significa: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre? La pregunta tiene casi todas las salidas cerradas. Todo lo que he dicho ha sido para aumentar la dificultad del problema; veis que el problema existe y parece casi insoluble. Que el Señor me ayude a encontrar la solución. Dígnese aclararlo quien se dignó proponerlo. Orad conmigo para que la encuentre. Dirigid vuestro oído hacia mí y vuestro corazón a él. Yo os comunicaré lo que él tenga a bien sugerirme. Si alguien dispone de una mejor inteligencia del texto, que me la enseñe: el que me toque enseñar no significa que no pueda aprender. Quien no entiende algo más, escuche de mi boca lo que puede entender.

3. Como hemos escuchado y resulta evidente, los discípulos pensaban que el Señor Jesús era un hombre y lo apreciaban conforme a esa creencia11; hasta ese nivel llegaba su fe. Caminaban con Cristo en la tierra. Conocían lo que se había hecho por nosotros, pero no que él nos había hecho. Tal es Cristo: hacedor y hecho. Considéralo como hacedor: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo fue hecho por ella12. Considéralo como criatura: Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros13. Vemos, pues, a Jesús, pero después que se nos ha anunciado ya la fe de los apóstoles. Lo que nosotros conocemos no lo conocían ellos. No les hago ninguna injuria. No me atrevo a llamarlos ignorantes, pero los veo confesar su ignorancia. No lo conocían; más tarde conocieron lo que nosotros ya conocemos. Nosotros sabemos que Cristo es Dios y hombre, hacedor de las cosas y hecho entre las cosas, creador del hombre y hombre creado, pero ellos aún no lo sabían. Cristo como Dios es igual al Padre, es tan grande como él, tal cual él; es lo mismo que él, pero no el mismo que él. Es lo mismo que él, porque es Dios; uno y otro son omnipotentes, uno y otro inmutables: los dos son iguales. No es el mismo que él, puesto que uno es Padre y otro Hijo. Para quien sabe esto, Cristo ha subido al Padre; para quien aún no lo sabe, Cristo aún no ha subido. Es pequeño con él, está en la tierra con él, mas para él aún no es igual al todopoderoso. Se eleva para quien progresa en esa fe; con quien progresa en ella, asciende. ¿Qué significa, pues: No me toques?14 Este tocar simboliza la fe, pues tocando se acerca uno al tocado. Pensad en aquella mujer que padecía flujo de sangre. Decía en su corazón: Sanaré si toco la orla de su vestido15. Se acercó, la tocó y sanó. ¿Qué significa: «Se acercó y la tocó»? Se acercó y creyó. Para que sepáis que lo tocó mediante la fe, dijo el Señor: Alguien me ha tocado16. ¿Qué es me ha tocado, sino «ha creído en mí»? Para que veáis que tocar equivale a creer, le respondieron los discípulos y le dijeron: La multitud te apretuja y preguntas: ¿Quién me ha tocado?17 Si caminaras solo, si el gentío se apartase para que tú pasases, si nadie estuviese a tu lado, con razón dirías: Alguien me ha tocado. ¡Te apretuja una multitud, y te fijas en que uno te ha tocado! Pero él insistió: Alguien me ha tocado. Primero había preguntado: ¿Quién me ha tocado?, y luego afirma: Alguien me ha tocado. Lo sabéis, puesto que decís: La multitud te apretuja. Alguien me ha tocado. Esta multitud sabe apretujar, mas no tocar. Está claro que es esto lo que quiso indicar al decir: ¿Quién me ha tocado? Alguien me ha tocado. Pretendía que creyéramos que ese tocar es el creer de quien toca, o, mejor, el acercarse de quien cree. ¿Qué significa, en consecuencia: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre?18 Piensas que soy sólo lo que ves: aún no he subido al Padre. Ves que soy un hombre, y piensas que soy sólo hombre; es cierto que soy hombre, pero no se quede ahí tu fe. No me toques así, esto es, pensando que soy sólo un hombre. Aún no he subido a mi Padre. Subo a mi Padre, tócame entonces; es decir, da un paso más, comprende que soy igual al Padre; tócame entonces y sanarás. No me toques, pues aún no he subido a mi Padre. Ves que he descendido, pero aún no ves que he ascendido. Aún no he subido a mi Padre. Me anonadé tomando la forma de siervo, hecho a semejanza de los hombres y hallado como hombre en su porte19. Esto es lo que ha sido crucificado, sepultado y lo que resucitó. Aún no ves, en cambio, lo otro: Existiendo en la forma de Dios, no consideró una rapiña ser igual a Dios20. Aún no adviertes que he ascendido. No pierdas el cielo tocando la tierra; no renuncies a creer en él como Dios, quedándote sólo en el hombre. No me toques, pues aún no he subido al cielo.

4. Dé un paso adelante el arriano; délo antes el fotiniano. Al discípulo de Fotino le decimos: «No lo toques». ¿Qué quiere decir ese No me toques? No creas lo que crees; Cristo aún no ha subido al Padre para ti. Adelante ahora el arriano. «Yo -dice- creo que Cristo es Dios, pero un dios menor». Tampoco para ti ha subido aún al Padre. Cuando haya subido al Padre, estírate para tocarlo; estírate y tócalo como Dios. «También yo -dice- confieso que es Dios, pero de otra naturaleza y de otra sustancia; un dios creado, no aquel por medio del cual fue creado todo21; hecho, no la Palabra que existe al principio sin tiempo»22. Todavía te quedas muy abajo; para ti aún no ha subido al Padre. ¿Quieres que suba para ti al Padre? Cree que, existiendo en la forma de Dios, no juzgó una rapiña ser igual a Dios23. No era una rapiña, porque era su naturaleza. Cuando hay usurpación hay rapiña; cuando se trata de algo natural, salta a la vista. En la forma de Dios no consideró una rapiña ser igual a Dios. En cuanto tal nació, y nació desde siempre, y, aunque nació, carece de comienzo. ¿Qué dices tú, arriano? «Hubo un tiempo en que no existía el Hijo». ¿Ves cómo aún no ha subido para ti al Padre? No lo toques, no creas eso de él. No hay espacio de tiempo entre el Padre y el Hijo. El Padre lo engendró, el Hijo nació; fuera del tiempo lo engendró y fuera del tiempo nació aquel por quien fueron hechas todas las cosas. Tócalo de esta manera, y habrá subido para ti al Padre. Es la Palabra, pero coeterna con Dios; es la Sabiduría de Dios, sin la cual nunca existió el Padre. Tu pensamiento carnal te responderá; departirá contigo y te dirá en la oscuridad: «¿Cómo nació?» Son las tinieblas quienes hablan contigo. «Quiero que se me explique -gritas-; quiero que se me explique». -«¿Qué quieres que se te explique?»-«¿Nació o no nació? Si no hubiese nacido, no sería hijo. Si, pues, nació, hubo un tiempo en que no existía». -«¡Falso!; hablas como tierra y desde la tierra». -«Explícame, pues,-dice- cómo nació, si existió desde siempre». -«No te lo explico, no te lo explico; no puedo. No te lo explico, pero en mi defensa te aduzco al profeta: Su nacimiento, ¿quién lo narrará?»24