SERMÓN 239

Traductor: Pío de Luis, OSA

Aparición a las mujeres y a los apóstoles1

1. 1. En el día de hoy hemos escuchado el tercer relato evangélico de la resurrección de nuestro Señor. Recordáis que os he dicho que es una costumbre leer la resurrección del Señor según todos los evangelistas. Hoy hemos escuchado el relato de Marcos que acaba de leérsenos. Marcos mereció esa benevolencia a pesar de no pertenecer al número de los Doce, exactamente igual que Lucas. En efecto, los evangelistas son cuatro: Mateo, Juan, Marcos y Lucas; dos de ellos, es decir, Mateo y Juan, se contaban entre los Doce. Pero el hecho de haberles precedido produjo su fruto, pues tuvieron compañeros que los siguieron. Marcos y Lucas, sin serlo del todo, eran casi iguales a los apóstoles. Y si el Espíritu Santo quiso elegir a dos ajenos al grupo de los Doce para que escribieran el evangelio, fue a fin de que nadie pensase que la gracia de evangelizar llegaba sólo hasta los apóstoles y que en ellos se había agotado la fuente de la gracia. Refiriéndose a su espíritu y a su palabra, dice el Señor que, si alguno los recibe y conserva santamente, brotará en él una fuente de agua que salte hasta la vida eterna2; en efecto, a la fuente la caracteriza el manar, no el remansar las aguas: mediante los apóstoles llegó la gracia a otros, que, a su vez, fueron enviados a evangelizar. Quien llamó a los primeros, llamó también a los segundos, y sigue llamando, hasta el final de los tiempos, al cuerpo de su unigénito, es decir, a la Iglesia extendida por todo el orbe.

2. 2. ¿Qué decía Marcos, según hemos escuchado? Que el Señor se apareció a dos que iban de viaje, como narraba también Lucas, cuyo evangelio leímos ayer: Se hizo presente bajo otra apariencia a dos que iban de viaje3. Lucas dijo esto mismo con otras palabras, pero sin apartarse del mismo contenido. ¿Qué dijo, pues, Lucas? Sus ojos estaban incapacitados para reconocerle4. ¿Y Marcos? Se les hizo presente bajo otra apariencia. Las palabras del primero: Sus ojos estaban incapacitados para reconocerlo equivalen a las del segundo: bajo otra apariencia. Lo vieron bajo otra apariencia porque sus ojos estaban impedidos, no abiertos. ¿Qué decir, pues? Según Lucas, como creo que recordáis de la lectura aún muy reciente de ayer, se les abrieron los ojos cuando él les partió el pan bendecido. ¿Qué hemos de pensar? Si se les abrieron los ojos entonces, ¿le acompañaban en el camino con ellos cerrados? ¿Cómo podían saber dónde ponían los pies, si llevaban los ojos cerrados? Se les abrieron los ojos para poder reconocerlo, no para poder ver. Así, pues, antes de la fracción del pan, nuestro Señor Jesucristo habla con los hombres sin que lo reconozcan, pero en ella lo reconocen, porque se le percibe allí donde se percibe la vida eterna5. Reciben como huésped al que prepara la casa en el cielo. Dice él, según el evangelista Juan: En la casa de mi Padre hay muchas moradas; de lo contrario os diría que voy a prepararos el lugar. Mas cuando haya ido y os lo haya preparado, al volver de nuevo, os llevaré conmigo6. El Señor del cielo quiso ser huésped en la tierra; quiso ser peregrino en el mundo quien hizo el mundo. Se dignó ser huésped para que tú recibieras la bendición al recibirlo, no porque él sintiera necesidad cuando entraba como huésped.

3. 3. En tiempo de hambruna el Señor alimentó mediante un cuervo al santo Elías. A quien perseguían los hombres le servían las aves. El cuervo llevaba al siervo de Dios pan por la mañana y carne por la tarde. No sufría necesidad aquel a quien Dios alimentaba mediante las aves; y, sin embargo, aunque Elías nada necesitaba, es enviado a la viuda de Sarepta con estas palabras: Vete a casa de aquella viuda, que te alimentará7. ¿Había quedado Dios sin medios cuando lo envió a aquella viuda? Pero si Dios hubiese continuado otorgando el pan a su siervo sin servirse de hombre alguno, ¿cómo hubiese podido obtener ella la recompensa? Una persona que nada necesita es enviada a otra necesitada; quien no padece hambre, a la hambrienta, a la que le dice: Vete y ofréceme algo de comer8. Ella poseía muy poca cosa, comido lo cual moriría. Le respondió indicando y haciendo saber al profeta de qué disponía; pero éste le insistió: Vete y ofrécemelo9. Ella se lo llevó sin dudar. Le ofreció el alimento, y mereció la bendición. El santo Elías bendijo la tinaja de la harina y la alcuza del aceite. La harina era lo único que quedaba en casa para comer y el aceite pendía del gancho, a punto de acabarse. Recibieron la bendición y aquellas vasijas se convirtieron en tesoros. El frasquito de aceite se trocó en una fuente y la poca harina superó a las más espléndidas cosechas10.

4. 4. Si Elías nada necesitaba, ¿de qué tenía necesidad Cristo? Por tanto, hermanos míos, la Sagrada Escritura nos avisa que, con frecuencia, Dios reduce a la indigencia a sus siervos, a los que podía alimentar él mismo, para encontrar quienes se entreguen a esa tarea. Nadie se ensoberbezca por dar algo a un pobre: Cristo fue pobre; nadie se vanagloríe porque ofrece hospitalidad: Cristo fue huésped. Mejor era el huésped que el hospedero; más rico el que recibía que el que daba. El que recibía lo poseía todo; el que daba había recibido lo que daba de aquel a quien se lo daba. En consecuencia, hermanos míos, que nadie se ensoberbezca cuando da algo a un pobre; nadie diga en su interior: «Yo doy, él recibe; yo lo acojo, él necesita techo». Quizá es más lo que tú necesitas; quizá es un santo tu huésped: él tiene necesidad de pan, tú de verdad; él necesita techo, tú cielo; él dinero, tú justicia.

5. Sé usurero: da para recuperarlo de nuevo. No temas que Dios te condene por serlo. Al contrario, sé usurero, sélo plenamente. Pero Dios te dice: -¿Qué es lo que quieres? ¿Quieres prestar con usura, es decir, dar menos y recibir más? Dámelo a mí, te dice Dios; yo recibo menos y doy más. -¿Cuánto? -El céntuplo y la vida eterna11. Aquel que buscas para prestarle, y así acrecentar tu riqueza, ese hombre que buscas, cuando recibe tu dinero, se alegra; pero, cuando tiene que devolverlo, llora. Para recibir, te suplica; para no devolvértelo te calumnia. -Da, pues, también al hombre y no vuelvas la espalda a quien te pide un préstamo12. Pero no recibas más que lo prestado. Que no tenga que llorar quien lo recibió, pues en este caso has perdido la ganancia. Y, si se le exige la misma cantidad que se le dio o que él recibió, puede darse el caso que no la tenga aún a disposición; si fuiste tolerante con él cuando te pedía, ten paciencia cuando no tenga; cuando disponga de ella, ya te la devolverá. No pongas en aprieto al mismo a quien antes sacaste de apuros. Tú le prestaste antes y se lo exiges ahora; pero no tiene para devolvértelo; cuando lo tenga, ya lo hará. No grites ni digas: «¿Pido acaso intereses? No pido más que lo prestado; lo que presté, eso mismo he de recibir». Haces bien, pero aún no lo tiene. Personalmente no eres un usurero, pero quieres que el que recibió de ti el préstamo vaya a quien lo es para devolvértelo. Por tanto, si no le exiges intereses, para que no vea en ti un usurero, ¿por qué quieres que sufra, por causa tuya, a otro usurero? Tú le atosigas, lo ahogas, aunque no le exijas más que lo prestado; si ahora lo ahogas y lo pones en aprieto, ningún favor le has hecho; al contrario, le has dejado en apuros mayores. Quizá digas: «Puede devolver: tiene casa, que la venda; tiene posesiones, que las venda». Cuando vino a pedirte a ti, para eso vino: para no tener que vender todo eso; que no lo tenga que hacer por causa tuya aquel a quien socorriste para que no tuviera que hacerlo. Éste es el modo de comportarse frente a los hombres; esto es lo que manda y quiere Dios.

5. 6. ¿Eres avaro? Dios te dice: «Sé avaro; sélo cuanto puedas, pero ponte de acuerdo conmigo en bien de tu avaricia». Dios te dice: «Ponte de acuerdo conmigo, yo que por ti hice pobre a mi hijo rico». En efecto, Cristo, siendo rico, se hizo pobre por nosotros13. ¿Buscas oro? Él lo hizo. ¿Buscas plata? Él la hizo. ¿Buscas familia? Él la hizo. ¿Buscas ganado? Él lo hizo. ¿Buscas posesiones? Él las hizo. ¿Por qué buscas sólo lo que él hizo? Recíbele a él mismo, que lo hizo. Considera cómo te amó. Todas las cosas han sido hechas por él, y sin él nada fue hecho14. Todo fue hecho por él, y en ese «todo» se incluye él mismo. Quien hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo entre ellas. El que hizo al hombre, se hizo hombre; se hizo lo que había hecho para que no pereciese lo hecho. El que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo entre ellas. Considera sus riquezas: ¿quién es más rico que aquel por quien fueron hechas todas las cosas? Y, con todo, a pesar de ser rico, tomó carne humana en el seno de una virgen. Nació como un niño, fue envuelto en pañales de niño y colocado en un pesebre; con paciencia esperó el paso de las edades, con paciencia sufrió el transcurrir del tiempo aquel por quien fueron hechos los tiempos. Tomó el pecho, lloró, se manifestó como niño sin habla. Pero, aunque yacía, reinaba; estaba en el pesebre y contenía al mundo; a la vez que lo nutría su madre y lo adoraban los gentiles, lo amamantaba su madre y lo anunciaban los ángeles; lo alimentaba su madre y el resplandor de la estrella lo pregonaba. Tales eran sus riquezas y tal su pobreza: riquezas para crearte, pobreza para restablecerte. Si él recibió hospitalidad como si fuera un pobre, se debió a benevolencia por su parte, no a que sintiera necesidad.

6. 7. Quizá digas para ti: «¡Dichosos los que merecieron recibir a Cristo como huésped! ¡Si yo hubiera estado allí! ¡Si hubiera sido, al menos, uno de aquellos dos a los que encontró en el camino!» Tú sigue en el camino y no te faltará Cristo como huésped. ¿Piensas que ya no te será posible acoger a Cristo? «¿Cómo -preguntas- voy a tener esa posibilidad? Después de resucitar se apareció a los discípulos y subió al cielo, donde está sentado a la derecha del Padre, y ya no volverá más que al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos; pero ha de venir revestido de gloria, no en debilidad; vendrá a otorgar el reino, no a solicitar hospitalidad». ¿Te olvidas de que, cuando venga a entregar el reino, ha de decir: Cuando lo hicisteis con uno de mis pequeños, conmigo lo hicisteis?15 Aunque rico, él sigue estando necesitado hasta el fin del mundo. Tiene necesidad, sí, pero no en la cabeza, sino en sus miembros. ¿Dónde está necesitado? En aquellos miembros por los que sintió dolor cuando dijo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?16 Seamos, pues, obsequiosos con Cristo. Él está entre nosotros en sus miembros; está entre nosotros en nosotros mismos. No dijo en vano: Ved que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo17. Obrando así, reconocemos a Cristo en las buenas obras; pero no con el cuerpo, sino con el corazón; no con los ojos de la carne, sino con los de la fe. Porque has visto has creído18, dijo a cierto discípulo suyo que, incrédulo, había afirmado: No creeré si no lo toco19. Y el Señor, a su vez: ven, tócame, y no seas incrédulo20. Él lo tocó y exclamó: ¡Señor mío y Dios mío!21 De nuevo el Señor: «Porque me has visto has creído22; a eso se reduce toda tu fe: a creer lo que estás viendo; mi alabanza va para aquellos que no ven y creen, puesto que, cuando llegue el momento de ver, se regocijarán».