SERMÓN 237

Traductor: Pío de Luis, OSA

Aparición a los apóstoles1

1. Hoy se ha terminado de leer lo que quedaba de la resurrección del Señor según el evangelio de Lucas; hemos escuchado cómo el Señor se apareció en medio de sus discípulos, que discutían sobre su resurrección, sin creer en ella2. Les resultó tan inesperado e increíble que ni viéndole le veían. Veían, en efecto, vivo el cuerpo que habían llorado muerto; veían de pie en su presencia aquel por quien habían sentido dolor cuando pendía de la cruz; lo veían, pues, y como no creían lo que sus ojos estaban viendo en verdad, pensaban estar engañados. Como habéis oído, pensaban estar viendo un espíritu3. Lo que después creyeron respecto a Cristo unos pésimos herejes es lo mismo que creyeron antes los apóstoles dubitativos. No faltan en estos tiempos personas que creen que Cristo no tuvo carne, puesto que rechazan el parto virginal y que se niegan a aceptar que haya nacido de mujer. Eliminan completamente de su fe, o, mejor, de su incredulidad, que la Palabra se hizo carne4. Intentan vaciar de contenido y no creen el plan divino para nuestra salvación: que se haya hecho hombre para encontrar al hombre quien siendo Dios había hecho el hombre; que Cristo haya derramado sangre verdadera, no falsa, para el perdón de nuestros pecados y que con su sangre verdadera haya destruido el acta de esos mismos pecados5 no lo creen, igual que los maniqueos. Piensan que lo que se apareció a los ojos de los hombres, el Señor, fue un espíritu, no carne.

2. Ved lo que dice el evangelio. El Señor estaba en pie, en medio de los discípulos, que aún no creían que hubiese resucitado. Lo estaban viendo, y creían estar viendo un espíritu. Si nada malo es creer que Cristo era un espíritu y no carne, si no es nada malo, que el Señor deje ir a discípulos con esta opinión. Estad atentos para comprender lo que quiero decir; que el Señor me conceda decíroslo como a vosotros os conviene escucharlo.

Mirad que vuelvo a lo mismo: A veces, esa misma gente detestable que desprecia la carne y vive carnalmente, a veces habla de esta manera, y así lleva a engaño: «¿Quiénes creen algo más digno acerca de Cristo: los que dicen que tuvo carne, o nosotros, que decimos que era Dios, un espíritu, y a los ojos de los hombres se aparecía no un cuerpo, sino Dios? ¿Qué es mejor, la carne o el espíritu?» ¿Qué hemos de responder sino que el espíritu es superior a la carne? «Si, pues, confiesas -dice él- que el espíritu es superior a la carne, lógicamente es superior lo que pienso de Cristo yo que digo que fue espíritu, no carne». ¡Oh error desdichado! ¿Por qué digo yo que Cristo fue carne? Tú dices que fue espíritu; yo que fue espíritu y carne. Nada mejor dices tú; lo que dices es menos. Escucha, pues, todo lo que digo yo, es decir, lo que confiesa la fe católica, lo que afirma la verdad bien fundamentada y clara en extremo. Tú dices que Cristo fue solamente espíritu, cosa que también lo es nuestra alma; afirmas que Cristo fue sólo eso. Escucha lo que dices. Voy a exponer tu pensamiento: «Él era un espíritu de la misma naturaleza y sustancia que el nuestro». Mira cuán corto te quedas: en él estaba la Palabra, en él había carne. Tú dices: «Un espíritu humano sólo». Yo digo: «Palabra, espíritu, cuerpo: Dios y hombre». Si quiero reducirlo a dos palabras, si quiero mencionar dos realidades, me sirvo de esta síntesis: Dios y hombre. Verdadero Dios y verdadero hombre. Nada tiene de falso en su humanidad y nada de falso en su divinidad: Dios y hombre.

Pero, si me preguntas acerca del hombre, te menciono de nuevo dos realidades: el alma humana y la carne humana. Tú eres hombre por tener alma y carne; él es Cristo por ser Dios y hombre. Eso es lo que yo digo.

3. Tú piensas afirmar algo superior cuando sostienes: «Era espíritu, se manifestaba como espíritu, lo veían como espíritu y como espíritu hablaba con los hombres». Así dices tú. Pero yo he dicho: «Así pensaban también los discípulos. Si nada de malo hay en lo que dices, si es verdad lo que afirmas, verdad era también lo que pensaban los discípulos. Si el Señor les dejó que pensasen eso libremente, hemos de dejarte también a ti. Lo que tú piensas, eso mismo pensaban ellos. ¿Es verdad lo que tú crees? Verdad era también lo que ellos pensaban. Pero no era así. Les dijo el Señor: ¿Por qué estáis turbados? Esta turbación creyó lo mismo que crees tú; ¿qué? Creían estar viendo un espíritu. Y el Señor dice al respecto: ¿Por qué estáis turbados y suben a vuestro corazón estos pensamientos?6 Son pensamientos terrenos; si fuesen del cielo, descenderían, no ascenderían a vuestro corazón. ¿Por qué, pues, se nos dice a nosotros: Levantemos el corazón, sino para que los pensamientos terrenos y nuestro corazón no se hallen al mismo nivel, puesto que lo hemos puesto en lo alto? Por tanto: ¿Por qué estáis turbados y suben a vuestro corazón esos pensamientos? Ved mis manos y mis pies; palpad y ved7. Si el ver es poco para vosotros, introducid la mano; si es poco el ver y no os basta tocar, palpad. No dijo sólo: Tocadme, sino también: palpadme y manoseadme. Que vuestras manos aporten la prueba de si vuestros ojos mienten. Palpad y ved: haced de las manos vuestros ojos. ¿Por qué Palpad y ved? ¿Por qué? Porque un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo8. Estabas en el error con los discípulos; corrígete como ellos. Es cosa humana, estoy de acuerdo. Pensaste que Cristo era un espíritu; también lo pensó Pedro y los restantes apóstoles: pensaron que estaban viendo un espíritu9; pero no se quedaron en el error. Para que sepas que era falso lo que albergaban sus corazones, el médico no los dejó ir en esas condiciones. Se les acercó, les aplicó la medicación; veía las heridas de sus corazones y llevaba en su cuerpo las cicatrices con que curarlas.

4. Sea así nuestra fe: Sé que así lo creéis. Mas, por si acaso hay en este campo alguna hierba mala, me dirijo incluso a aquellos cuyo interior no veo. Que nadie crea, respecto a Cristo, algo diferente de lo que Cristo mismo quiso que creyéramos. ¡Cuánto nos conviene creer lo que quiso que creyéramos acerca de él quien nos redimió, quien buscó nuestra salvación, quien derramó por nosotros su sangre, quien cargó con lo que no le correspondía! Creámoslo.

Cristo, ¿qué es? El Hijo de Dios, la Palabra de Dios. ¿Qué cosa es la Palabra de Dios? Algo que no puede pronunciar la palabra humana: eso es la Palabra de Dios. ¿Me preguntas a mí qué es la Palabra de Dios? Si quisiera explicarte qué es la palabra humana, no logro explicarla, me fatigo, vacilo, desfallezco; si no soy capaz de explicar el potencial de la palabra humana, ¡cuánto menos el de la Palabra de Dios! Fijaos: antes de comunicaros lo que quiero deciros, ya está la palabra en mi corazón; aún no la he pronunciado, y ya está en mí; la pronuncio, llega a ti, pero sin separarse de mí. Os mantenéis atentos para escuchar la palabra de mi boca; cuando hablo, nutro vuestras mentes. Si el alimento ofrecido por mí fuese alimento para el estómago, tendríais que dividirlo entre todos y no llegaría íntegro a ninguno; al contrario, cuantos más fuerais, tanto mayor tendría que ser el número de raciones en que se dividiese lo ofrecido, y cuanto mayor fuera el número de quienes lo recibieran, tanto menor lo que cada uno recibiría. Acabo ahora de ofrecer alimento a vuestras mentes; os digo: «Recibidlo, tomadlo, comedlo». Lo habéis recibido y lo habéis comido, pero sin dividirlo. Lo que hablo está íntegro para todos en conjunto y para cada uno en particular. Ved cómo no puede explicarse satisfactoriamente el potencial de la palabra humana; no obstante, vosotros me decís: «¿Qué es la Palabra de Dios?» La Palabra de Dios nutre a muchos millares de ángeles. Es su mente la que nutre, su mente la que llena. La Palabra llena a los ángeles, llena el mundo, llena el seno de una virgen; ni este último espacio le resulta estrecho ni aquél excesivo. ¿Qué es la Palabra de Dios? Dígalo él mismo; dígalo el mismo Hijo unigénito, el mismo Hijo único, que es la Palabra de Dios. Aunque en breves palabras, es cosa sublime lo que dice de sí: Yo y el Padre somos una sola cosa10. No quiero que cuentes las palabras dichas sobre esta única Palabra. Lo que pueden aportar todas las palabras humanas no basta en verdad como explicación para dar razón de esta única Palabra. Esta Palabra, pues, que no puede ser explicada, se hizo carne y habitó entre nosotros11; tomó el hombre entero, en su plenitud por así decir: el alma y el cuerpo humanos.

Y si todavía quieres escuchar algo más exacto, puesto que también las bestias tienen alma y carne, cuando hablo del alma humana y de la carne humana, me refiero a que tomó el alma humana en su totalidad. Hubo quienes a partir de aquí dieron origen a una herejía según la cual el alma de Cristo no tuvo mente, no tuvo inteligencia, no tuvo razón, pues la Palabra de Dios hacía las veces de mente, inteligencia y razón. No lo creas. Quien creó todo lo redimió todo; la Palabra ha tomado todo, ha liberado todo. En ella hay mente e inteligencia humana, alma que da vida a la carne, carne verdadera e íntegra; lo único que no hay es el pecado.