SERMÓN 236 A (= Caillau II 60)

Traductor: Pío de Luis, OSA

Los discípulos de Emaús1

1. Sabe vuestra caridad, hermanos, que durante estos días de la Pascua santa se lee de forma solemne el relato de la resurrección del Señor según todos los evangelistas. En efecto, en la composición de sus relatos hay cosas que son comunes a todos, otras que algunos las pasan por alto, sin que por esto ninguno se aparte de la concordia de la verdad. Todos han dejado escrito que el Señor fue crucificado, sepultado y que resucitó al tercer día; pero, por lo que se refiere a sus apariciones a los discípulos, puesto que tuvieron lugar de muy distintas maneras, algunos dijeron ciertas cosas que otros callaron; pero todos escribieron la verdad.

2. Si os acordáis, en la anterior vigilia nocturna se leyó la aparición del Señor a las mujeres una vez resucitado; él se adelantó a saludarlas, diciéndoles: Dios os guarde. Ellas se le acercaron, se asieron a sus pies y le suplicaban2. Hoy, a su vez, se leyó la aparición a dos discípulos que iban de camino: Caminaban en su compañía y no lo reconocían, pues sus ojos estaban incapacitados para reconocerlo3. El reconocimiento estaba reservado para el momento de la fracción del pan. Fue, pues, con ellos; aceptó ser su huésped, bendijo el pan, lo partió, y entonces lo reconocieron4. Así reconocéis a Cristo los que creéis en él. Reflexione ahora vuestra caridad sobre cómo eran los discípulos antes de la resurrección del Señor. ¡Que ellos me perdonen! No creían todavía; luego se engrandecieron, pero antes eran incluso inferiores a nosotros. En efecto, nosotros creemos que Cristo resucitó, cosa que ellos aún no creían. Pero luego vieron, tocaron, entraron en contacto con los ojos y manos, y gracias a eso creyeron. Y las Sagradas Escrituras afianzaron sus corazones. Quienes bebieron eructaron y nos llenaron a nosotros.

3. Estaban comentando entre sí estas cosas, lamentando la muerte de Cristo, cual si fuese la de un hombre cualquiera. Entonces se les apareció Jesús y se les agregó como un viajero más, el tercero, y les preguntó cuál era el tema de su conversación. Ellos le respondieron: ¿Sólo tú eres forastero en Jerusalén, que desconoces lo que allí ha acontecido en estos días: cómo los jefes de los sacerdotes entregaron a la muerte a Jesús, que era un gran profeta?5 ¡Oh discípulos!, ¿dónde queda el Señor, reducido ya a profeta? ¿No era él el que daba cumplimiento a todos los profetas? Ved, hermanos, cómo los discípulos creyeron, pero, desesperados por la muerte del Señor, volvieron a pensar sobre su persona lo mismo que pensaban los extraños. Recordáis, amadísimos, que en cierta ocasión preguntó el Señor a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que soy yo, el Hijo del hombre?6 Ellos le respondieron, presentándole no su propia fe, sino lo que decía y pensaba la gente de fuera, con estas palabras: Unos dicen que eres Juan Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas7. A esto volvieron los discípulos, habiendo perdido su fe: comenzaron a hacer propia la opinión de los otros. Quien fue -dijeron- un profeta. Esto es lo que decían los extraños acerca de Cristo; los discípulos, en cambio, ¿qué dijeron? Habiéndoles preguntado Cristo: ¿Quién decís vosotros que soy yo? Respondió Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo8. Y el Señor continuó: Dichoso eres, Simón, hijo de Juan, porque no te lo reveló ni la carne ni la sangre, como a quienes dicen que soy un profeta, sino mi Padre que está en los cielos, y yo voy a decirte: Tú eres Pedro9. Tú me dijiste, voy a decirte yo ahora; hiciste pública la confesión, escucha la bendición. El Señor había manifestado lo inferior en él y Pedro le proclamó lo superior. Lo inferior en el Señor Jesucristo era su condición de hijo de hombre; lo superior, su condición de Hijo de Dios. El que se humilló indicó lo inferior, aquel a quien él exaltó proclamó lo superior. Sobre esta piedra -le dijo el Señor- edificaré mi Iglesia10: sobre esta confesión, sobre lo que acabas de decir: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo, edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no la vencerán11. Las puertas del infierno los habían vencido, se habían apartado de la confesión de Pedro; habían caído en el combate. ¡Socorre, Señor, a tus discípulos! Parte el pan para que puedas ser reconocido; si no los recoges tú, perecieron. ¿Cómo fuiste en su busca? Ved que los discípulos dicen que eres un profeta12.

4. Entonces les abrió las Escrituras. El no comprenderlas les había llevado a decir, llenos de desesperación: Nosotros esperábamos que él iba a redimir a Israel13. ¡Lo esperabais, oh discípulos; ya no lo esperáis! Ven tú, ladrón, amonesta a los discípulos. ¿Por qué perdéis la esperanza tras haberle visto crucificado, haberle contemplado colgado, haberle considerado débil? Así lo reconoció el ladrón, pendiente de la cruz también, creyendo al instante en aquel compañero de suplicio; vosotros, en cambio, habéis olvidado al autor de la vida. Llámalos, ¡oh ladrón!, desde la cruz; tú, criminal, convence a los santos. ¿Por qué ellos? Nosotros esperábamos que iba a redimir a Israel. ¿Por qué el ladrón? Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino14. Esperabais, pues, que él iba a redimir a Israel. ¡Oh discípulos! Si él va a redimir a Israel, vosotros habéis caído; pero él levanta, no abandona. Quien se convirtió en vuestro compañero de camino, se hizo para vosotros camino. Pero entonces no estaba allí el Pedro que había dicho: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo15. No se encontraba con ellos. Él, juzgando, antes de morir el Señor, que, estuviese donde estuviese, Cristo estaba con ellos, lo negó entonces; pero ante su mirada, se echó a llorar. Ahora, en cambio, clavado en la cruz y muerto... Tal vez pensaba lo que los judíos le decían como insulto, esto es, Si es Hijo de Dios, baje de la cruz y creemos en él16. Momento quizá en que también los discípulos lo exhortaban, aunque no en plan de insulto, a que bajase de la cruz. Como no descendió, sino que entregó su Espíritu, se le vio muerto en el madero igual que mueren los demás hombres, fue envuelto en un lienzo y sepultado. Cuando los discípulos perdieron la esperanza, entre ellos se contaba también Pedro. Ya después de la resurrección, escribe el evangelista Marcos: Se apareció a las mujeres y les dijo: Id y anunciad a mis discípulos y a Pedro que he resucitado de entre los muertos17. El Señor se había manifestado ya con anterioridad a las mujeres que creyeron; ellas dieron la vuelta y anunciaron a los discípulos la visión de ángeles que habían tenido, quienes les dijeron: ¿Por qué buscáis al vivo entre los muertos? No está aquí; ha resucitado18 y cómo no habían encontrado su cuerpo en el sepulcro. Estas cosas las proclamaban unas mujeres a quienes los varones no daban fe; lo anunciaban a los apóstoles, anunciaban a los mismos anunciadores quién era él. En efecto, después de haber expulsado de los cuerpos de los posesos los espíritus errantes, los mismos espíritus, atormentados y afligidos por la tortura, le decían: ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús, Hijo del Dios vivo? ¿Por qué has venido a atormentarnos antes de tiempo?19