SERMÓN 236

Traductor: Pío de Luis, OSA

Los discípulos de Emaús1

1. Como dice el Apóstol, nuestro Señor Jesucristo murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación2. Su muerte es nuestra siembra, y su resurrección nuestro germinar. Su muerte, efectivamente, significa la muerte de nuestra vida (de pecado). Escucha al Apóstol que dice al respecto: Hemos sido sepultados con Cristo por el bautismo para la muerte, para que como Cristo resucitó de entre los muertos, así también nosotros caminemos en la novedad de vida3. Él no tuvo nada que reparar en la cruz, puesto que subió a ella sin pecado alguno. Reparémonos nosotros en su cruz, clavando en ella el mal que hemos contraído, para poder ser justificados por su resurrección. Debéis distinguir las dos cosas: Fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. No dijo: «Fue entregado para nuestra justificación y resucitó por nuestros delitos». Su entrega suena a pecado, y su resurrección a justicia. Muera, pues, el pecado y resucite la justicia.

2. Esta esperanza, este don, esta promesa, esta gracia tan grande, la vieron desaparecer de su alma los discípulos cuando murió Cristo. Con su muerte se les vino abajo toda esperanza. Se les anunciaba que había resucitado, y les parecían un delirio las palabras de quienes lo anunciaban. ¡La verdad se había convertido en algo semejante a un delirio! Si alguna vez, en nuestro tiempo, se anuncia la resurrección y a alguno le parece que es puro delirio, ¿no dicen todos que bastante desgracia tiene? ¿No lo detestan todos, lo aborrecen, se apartan de él y no quieren escucharlo? He aquí lo que eran los discípulos tras la muerte de Cristo; lo que nosotros detestamos, eso eran ellos. Los carneros poseían el mal que aborrecen los corderos. Más aún, sus palabras indican dónde tenían el corazón estos dos discípulos a quienes se apareció el Señor, que tenían los ojos incapacitados para reconocerle. Dónde tenían el corazón lo indican sus palabras; lo que pasa en el alma de otro, a nosotros nos lo indican sus palabras, mas para Jesús hasta el corazón estaba abierto. Conversaban acerca de su muerte. Se les agregó como un tercer viajero, y el camino comenzó a hablar con ellos durante el camino, tomando parte en la conversación. Sabiéndolo todo, les pregunta de qué estaban hablando para conducirlos, fingiendo no saber, a la confesión. Y ellos le dicen: ¿Sólo tú eres forastero en Jerusalén, y no sabes lo que ha sucedido en la ciudad en estos días con Jesús de Nazaret, que era un gran profeta?4 Ya no le llaman Señor, sino sólo profeta. Una vez que había muerto, eso pensaban que había sido. Aún lo honraban como si hubiera sido un profeta; aún no reconocían al Señor no sólo de los profetas, sino también de los ángeles. Cómo -le dicen- nuestros ancianos y los jefes de los sacerdotes lo entregaron para condenarlo a muerte. He aquí que ya han pasado tres días desde que estas cosas sucedieron. Nosotros esperábamos que él iba a redimir a Israel5. ¿A esto conduce toda la fatiga? Esperabais; ¿habéis perdido ya la esperanza? Veis que la habían perdido. Comenzó, pues, él a exponerles las Escrituras para que le reconociesen como el Cristo precisamente allí donde lo habían abandonado. Porque lo vieron muerto, perdieron la esperanza en él. Les abrió las Escrituras para que advirtiesen que, si no hubiese muerto, no hubiera podido ser el Cristo. Con textos de Moisés, del resto de las Escrituras, de los profetas, les mostró lo que les había dicho: Convenía que Cristo muriera y entrase en su gloria6. Lo escuchaban, se llenaban de gozo, suspiraban; y, según confesión propia, estaban enardecidos, pero no reconocían la luz que estaba presente.

3. ¡Qué misterio, hermanos míos! Entra en casa de ellos, se convierte en su huésped, y el que no había sido reconocido en todo el camino, lo es en la fracción del pan7. Aprended a acoger a los huéspedes, pues en ellos se reconoce a Cristo. ¿O ignoráis que, si acogéis a un cristiano, lo acogéis a él? ¿No dice él mismo: Fui huésped, y me acogisteis?8 Y cuando se le pregunte: Señor, ¿cuándo te vimos como un huésped?9, responderá: Cuando lo hicisteis con uno de mis pequeños, conmigo lo hicisteis10. Así, pues, cuando un cristiano acoge a otro cristiano, sirven los miembros a los restantes miembros, y se alegra la cabeza, y considera como dado a sí mismo lo que se otorgó a uno de sus miembros. Demos de comer en esta tierra a Cristo hambriento, démosle de beber cuando tenga sed, vistámosle si está desnudo, acojámosle si es peregrino, visitémosle si está enfermo. Son necesidades del viaje. Así hemos de vivir en esta peregrinación, donde Cristo está necesitado. Personalmente está lleno, pero tiene necesidad en los suyos. Quien está lleno personalmente, pero necesitado en los suyos, lleva a sí a los necesitados. Allí no habrá hambre, ni sed, ni desnudez, ni enfermedad, ni peregrinación, ni fatiga, ni dolor. No sé lo que habrá allí, pero sé que estas cosas no existirán. Estas cosas que no existirán allí las conozco; pero lo que vamos a encontrar ni el ojo lo vio, ni el oído lo oyó, ni subió a corazón de hombre11. Podemos amarlo, podemos desearlo; en esta peregrinación podemos suspirar por tan gran bien; no podemos pensarlo ni explicarlo de manera digna con palabras. Yo, al menos, no puedo. Por tanto, hermanos míos, buscad a alguien que pueda, si es que podéis encontrarlo, y llevadme a mí como discípulo a vuestro lado. Sólo sé que, como dice el Apóstol, quien es poderoso para hacer en nosotros más de lo que pedimos o pensamos12, nos llevará al lugar donde se haga realidad lo que está escrito: Dichosos los que habitan en tu casa; te alabarán por los siglos de los siglos13. Nuestra única ocupación será alabar a Dios. ¿Qué vamos a alabar si no vamos a amarlo? También amaremos lo que veremos. Veremos, pues, la verdad, y la verdad misma será Dios, a quien alabaremos. Allí encontraremos lo que hoy hemos cantado: Amén: Es verdad; Aleluya: Alabad al Señor.