SERMÓN 231

Traductor: Pío de Luis, OSA

La aparición a las mujeres y a los apóstoles1

1. Es ya costumbre que en todos estos días se lea la resurrección de nuestro Señor Jesucristo según todos los santos evangelios. En la lectura de hoy hemos advertido cómo Cristo el Señor en persona reprochó a sus discípulos, miembros suyos destacados pues estuvieron a su lado, el que no creyesen que estaba vivo el que lloraban muerto2. Los padres de la fe aún no tenían la fe; los maestros por los que todo el orbe de la tierra iba a creer lo que ellos habían de anunciar y por lo que habían de morir, no creían todavía. No creían que había resucitado el que habían visto que resucitaba a los muertos. Merecido tenían el reproche. Quedaban al descubierto para que conocieran lo que eran por sí mismos y lo que iban a ser gracias a él. De idéntica manera, también Pedro quedó en evidencia ante sus propios ojos cuando, al acercarse la pasión del Señor, se mostró presuntuoso y, llegada ya la pasión, vacilante. Vio lo que era, se dolió de lo que era, y lloró por lo que era y se volvió a quien le había hecho3. Ved que los apóstoles aún no creían, aún no creían, según la lectura de hoy, a pesar de estar viéndole. ¡Cuán grande ha sido su benevolencia, que nos ha concedido creer lo que aún no vemos! Nosotros creemos a sus solas palabras, y ellos no creían a sus propios ojos.

2. La resurrección de nuestro Señor Jesucristo es nueva vida para los que creen en Jesús. Y éste es el misterio de su pasión y resurrección, que debéis conocer bien y vivirlo. Pues no sin motivo vino la vida a la muerte; no sin motivo, la fuente de la vida, de la que se bebe para vivir, bebe este cáliz que no le correspondía. Cristo, en efecto, no tenía motivo para morir. Si investigamos el origen de la muerte, de dónde procede, tiene al pecado por padre. Si nadie hubiese pecado nunca, nadie moriría. El primer hombre recibió la ley de Dios, esto es, una orden de Dios, con la condición de que, si la guardaba, viviría, y, si la transgredía, moriría. Creyendo que no iba a morir, se procuró la muerte, y encontró ser cierto lo que había dicho quien había dado la ley. De ahí viene la muerte, de ahí la condición mortal, de ahí la fatiga, la miseria; de ahí también la muerte segunda después de la muerte primera, es decir, la muerte eterna después de la temporal. Todo hombre nace sujeto a esta condición mortal, a estas leyes del infierno, a excepción de aquel que se hizo hombre para que no pereciese el hombre.

Él no estuvo sujeto a las leyes de la muerte, y por eso se dice en el salmo: Libre entre los muertos4 Aquel a quien concibió sin concupiscencia una virgen y una virgen dio a luz, permaneciendo virgen; quien vivió sin pecado, y no debió su muerte al pecado, participando de nuestra pena, pero no de nuestra culpa -la muerte es la pena merecida por la culpa5-, Jesucristo el Señor, vino a morir, no a pecar.

Participando de nuestra pena sin culpa, borró la culpa y la pena. ¿Qué pena borró? La que merecíamos para después de esta vida. Así, pues, fue crucificado para mostrar en la cruz la muerte de nuestro hombre viejo y resucitó para mostrar en su vida la novedad de nuestra vida. Así lo enseña la doctrina apostólica: Fue entregado -dice- por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación6. Un signo de esta realidad lo tuvieron los padres en la circuncisión: todo hijo varón era circuncidado al octavo día7. La circuncisión se practicaba con cuchillos de piedra8, puesto que la piedra era Cristo9. En esta circuncisión estaba significado el despojo de la vida carnal mediante la resurrección de Cristo al octavo día. El sábado, en efecto, es el séptimo día, el que completa la semana. El Señor yació en el sepulcro el día del sábado, es decir, el día séptimo, y resucitó al octavo. Su resurrección nos renueva. En consecuencia, en el octavo día nos circuncida. Con esta esperanza vivimos.

3. Escuchemos lo que dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo...10. ¿Cuándo vamos a resucitar, si aún no hemos muerto? ¿Qué quiso decir entonces el Apóstol con estas palabras: Si habéis resucitado con Cristo? ¿Acaso hubiese resucitado él, de no haber muerto antes? Hablaba a personas que aún vivían, que aún no habían muerto y ya habían resucitado. ¿Qué significa esto? Ved lo que dice: Si habéis resucitado con Cristo, saboread las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra, pues vosotros estáis muertos11. Es él quien lo dice, no yo, y dice la verdad, y por eso lo digo también yo. ¿Por qué lo digo también yo? He creído, y por eso he hablado12. Si vivimos bien, hemos muerto y resucitado; quien, en cambio, aún no ha muerto ni ha resucitado, vive mal todavía; y, si vive mal, no vive; muera para no morir. ¿Qué significa «muera para no morir»? Cambie para no ser condenado. Repito las palabras del Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, saboread las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra, pues estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros apareceréis con él en la gloria13. Son palabras del Apóstol. A quien aún no ha muerto, le digo que muera; a quien aún vive mal, le digo que cambie. Si vivía mal, pero ya no vive, ha muerto; si vive bien, ha resucitado.

4. Pero ¿qué significa vivir bien? Saboread las cosas de arriba, no las de la tierra14. Mientras eres tierra, a la tierra irás también15; mientras lames la tierra -en efecto, cuando amas la tierra la lames-, te haces también enemigo de aquel del que dice el salmo: Y sus enemigos lamen la tierra16. ¿Qué erais? Hijos de los hombres. ¿Qué sois ahora? Hijos de Dios. Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo tendréis el corazón pesado? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira?17 ¿Qué mentira buscáis? Ahora os lo digo. Sé que queréis ser felices. Preséntame un salteador, un criminal, un fornicario, un malhechor, un sacrílego, un hombre manchado con toda clase de vicios y cubierto con toda clase de torpezas y delitos que no quiera vivir una vida feliz. Sé que todos queréis vivir felices; pero, ¿qué es lo que hace que el hombre viva feliz? Eso es lo que no queréis buscar. Buscas el oro porque piensas que vas a ser feliz con él; pero el oro no te hace feliz. ¿Por qué buscas la mentira? ¿Por qué quieres ser ensalzado en este mundo? Porque piensas que vas a ser feliz con el honor que te tributen los hombres y con la pompa mundana, pero la pompa mundana no te hace feliz. ¿Por qué buscas la mentira? Y cualquier otra cosa que busques, si la buscas al estilo del mundo, si buscas la tierra amándola, si buscas la tierra lamiéndola, la buscas para ser feliz, pero ninguna cosa terrena te hará feliz. ¿Por qué no cesas de buscar la mentira?

¿Qué te hará feliz entonces? Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo tendréis el corazón pesado?18 ¿Pretendéis no tener el corazón pesado quienes lo cargáis de tierra? ¿Hasta cuándo tuvieron los hombres pesado el corazón? Tuvieron pesado el corazón hasta antes de la venida de Cristo, hasta antes de su resurrección. ¿Hasta cuándo tendréis pesado el corazón? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira?19 Queriendo ser felices, buscáis las cosas que os hacen desgraciados. Os engaña eso que buscáis; lo que buscáis es una mentira.

5. ¿Quieres ser feliz? Si lo deseas, te muestro lo que te puede hacer feliz. Continúa leyendo: ¿Hasta cuándo tendréis pesado el corazón? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira? Sabed. ¿Qué? Que el Señor ha engrandecido a su santo20.

Vino Cristo a nuestras miserias: sintió hambre, sufrió sed, se fatigó, durmió, hizo cosas maravillosas, sufrió males, fue flagelado, coronado de espinas, cubierto de salivazos, abofeteado, crucificado, herido por la lanza, colocado en el sepulcro; pero al tercer día resucitó, acabada la fatiga, muerta la muerte. Tened vuestros ojos fijos allí, en su resurrección, puesto que el Señor ha engrandecido a su santo, resucitándolo de entre los muertos y otorgándole el honor de sentarse en el cielo a su derecha.

Te ha mostrado lo que debes saborear si quieres ser feliz. Aquí no puedes serlo. En esta vida no puedes ser feliz. Nadie puede. Es buena cosa la que buscas, pero esta tierra no es el lugar donde se da lo que buscas. ¿Qué buscas? La vida feliz. Pero no se encuentra aquí. Si buscaras oro en un lugar donde no existe, quien está seguro de que allí no lo hay ¿no te diría: «Por qué cavas, por qué remueves la tierra? Estás cavando una fosa en la que sepultarte, no en la que encontrar algo». -¿Qué vas a responder a quien te avisa? -«Busco oro». Y él: «No te digo que lo que buscas es una nimiedad; buena cosa es la que buscas, pero no se halla donde la buscas». Así también, cuando tú dices: «Quiero ser feliz», buscas algo bueno, pero no existe aquí.

Si Cristo la poseyó en esta tierra, la tendrás también tú. ¿Qué encontró él en la región de tu muerte? Pon atención: viniendo de otra región, aquí no halló más que lo que abunda aquí: fatigas, dolores, muerte: ve lo que tienes aquí, lo que abunda aquí. Comió contigo de lo que abundaba tu mísera morada. Aquí bebió vinagre, aquí tuvo hiel. He aquí lo que encontró en tu morada. Pero te invitó a su espléndida mesa, la mesa del cielo, la mesa de los ángeles, en la que él mismo es el pan. Al descender y encontrar tales males en tu morada, no sólo no despreció tu mesa, sino que te prometió la suya. Y a nosotros, ¿qué nos dice? «Creed, creed que vendréis a los bienes de mi mesa, si yo no he despreciado los males de la vuestra». ¿Tomó tu mal y te dará su bien? Te lo dará ciertamente. Nos prometió su vida; pero más increíble es lo que ha hecho: nos envió por delante su muerte. Como diciendo: «Os invito a mi vida, donde nadie muere, donde la vida es en verdad feliz, donde el alimento no se estropea, donde repara fuerzas, pero no disminuye. Ved a dónde os invito a asistir: a la región de los ángeles, a la amistad con el Padre y el Espíritu Santo, a la cena eterna, a ser hermanos míos; para terminar, a mí mismo. Os invito a mi vida. ¿No queréis creer que os voy a dar mi vida? Recibid en prenda mi muerte».

Por tanto, ahora, mientras vivimos en esta carne corruptible, muramos con Cristo cambiando de vida y vivamos con Cristo amando la justicia. La vida feliz no hemos de recibirla más que cuando lleguemos a aquel que vino hasta nosotros y comencemos a vivir con quien murió por nosotros.