SERMÓN 229 P (= Lambot 3)

Traductor: Pío de Luis, OSA

El amor de Pedro a Jesús1

1. Los acontecimientos que siguieron a la resurrección de Jesús se leen hoy según el relato del evangelio de Juan. Entre lo leído hoy se encuentra el interrogatorio hecho por el Señor a Pedro sobre si le amaba más que los demás2. En este Pedro recordad la piedra. El Señor pregunta a sus discípulos quién pensaban que era3, a lo que él responde: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. Cuando Jesús lo escuchó, le dijo: Dichoso eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo. -Como si le dijera: «Tú me dijiste a mí, yo te digo a ti». ¿Qué?- Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no la vencerán. Te daré las llaves del reino de los cielos. Lo que atares en la tierra quedará atado también en el cielo y lo que desatares en la tierra quedará desatado también en el cielo4. Vemos que en Pedro se nos insinúa la piedra. El apóstol Pablo dice del primer pueblo: Bebían de la piedra espiritual que los seguía, pero la piedra era Cristo5. Así, pues, este discípulo, Pedro, recibe su nombre de la piedra, como el cristiano de Cristo. ¿Por qué he querido comenzar diciéndoos estas cosas? Para indicaros que en Pedro habéis de reconocer a la Iglesia. Cristo, en efecto, edificó su Iglesia no sobre un hombre, sino sobre la confesión de Pedro. ¿Cuál es la confesión de Pedro? Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo6: he aquí la piedra, he aquí el cimiento, he aquí dónde está edificada la Iglesia, que las fuerzas del infierno no vencen7. ¿Cuáles son las puertas de los infiernos sino la soberbia de los herejes?

2. Según la lectura hecha, después de su resurrección el Señor interrogó a este Pedro, cuya persona representa una realidad tan grande como la que os he indicado. Le pregunta: Simón de Juan -Simón era el nombre de nacimiento, y era hijo de Juan-, Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?8 ¿Quién pregunta? Quien todo lo sabía. ¿Se asemeja a un ignorante? Él es quien entregó la ciencia9. El Señor no pretendía informarse él mismo, sino que buscaba la confesión de Pedro. Le pregunta por primera vez y Pedro le responde: Tú sabes, Señor, que te amo. Y el Señor le dice: Apacienta mis corderos. Le pregunta por segunda vez, como si no bastase con la primera: Simón de Juan, ¿me amas? «Te amo, Señor; te amo, Señor», vuelvo a repetirlo. Y de nuevo escucha: Apacienta mis corderos10. Le interroga por tercera vez -¿a quién no basta con una sola vez?; incluso al que no sabe le es suficiente; ¡cuánto más al que lo sabe de antemano!-: ¿Me amas? Pedro se entristeció, como si el repetirle las preguntas significase que dudaba de él, y dice: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Si algo no supieras, harías bien en interrogarme. Pero, si sabes todo, dentro de ese «todo» está esto que me preguntas. Y él: Apacienta mis ovejas11. Tres veces confesó el amor a quien el temor había negado otras tres veces. He aquí el motivo por el que el Señor preguntó tres veces: para que la triple confesión borrase la triple negación.

3. Éste es Pedro, que ama y niega al mismo tiempo; niega por debilidad humana y ama por gracia divina. En la negación, Pedro se descubrió a sí mismo. Había sido presuntuoso y con soberbia jactancia había echado al aire sus -llamémoslas así- fuerzas cuando decía: Señor, estaré contigo hasta la muerte12, presumiendo de ellas. Y entonces precisamente escuchó lo que era. El enfermo presumía de sí mismo pero el médico auscultaba la vena de su corazón. En su interior le encontraba enfermo y, como médico auténtico y veraz, le anunciaba lo que le iba a suceder, como diciéndole: «Te crees sano. No sabes que aún tienes fiebre, pero ahora se te hace ver. Te asustarás cuando sufras un ataque de ella». Le interrogó una criada y se cumplió lo que había predicho el médico, a saber, que antes de que el gallo cantase, aquel siervo habría de negar a su Señor. Así, pues, ¿qué está escrito en el evangelio que sucedió después de la triple negación?13 Le miró el Señor, y Pedro lloró amargamente14. Nunca hubiese llorado si el Señor no lo hubiera mirado. Para comprender este le miró, examinad el evangelio. Ved que, cuando Pedro lo negó, el Señor no se hallaba en un lugar apto para mirarle con los ojos de la carne. Las autoridades judías le estaban interrogando en el interior de la casa, mientras que Pedro lo negó en el atrio. Pero, ¿dónde no mira quien está en todas partes?

4. Aquí está la causa por la que el interrogatorio a Pedro versó sobre el amor y se le confiaron las ovejas de Cristo. Él le dijo: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas15. Aquel cordero le confiaba sus corderos. Le confiaba sus corderos quien hizo corderos para sí. ¿Cómo hizo corderos para sí el cordero? He aquí el cordero de Dios. De él se dijo: He aquí el cordero de Dios. ¿Cómo hizo corderos para sí? He aquí el que quita los pecados del mundo16. De esta manera hizo corderos también a estos que ahora vemos vestidos de blanco. ¡Ojalá no los devoren los lobos! Guárdalos, Señor, tú que los confiaste a Pedro. Sé guardián de ellos, tú que eres también el guardián de Pedro. Cristo es también la oveja de la que está escrito: Como una oveja fue llevado al sacrificio17. Él es siempre cordero porque siempre carece de pecado. Y no os extrañe que carezca de pecado: En el principio existía la Palabra, la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios18. ¿De dónde puede llegarle el pecado? Poned los ojos en su nacimiento humano. Quiso nacer sin pecado aquel a quien concibió una virgen y a quien no lo deseó la concupiscencia carnal. La concepción del hijo fue resultado de la fe de la madre. «Nació del Espíritu Santo y de la virgen María», sin contraer el pecado original de Adán; ni lo contrajo ni le añadió otros pecados. Nació inocente, inocente vivió e inocente murió. He aquí el cordero de Dios, he aquí el que quita el pecado del mundo19. Cuando confiaba a Pedro sus ovejas, a nosotros nos confiaba. Y cuando confiaba nuestras personas a Pedro, confiaba sus miembros a la Iglesia. Confía, pues, Señor, tu Iglesia a tu Iglesia y encomiéndese a ti tu Iglesia. Decimos efectivamente: No a nosotros, Señor; no a nosotros, sino a tu nombre da gloria20. ¿Qué somos nosotros sin ti sino Pedro cuando te negó tres veces? Para mostrar a Pedro a sí mismo, es decir, para mostrar a Pedro a Pedro mismo, el Señor apartó su rostro de él por un tiempo, y entonces lo negó. Volvió su rostro a él cuando lo miró, y Pedro se echó a llorar21. Lavó su culpa con las lágrimas, derramó agua de sus ojos, y bautizó su conciencia. Contemplémosle en cierto salmo en que está escrito: Yo dije en mi abundancia: No me moveré jamás22. ¿De dónde proceden estas palabras, si no vemos en ellas a Pedro, que dice: Estaré contigo hasta la muerte23, y, aunque fuera preciso morir por ti, no me separaré de ti?24 Dice esto en su abundancia. ¿Qué dice? No me moveré jamás. Pero ved lo que añadió después que, interrogado, lo negó tres veces y lloró -pues son sus palabras, ya en actitud penitente-: Yo dije en mi abundancia: No me moveré jamás. Señor, por tu voluntad diste fortaleza a mi hermosura. Apartaste de mí tu rostro, y me llené de turbación25. Apartaste de mí tu rostro y me mostraste el mío propio: No sé de qué hablas; no conozco a ese hombre26. He aquí a Pedro desnudo ante sí mismo; he aquí lo que significa: Apartaste de mí tu rostro, y me llené de turbación. Así, pues, con su mirada, el Señor le devolvió su rostro, y quedó fortalecido.