SERMÓN 229 I (= Mai 86)

Traductor: Pío de Luis, OSA

La aparición de Jesús a los apóstoles

1. Las lecturas evangélicas sobre la resurrección de nuestro Señor Jesucristo se leen regularmente cada año según cierto orden. Hoy hemos escuchado que Cristo el Señor mostró a sus discípulos la verdadera carne en que había padecido y en la que resucitó. Le oían hablar, le veían presente y, con todo, aún tocaban a quien les decía: Tocad, palpad, y ved que los espíritus no tienen carne ni huesos, como veis que yo tengo1. Pero ellos, después de haberlo visto, habían dudado y creído estar ante un espíritu, no ante un cuerpo. A quien aún piense que la resurrección del Señor no fue corporal, sino sólo espiritual, ¡que Dios le perdone, puesto que perdonó también a sus apóstoles!; pero sólo si no perseveran en el error, y cambian de opinión, puesto que también ellos lo oyeron y cambiaron. ¡Y cuán grande fue su benevolencia! No sólo se les mostró presente en su cuerpo, sino que hasta los afianzó con la verdad de la Sagrada Escritura. Éstas son las palabras -les dijo- que os hablé cuando aún estaba con vosotros2. ¿Cómo? ¿Es que no estaba entonces con ellos y con ellos hablaba? ¿Qué significa cuando todavía estaba con vosotros? Sin duda alguna, cuando aún era mortal con vosotros y como vosotros. Éstas son las palabras que os dije: que convenía que se cumpliera todo cuanto estaba escrito de mí en la ley, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió su inteligencia para que comprendieran las Escrituras3. Él es quien hasta el presente nos abre a nosotros las Escrituras de la vida; él, que murió por nosotros.

2. Pero veamos lo que les dijo: Porque convenía que Cristo padeciera y resucitara al tercer día de entre los muertos y que en su nombre se predicase la penitencia y el perdón de los pecados por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén4. Ved que los discípulos no sólo vieron a Cristo después de la resurrección, sino que también oyeron de su boca que, según la Sagrada Escritura, así tenía que suceder. Nosotros no hemos visto a Cristo presente en su carne, pero escuchamos a diario las Escrituras, con las que también ellos fueron afianzados. ¿Qué les dijo a propósito de las Escrituras? Que en su nombre se predicase la penitencia y el perdón de los pecados por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Esto no lo veían los discípulos; sólo veían a Cristo, que hablaba de la Iglesia futura. Mas por la palabra de Cristo creían lo que no veían. Veían la cabeza, pero aún no el cuerpo; nosotros vemos el cuerpo, pero creemos lo referente a la cabeza. Son dos cosas: el esposo y la esposa, la cabeza y el cuerpo, Cristo y la Iglesia. A los discípulos se manifestó personalmente y les prometió la Iglesia; a nosotros nos mostró la Iglesia y nos ordenó creer lo referente a él. Los apóstoles veían una cosa sí y otra no; también nosotros vemos una cosa y no vemos otra. Como ellos, viendo la cabeza, creían en el cuerpo, así nosotros, viendo el cuerpo, creemos lo referente a la cabeza. ¿O hemos de negarla acaso? La verdad con su clamor nos impide hacerlo; efectivamente, estamos viendo cómo la Iglesia de Cristo alaba el nombre del Señor desde la salida del sol hasta el ocaso5. Comenzando -dijo- por Jerusalén. Así se cumplió, pues les había dicho: Permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos del poder de lo alto6: desde el Padre os envío lo prometido7.

3. Hallándose los discípulos en la ciudad, vino el Espíritu Santo el día de Pentecostés, los llenó y hablaron las lenguas de todos los pueblos8. Un único hombre hablaba las lenguas de todos los pueblos, porque la unidad de la Iglesia se iba a realizar en cada uno de ellos. Ante este milagro, todos se compungieron de corazón9. En efecto, los judíos que los escuchaban, llenos de estupor, creyeron; vieron el gran milagro hecho por Pedro en el nombre de Cristo10, a quien habían dado muerte con sus manos, y con el corazón compungido hicieron penitencia al instante11. Les fueron perdonados todos sus pecados, hasta el de haber dado muerte a Cristo. Los judíos mismos -repito- se convirtieron, y quienes junto a la cruz agitaban su cabeza incrédula12, al creer merecieron tener al mismo Cristo por cabeza. De este modo en adelante su cabeza ya nunca se agitaría, puesto que está sentada a la derecha del Padre y no se moverá nunca más13. No volverá a las desdichas; no volverá a la cruz, a la muerte, sino que permanece en aquella verdadera felicidad. Así, pues, quienes dieron muerte a Cristo escucharon aquellas palabras y se arrepintieron; creyendo recuperaron la vida al beber la sangre que, con ensañamiento, derramaron y que les causó la muerte. Saben los fieles a qué me acabo de referir, y también los neófitos, que la han bebido ya. Por tanto, quienes no la han bebido apresúrense a beberla, para que se abra su corazón, que ahora está cerrado. Así, como está escrito en el libro titulado Hechos de los Apóstoles, que leemos en estos días, se compungieron de corazón, y muchos millares de hombres se adhirieron a Cristo14.

4. Entonces se ordenaron siete diáconos para hacer frente a las necesidades del ministerio, entre los que destacaba el santo Esteban, lleno del Espíritu Santo. Una vez ordenados, el espíritu de San Esteban no podía contenerse de predicar la verdad: hervía, echaba chispas, se encendía, hasta el punto que los judíos, llenos de envidia debido a la dureza de su corazón, a él lo sometieron a una cruel lapidación y a nosotros nos procuraron el mártir precursor de todos los mártires. Asesinado, pues, Esteban, la Iglesia que había nacido en Jerusalén sufrió una persecución. Según la promesa del Señor, comenzaban a levantarse los cimientos de la Iglesia a partir de Jerusalén. Se produjo la persecución y se dispersaron los hermanos. Como troncos ardientes encendidos en una misma hoguera, se dispersaron por la tierra, y prendían fuego en cualquier lugar a donde llegaban. Así el evangelio llenó la Judea y Samaria, avanzó hasta los gentiles y llegó hasta los confines del mundo. Vemos el Evangelio extendido por todo el mundo, no porque se haya alejado de la raíz, sino porque ha crecido. Lo estamos viendo, lo tenemos en la mano: la fe se encuentra extendida por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén15. Niéguelo quien se atreva; no son mis palabras las que hieren sus oídos, sino que la misma verdad golpea los ojos y tapa la boca de quienes lo niegan, cumpliéndose lo que está escrito: Pues se tapó la boca a quienes hablaban necedades16.