SERMÓN 229 G (= Guelf. 11)

Traductor: Pío de Luis, OSA

La divinidad de Cristo, manifestada en su resurrección

1. Habéis escuchado lo que el Señor dijo a sus discípulos una vez resucitado para nunca más morir, y, quitando el temor de la muerte a quienes han de morir...

2. Que Cristo es Dios no lo niegan ni siquiera quienes rehúsan reconocer que es de la misma esencia que el Padre; confiesan que es Dios, pero le niegan la igualdad, y de esta manera hacen dos dioses. Nosotros, en cambio, afirmamos que el Hijo es igual al Padre de manera que, si nos preguntan por separado si el Padre es Dios, respondemos que lo es; si el Hijo es Dios, respondemos que lo es; si éstos, el Padre y el Hijo, son dioses o un solo Dios, respondemos que un solo Dios. Esto no lo comprenden los débiles corazones humanos; realidad tan grande y tan divina -como siempre que se habla de Dios- no puede pensarla la debilidad humana, pero puede creerla para que luego tenga lugar el pensamiento adecuado. Pues se dijo al Señor: Muéstranos al Padre, y nos basta1. Quien esto decía no reconocía al Padre en el Hijo; veía lo que los judíos pudieron crucificar, pero no veía a quien, estando oculto, ofendían los judíos. Y pensaba que Cristo no era más que lo que veía con sus ojos, y por eso no le bastaba, porque no lo veía en su totalidad. Y como no creía que en Cristo hubiese nada más, buscaba algo que les bastase: el Padre. Cual si dijera: «A ti te conocemos ciertamente, a ti te vemos; pero aún deseamos algo mayor. Muéstranos al Padre, y nos basta; luego, una vez que hayamos conocido al Padre, ya no tendremos más que buscar». Y él, queriendo mostrar que era igual al Padre, les dijo: Tanto tiempo llevo con vosotros, ¿y aún no me conocéis?2

3. Felipe, quien me ha visto a mí, ha visto también al Padre3. ¿Qué significa: Quien me ha visto a mí, ha visto también al Padre, sino: «Tú no me ves, puesto que piensas que el Padre es mayor»? Quien me ha visto a mí, ha visto también al Padre. Piensas que el Padre te bastará, no por otra razón sino porque aún no me ves a mí. Muéstranos al Padre, y nos basta. Veme a mí, y te basto. Y decía esto al que le estaba viendo; al que a la vez le veía y no le veía: veía su forma de siervo y no veía su forma de Dios; si viese la forma de Dios, hubiese visto allí que el Hijo es igual al Padre; pues, existiendo en la forma de Dios, no juzgó objeto de rapiña ser igual a Dios4. Como lo era por naturaleza, no era rapiña alguna. Aquel para quien fue una rapiña cayó, y de donde cayó, de allí derribó. En efecto, el diablo quiso que el hombre derribado por él participase en la misma rapiña, para tener como compañero de suplicio al que quiso tener por consorte en el pecado. ¿Qué otra cosa dijo a los hombres sino: Gustad, y se abrirán vuestros ojos, y seréis como dioses?5 Aquí está la rapiña. Esa soberbia es una rapiña, una usurpación, no un acto de condescendencia. Si no lo usurpamos, seremos por gracia lo que no llegaremos a ser por el camino de la soberbia. A la gracia se refieren estas palabras: Yo he dicho: Sois dioses e hijos del Excelso todos6. Yo lo he dicho; pero lo que yo he dicho él lo hace. ¿Qué clase de dioses son los hombres? ¿Qué dioses? Iguales a los ángeles de Dios7. Así reza la promesa; no investiguemos más; no seremos, pues, iguales a Dios: pero, hechos iguales a los ángeles, veremos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo tal cual le creemos en la tierra. Mucho era para Felipe ver lo que dijo el Señor, pues aún cargaba con el peso del cuerpo corruptible y no había llegado lo que dice el Apóstol: Ahora vemos en enigma, como en un espejo; luego le veremos cara a cara8. Puesto que era mucho para él pensar en lo que oyó al Señor: Quien me ha visto a mí, ha visto también al Padre... Considerad que no se dijo en vano: «ha visto también al Padre». No dijo: «Quien me ha visto, ha visto al Padre», para no dar apoyo a los sabelianos, llamados patripasianos, quienes dicen que el Padre es el mismo que el Hijo, sólo que cuando quiere es Padre y cuando quiere Hijo. Para no brindar ocasión a este otro error, no dijo: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre», sino: Ha visto también al Padre; así: al Padre y al Hijo. Por tanto, el Padre y el Hijo son dos. ¿Qué es lo que son dos? Si me lo preguntas a mí, dos son el Padre y el Hijo.

4. A cualquier otra pregunta tuya, te repito la respuesta. El Padre y el Hijo, ¿qué son? ¿dioses? No, pero son dos. ¿Entonces, qué son? Un solo Dios. «No lo entiendo», dice. El Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre: son dos. «El Padre es Dios, el Hijo es Dios, y ¿no son dos dioses? No lo comprendo». ¿Qué puedo decirte yo a ti, si no lo comprendes? Escucha al profeta: Si no creéis, no entenderéis9. No lo entiendes para que lo creas; pero lo crees para entenderlo. La fe es la tarea, el entenderlo es la recompensa. Si no creéis, no entenderéis. Pero escucha al mismo Señor para aprender lo que has de creer. Si me amarais, os alegraríais de que voy al Padre, puesto que el Padre es mayor que yo10. Ahora como que ha aparecido uno que entiende. «He aquí que ahora -dice- lo entiendo». El Padre es mayor que yo: habla la forma de siervo, busca la forma de Dios. Esto es lo que dijo: Si me amarais, os alegraríais de que voy al Padre, puesto que el Padre es mayor que yo. Cuando me veis ahora, me veis en lo que me hace menor. Por tanto, cuando me veis en lo que soy menor, si me amáis, (alegraos) de que vaya a donde soy igual. ¿Te extrañas de que el Hijo sea menor que el Padre en la forma de siervo? Te digo que es, incluso, menor que sí mismo, puesto que se anonadó, tomando la forma de siervo11. Si consideras como dicho de él: Ha sido hecho un poco inferior a los ángeles12; si ya has puesto tus ojos en la forma de siervo, no te quedes en ella, levántate por encima y confiesa que Cristo es igual al Padre. ¿Por qué oyes con agrado: El Padre es mayor que yo? Escucha aún con mayor satisfacción: Yo y el Padre somos una sola cosa13. He aquí la fe católica, que navega como entre Escila y Caribdis, como se cruza el estrecho entre Sicilia e Italia: de una parte, rocas que destrozan las naves, de otra, remolinos que las tragan. Si la nave va a dar contra las rocas, queda hecha trizas; si va a parar al remolino, es engullida. Así también Sabelio, que dijo: «Es uno solo; el Padre y el Hijo no son dos». Advierte el naufragio. También el arriano: «Son dos, uno mayor y otro menor, no iguales en la esencia». Advierte el remolino. Navega por entre los dos, mantén la vía recta. Si los católicos reciben el nombre de ortodoxos, no es sin motivo; «ortodoxo» es una palabra griega que en latín equivale a «recto». Así, pues, si mantienes la vía recta, evitas tanto Escila como Caribdis. Aférrate a esto: El Padre y yo somos una sola cosa. Yo y el Padre.

5. Escuche el arriano: una sola cosa; escuche también Sabelio: somos. Cuando escuchas: una sola cosa, evitarás Caribdis; cuando escuchas: somos, te guardarás de Escila. Di: somos una sola cosa, y navegarás en derechura. Ved que hemos oído: somos una sola cosa; una sola cosa, por ser de la misma esencia; una sola cosa, porque no hay desemejanza ni desigualdad de naturaleza; una sola cosa, porque la igualdad es total, ninguna la discrepancia, ninguna la diversidad. He aquí por qué hablamos de una sola cosa. ¿Por qué decimos somos? Porque el Padre y el Hijo es un solo Dios. ¿Por qué, pues, es un solo Dios, no son? Único es Dios: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es un solo Dios; son tres, pero un solo Dios. El Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre, el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu del Padre y del Hijo; y todo ello no es más que un solo Dios. ¿Por qué un solo Dios? Porque allí es tan grande el amor, tan grande la paz, tan grande la concordia, que no hay disonancia en ninguno. Ahora te voy a dar una razón para que creas lo que no puedes comprender si no lo crees. Dime: ¿cuántas almas eran las que, según los Hechos de los Apóstoles, creyeron cuando vieron los milagros de los apóstoles? Me refiero a los judíos que habían crucificado al Señor, que llevaron sus manos ensangrentadas, que tenían oídos sacrílegos, cuya lengua fue comparada a una espada: Sus dientes son armas y saetas, y su lengua, una espada afilada14. Con todo, puesto que no en vano había orado Cristo por ellos, ni en vano había dicho: Padre, perdónales, pues no saben lo que hacen15, muchísimos de entre ellos creyeron. Así leemos que está escrito: Creyeron tres mil personas aquel día16. Ve que se trata de millares de personas; advierte cuántos millares son; sobre ellos vino el Espíritu Santo que derrama la caridad en nuestros corazones17. ¿Y qué se dijo referente a ese número de personas? Tenían un alma sola y un solo corazón18. Muchas personas: un alma sola; no por naturaleza, sino por gracia. Si mediante la gracia procedente de lo alto se convirtió en un alma sola aquel número de personas, ¿te extrañas de que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sea un solo Dios? Por tanto, hermanos míos, conservad la fe solidísima, integérrima y católica. Cuando leéis o escucháis en la Escritura algo en que aparece que el Padre es mayor, pensad en la forma de siervo19; cuando, en cambio, leéis que el Padre y el Hijo son una sola cosa20, creed en su divinidad.

6. Y, si no sois capaces de pensarlo, creedlo; esa fe lleva a Dios vuestras buenas obras y hace que sean aceptadas por él. Pues todo lo que no procede de la fe es pecado21. Si alguien os pregunta: «¿Murió Cristo?», confesad que murió, pero en la carne. -¿Y quién murió? -El Hijo único de Dios, nuestro Señor Jesucristo. -Entonces, ¿muere la divinidad? -No, no muere la divinidad. -¿No murió entonces Cristo? -Sí, murió Cristo, que es Dios. -¿Cómo murió Cristo, que es Dios, si la divinidad no muere? -Del mismo modo que también murieron los apóstoles: en la carne, no en el alma. Como murió el apóstol en la carne, de la misma manera murió Cristo en la carne. Cristo murió; pero, aunque pudo morir en uno de sus componentes, no pudo morir en su divinidad. Pues en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios22. ¿Dónde está la muerte? En ningún lado. La Palabra no fue hecha en el principio, como en el principio hizo Dios el cielo y la tierra23, obra de la Palabra. ¿Qué existía en el principio? Existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Busca ahí la muerte; no la hallarás: no hay dónde, no hay de dónde, no hay quién. No hay dónde morir, porque la Palabra no está en las manos de los judíos; no hay de dónde, porque no tiene ni carne ni sangre; no hay quién, porque es Dios, igual al Padre. ¿De dónde, pues, le llegó la muerte? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros24.