SERMÓN 229 F (= Guelf. 10)

Traductor: Pío de Luis, OSA

La fe en la resurrección

1. Unos vieron la resurrección del Señor y otros no creyeron que hubiera tenido lugar cuando se les anunció. Y el mismo Señor, ya presente, les reprochó el que no hubieran creído a quienes lo habían visto y anunciado. ¡Qué detalle para con los gentiles y para con quienes nacieron mucho después! ¿Qué concedió Dios a quienes llenan ahora las iglesias de Cristo? Los santos apóstoles caminaron en compañía del Señor, escucharon de su boca la palabra de la verdad y le vieron resucitar muertos, pero no creyeron que el Señor hubiese resucitado de entre los muertos. En cambio, nosotros, nacidos mucho después, nunca vimos su presencia corporal, no escuchamos ninguna palabra de su boca de carne ni presenciamos con estos ojos ningún milagro hecho por él; y, no obstante, creímos con sólo escuchar las cartas de quienes entonces no quisieron creer. No creyeron un hecho recentísimo que se les acababa de anunciar. Lo escribieron para que lo leyéramos: lo escuchamos y lo creímos. El Señor Jesús no quiso aparecerse a los judíos porque no los juzgó dignos de ver a Cristo el Señor después de la resurrección; se manifestó a los suyos, no a los extraños. Y al anunciarlo los suyos, lo creyeron los extraños, y quienes fueron extraños se hicieron suyos. Según se lee en los Hechos de los Apóstoles, muchos de aquellos que crucificaron al Señor, que se mancharon al derramar su sangre; muchos de aquellos que dijeron: Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos1, creyeron después, cuando se lo anunciaron los apóstoles. En verdad cayó sobre ellos su sangre, mas para lavarlos, no para llevarlos a la perdición; sobre unos, para su perdición; sobre otros, para su purificación; mostrándose justo en el primer caso y misericordioso en el segundo. Y ahora, ¿acaso la fe es de todos? Como entonces de entre los judíos unos creyeron y otros no, así sucede ahora con los gentiles: unos han creído, otros no creen. La fe no es de todos2. Quienes la poseen, la poseen por gracia; no se jacten, pues es un don de Dios. ¿Acaso nos eligió el Señor porque éramos buenos? No eligió a quienes eran buenos, sino a quienes quiso hacer buenos. Todos estuvimos en las sombras de la muerte, todos nos encontrábamos unidos y apresados en la masa de pecado procedente de Adán. Si la raíz estaba dañada, ¿qué fruto podía producir el árbol de la raza humana? Pero el que iba a sanar los males, vino sin mal alguno, y quien vino a limpiar los pecados, vino también sin pecado.

2. No pongáis los ojos en los judíos que al presente son paja, es decir, paja de aquella era en que tuvo lugar entonces la trilla. En efecto, si prestamos atención, del pueblo judío salieron los profetas, los patriarcas, los apóstoles y la virgen María, que dio a luz a Cristo; del pueblo judío salió Pablo, más tarde creyente, y tantos millares que fueron bautizados en un solo día; de judíos se formaron innumerables iglesias cristianas. Pero esos granos de trigo ya están recogidos en el granero; la paja está para entretenimiento del diablo. Hay judíos creyentes y judíos incrédulos. ¿Dónde fueron condenados por primera vez? En el primero de todos, en el mismo Jacob, padre de todos, llamado también Israel. Jacob significa usurpador; Israel, el que ve a Dios. Cuando regresaba de Mesopotamia en compañía de sus hijos, luchó con él un ángel que representaba a Cristo, y en la lucha, a pesar de ser muy superior su poder, sucumbió el ángel y se impuso Jacob. De idéntica manera sucumbió Cristo el Señor ante los judíos; se impusieron ellos cuando le dieron muerte. Gran poder manifestó su derrota: donde fue vencido, allí alcanzó la victoria para nosotros. ¿Qué significa lo dicho? Que de la parte de su ser en que pudo sufrir la pasión derramó la sangre con que nos redimió.

Así está escrito: Jacob se impuso a él. Y, con todo, el mismo que luchaba, Jacob, era conocedor del misterio. Un hombre se impuso en la lucha a un ángel, y al decirle éste: Déjame, el que se había impuesto le respondió: No te dejaré si no me bendices3. ¡Oh gran misterio! El vencido bendice, habiendo sufrido quien libera; entonces tuvo lugar la bendición plena: ¿Cómo te llamas? -le preguntó-. Aquél respondió: Jacob. No te llamarás Jacob -le dijo- sino Israel4. La imposición de nombre tan sublime es grande bendición. Como ya dije, Israel se traduce por «El que ve a Dios», nombre para uno solo y premio para todos. Para todos, pero todos los fieles y los bendecidos, tanto judíos como griegos. En efecto, el Apóstol llama griegos a todos los gentiles, porque entre los gentiles destaca la lengua griega. Gloria y honor -son palabras del Apóstol-, gloria, honor y paz a quien obra el bien; al judío primero, y luego al griego; ira, indignación, tribulación y angustia para todo espíritu que obre el mal; para el judío primero, y luego para el griego5. Bien para los judíos buenos y mal para los malos; bien para los gentiles buenos y mal para los malos.

3. No se enorgullezcan los judíos, diciendo: «Ved que Jacob es nuestro padre; se impuso al ángel y fue bendecido por él». Nosotros decimos: «Pueblo de Israel, mírate en él. Tú no eres Israel; te llamas así, pero no lo eres; en ti ese nombre desdice, pues en tu persona permanece el crimen». Pero me responde: «Advierte que Jacob es mi padre, que Israel es mi padre. Tal es el nombre; ¿dónde está el crimen?». Lee y encuéntrate en él. Allí está escrito: Y tocó a Jacob en lo ancho del muslo; se le secó y cojeaba6. El mismo y único hombre, Jacob, es a la vez bendecido y cojo. ¿En quiénes está bendecido y en quiénes cojo? Si has creído en Cristo, reconócete como bendito; si negaste a Cristo, reconócete como cojo; perteneces a aquellos de quienes dice el profeta: Y se van cojeando fuera de sus caminos7. ¿De dónde eran las mujeres santas, las primeras a las que se manifestó el Señor resucitado? ¿No eran judías? ¿Y los apóstoles, quienes, si en un primer momento no creyeron el anuncio de las mujeres, luego que le oyeron, le conocieron cuando se lo reprochaba y se adhirieron al maestro? ¿No eran judíos? Aquí está el Israel bendecido. Pero está cojo en muchos y bendecido en pocos, pues la anchura del muslo significa la mansedumbre de la raza. No dijo simplemente: «Le tocó el muslo», sino lo ancho del muslo. La anchura del muslo equivale, sin duda, a la amplitud de la raza. ¿Y qué tiene de extraño? Advierto pocos granos y me admira la parva de paja; pero veo lo que está reservado para el granero y lo que lo está para la llama. Escuchen ahora, puesto que aún viven; corrijan su cojera y acérquense a la bendición.