SERMÓN 228

Traductor: Pío de Luis, OSA

Alocución a los neófitos

1. Aunque el espíritu está pronto, como la carne es débil1, no debo entreteneros mucho en el sermón tras el cansancio de la noche pasada; pero sí debo dirigiros unas palabras. Estos días que siguen a la pasión de nuestro Señor, y en los que cantamos el Aleluya a Dios, son para nosotros días de fiesta y alegría, y se prolongan hasta Pentecostés, fecha en que fue enviado del cielo el Espíritu Santo prometido. De estos días, los siete u ocho en que nos encontramos están reservados para los sacramentos que han recibido los infantes. Los que hasta hace poco recibían el nombre de competentes, ahora se llaman infantes. Se les daba el nombre de competentes porque con su petición sacudían las entrañas maternas para nacer; se les llama infantes porque acaban de nacer para Cristo los que antes habían nacido para el mundo. Ha nacido en ellos la vida, que en vosotros debe de tener ya sólidas raíces. Los que sois fieles ya, dadles ejemplo; pero no ejemplos que les lleven a la muerte, sino ejemplos que les hagan progresar. Los que acaban de nacer ponen sus ojos en cómo vivís vosotros, los nacidos antes. Esto lo hacen también los que nacen según Adán; primero son pequeños; luego, cuando comienzan a advertir las costumbres de los mayores, ponen sus ojos en ellos para imitarlos. Y, dado que el menor irá a donde le conduzca el mayor, es de desear que el mayor marche por buen camino, no sea que, siguiéndolo, perezcan el menor y el mayor. Por tanto, me dirijo a vosotros, hermanos, que, a juzgar por el tiempo de vuestro segundo nacimiento, sois ya, en cierto modo, padres; me dirijo a vosotros y os exhorto a que viváis de manera que, en vez de perecer, gocéis con quienes os imitan. Suponeos que un recién nacido observa a un fiel que está borracho; mucho temo que se pregunte: «¿Cómo es que está bautizado y bebe tanto?». Observa a otro que es usurero, o que da de mala gana, o es un temible cobrador de impuestos, y se dice: «También yo lo haré». Se le replica: «Ya te cuentas entre los fieles, no lo hagas; estás bautizado, has vuelto a nacer; cambiada la esperanza, cambien las costumbres». Y él replicará, a su vez: «¿No son fieles aquél y aquel otro?». No añadiré nada más, pues ¿quién puede ejemplarizar todos los casos? Por tanto, hermanos míos, si vivís mal los que ya pertenecéis al grupo de los fieles, tendréis que dar cuenta, mala cuenta, a Dios no sólo de vosotros, sino también de éstos.

2. Y ahora me dirijo a éstos para que sean grano en la era, para que no sigan a la paja, llevada de un lado a otro por el viento, y perezcan con ella2; sino que permanezcan en la era retenidos por el peso de la caridad para llegar al reino de la inmortalidad. A vosotros, pues, hermanos; a vosotros, hijos; a vosotros, retoños nuevos de la madre Iglesia, os ruego, en virtud de lo que habéis recibido, que pongáis vuestros ojos en quien os llamó, en quien os amó, en quien os buscó cuando estabais perdidos3, os iluminó una vez encontrados, para no seguir el sendero de los que se pierden, en quienes desentona el nombre de fieles. No se les preguntará por el nombre que llevan, sino por la concordancia entre vida y nombre. Si ha nacido, ¿dónde está la nueva vida? Si se cuenta entre los fieles, ¿dónde está la fidelidad? Escucho el nombre, pero quiero advertir también la realidad. Elegid vosotros a quienes imitar temiendo a Dios, entrando a la iglesia con temor, escuchando su palabra con atención, reteniéndola en la memoria, rumiándola con el pensamiento y cumpliéndola con los hechos; elegid imitar a personas así. No diga vuestro corazón: «¿Dónde podemos encontrar fieles así?». Si lo sois vosotros, los encontraréis. Cada cosa se asocia con la que se le asemeja: si vives perdidamente, sólo otro perdido se unirá a ti. Comienza a vivir bien, y verás cuántos se te asocian, te circundan, y de cuán gran fraternidad disfrutarás. Además, ¿no encuentras nada que imitar? Conviértete tú en objeto de imitación para otros.

3. Hoy tenemos que hablar todavía a los infantes, junto al altar de Dios, sobre el sacramento del altar. Les expusimos el misterio del símbolo, a saber, lo que deben creer; el misterio de la oración del Señor, o sea cómo han de pedir, y también el sacramento de la fuente y del bautismo. Todo esto lo escucharon cuando se les expuso y lo recibieron cuando se les entregó; pero nada han escuchado todavía sobre el sacramento del altar sagrado que hoy han visto. El sermón que les dirija hoy debe versar sobre él; en consecuencia, el presente tiene que ser corto, pensando en mi fatiga y en su edificación.