SERMÓN 223 D (= Wilmart 4)

Traductor: Pío de Luis, OSA

La espera en la noche

1. Todos sabéis, amadísimos hermanos -pues no ignoráis lo que estáis haciendo-, que esta vigilia está dedicada al Señor y que ocupa el primer puesto entre todas las instituidas para el culto de Dios, porque en ella se renueva con solemnidad anual el recuerdo del Salvador, que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación1. De esta manera, la Iglesia entera, su cuerpo, puede cantar: Yo saltaré de gozo en el Señor y me alegraré en Dios, mi Salvador2.

2. Una vez pasada la noche de este mundo, tendrá lugar, también en nosotros, la resurrección de la carne para el reino, de la que fue ejemplo anticipador la resurrección de nuestra cabeza. Éste es el motivo por el que el Señor quiso resucitar de noche, según el Apóstol: Dios que dijo: Brille la luz de entre las tinieblas, la hizo brillar en nuestros corazones3. Este brillar la luz en medio de las tinieblas lo simbolizó el Señor naciendo de noche y resucitando también de noche. La luz que surge de las tinieblas es Cristo nacido de los judíos, a quienes se dijo: Equiparé vuestra madre a la noche4. Pero en medio de aquel pueblo, cual si fuera en aquella noche, la virgen María no fue noche, sino, en cierto modo, una estrella en la noche; por eso, su parto lo señaló una estrella que condujo a una larga noche, es decir, a los magos de oriente, a adorar la luz, para que también en ellos se cumpliese lo dicho: Brille la luz entre las tinieblas. La resurrección y el nacimiento de Cristo van a la par: como en aquel sepulcro nuevo no fue puesto nadie ni antes ni después de él, así tampoco en aquel seno virginal no fue fecundado ningún mortal ni antes ni después.

3. Aunque en esta nuestra vigilia no estamos a la espera del Señor, como si aún hubiera de resucitar, sino que renovamos solemnemente, una vez al año, el recuerdo de su resurrección, sin embargo, mediante esta celebración recordamos lo pasado, de manera que en esta misma vigilia también expresamos simbólicamente algo que realizamos en nuestro vivir la fe. En efecto, durante todo este tiempo, como si de una noche se tratara, la Iglesia, puestos los ojos de la fe en las Sagradas Escrituras, semejantes a faros nocturnos, permanece en vela hasta que venga el Señor. De aquí lo que dice el apóstol Pedro: Tenemos una palabra más segura, la profética, a la cual hacéis bien en atender como a lámpara que luce en un lugar oscuro hasta que brille el día y salga el lucero en vuestros corazones5. Por eso, también el mismo Salvador nos ordenó mantenernos en vela espiritual cuando dijo, hablando de su vuelta repentina: Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora6. Como ahora yo, que he venido a vosotros en el nombre del Señor, os he encontrado en vela en su nombre, así el mismo Señor, en cuyo honor celebramos esta solemnidad, cuando venga a despertar a su Iglesia de su sueño corporal en los sepulcros, la encontrará velando en la luz de la mente.