SERMÓN 223 A (= Denis 2)

Traductor: Pío de Luis, OSA

Comentario a gén 1

1. Muchas lecturas hemos escuchado, y no me siento capaz de un sermón adecuado a su número, ni vosotros podríais soportarlo, en el caso de que lo fuera. En la medida en que el Señor me lo otorgue, quiero hablar a vuestra caridad del comienzo de la Escritura, donde, al leerlo, escuchamos que en el principio hizo Dios el cielo y la tierra1. Prestad atención, y pensad quién lo hizo. Pero sé que supera vuestra capacidad el pensar en quien lo hizo; considerad lo que hizo y alabad a quien lo hizo. En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. Advertid que lo hecho está ante los ojos, se ve, agrada. La obra está a la vista, el artífice oculto, pues también está a la vista lo que nos permite ver, y oculto lo que nos capacita para amar. Cuando vemos el mundo y amamos a Dios, sin duda es mejor lo que nos capacita para amar que lo que nos permite ver. Vemos con los ojos y amamos con la mente. Antepongamos, pues, la mente a los ojos, también porque es mejor aquel a quien amamos, sin verle, que su obra, que tenemos a la vista. Investiguemos, pues, si os place, cuándo hizo Dios esta mole y de qué medios se sirvió. El instrumento del artífice fue su palabra que mandaba. ¿De qué te extrañas? Es obra del todopoderoso. Si quieres saber quién la hizo, Dios la hizo; si quieres saber qué hizo, hizo el cielo y la tierra; si quieres saber mediante qué los hizo, los hizo mediante la Palabra, Palabra que no hizo. La Palabra mediante la cual fue hecho el cielo y la tierra, la Palabra sin más, no fue hecha. En efecto, si fue hecha, ¿quién la hizo? Todo fue hecho por ella2. Si cuanto fue hecho fue hecho por la Palabra, obviamente no fue hecha la Palabra, por la que todo fue hecho. Así, pues, el siervo de Dios Moisés que relató la creación, dijo: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. En el principio hizo el cielo y la tierra. ¿Por medio de qué los hizo? Por medio de la Palabra. ¿Acaso hizo también la Palabra? No; ¿qué decir entonces? En el principio existía la Palabra3. Ya existía la Palabra, por la que hizo todo; hizo, pues, lo que no existía. Podemos entenderlo, y estamos en lo justo, de esta manera: el cielo y la tierra fueron hechos en la Palabra unigénita. La Palabra por la que todo fue hecho es la misma en la que todo fue hecho. También puede ser y entenderse la Palabra como el principio en el que Dios hizo el cielo y la tierra. La misma Palabra, en efecto, es también la sabiduría de Dios, a quien se dice: Todo lo hiciste en la sabiduría4. Si Dios hizo todo en la sabiduría, y, sin duda alguna, su Hijo unigénito es la sabiduría de Dios5, no dudemos que se hizo en el Hijo cuanto hemos aprendido que se hizo por él. Efectivamente, el Hijo es el principio. Habiéndole preguntado los judíos: ¿Quién eres tú?, les respondió: El Principio6. He aquí que en el principio hizo Dios el cielo y la tierra7.

2. En cuanto a todo lo demás, sea que se trate de separar y ordenar, o de adornar, o de crear cuanto aún no existía en el cielo y la tierra, Dios pronuncia su palabra y las cosas vienen al ser. Y dijo Dios: «Hágase», y se hizo8. Y así, en cada una de las obras pronunció su palabra, y se hicieron. Pronunció él su palabra, y las cosas se hicieron9. ¿En qué lengua habló? ¿Habló para que alguien le oyera? ¡Dejemos ya de una vez de alimentarnos de leche; levantad conmigo vuestras mentes hacia el alimento sólido! Nadie piense que Dios es como un cuerpo, o como un hombre, o como un ángel. Aunque se dignó aparecerse así a los patriarcas, lo hizo no a través de su propia sustancia, sino sirviéndose de una criatura sometida a sí, única forma posible de manifestarse el invisible a la mirada humana. Investiguemos qué es lo mejor que tenemos y, partiendo de ahí, intentemos llegar a lo que es mejor en sentido absoluto. Lo mejor en nosotros es la mente; lo absolutamente mejor es Dios. ¿Por qué buscas lo mejor recurriendo a lo que tienes de inferior? En tu ser, el cuerpo es inferior a la mente; en la totalidad de las cosas, nada hay mejor que Dios. Eleva lo que en ti existe de más excelso para alcanzar, si puedes, al que es mejor que todo. También yo cuando hablo, me dirijo a las mentes. También yo, que soy visible en el cuerpo, veo los rostros visibles; pero, sirviéndome de lo que veo, me dirijo a lo que no veo. Llevo interiormente la palabra concebida en el corazón, y quiero alumbrar en tus oídos lo que he concebido en el corazón; quiero decirte lo que está dentro, llevar hasta ti lo que se halla oculto; busco cómo llegar a tu mente. En primer lugar, me acerco a tus oídos, cual puerta de tu mente; y como no puedo llevar hasta ti la palabra invisible que he concebido en mi corazón, la proveo del sonido como de un vehículo. Advierte que la palabra está oculta, pero el sonido es manifiesto; pongo lo oculto sobre lo manifiesto y así llego a quien me escucha; de esta forma, la palabra sale de mí y llega hasta ti sin alejarse de mí. Si es lícito comparar lo pequeño con lo grande, lo ínfimo con lo sumo, lo humano con lo divino, eso mismo hizo también Dios. La Palabra estaba oculta junto al Padre; para venir hasta nosotros tomó como un vehículo, es decir, tomó la carne; llegó hasta nosotros sin apartarse del Padre. Pero antes de su encarnación, antes incluso de Adán, padre de la raza humana; antes del cielo y de la tierra, y de cuanto existe en ellos: En el principio existía la Palabra10 y en el principio hizo Dios el cielo y la tierra11.

3. Dios hizo la tierra aun antes de adornarla y antes de desvelar su belleza. La tierra era invisible y desordenada y las tinieblas estaban sobre el abismo12. Había tinieblas donde no había luz, pues la luz aún no había sido hecha. El Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas13, siendo también él artífice, al no estar separado ni del Padre ni de la Palabra unigénita. Ved que, si lo consideramos atentamente, aquí se nos insinúa la Trinidad. Pues donde se dice: En el principio hizo14 se entiende la sustancia del Padre y del Hijo. Quien hizo es Dios Padre, en el principio que es el Hijo. Queda el Espíritu para completar la Trinidad: El Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas.

Y dijo Dios. -¿A quién habló Dios? Antes de que existiera criatura alguna, ¿había quien escuchase? -La había, responde. -¿Quién?, pregunto. -El Hijo mismo. -Así, pues, Dios habló al Hijo. -¿Con qué palabra habló a la Palabra? Si ya existía el Hijo, como ningún cristiano duda, también existía esta Palabra. El Hijo era la Palabra, y el Padre hablaba a la Palabra. -Entonces, ¿había intercambio de palabras entre Dios y la Palabra? -En ningún modo; ahuyentad, hermanos, los estorbos del pensamiento carnal; pensad lo invisible de forma adecuada a lo invisible; no pasen ante los ojos de vuestra mente semejanzas corpóreas. Supera cuanto es visible en ti; trasciende incluso lo que en ti es invisible; el cuerpo es visible, invisible el espíritu, pero es mutable. Ahora quiere y luego no quiere; tan pronto sabe como ignora; ahora se acuerda, luego se olvida; a veces progresa y a veces retrocede. Esto no es Dios; esta naturaleza no es Dios; el alma no es una parte de la sustancia de Dios. Lo que es Dios es bien inmutable, bien incorruptible. Aunque el espíritu es invisible como Dios, aquél es mutable, mientras que Dios es inmutable. Trasciende, pues, no sólo lo que es visible en ti, sino también lo que es mutable. Trasciende todo, trasciéndete a ti mismo.

4. Cierto amante de la bondad y eternidad invisibles dice en sus suspiros y gemidos de amor: Las lágrimas se han convertido en mi pan día y noche, mientras me dicen a diario: ¿Dónde está tu Dios?15 En verdad, ¿cómo no van a convertirse en pan para el amante sus propias lágrimas, de las que en cierto modo se alimenta, como si se tratase de un manjar agradable? ¿Cómo no va a llorar de buen grado en tanto no ve el objeto de su amor y se le dice continuamente: Dónde está tu Dios? Si pregunto a un pagano: «¿Dónde está tu Dios?», me muestra sus ídolos. Si hago pedazos el ídolo, me muestra un monte, un árbol o una insignificante piedra extraída del río. Lo que ha realizado a base de muchas piedras, ha colocado en el lugar más destacado e inclinándose lo adora, eso es su dios. «He aquí -dice apuntando con el dedo-, he aquí a mi dios». Si me burlo de la piedra, la aparto, la rompo, la tiro lejos, la desprecio, apunta con su dedo al sol, a la luna, a cualquier estrella. A una la llama Saturno, a otra Mercurio, a otra Júpiter y a otra Venus. Cualquiera que sea la cosa que se le antoje, cualquiera la que apunte con el dedo, responde: «He aquí a mi dios». Y como veo el sol y no puedo hacerlo añicos, ni puedo derribar los astros ni abatir el cielo, se considera superior mostrándome estas cosas visibles, apuntando con el dedo a lo que le venga en gana y diciendo: «He aquí a mi dios». Y se vuelve a mí preguntándome: ¿Dónde está tu Dios? Cuando escucho: ¿Dónde está tu Dios?, no tengo nada que mostrar a los ojos, me doy cuenta de que están ciegas esas mentes que ladran; no tengo nada que mostrar a los únicos ojos que tienen para ver. Agrada llorar, que es como un alimentarse con el pan de las lágrimas. Mi Dios es, en efecto, invisible; quien me habla reclama cosas visibles cuando me dice: ¿Dónde está tu Dios? Yo, en cambio, para alcanzar a mi Dios he meditado estas cosas y he derramado mi alma sobre mí mismo, como dice en el salmo16. Mi Dios no está por debajo, sino por encima de mi espíritu. ¿Cómo puedo llegar a lo que está por encima de mi espíritu si no derramo mi espíritu por encima de mí mismo? Con todo, intentaré responder, con la ayuda, por supuesto, de mi Dios, a ese insolente que reclama cosas visibles, muestra cosas visibles y salta de gozo ante ellas. ¿Es ciertamente tu pregunta dónde está tu Dios? Te respondo: «¿Dónde estás tú mismo?». Te respondo -digo- y pienso que no soy importuno. Tú preguntaste dónde está Dios; yo, en cambio, dónde está quien me pregunta. Él ha de decir: «Mira dónde estoy; me estás viendo, te estoy hablando». Y yo le replico: «Busco a quien me pregunta; estoy viendo su cara, su cuerpo; estoy escuchando su voz; veo, además, su lengua; pero busco a quien fija sus ojos en mí, al que mueve la lengua, al que profiere el sonido, al que, puesto que pregunta, desea saber». Todo eso a lo que me estoy refiriendo es el alma. No voy a emplear más tiempo contigo. Tú me dices: «muéstrame tu Dios». Yo te replico: «muéstrame tu alma». Sudas, te fatigas, quedas tieso cuando te digo: «muéstrame tu alma». Sé que no puedes hacerlo. ¿Por qué no puedes? Porque tu alma es invisible. Y, no obstante, es superior a tu cuerpo; pero mi Dios es superior a tu alma. ¿Cómo voy a mostrarte a mi Dios, si tú no me muestras tu alma, que te he demostrado que es inferior a mi Dios? Si me respondes: «Reconoce mi alma por mi obrar, pues aplico mis ojos para ver, mis oídos para oír; muevo mi lengua para hablar y saco la voz para emitir sonidos; de todas estas cosas deduce y reconoce mi alma». Ves que no puedes manifestarlo y me ordenas que lo reconozca a partir de sus obras. También yo te mostraré a mi Dios por sus obras. No pienso ir más lejos ni enviar tal vez tu incredulidad a lo que no comprendes. Las obras de mi Dios no las menciono de esta manera: «Hizo cosas invisibles, cosas visibles, es decir, el cielo y la tierra, el mar y cuanto contienen»17. No voy a hacerte pasar por muchas cosas; vuelvo a tu persona misma. Evidentemente, tú vives: tienes cuerpo, tienes alma; visible el cuerpo, invisible el alma; el cuerpo es la morada, el alma quien mora; el cuerpo, el vehículo, el alma, quien se sirve del vehículo; el cuerpo es como un vehículo que es dirigido, el alma, el auriga de tu cuerpo. Advierte que están a la vista tus sentidos, cual puertas existentes en tu cuerpo por las que se pasan los mensajes al que lo habita interiormente, tu alma: los ojos, los oídos, el olfato, el gusto, el tacto, miembros organizados. ¿Qué es lo que está dentro, gracias a lo cual piensas y das vida a estos sentidos? Quien hizo todo esto que admiras en ti, ése es mi Dios.

5. Por tanto, hermanos míos, si he tenido acceso a vuestras mentes, a vuestro hombre interior con la palabra apropiada, en la medida de mis posibilidades; si he llegado con mi palabra a quienes moran dentro de las casas de adobe18, es decir, a vuestras almas, que moran en vuestros cuerpos, no conjeturéis lo divino partiendo de esas cosas que conocéis. Dios supera a todo, incluido cielo y tierra. No os lo imaginéis como si fuera un artesano que compone, ordena, inventa, pule y repule; ni tampoco como un emperador sentado en el trono real, brillante y engalanado y creando por real decreto. Quebrantad los ídolos de vuestros corazones; prestad atención a lo que se dijo a Moisés cuando preguntó cuál era el nombre de Dios: Yo soy el que soy19. Todo cuanto es, en comparación con él, es como si no fuera. Lo que realmente es desconoce cualquier clase de mutación. Todo lo que cambia y es inestable y durante cierto tiempo no cesa de sufrir mutaciones, fue y será: en ello no incluyes lo que es. Dios, en cambio, carece de fue y será. Lo que fue, ya no es; lo que será, aún no es, y lo que llega para luego desaparecer, será para no ser. Pensad, si podéis: Yo soy el que soy. No os enredéis en antojos ni os turbéis con pensamientos caprichosos y pasajeros. Paraos en el es, permaneced en el mismo es. ¿Adónde vais? Permaneced, para que también vosotros podáis ser. Pero, teniendo un pensamiento versátil, ¿vamos a quedarnos fijos en lo que permanece? ¿Cuándo lo podemos? Por eso se compadeció Dios, y el que es, el que dijo: Dirás a los hijos de Israel: El que es me envió a vosotros, después de indicar el nombre de su ser, añadió el de su misericordia. ¿Cuál es el nombre de su ser? Yo soy el que soy. Dirás a los hijos de Israel: El que es me envió a vosotros20. Pero Moisés era un hombre y se contaba entre los seres que, comparados con Dios, no son; existía en la tierra, existía en la carne; su alma en la misma carne, era mutable por naturaleza y se encontraba bajo el peso de la fragilidad humana. ¿Cuándo iba a comprender él las palabras: Yo soy el que soy? He aquí que, sirviéndose de lo que veían sus ojos, hablaba a quien no veía, y Dios, oculto, se servía como de un instrumento de lo que Moisés veía. En efecto, lo que veía Moisés no era Dios en su totalidad, como tampoco es la totalidad de mi palabra el sonido que sale de mí: «soy un hombre». Tengo en mi interior una palabra que no suena; el sonido pasa, la palabra permanece. Por tanto, cuando dijo Dios al hombre, es decir, cuando el invisible habló de forma sensible mediante aquello cuya forma se dignó tomar, cuando el eterno habló cosas temporales o el inmutable cosas caducas, cuando Dios dijo: Yo soy el que soy y Dirás a los hijos de Israel: El que es me envió a vosotros, como si Moisés no pudiera comprender el significado de Yo soy el que soy y El que es me envió a vosotros, o quizá, aunque él pudiera comprenderlo, pero no nosotros que lo leeríamos después, después de haber indicado el nombre de su ser, añadió el de su misericordia. Como si dijera a Moisés: «No comprendes lo que acabo de decir: Yo soy el que soy, pues tu corazón no es estable, no es inmutable como yo, ni tampoco tu mente. Acabas de oír lo que soy; escucha ahora algo comprensible, algo que has de esperar». De nuevo dijo Dios a Moisés: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob21. No puedes comprender el nombre de mi ser; comprende el de mi misericordia. Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Pero mi ser es eterno; Abrahán, Isaac y Jacob son, ciertamente, eternos; mejor, no diré eternos, sino hechos eternos por él. Además, así dejó convictos el Señor mismo a los saduceos, sus detractores, que negaban la resurrección; les arguyó con un testimonio de la Sagrada Escritura, tomado de aquí: Leed lo que dijo el Señor a Moisés desde la zarza: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino un Dios de vivos, pues todos ellos viven22. Por esta razón, cuando dijo: Yo soy el que soy, Dios no añadió: Éste será mi nombre para siempre23. En este punto nadie duda de que lo que es, es precisamente porque es eterno; en cambio, cuando dijo: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, añadió entonces: Éste será mi nombre para siempre. Como si hubiese dicho: «¿A qué viene ese temor a la mortalidad de la raza humana? ¿Por qué te asusta la posibilidad de que, una vez muerto, dejes de existir? Éste será mi nombre para siempre». «Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob» no puede ser un nombre para siempre si Abrahán, Isaac y Jacob no viven por siempre. Vueltos al Señor... (Sigue la oración:) El poder de su misericordia afiance nuestro corazón en su verdad, afiance y tranquilice nuestras almas. Descienda abundantemente su gracia sobre nosotros; tenga misericordia y aleje los escándalos de nosotros, de su Iglesia y de todos nuestros seres queridos, y haga que le agrademos siempre mediante su poder y la abundancia de su misericordia derramada sobre nosotros para siempre. Por Jesucristo, su Hijo y Señor nuestro, que vive y reina con él y con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.