SERMÓN 223

Traductor: Pío de Luis, OSA

La mezcla de buenos y malos

1. Dice la Escritura en el libro del Génesis: Y vio Dios que la luz es buena. Y estableció Dios la separación entre la luz y las tinieblas. Y Dios llamó a la luz día, y a las tinieblas noche1. Por tanto, si Dios llamó día a la luz, no hay duda de que eran días aquellos de los que dice el apóstol Pablo: Fuisteis en otro tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor2, puesto que quien mandó que la luz brillase entre las tinieblas los iluminó a ellos3. Estos «infantes» a los que veis vestidos de blanco por fuera y purificados por dentro, quienes con la blancura de sus vestidos simbolizan el resplandor de su espíritu, fueron tinieblas cuando se encontraban en la noche, oprimidos por el peso de sus pecados. Ahora, en cambio, están purificados por el baño del perdón, rociados con el agua de la fuente de la sabiduría e inundados de la luz de la justicia: éste es el día que hizo el Señor; exultemos y gocemos en él4. Que nos escuche el día que hizo el Señor; que nos escuche y nos obedezca, para exultar y gozarnos en él, puesto que, como dice el Apóstol, nuestro gozo y nuestra corona es vuestra estabilidad en el Señor5. Escuchad, pues, vosotros, hijos recién nacidos de una madre casta; más aún, escuchadnos vosotros, hijos de una madre virgen. Puesto que fuisteis en otro tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor, caminad como hijos de la luz6, adheríos a los hijos de la luz; y, para decirlo más claramente, uníos a los fieles buenos. Hay también, y esto es lo peor, fieles malos. No faltan quienes se llaman fieles y no lo son. Hay fieles en quienes padecen ultraje los sacramentos de Cristo; fieles que viven de tal manera que perecen ellos mismos y hacen perecer a otros. Perecen ellos por su mala vida; hacen perecer a otros dándoles ejemplos de mal vivir. Por tanto, vosotros, amadísimos, no os unáis a ellos. Buscad los buenos, juntaos a los buenos; sed buenos.

2. Y no os extrañe la muchedumbre de cristianos malos que llenan la iglesia, que comulgan del mismo altar, que alaban a grandes voces al obispo o al presbítero que encarecen las buenas costumbres; gracias a ellos, se cumple lo que predijo en el salmo quien nos ha congregado: Hice el anuncio y hablé; se multiplicaron en exceso7. Pueden estar con nosotros en la Iglesia de este tiempo, pero no les será posible en aquella asamblea de santos que tendrá lugar después de la resurrección. La Iglesia de este tiempo es semejante a una era que tiene grano y paja mezclados, es decir, buenos y malos juntos; pero después del juicio tendrá solamente buenos sin malo alguno. Esta era contiene la mies sembrada por los apóstoles, regada hasta el presente por los buenos doctores que les han sucedido y no poco atribulada por las persecuciones de los enemigos, pero -y esto es lo único que queda- aún no purificada con la última bielda. Llegará, sin embargo, aquel al que se refieren las palabras del Símbolo, que habéis recitado: «De allí vendrá a juzgar a vivos y muertos», y, como dice el evangelio, tomará el bieldo en su mano y limpiará su era; reunirá su trigo en el granero y la paja la entregará a un fuego inextinguible8. Lo que estoy diciendo, escúchenlo también los bautizados tiempo atrás. El que es grano, gócese con temblor, permanezca en la era, no se aleje de ella. No intente desprenderse de lo que, a su juicio, es paja, puesto que, si desea separarse ahora de la paja, no podrá permanecer en la era, y, cuando llegue quien sabe separar sin equivocarse, no subirá al granero lo que no encuentre en la era. Los granos que ahora se han alejado de la era, en vano se ufanarán después de la espiga en que se criaron. Aquel granero se llenará y después quedará cerrado; la llama destruirá todo lo que quede fuera. Por tanto, amadísimos, el que es bueno soporte al malo; el que es malo imite al bueno. En esta era, efectivamente, los granos pueden volverse paja y, a su vez, de la paja originarse granos. Son cosas que acaecen a diario, hermanos míos; esta vida está llena de tormentos y consuelos. A diario caen y perecen quienes parecían buenos y, al revés, se convierten y recobran la vida quienes parecían malos. Dios no quiere la muerte del impío, sino que se convierta y viva9. Escuchadme, granos; oídme los que sois lo que quiero que seáis; escuchadme, granos. No os entristezca el estar mezclados con quienes son paja: no os acompañarán por siempre. ¿Cuánto os oprime la paja? Gracias a Dios, es liviana. Preocupémonos sólo de ser grano, y, por mucha que ella sea, no nos oprimirá. Pues Dios es fiel y no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas; al contrario, con la tentación dará también la salida para que podamos soportarla10. Escúchenme también quienes son paja; escúchenme dondequiera que estén. No quiero que los haya aquí; no obstante, me dirigiré también a ellos por si acaso los hay. Escuchadme, pues, quienes sois paja, aunque, si me escucháis, ya no seréis paja. Escuchad, pues; séaos de provecho la paciencia de Dios; que el contacto y la amonestación de los que son granos os conviertan en granos. No os falta la lluvia de la palabra de Dios; no sea improductivo en vosotros el campo de Dios. Reverdeced, pues; granad, madurad. Quien os sembró quiere encontrar espigas, no espinas.