SERMÓN 217 (= Morin 3)

Traductor: Pío de Luis, OSA

Comentario trinitario de jn 17,3

1. Jesucristo el Señor, que nos oye juntamente con el Padre, se dignó orar por nosotros al Padre. ¿Hay cosa más segura que nuestra felicidad si ora por nosotros quien concede lo que pide? Cristo es, en efecto, hombre y Dios; ora en cuanto hombre, y en cuanto Dios otorga lo que pide. Habéis de retener que atribuye todo al Padre, porque no es el Padre quien procede de él, sino él del Padre. Todo lo asigna a la fuente de la que deriva. Pero también él es fuente nacida del Padre; él es la fuente de la vida. Así, pues, el Padre fuente engendró una fuente. La fuente engendró otra fuente, pero la fuente que engendra y la engendrada son una única fuente; del mismo modo que son un único Dios el Dios que engendra y el engendrado, es decir, el Hijo nacido del Padre. El Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre; el Padre no procede del Hijo, mas el Hijo sí procede del Padre; pero, no obstante, el Padre y el Hijo son una sola cosa a causa de la única sustancia y son un único Dios a causa de la divinidad inseparable. Por tanto, lo que escuchasteis que dijo: Ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesucristo1, procurad no entenderlo como si sólo el Padre fuese verdaderamente Dios y no el Hijo. Tenemos un testimonio divino al respecto. El mismo apóstol Juan dice claramente en su carta: Para que existamos en Jesucristo, su Hijo verdadero; él es, en efecto, verdaderamente Dios y la vida eterna2. Retened que Cristo es verdadero Dios y la vida eterna. Por tanto, cuando oís: Para que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo, debéis sobrentender también: único Dios verdadero, es decir, para que conozcan al único Dios verdadero: a ti y a quien enviaste, Jesucristo.

2. Esta cuestión está de todo punto resuelta. Pero ¿qué hacemos con el Espíritu Santo? Si se refieren al Padre y a Cristo las palabras: Para que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesucristo3, es decir, que te conozcan a ti y a Jesucristo como único Dios verdadero, va a costar demostrar que también el Espíritu Santo es verdadero Dios. No se pasó por alto al Espíritu Santo no obstante no aparecer mencionado. No es solamente Espíritu del Padre ni sólo Espíritu del Hijo, sino Espíritu del Padre y del Hijo. Por tanto, aunque se calle su nombre, cuando se nombra a los otros dos, queda sobrentendido él en ellos, puesto que es Espíritu de ambos. Voy a traer una frase de la Escritura que os haga comprender lo que estoy diciendo. Dice el Apóstol: Nadie conoce las cosas del hombre, a no ser el espíritu del hombre que mora en él4. ¿Cuáles son las cosas del hombre? Las que piensa el hombre en cuanto hombre; allí, en sus pensamientos, se manifiesta propiamente como hombre. ¿Acaso tu espíritu conoce mis pensamientos, o el mío los tuyos? Nadie conoce las cosas del hombre, a no ser el espíritu del hombre que mora en él. Eso dijo el Apóstol, y añadió: Lo mismo pasa con las cosas de Dios; nadie las conoce a no ser el Espíritu de Dios5. ¿Cómo entendemos esto? Es una afirmación absoluta. Si las cosas de Dios no las conoce nadie sino el Espíritu de Dios, ¿las desconoce entonces el Hijo de Dios? Lejos de nosotros esta intelección diabólica; apártese de nosotros. ¿Así que la Palabra de Dios desconoce las cosas de Dios? ¿Así que desconoce las cosas de Dios el Hijo único de Dios? ¿Desconoce las cosas de Dios aquel por quien todo fue hecho?6 Las conoce; pero ¿quién las conoce sino el Espíritu de Dios? Así, pues, del mismo modo que cuando escuchas: Nadie conoce las cosas de Dios sino el Espíritu de Dios, no excluyes al Hijo, de idéntica manera, cuando oyes: Para que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesucristo, no has de excluir al Espíritu Santo.

3. Dice la herejía: «Si hay un solo Dios verdadero, ignoro qué conocéis, pues sólo es verdadero Dios el Padre, a quien se refiere Cristo al decir: Para que te conozcan a ti, único Dios verdadero». Añade: Y al que enviaste, Jesucristo. -No quiero añadirlo, dice. -Pero lo añadió él. -Pero yo, insiste, no quiero añadirlo. -Ni yo escucharte. -No obstante, puesto que consideras que el Padre es el único Dios verdadero, ¿qué dirás de la carta de Juan, en la que se lee, referido a Cristo, que Él es Dios verdadero y la vida eterna?7 Finalmente, ¿a quién o de quién se dijo: El único que hace obras maravillosas?8 ¿Del Padre, del Hijo o de ambos? Si del Padre, se sigue que el Hijo no realiza obras maravillosas. Y ¿dónde queda entonces lo que él mismo dice: Como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere?9 Tiene el mismo poder y la misma divinidad. Si, pues, también el Hijo hace obras maravillosas, ¿cómo es que las hace solamente el Padre? Si, en cambio, se dijo de los dos, se sigue que el Padre y el Hijo son un solo Dios. Agregad al Espíritu Santo; agregadlo, no lo separéis, para no ser separados vosotros.

4. Adoremos a Dios de quien somos templos. Sólo a Dios podemos hacer un templo, sea de madera o de piedra. Si fuéramos paganos, levantaríamos templos a los dioses; pero a dioses falsos, como se los levantaron los pueblos infieles, alejados de Dios. Salomón, en cambio, siendo profeta de Dios, construyó un templo de madera y de piedra, pero a Dios; a Dios, no a un ídolo, ni a un ángel, ni al sol, ni a la luna; al Dios que hizo el cielo y la tierra; al Dios vivo, que hizo cielo y tierra y permanece en el cielo, le hizo un templo de tierra. Dios no lo tomó a deshonra, antes bien mandó que lo hiciera. ¿Por qué ordenó que se le levantara un templo? ¿No tenía dónde residir? Escuchad lo que dijo el bienaventurado Esteban en el momento de su pasión: Salomón le edificó una casa, pero el excelso no habita en templos de hechura humana10. ¿Por qué, pues, quiso hacer un templo o que el templo fuese levantado? Para que fuera prefiguración del cuerpo de Cristo. Aquel templo era una sombra; llegó la luz y ahuyentó la sombra. Busca ahora el templo construido por Salomón, y encontrarás las ruinas. ¿Por qué se convirtió en ruinas aquel templo? Porque se cumplió lo que él simbolizaba. Hasta el mismo templo que es el cuerpo del Señor se derrumbó, pero se levantó; y de tal manera que en modo alguno podrá derrumbarse de nuevo. Cuando los judíos le dijeron: ¿Qué señal nos das para que creamos en ti?11, les respondió: Destruid este templo, y yo lo levantaré en tres días. Él les hablaba en el templo construido por Salomón, y les decía: Destruid este templo12; pero no escuchaban ni entendían a qué se refería con el término este; pensaban que él hablaba de aquel mismo templo. Finalmente, le replicaron ellos: Este templo fue levantado en cuarenta y seis años, ¿y vas a levantarlo tú en tres días?13 De aquí que el evangelista añada a continuación: Esto lo decía del templo de su cuerpo14. Así, pues, el templo de Dios es el cuerpo de Cristo. ¿Qué son nuestros cuerpos? Miembros de Cristo. Escuchad al Apóstol mismo: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? Quien dijo: Vuestros cuerpos son miembros de Cristo15, ¿qué otra cosa mostró sino que nuestros cuerpos y nuestra cabeza, que es Cristo, constituyen en conjunto el único templo de Dios? Confiamos en que el cuerpo de Cristo y nuestros cuerpos son el templo de Dios, y lo seremos. Pues si no lo creemos, no llegaremos a serlo. Por tanto, dado que nuestros cuerpos son miembros de Cristo, escuchad otra afirmación del Apóstol: ¿Ignoráis que vuestro cuerpo es el templo en vosotros del Espíritu Santo que habéis recibido de Dios?16 Ved que tiene templo; ¿no es entonces Dios? Si lo tuviera de madera y de piedras, sería Dios; si lo tuviera construido por mano de hombre, sería Dios; y ¿no es Dios quien tiene un templo hecho de miembros de Dios? Agregad, pues, al Espíritu Santo. El Espíritu Santo es Dios. Hay un único Dios: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre, el Espíritu de ambos no es ni el Padre ni el Hijo; pero el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un único Dios. Edificaos en la unidad para no caer en la separación.

5. Escuchasteis lo que pidió para nosotros; más aún, expresó su voluntad. Padre, quiero que los que me diste...17. Quiero, Padre; yo hago lo que tú quieres, haz tú lo que yo deseo. Quiero. ¿Qué cosa? Que donde yo estoy, estén ellos también conmigo18. ¡Oh casa bienaventurada! ¡Oh patria sin peligro alguno, libre de enemigos y epidemias! En ella vivimos en paz, sin ansias de emigrar, pues no encontraremos lugar más seguro. Cuanto eliges aquí en esta tierra, lo eliges sabiendo que va a ser causa de temor, no de tranquilidad. Búscate un refugio mientras te hallas en este lugar malo, es decir, en este mundo, en esta vida llena de tentaciones, en esta mortalidad pletórica de gemidos y temores. Mientras te hallas en este lugar malo, elígete otro a donde puedas emigrar. No podrás emigrar del lugar malo al bueno si no haces el bien mientras estás en aquél. ¿Cuál es el lugar bueno? Aquel donde nadie siente hambre. Por tanto, si quieres habitar en aquel lugar bueno donde nadie siente hambre, reparte tu pan con el hambriento19 en este mundo. En aquel lugar bueno nadie es peregrino, todos se encuentran en la propia patria; por tanto, si quieres estar en ese lugar bueno, recibe en tu casa, mientras estás en el lugar malo, al peregrino que no tiene a dónde entrar; dale hospitalidad en este lugar malo, para llegar al bueno donde no puedas ser huésped20. En aquel lugar bueno nadie necesita vestido, pues no hay ni frío ni calor; ¿qué necesidad hay, pues, de techo o de ropa? Pero he aquí que aun allí donde no habrá techo, sino protección, encontramos un techo: Esperaré a la sombra de tus alas21. Así, pues, a quien no tiene techo en este lugar malo, otórgaselo tú, para hallarte en aquel lugar bueno donde poseas tal techo que no tengas que procurar que esté en buen estado, pues no cae a cuentagotas la lluvia allí, donde está la fuente perenne de la verdad. Pero esta lluvia produce alegría, no moja, y no es otra cosa que la fuente de la vida. ¿Qué significa: Señor, en ti está la fuente de la vida?22 Y la Palabra estaba junto a Dios23.

6. Por tanto, hermanos, haced el bien en este lugar malo para llegar al lugar bueno, del que dice quien nos lo está preparando: Quiero que donde estoy yo, estén ellos también conmigo24. Subió él a prepararlo, para que nosotros lleguemos tranquilos estando ya todo dispuesto25. Él se prepara a sí mismo; permaneced en él. ¿Es Cristo para ti pequeña casa? Ya no temes ni a su pasión: resucitó de los muertos y ya no muere; la muerte no tiene ya dominio sobre él26. El lugar malo, los días malos, son este mundo; hagamos, sin embargo, el bien en este lugar malo y vivamos bien durante estos días malos. Tanto el lugar malo como los días malos pasarán, y llegarán el lugar bueno y los días buenos, ambos eternos. Los mismos días buenos no serán más que un único día. ¿Por qué son aquí los días malos? Porque pasa uno para que llegue el otro; pasa el hoy para que venga el mañana y pasó el ayer para que llegara el hoy. Donde nada pasa no hay más que un único día, y día mismo es Cristo. También el Padre es Día; pero el Padre es Día que no procede de otro día, mientras que el Hijo es Día de Día. Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra. Cantad al Señor y bendecid su nombre; anunciad rectamente al Día del Día, su salvación27. El día es Cristo. Si no lo reconoces, escucha al sabio anciano; si aún no tienes la sabiduría por ser joven, escucha las canas de la verdad. Aquel anciano Simeón puso sus ojos en Cristo el Señor, niño aún sin habla llevado por su madre pero que, no obstante, contenía el cielo. Le observó pequeño, reconoció su grandeza y lo recibió en sus manos28, pues había recibido un oráculo de Dios según el cual no gustaría la muerte hasta no haber visto al Ungido del Señor29. Al cogerlo en sus manos, dijo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo ir en paz, pues mis ojos han visto tu salvación30. Por tanto, anunciad al Día del Día, su salvación31. Así dijo Simeón: «Llegó el que esperaba; ¿qué hago aquí?» Lo sostuvo en sus manos, teniendo que ser sostenido él mismo por él; llevaba a Cristo hombre y era llevado por Cristo Dios.

7. Retened lo dicho. Os doy una regla para que no os extrañéis cuando el Hijo diga algo de donde parezca deducirse que el Padre es mayor que él: o bien se refiere a su condición de hombre, pues Dios es mayor que el hombre, o bien a su condición de engendrado, como homenaje a quien le engendró. Más que esto no busquéis, pues Dios engendró a Dios y el grande engendró a uno igual a sí. Si Dios no engendró a un verdadero Dios y, siendo él grande, no lo engendró igual a sí, engendró un monstruo, no a un hijo verdadero. Mas, dado que engendró a un hijo verdadero, éste es idéntico a quien lo engendró.