SERMÓN 216

Traductor: Pío de Luis, OSA

La «devolución» del símbolo

1. 1. Los primeros pasos de mi ministerio y de vuestra concepción, mediante la cual, por gracia del cielo, comenzáis a ser engendrados en el seno de la fe, hay que ayudarlos con la palabra, de modo que mi sermón sea palabra provechosa para vosotros y vuestra concepción sea útil consuelo para mí. Yo os instruyo con palabras, vosotros progresad en las costumbres. Yo esparzo la palabra, vosotros devolved el fruto de la fe. Corramos todos por las vías y senderos del Señor según la vocación con que nos llamó; que nadie vuelva la vista atrás. La Verdad, que ni engaña ni puede engañar, lo declara sin ambages: Nadie que pone su mano sobre el arado y vuelve la vista atrás será apto para el reino de los cielos1. Vuestro mismo nombre, el hecho de que se os llame competentes, manifiesta que eso es lo que deseáis, que eso ambicionáis con toda la fuerza de vuestro espíritu. ¿Qué otra cosa significa competentes sino que piden conjuntamente? Lo mismo que co?docentes, con?currentes, co?sedentes, no significan otra cosa sino que enseñan, corren y se sientan al mismo tiempo, del mismo modo con com?petentes, término compuesto, se indica a quienes piden y desean una misma cosa a la vez. ¿Y cuál es esa única cosa que pedís y deseáis sino aquello por lo que clama cierto hombre intrépido que ya había depuesto los deseos carnales y vencido los temores mundanos? Aunque acampe contra mí un ejército, no temerá mi corazón; aunque estalle contra mí una guerra, en esto esperaré2. Para indicar qué era eso, añadió a continuación: Una cosa he pedido al Señor, ésa buscaré: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida3. Y, exponiendo en qué consiste la felicidad de esa región y de esa morada, añade: Para contemplar las delicias del Señor y cobijarme en su templo4.

2. 2. Ya estáis viendo vosotros, bisoños como yo, cuáles son las delicias del Señor a que tenéis acceso cuando rechazáis las del mundo. Si despreciáis el mundo, tendréis el corazón puro y podréis ver a quien hizo el mundo; y como él lo venció5, así vosotros, con su gracia, lo venceréis también. Mundo que ciertamente venceréis y pisotearéis una y otra vez, si no presumís de vuestras fuerzas, sino de la ayuda del Dios misericordioso. No os tengáis en poco, porque aún no se ha manifestado lo que seréis. Hasta que se manifieste, sabed que cuando suceda seréis semejantes a Dios6. Sabed que le veréis no tal cual vino a nosotros en la plenitud de los tiempos, sino cual nos creó permaneciendo inmutable desde siempre. Despojaos del hombre viejo para revestiros del nuevo7. El Señor establece un pacto con vosotros. Habéis vivido para el mundo, os habéis entregado a la carne y a la sangre, habéis llevado la imagen del hombre terreno. Del mismo modo que llevasteis la imagen del hombre que procede de la tierra, llevad en adelante la del que procede del cielo8. Es palabra humana, puesto que la Palabra se hizo carne, que como pusisteis vuestros cuerpos como armas de iniquidad al servicio del pecado, así ahora los expongáis como armas de justicia al servicio de Dios9. Para vuestra ruina, vuestro enemigo se armaba con vuestros dardos; para vuestra salvación, ármese, a su vez, contra él vuestro protector con vuestros miembros. Ningún daño os causará vuestro enemigo si no llega a adueñarse de vuestros miembros quitándoselos vosotros; vuestro protector os abandonará con razón si vuestro deseo y voluntad disiente de los suyos.

3. 3. Ved que el reino de los cielos se os pone en venta en la almoneda y mercado de la fe. Examinad y reunid los haberes de vuestra conciencia; congregad en unidad de espíritu los tesoros de vuestro corazón. Y, no obstante, lo adquirís de forma gratuita; sólo es necesario que reconozcáis la gratuidad de la gracia que se os ofrece. Nada gastáis y, no obstante, adquirís algo realmente grande. No os consideréis devaluados vosotros a quienes el creador de todo y vuestro valora en tal alto precio que cada día derrama por vosotros la preciosísima sangre de su Hijo unigénito. No seréis personas sin valor con sólo que sepáis distinguir lo que vale de lo que no vale; si servís a Dios, no a la criatura; si no os domina lo inferior a vosotros, de forma que estéis limpios del pecado grande y capital10; si la semilla de la Palabra de Dios que incluso ahora esparce en el campo de vuestro corazón el agricultor celeste no es como pisoteada en el camino por los pasos de los indignos; ni, al germinar, la oprime, cual si se hallase entre piedras, la necedad de vuestra durísima conciencia; ni es sofocada, en medio de las espinas de vuestras pasiones, por sus púas dañinas. Si os alejáis de la esterilidad de tierra tan dañina y merecedora de condena, os acogerá al instante la tierra fructífera y ubérrima y, con gran gozo para quien os ha sembrado y regado, devolveréis esa fertilidad multiplicada por cien; o, si tal vez fueseis incapaces de tanto, pagaréis en frutos el sesenta por uno; y si ni siquiera llegáis a esto, vuestra aportación del treinta por uno no será mezquina11. Todos serán recibidos en los graneros celestes, todos serán guardados en el descanso eterno. Con los frutos de todos se confeccionará aquel pan celeste, y todo obrero que trabaje honestamente en la viña del Señor se saciará con abundancia y salud. Entretanto, gracias a la predicación evangélica, se propaga la gloria de tan gran sembrador, de quien hizo llover, del regador y del dador mismo del crecimiento12.

4. 4. Acercaos, pues, a él con corazón contrito, puesto que está cerca de los contritos de corazón, y os salvará a vosotros, los humildes de espíritu. Acercaos a porfía para que os ilumine13. Vivís todavía en las tinieblas y las tinieblas moran en vosotros; pero seréis luz en el Señor14 que alumbra a todo hombre que viene a este mundo15. Fortaleceos frente al mundo, reformaos para Dios. Comience ya a hastiaros la cautividad babilónica. Ved que Jerusalén, la madre celestial, llena de alegría os sale al encuentro en los caminos, os solicita que deseéis la vida, que améis ver días buenos16, esos de que nunca disfrutasteis ni disfrutaréis en este mundo. En él se disipaban, cual humo, vuestros días; su ir a más fue ir a menos, su crecer fue desfallecer y su ascender desvanecerse. Quienes vivisteis para el pecado durante muchos y malos años, desead vivir para Dios; no por muchos años, que alguna vez han de acabarse y que se apresuran a perecer en las sombras de la muerte, sino años buenos y cercanos en verdad a la verdadera vida, donde no sentiréis la fatiga de hambre o sed alguna, porque vuestro alimento será la fe y vuestra bebida la sabiduría. Ahora, poseyendo la fe, bendecís al Señor en la Iglesia; pero entonces, poseyendo ya la realidad, os regarán con toda abundancia las fuentes de Israel.

5. 5. Pero mientras dura esta peregrinación sean vuestras lágrimas vuestro pan día y noche. Mientras se os pregunta a diario: «¿Dónde está vuestro Dios?»17, no podéis demostrar a gente carnal lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni subió al corazón del hombre18. No desfallezcáis hasta que lleguéis y aparezcáis ante la presencia de Dios. Vendrá también a cumplir sus promesas, él que espontáneamente se declaró deudor; él que a nadie pidió prestado y por su promesa se dignó convertirse en deudor. Los que teníamos deudas éramos nosotros: tantas cuantos pecados. Vino él, que nada debía, porque carecía de pecado, y nos encontró oprimidos por la usura dañosa y digna de condenación, y, pagando lo que él no se había llevado, misericordiosamente nos libró de la deuda sempiterna. Nosotros habíamos reconocido la culpa y esperábamos la pena; él, sin hacerse socio de nuestra culpa, pero haciéndose partícipe de la pena, quiso ser remisor, al mismo tiempo, de la culpa y de la pena. Él es, pues, quien librará de la usura y de la iniquidad las almas de los creyentes19, y de cada uno de los que dicen de corazón: Creo ver los bienes del Señor en la tierra de los vivientes20. Esta tierra ha de desearse no con corazón terreno o muerto, sino con un corazón vivo y en cierto modo celestial. Es a ella a la que alguien, ardiendo de amor por ella y cantando gozoso, dice en otro salmo: Tú eres mi esperanza, mi porción en la tierra de los vivientes21. A ella se dirigen los que, para obtener la vida, mortifican sus miembros sobre la tierra; no los miembros que constituyen la trabazón de este cuerpo mundano, sino aquellos otros que debilitan miserablemente la virilidad del alma. Con toda claridad los enumera y los menciona el vaso de elección, el apóstol Pablo, cuando dice: Mortificad vuestros miembros terrenos: la fornicación, la inmundicia, el desorden, los malos deseos y la avaricia, que es una idolatría22. Ved qué miembros debéis mortificar en esta tierra de los murientes quienes deseáis vivir en la de los vivientes. Convertíos en miembros de Cristo, de forma que nunca le privéis de ellos para haceros miembros de una meretriz23. ¿Qué meretriz hay más torpe y con menos honor que la primera y la última, a saber, la fornicación y la avaricia? Con toda verdad las llamó idolatría, pues debéis reconocerla y evitarla no sólo en la liviandad del cuerpo, sino también en el flujo del alma, no sea que incurráis en la perdición con que amenaza el casto esposo y el justo juez a quien se le dice: hiciste perecer a todo el que fornica alejándose de ti24. ¡Con cuánta mayor justicia y provecho cada uno de vosotros gritará a él diciendo desde la castidad del corazón: Mi bien consiste en estar unido al Señor!25 Esta unión la otorga aquel amor del que se dice igualmente: Amor sin fingimiento; sintiendo odio hacia el mal y uniéndoos al bien26.

6. 6. Ved dónde está vuestro estadio, dónde el combate de los luchadores, dónde la carrera de los atletas, dónde el pugilato de quienes se golpean. Si queréis derrotar con vuestros brazos al más pernicioso antagonista de vuestra fe, derribad las obras malas y abrazaos a las buenas. Si queréis correr de modo que consigáis el trofeo, huid del malvado, seguid al justo. Si queréis boxear, pero no soltando golpes al aire, sino hiriendo virilmente al enemigo, castigad vuestro cuerpo y reducidlo a servidumbre, de modo que, absteniéndoos de todo27 y luchando conforme a reglamento28, alcancéis el triunfo, haciéndoos partícipes del premio celestial y de la corona inmarcesible. Completad con el examen y contrición de vuestro corazón lo que hacemos en vosotros al invocar el nombre de vuestro redentor. Nosotros resistimos a los engaños del viejo enemigo con preces y súplicas a Dios; vosotros persistid en los deseos y contrición de vuestro corazón para que os libre del poder de las tinieblas y os traslade al reino de su luz29. Tal es ahora vuestra tarea, tal vuestro trabajo. Yo acumularé contra él las maldiciones merecidas por sus maldades; vosotros declaradle una gloriosísima guerra con vuestra aversión y piadosa renuncia. Este enemigo de Dios y vuestro -y también de sí mismo- hay que quebrantarlo, vencerlo y echarlo fuera, pues su furor es insolente frente a Dios, dañino para vosotros y pernicioso para él mismo. Maquine muertes por doquier, tienda lazos, agudice sus lenguas múltiples y engañosas; expulsad de vuestros corazones todos sus venenos jurando por el nombre del Salvador.

7. 7. Cuanto inoculó con sus sugestiones criminales y con sus atractivos sumamente lascivos, será extraído y puesto a la luz pública. Ahora es aniquilado el cautiverio mediante el cual ejercía su posesión tiránica; se os quitará el yugo con que cruelmente os oprimía y se colocará sobre su cerviz. Para vuestra liberación se os pide solamente que deis el consentimiento a vuestro Redentor. Esperad en él, asamblea del nuevo pueblo, pueblo que estás a punto de nacer, pueblo que hizo el Señor; esmérate en ser alumbrado con salud y evitar un aborto propio de fieras. Pon tus ojos en el seno de la madre Iglesia; advierte su esfuerzo envuelto en gemidos para traerte a la vida, para darte a luz en la fe. No golpeéis por impaciencia las entrañas maternas, haciendo así más estrecha la puerta por la que naceréis. Pueblo que estás siendo creado, alaba a tu Dios; alaba, alaba a tu Dios, pueblo que estás siendo creado. Alábale porque te amamanta, alábale porque te alimenta; puesto que te nutre, crece en sabiduría y edad. También él aceptó la espera del parto temporal, él que ni sufre mengua por la brevedad del tiempo, ni aumento por la amplitud del mismo, antes bien excluyó desde la eternidad todas las estrecheces y hasta el tiempo mismo. Como aconseja a un niño aquel hombre bondadoso que lo nutría: No seáis niños en vuestro pensar; sedlo en cuanto a la malicia; sed perfectos en el pensar30. Como competentes, desarrollaos en Cristo competentemente, para crecer cual jóvenes hasta llegar a ser varones adultos31. Como está escrito, alegrad a vuestro padre con vuestro progresar en la sabiduría y no contristéis a vuestra madre con vuestro desfallecimiento32.

8. 8. Amad lo que vais a ser. Vais a ser hijos de Dios e hijos de adopción. Esto se os otorgará y se os concederá gratuitamente. Vuestra participación será tanto más abundante y generosa cuanto mayor sea vuestra gratitud hacia aquel de quien la habéis recibido. Suspirad por él, que conoce quiénes son suyos. No tendrá inconveniente en contaros entre ellos si, invocando el nombre del Señor, os apartáis de la injusticia33. Tenéis, o habéis tenido, en este mundo, padres carnales que os engendraron para la fatiga, el sufrimiento y la muerte; pero, pensando en una orfandad aportadora de mayor felicidad, cada uno de vosotros puede decir de ellos: Mi padre y mi madre me abandonaron34. Reconoce, ¡oh cristiano!, a aquel otro padre que, al abandonarte ellos, te recogió desde el seno de tu madre, y a quien cierto hombre creyente dice con fe: Tú eres mi protector desde el seno de mi madre35. El padre es Dios; la madre, la Iglesia. Éstos os engendran de manera muy distinta a como os engendraron los otros. Este parto no va acompañado de fatiga, miseria, llanto y muerte, sino de facilidad, dicha, gozo y vida. Aquél fue un nacimiento lamentable, éste deseable. Al engendrarnos, los padres carnales nos engendran para la pena eterna debido a la culpa original; al engendrarnos de nuevo, Dios y la Iglesia hacen que desaparezca la pena y la culpa. Ésta es la nueva generación de los que le buscan, de los que buscan el rostro del Dios de Jacob36. Buscadlo con humildad; pues, una vez que le hayáis hallado, llegaréis a la excelsitud más segura. Vuestra infancia será vuestra inocencia; vuestra niñez, el respeto; vuestra adolescencia, la paciencia; vuestra juventud, el valor; vuestra edad adulta, el mérito; vuestra senectud no otra cosa que vuestra inteligencia canosa y sabia. No es que, al pasar por esas etapas o peldaños de la vida, te vayas transformando, sino que te renuevas permaneciendo lo que eres. En efecto, aquí no entra la segunda para que muera la primera; ni el surgir de la tercera supone el desaparecer de la segunda; ni nace la cuarta para que fenezca la tercera; tampoco la quinta envidiará a la cuarta para quedarse ella, ni la sexta dará sepultura a la quinta. Estas otras edades no llegan simultáneamente, pero permanecen juntas y en concordia en el alma piadosa y justa. Ellas te llevarán a la séptima, la del descanso y paz perpetua. Una vez liberado por seis veces, como leemos, de las miserias de la edad que conduce a la muerte, llegado a la séptima, ningún mal te afectará ya37. Lo que no existe, ya no podrá plantear batalla; ni vencerá pues ni se atreve a luchar. Allí es segura la inmortalidad, allí la seguridad es inmortal.

9. 9. Y ¿de dónde procede todo esto sino de la inmutabilidad de la derecha del Altísimo, que bendice a tus hijos en ti y establece la paz en tus términos?38 Animaos, pues, a estar unidos y separados: unidos a los buenos y separados de los malos, en cuanto elegidos, amados, conocidos de antemano, llamados, candidatos a la justificación y a la glorificación. La finalidad es que, creciendo, llegando a la juventud y envejeciendo, no por el debilitamiento de los miembros, sino por la madurez de la fe, propia de hombres adultos, llegados a la vejez fecunda39, llenos de paz, anunciéis las obras del Señor, que os hizo tantas maravillas porque es poderoso, cuyo nombre es santo40 y su sabiduría no tiene medida41. Buscáis la vida: corred hacia él, que es la fuente de la vida, y, alejadas las tinieblas de vuestros tenebrosos deseos, veréis la luz en la luz42 de aquel Unigénito, vuestro clementísimo redentor y brillantísimo iluminador. Si buscáis la salvación, poned vuestra esperanza en quien salva a los que esperan en él43. Si deseáis la embriaguez y las delicias, tampoco os las negará. Sólo es preciso que vengáis, lo adoréis, os prosternéis y lloréis en presencia de quien os hizo44, y él os embriagará de la abundancia de su casa y os dará a beber del torrente de sus delicias45.

10. 10. Pero estad atentos, no entre a vosotros el pie de la soberbia; vigilad para que no os arrastren las manos de los pecadores46. A fin de que no acontezca lo primero, orad para que purifique cuanto hay oculto en vosotros; para que no sobrevenga lo segundo y os tire por tierra, pedid que os libre de los males ajenos47. Si yacéis en tierra, incorporaos; una vez incorporados, poneos de pie; puestos de pie, manteneos firmes en esa postura. No carguéis ya más con el yugo, antes bien romped sus coyundas y arrojadlo lejos de vosotros48 para no volver a estar uncidos al yugo de la esclavitud. El Señor está cercano, no os preocupe nada49. Comed ahora el pan del dolor; llegará el tiempo en que, tras el pan de la tristeza, se os sirva el pan de la alegría. Éste se merece soportando aquél. La deserción y la fuga te mereció el pan del llanto; conviértete, arrepiéntete y vuelve a tu Señor50. Él está dispuesto a otorgar el pan del gozo a quien vuelva arrepentido, a condición de que seas sincero y no difieras el pedir perdón, con lágrimas de arrepentimiento, por tu huida. En medio de tantas molestias, vestíos de cilicio y humillad vuestra alma con el ayuno. Se devuelve a la humildad lo que se ha negado a la soberbia. En el momento de los escrutinios, es cierto, y cuando al inductor mismo de la fuga y la deserción se le increpaba debidamente con la fuerza de la tremenda Trinidad, no estabais vestidos de cilicio, pero, no obstante, vuestros pies se mantuvieron firmes en él.

11. Tenéis que pisotear los vicios y las pieles de cabra; hay que rasgar los trapos sacados de siniestros cabritos. Saldrá de buen grado a vuestro encuentro, trayéndoos el vestido originario, el padre misericordioso, que no tardó en inmolar el becerro cebado51 para hacer desaparecer vuestra pestífera hambre. Se os dará a comer su carne y a beber su sangre. Con su derramamiento se perdonan los pecados, se anulan las deudas y se quitan las manchas. Comed como pobres que sois y entonces quedaréis saciados, a fin de contaros entre aquellos de quienes se dice: Comerán los pobres, y serán saciados52. Una vez que estéis saludablemente saciados, eructad su pan y su gloria. Corred a él y os hará volver; él es, en efecto, quien hace volver a los apartados, quien persigue a los fugitivos, encuentra a los perdidos, humilla a los soberbios, alimenta a los hambrientos, suelta a los encadenados, ilumina a los ciegos, limpia a los inmundos, reconforta a los cansados, resucita a los muertos y libera a los poseídos y cautivos de los espíritus perversos. Hemos comprobado que ahora vosotros estáis libres de ellos. Al mismo tiempo que os felicito, os exhorto a conservar también en vuestros corazones la salud manifestada en vuestro cuerpo.