SERMÓN 214

Traductor: Pío de Luis, OSA

La entrega del símbolo

1. En la medida en que lo permite mi edad y mi condición de principiante, en razón del deber recientemente asumido y del afecto que siento por vosotros, sirviendo ya como ministro al altar al que vosotros vais a acercaros, no puedo privaros del favor de mi palabra. Dice el Apóstol: Si confiesas con la boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que el Señor lo resucitó, te salvarás. Pues con el corazón se cree para la justicia y con la boca se confiesa para la salvación1. Esto lo edifica en vosotros el símbolo que debéis creer y confesar para poder alcanzar la salvación. Las enseñanzas que dentro de poco vais a recibir y que debéis confiar a la memoria y proferir verbalmente, no son novedad alguna para vosotros o cosas jamás oídas. En efecto, de muchas formas soléis oírlas tanto en la Sagrada Escritura como en sermones en la Iglesia. No obstante eso, se os han de entregar todas juntas, brevemente resumidas y lógicamente ordenadas; así se edifica vuestra fe y se prepara la confesión de la misma, sin cargar la memoria. Éstas son las cosas que, sin cambiar un ápice, habéis de retener de memoria y luego proclamar en público.

Después de estas palabras introductorias se ha de recitar el símbolo entero, sin intercalar comentario alguno: «Creo en Dios Padre todopoderoso», etc. Sabéis que este símbolo no suele escribirse. Dicho lo cual, se ha de añadir esta explicación:

2. Las enseñanzas que acabáis de oír en forma breve no sólo debéis creerlas, sino también confiarlas a la memoria con esas mismas palabras y proclamarlas de viva voz. Pero como hay que defenderlas contra quienes opinan de distinta manera y contra los cautivos del diablo, que tienden asechanzas a la fe cuando obstaculizan la salvación, recordad que creer que Dios es todopoderoso conlleva admitir que no existe absolutamente ninguna naturaleza que no haya sido creada por él. Y si castiga el pecado que él no hizo es porque afea la naturaleza que él creó. Así, pues, todas las criaturas visibles e invisibles; todas las que, como el ángel y el hombre, pueden participar, mediante la mente racional, de la verdad inconmutable; todo lo que tiene vida y sensibilidad, aunque carezca de entendimiento, como son todos los animales que pueblan la tierra, el agua o el aire, ya caminen, ya repten, naden o vuelen; todo lo que, sin tener entendimiento ni sensibilidad alguna, vive de algún modo, como las plantas, que ahondan sus raíces en la tierra y al germinar brotan y crecen; todo lo que con su sola masa ocupa un espacio, como las piedras y cualquier elemento de la misma mole del mundo que se ofrece a la vista y al tacto: todas estas cosas las hizo el omnipotente uniendo mediante las realidades intermedias las inferiores y las superiores, y disponiendo todo lo creado en el lugar y momento oportunos. Lo hizo, pero no de materia alguna que él no hubiera hecho antes. No dio forma a una materia ajena a él, sino que la creó él mismo para darle forma. Quien dice que nada pudo hacer de la nada, ¿cómo cree que lo hizo quien es todopoderoso? Sin duda, niega su omnipotencia quien afirma que Dios no hubiera podido hacer el mundo de no haber tenido con qué. ¿Qué omnipotencia es ésa, si es tan grande la indigencia que, como cualquier artesano, no puede ver el resultado de su trabajo si no viene en su ayuda la materia que él no hizo? Purgue su mente de todas opiniones y errores quien cree que Dios es todopoderoso. Esa llamada materia informe de las cosas, capaz de recibir cualquier forma y sometida a la acción del creador, puede convertirse en cualquier cosa que al creador le agrade hacer. No la encontró Dios coeterna a sí mismo y de ella fabricó el mundo; al contrario, la hizo él de la nada absoluta junto con las cosas que de ella hizo. Ni siquiera existió ella antes que las cosas mismas, que parecen haber sido hechas a partir de ella; por esto, el todopoderoso hizo ya desde el primer momento todas las cosas de la nada, con las cuales hizo, al mismo tiempo, aquello de lo que las hizo. Así, pues, la materia del cielo y de la tierra, dado que estos seres fueron los primeros en ser creados, fue creada juntamente con ellos. No hubo nada previo de lo que Dios hiciera lo que al principio hizo; y, sin embargo, fueron hechas las cosas que el todopoderoso hizo a las que, una vez hechas, las ordenó, las llenó y las adornó. Si, pues, lo primero que hizo lo hizo ciertamente de la nada, también tiene poder para hacer lo que quiera de cuanto hizo, puesto que es omnipotente.

3. Y no crean los malvados que Dios no es omnipotente porque hacen muchas cosas contra su voluntad, puesto que, incluso cuando hacen lo que no quiere, él hará de todo ello lo que quiere. De ningún modo cambian o vencen su voluntad: ya sea el hombre justamente condenado, ya sea misericordiosamente liberado, siempre se cumple la voluntad del omnipotente. Lo único que no puede el omnipotente es lo que no quiere. Se sirve incluso de los malos, no de acuerdo con la maldad de ellos, sino según la propia y recta voluntad. Como los malos se sirven perversamente de su naturaleza buena, es decir, de una obra buena de Dios, así él, que es bueno, se sirve rectamente de sus obras malas, de modo que la voluntad del todopoderoso nunca resulta vencida. Si él, que es bueno, no tuviera en su mano obtener de los malos la justicia y el bien, en ningún modo les permitiría nacer y vivir. No los hizo él malos, puesto que los hizo hombres; él creó las naturalezas, no los pecados, que son contra la naturaleza. En su presciencia, sin embargo, no pudo ignorar que serían malos; pero del mismo modo que conocía los males de que ellos iban a ser autores, conocía también los bienes que iba a sacar de esos males. ¿Quién podrá explicar con palabras, quién podrá igualar a base de alabanzas todo el bien que nos aportó la pasión del Salvador, cuya sangre fue derramada para la remisión de los pecados? Y, sin embargo, tan gran bien se hizo realidad por la malicia del diablo, por la de los judíos, por la de Judas el traidor. Mas no es justo poner en su cuenta el bien que Dios, no ellos, aunque por medio de ellos, confirió a los hombres; es justo, en cambio, aplicarles el castigo, porque su voluntad era causar daño. Hemos podido encontrar un ejemplo, claro para todos, de cómo Dios se sirvió para nuestra redención y salvación hasta de las malas acciones del diablo, de los judíos y de Judas el traidor; del mismo modo, en las profundidades ocultas y misteriosas de cualquier criatura, adonde no llega la agudeza de nuestros ojos ni de nuestra mente, sabe Dios cómo sacar bienes de los males, de manera que se cumpla la voluntad del todopoderoso en cuantas cosas se originan y tienen lugar en el mundo.

4. Dije que lo único que no puede el omnipotente es lo que no quiere. Y para que nadie piense que he sido atrevido al afirmar que hay algo que no puede el todopoderoso, dijo el bienaventurado Apóstol: Si no creemos, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo2. Pero no puede porque no quiere, pues tampoco puede quererlo. Es imposible que la justicia quiera hacer lo que es injusto, o que la sabiduría quiera lo que es necio, o la verdad lo que es falso. Todo lo cual nos advierte que son muchas las cosas que no puede el Dios todopoderoso, no sólo lo que sostiene el Apóstol, a saber, que no puede negarse a sí mismo. He aquí que yo digo y me atrevo a decir en su verdad lo que no me atrevo a negar: el Dios todopoderoso no puede ni morir, ni cambiar, ni ser engañado, ni ser desdichado, ni vencido. ¡Lejos del Todopoderoso poder esas cosas y otras semejantes! En consecuencia, la verdad no sólo manifiesta que él es todopoderoso por no poder tales cosas, sino que también fuerza a admitir que no lo es quien tales cosas puede. Así, pues, todo lo que Dios es, lo es porque quiere; porque lo quiere es eterno, inmutable, veraz, dichoso e invencible. Si puede ser lo que no quiere, no es todopoderoso; ahora bien, es todopoderoso; luego puede lo que quiere. Y, en consecuencia, lo que él no quiere no puede existir, pues se llama todopoderoso precisamente porque puede todo cuanto quiere. De ello habla también el salmo: Hizo cuanto quiso en el cielo y en la tierra3.

5. Así, pues, el Dios todopoderoso, que hizo cuantas cosas quiso, engendró la única Palabra por la que fueron hechas todas las cosas; pero no la sacó de la nada, sino de sí mismo; por lo tanto, no la hizo, sino que la engendró. En el principio hizo el cielo y la tierra4; pero en el principio no hizo la Palabra, porque en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios5. He aquí el Dios de Dios. El Padre es Dios, pero no Dios de Dios. Éste es el Hijo único de Dios, porque es hijo nacido de la sustancia del Padre, coeterno e igual al Padre. La Palabra no es ningún otro Dios; no es como una palabra, que puede pensarse en el corazón y ser proferida con la boca, sino, como está dicho, sin que se pueda decir ni mejor ni más brevemente: La Palabra era Dios6. Permanece junto al Padre de forma inmutable, siendo también inmutable juntamente con el Padre, aquel de quien dice el Apóstol: Quien, existiendo en la forma de Dios, no consideró objeto de rapiña ser igual a Dios7. Para él, ser igual al Padre es naturaleza, no rapiña. Así creemos «en Jesucristo, hijo único» de Dios Padre, «señor nuestro».

6. Él, que, existiendo en la forma de Dios, no consideró objeto de rapiña ser igual a Dios y por quien fuimos creados, se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, hecho a semejanza de los hombres y hallado en su porte como hombre8 para buscar y salvar lo que había perecido: así creemos de él que «nació del Espíritu Santo y de la virgen María».Cada uno de estos asombrosos nacimientos, tanto el divino como el humano, han de creerse verídicos. El primero fue de padre sin madre; el segundo, de madre sin padre; aquél tuvo lugar fuera del tiempo, éste en el tiempo conveniente; aquél es eterno, éste es oportuno; aquél sin cuerpo en el seno del Padre, éste con cuerpo que no violó la virginidad de su madre; aquél sin sexo alguno, éste sin abrazo de varón alguno. Decimos que nació del Espíritu Santo y de la virgen María porque, al preguntar la santa virgen al ángel: ¿Cómo sucederá esto?, él le respondió: El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el Poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. A continuación añade: Por eso, lo que nazca de ti será santo y se llamará hijo de Dios9. No dice: «Lo que nazca de ti se llamará hijo del Espíritu Santo». La Palabra tomó al hombre entero, es decir, el alma racional y el cuerpo, de manera que el único Cristo, el único hijo de Dios, no sólo es la Palabra, sino Palabra y hombre; en su totalidad es, a la vez, hijo de Dios en cuanto Palabra e hijo del hombre en cuanto hombre. En cuanto es la Palabra, es igual al Padre, en cuanto es hombre, el Padre es mayor. Y, juntamente con el hombre, es hijo de Dios, pero por la Palabra, que tomó al hombre. Y, juntamente con la Palabra, es hijo del hombre, pero por el hombre, al que tomó la Palabra. Por su santa concepción en el seno de una virgen, efectuada no por el ardor de la concupiscencia carnal, sino por el fervor de la caridad y de la fe, se dice que nació del Espíritu Santo y de la virgen María, correspondiendo el primer término no al engendrador, sino al santificador, y el segundo, a quien lo concibió y alumbró. Por eso -dijo- lo que nazca de ti será santo y será llamado hijo de Dios. «Santo», porque«del Espíritu Santo»; puesto que «nacerá de ti», por eso «de la virgen María». Es «hijo de Dios»; en consecuencia, la Palabra se hizo carne10.

7. Convenía, pues, que en el hombre asumido no sólo se hiciese visible el invisible y naciese temporalmente el que es eterno con el Padre, sino también que fuese apresado el intocable, colgado del madero el invencible, clavado el inviolable; que la vida y la inmortalidad muriesen en la cruz y fuesen colocadas en el sepulcro. Todo esto lo sufrió el hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo. De donde se sigue que hemos de creer en el corazón para la justicia y profesar con la boca para la salvación11 que el mismo hijo unigénito de Dios no sólo nació hombre de hombre, sino que también sufrió cuanto puede sufrir un hombre hasta la muerte y sepultura. Siendo el hijo único de Dios nuestro Señor Jesucristo en su totalidad Palabra y hombre y, para decirlo más claramente, Palabra, alma y carne, se aplica a su entero ser el que en su alma estuviera triste hasta la muerte12 puesto que quien estuvo triste fue Cristo, el hijo único de Dios. A su entero ser se refiere igualmente el haber sido crucificado en su condición humana, puesto que «fue crucificado» Jesucristo, el hijo único de Dios. A su entero ser se aplica también el «fue sepultado» sólo en la carne, puesto que fue sepultado Jesucristo nuestro Señor, el hijo único de Dios. Desde que hemos comenzado a decir que creemos en Jesucristo, su único hijo y Señor nuestro, todo lo restante que se afirma de él no ha de entenderse sino de Jesucristo, el hijo único de Dios y Señor nuestro. No os cause extrañeza: decimos que Jesucristo, el hijo único de Dios y Señor nuestro, fue sepultado, aunque lo fue solamente su carne, del mismo modo que decimos, por ejemplo, que el apóstol Pedro yace hoy en el sepulcro, aunque digamos con toda verdad que él goza del descanso con Cristo. En ambos casos hablamos del mismo apóstol, pues no hay dos apóstoles de nombre Pedro, sino uno solo. De la misma persona decimos, por tanto, que yace en el sepulcro con sólo el cuerpo y que goza con Cristo con sólo el espíritu. Añadimos: «En tiempos de Poncio Pilato»,ya sea para indicar el cuándo, ya para recomendar más vivamente la humildad de Cristo, que tanto padeció, teniendo por juez a un hombre, él que con tanto poder ha de venir como juez de vivos y muertos.

8. «Resucitó al tercer día» en carne verdadera, pero que nunca más ha de morir. Esto lo comprobaron sus discípulos con los propios ojos y manos. Ni tan gran bondad podía burlarse de ellos ni el que es la verdad engañarlos. Por razones de brevedad, se añade inmediatamente que «subió al cielo». En efecto, permaneció durante cuarenta días con sus discípulos, para evitar que, si se sustraía luego a sus ojos, tan gran milagro les pareciese una fantasía. Allí está ahora «sentado a la derecha del Padre», cosa que debemos contemplar prudentemente con los ojos de la fe para no pensar que se encuentra inmóvil en algún asiento, sin que le esté permitido ni levantarse ni caminar. Del hecho de que San Esteban dijera que le estaba viendo de pie13, ni se sigue que viera algo que no es cierto, ni puso en entredicho las palabras de este Símbolo. ¡Lejos de vosotros pensar o afirmar eso! Al decir que estaba allí sentado, sólo quiso significarse su morada en aquella excelsa e inefable felicidad. Por ello al lugar de residencia se le llama también asiento, como cuando preguntamos dónde está Fulano y se nos responde: «En su asiento». Sobre todo de los siervos de Dios se dice con mucha frecuencia: «Durante tantos años estuvo asentado en tal o cual monasterio», es decir, descansó, moró, habitó. Ni siquiera la Sagrada Escritura ignora esta forma de hablar. El rey Salomón ordenó a aquel Semei que habitase en la ciudad de Jerusalén, con la amenaza de que, si alguna vez se atrevía a salir de ella, recibiría el castigo merecido. De él se dice que se asentó allí por tres años14, lo que ha de entenderse en el sentido de que habitó. Se habla de la derecha del Padre, pero sin que haya de entenderse, según es norma en el cuerpo humano, como si él estuviese a la izquierda del Hijo, cosa que sucedería si la colocación del Hijo a la derecha hubiere de entenderse según la ubicación de los cuerpos y la disposición de los miembros. Se denomina derecha de Dios a la inefable excelsitud de honor y felicidad, como se lee referido a la sabiduría: Su izquierda está bajo mi cabeza y su derecha me abraza15. En efecto, si la comodidad terrena se queda yaciendo abajo, entonces se abraza arriba la eterna felicidad.

9. Así, pues, según el clarísimo testimonio angélico referido en los Hechos de los Apóstoles, nuestro Señor Jesucristo «ha de venir» desde su sublime morada en los cielos, donde se encuentra ahora hasta su cuerpo ya inmortal; ha de venir -digo- a juzgar a vivos y muertos. Contemplando los discípulos su ascensión al cielo y siguiéndole absortos con los ojos, escucharon cómo los ángeles les decían: Varones galileos, ¿qué hacéis ahí parados? Este Jesús, que os ha sido arrebatado, vendrá como le habéis visto subir al cielo16. Se cortó el paso a la presunción humana, en que caben tantas y tan diversas cosas. Cristo nos juzgará en la misma forma humana en que fue juzgado él. Así oyeron los apóstoles que había de venir cuando le vieron subir al cielo. Tal forma será visible a vivos y a muertos, a buenos y a malos, sea que identifiquemos a los vivos con los buenos y a los muertos con los malos, sea que por vivos se designe a quienes encuentre en vida a su llegada, y por muertos a quienes su presencia resucitará, según él mismo lo dice en el Evangelio: Llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros escucharán su voz, y saldrán de ellos; los que hicieron el bien, para la resurrección de la vida, y los que obraron el mal, para la resurrección de la condena17. En su forma humana, los unos verán a aquel en quien creyeron y los otros al que despreciaron. Pero los malvados no verán la forma divina, en la que es igual al Padre. El malvado -dice el profeta- será quitado de en medio para que no vea la claridad del Señor18. También: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios19. Respecto a Jesucristo, hijo único de Dios y Señor nuestro, baste con lo dicho.

10. Creemos también «en el Espíritu Santo», que procede del Padre20, pero no es hijo; que permanece en el Hijo, sin ser su padre; que recibe del Hijo21, pero no es hijo del hijo, sino Espíritu del Padre y del Hijo. Espíritu Santo y Dios también él. En efecto, no tendría tal templo si no fuera Dios. Por eso dice el Apóstol: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son el templo del Espíritu Santo en vosotros, Espíritu que tenéis de Dios?22 No son templo de una criatura, sino del creador. ¡Lejos de nosotros pensar que somos templo de una criatura, diciendo el Apóstol: El templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros!23 En esta Trinidad, ninguna cosa es mayor o menor que otra, no existe ninguna separación en el obrar ni desemejanza en la sustancia. Un único Dios Padre, un único Dios Hijo y un único Dios Espíritu Santo. Pero el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres dioses, sino un solo Dios, de manera que el Padre no es el Hijo, ni el Hijo el Padre, ni el Espíritu Santo el Padre o el Hijo, sino que el Padre es Padre del Hijo, y el Hijo, hijo del Padre, y el Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo. Cada uno es Dios, y la misma Trinidad es un solo Dios. Que esta fe empape vuestros corazones y oriente vuestra confesión. Cuando escuchéis el símbolo, creedlo para entenderlo, para que, a medida que progresáis, podáis comprender lo que creéis.

11. Honrad, amad, anunciad también a «la santa Iglesia», vuestra madre, como a la ciudad santa de Dios, la Jerusalén celeste. Ella es la que fructifica en la fe que acabáis de escuchar y crece por todo el mundo24: la Iglesia del Dios vivo, la columna y sostén de la verdad25, la que tolera en la comunión en los sacramentos a los malos, que serán apartados al fin de los tiempos, y de los que ya se separa ahora por la diversidad de costumbres. A causa del trigo, que gime ahora en medio de la paja, y cuya cantidad, almacenada en los graneros, se hará manifiesta en la última limpia, recibió las llaves del reino de los cielos, para que, por obra del Espíritu Santo, tenga lugar en ella el perdón de los pecados mediante la sangre de Cristo. En esta Iglesia revive el alma que había muerto por el pecado para ser vivificada con Cristo, por cuya gracia hemos sido salvados.

12. Tampoco debemos dudar de que también esta carne mortal ha de resucitar al final de los tiempos. Es preciso que este cuerpo corruptible se vista de incorrupción y que este cuerpo mortal se revista de inmortalidad26. Se siembra en la corrupción, y resucitará en la incorrupción; se siembra en la ignominia, y resucitará en la gloria; se siembra un cuerpo animal, y resucitará un cuerpo espiritual27. Ésta es la fe cristiana, católica y apostólica. Dad fe a Cristo que dice: No perecerá ni uno solo de vuestros cabellos28 y, una vez eliminada la incredulidad, considerad cuánto valéis. ¿Qué pertenencia nuestra puede ser despreciada por nuestro redentor, si ni siquiera un solo cabello lo será? O ¿cómo vamos a dudar de que ha de dar la vida eterna a nuestra carne y a nuestro espíritu, él que por nosotros recibió espíritu y carne en que morir, la entregó al momento de morir y la volvió a recobrar para que desapareciese el temor a morir?

Acabo de exponer a vuestra caridad, según mi capacidad, todo lo que se transmite en el Símbolo. Y recibe el nombre de Símbolo porque en él está contenido el grato pacto de nuestra sociedad; el confesarlo es la señal acordada por la que se reconoce el cristiano bautizado.