SERMÓN 213 (= Guelf. 1)

Traductor: Pío de Luis, OSA

La entrega del símbolo

1. Dice el Apóstol: Sucederá que todo el que invoque el nombre del Señor será sanado1. Hacia esta salud corréis todos los que os habéis inscrito para recibir el bautismo; salud no temporal, sino eterna; salud que no es común al hombre y a las bestias, y ni siquiera a los hombres buenos y a los malos. Veis, en efecto, y todos tenemos la certeza, que la salud del tiempo presente, por obtener o recuperar la cual tanto se fatigan los hombres, no la tienen sólo los hombres, sino también las bestias, grandes y pequeñas; esta salud alcanza a todas ellas: desde los dragones y elefantes hasta las moscas y pequeños gusanos. Más aún, en cuanto a los hombres mismos, la poseen tanto los que invocan a Dios como los que blasfeman contra él. Por eso dice el salmo santo: Harás sanos, Señor, a los hombres y a los jumentos, según la abundancia de tu misericordia, ¡oh Dios!; los hijos de los hombres, en cambio, esperarán a la sombra de tus alas2. Esta salud, pues, llega hasta los últimos animales por la múltiple misericordia de Dios; sin embargo, los hijos de los hombres, los que pertenecen al Hijo del hombre, esperarán a la sombra de tus alas. Es lo que hacemos en esta vida: esperamos ahora lo que recibiremos después. ¿Y qué es lo que promete el salmo? Se embriagarán de la abundancia de tu casa y les darás a beber del torrente de tus delicias, puesto que en ti está la fuente de la vida3. La fuente de la vida es Cristo: para que catásemos algo de ella se hizo hombre; pero se nos reserva la abundancia de la misma, que sacia a los ángeles y a todos los ministros celestes. Esto será después; hasta entonces, a fin de poder llegar allí, invoquemos a Dios para ser sanados, conforme a las palabras del Apóstol: Todo el que invoque el nombre del Señor será sanado4. Esto lo había dicho antes un profeta5; pero el apóstol Pablo afirmó que ahora ha llegado el tiempo de cumplirse lo que estaba escrito: Todo el que invoque el nombre del Señor será sanado. Ya dije de qué salud se trata, para que nadie pregunte: «¿Cómo es que los que invocan el nombre del Señor no son sanados?». Será sanado. A continuación añadió el Apóstol mismo: ¿Cómo van a invocar a aquel en quien no han creído? ¿O cómo creen, si no han oído hablar de él? ¿Cómo van a oír, si nadie les predica? ¿O cómo van a predicar, si nadie les envía? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian bienes!6 Así, pues, nadie que no lo haya invocado puede estar sano, y nadie puede invocarlo si antes no ha creído. El orden es que primero creáis y luego le invoquéis; por eso recibís hoy el Símbolo de la fe, norma de vuestro creer, y dentro de ocho días recibiréis la oración según la cual habéis de invocarle.

2. El Símbolo es la regla de la fe, compendiada en pocas palabras para instruir la mente sin cargar la memoria; aunque se expresa en pocas palabras, es mucho lo que se adquiere con ella. Se llama símbolo a aquello en que se reconocen los cristianos; es lo que en primer lugar y concisamente os recitaré. Después, en la medida en que el Señor se digne concedérmelo, os lo explicaré, pues lo que quiero que aprendáis de memoria, quiero también que lo podáis comprender. Éste es el Símbolo...

(Después de recitado el Símbolo). No es mucho y sí es mucho; no es preciso que contéis las palabras, sino que las ponderéis. «Creo en Dios Padre todopoderoso».Ved cuán pronto se dice y cuán grande es su valor. Es Dios y es Padre: Dios por su poder, Padre por su bondad. ¡Qué dichosos somos los que hemos encontrado a Dios como nuestro padre! Creamos, pues, en él y esperémoslo todo de su misericordia, puesto que es todopoderoso; por eso creemos en Dios Padre todopoderoso. Que nadie diga: «No puede perdonarme mis pecados». ¿Cómo no va a poderlo el todopoderoso? Pero insistes: «Es mucho lo que he pecado». Yo insisto también: «Pero él es todopoderoso». Y tú: «Son tales los pecados que he cometido, que no puedo ser liberado ni purificado de ellos». Te respondo: «Pero él es todopoderoso». Ved lo que le cantáis en el salmo: Bendice -indica-, alma mía, al Señor y no olvides los beneficios de quien es misericordioso con todas tus iniquidades y sana todas tus dolencias7. Para esto nos es necesaria su omnipotencia. Toda la creación tenía necesidad de ella para ser creada: él es todopoderoso para hacer lo mayor y lo menor, lo celeste y lo terrestre, lo inmortal y lo mortal, lo espiritual y lo corporal, lo visible y lo invisible; es grande en las cosas grandes, sin ser pequeño en las pequeñas; para acabar, es todopoderoso para hacer cuanto quiera. Digo también las cosas que no puede: no puede morir, no puede pecar, mentir, ser engañado; son tantas las cosas que no puede, que, si estuviesen dentro de sus posibilidades, dejaría de ser todopoderoso. Creed, pues, en él y confesadlo: Pues con el corazón se cree para la justicia y con la boca se confiesa para la salvación8. Por tanto, una vez que hayáis creído, es preciso que confeséis la fe a la hora de recitar en público el Símbolo. Recibid ahora lo que debéis retener, luego recitar ante la comunidad cristiana y nunca olvidar.

3. ¿Qué viene a continuación? «Y en Jesucristo. Creo -dices- en Dios Padre todopoderoso, y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor».Si es hijo único, es igual al Padre; si es hijo único, tiene la misma sustancia que su Padre; si es hijo único, posee la misma omnipotencia que el Padre; si es hijo único, es eterno como el Padre. Todo ello lo es en sí, ante sí y junto al Padre. ¿Qué se hizo por nosotros? ¿Qué decir con relación a nosotros? «Que nació del Espíritu Santo y de la virgen María». Considera por qué medio vino, quién y a quiénes: vino por la virgen María, sobre la que actuó no un marido humano, sino el Espíritu Santo, que fecundó a la casta y la dejó intacta. Así se revistió de carne Cristo el Señor, así se hizo hombre quien hizo al hombre: asumiendo lo que no era sin perder lo que era. Pues la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros9. No se convirtió en carne la Palabra, sino que, permaneciendo como Palabra, recibió la carne, pero siguió siendo invisible; cuando quiso se hizo visible y habitó entre nosotros. ¿Qué significa entre nosotros? Entre los hombres, haciéndose numéricamente uno de ellos: uno y único, el único con referencia al Padre. Y con referencia a nosotros, ¿qué? Con referencia a nosotros, único salvador, pues nadie, fuera de él, es nuestro salvador; y nuestro único redentor, pues nadie, fuera de él, es nuestro redentor; no a precio de oro o plata, sino a costa de su sangre.

4. Veamos, pues, los contratos mediante los que fuimos rescatados. Después de haber proclamado en el Símbolo: «Nació del Espíritu Santo y de la virgen María», digamos ya qué sufrió por nosotros. Prosigue: «Fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato y fue sepultado».¿Qué he dicho? ¿Que fue crucificado el Hijo único de Dios, nuestro Señor? ¿Que fue sepultado nuestro Señor, el Hijo único de Dios? Fue crucificado el hombre: Dios no cambió ni murió y, sin embargo, en cuanto hombre sufrió la muerte. Dice el Apóstol: Si le hubiesen reconocido nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria10. Al mismo tiempo que afirma que es Señor de la gloria, confiesa que fue crucificado. En efecto, si alguien, aun sin tocarte personalmente, rasga tu túnica, te hace una injuria y, al levantar tu voz a favor de esa prenda, no dices: «Rasgaste mi túnica», sino: «Me has hecho un rasgón, me desgarraste, me hiciste jirones». Estas cosas dices habiendo quedado ileso, y dices la verdad, aunque nada arrancó de tu carne quien te hizo el daño. Dígase lo mismo de la crucifixión de Cristo el Señor. Es el Señor, es el Hijo único del Padre, es nuestro Salvador, es el Señor de la gloria; no obstante, fue crucificado, pero en la carne; y fue sepultado, pero sólo en la carne. Pues aquello en que fue sepultado, al momento de serlo, carecía incluso del alma; en el sepulcro yacía solamente la carne. Y, no obstante, confiesas a «Jesucristo su único Hijo, nuestro Señor, que nació del Espíritu Santo y de la virgen María». ¿Quién? Jesucristo, el Hijo único de Dios, nuestro Señor, «fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato». ¿Quién? Jesucristo, el Hijo único de Dios, nuestro Señor, «y sepultado». ¿Quién? Jesucristo, el Hijo único de Dios, nuestro Señor. «Yace solamente la carne, y ¿dices tú: Nuestro Señor?». Lo digo, claro que lo digo, porque veo el vestido, y adoro a quien está vestido. Aquella carne fue su vestido, pues, existiendo en la forma de Dios, no consideró objeto de rapiña ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo -sin perder la forma divina- y, hecho a semejanza de los hombres, fue hallado en su porte como un hombre11.

5. No despreciemos su carne separada del espíritu. Cuando yació, entonces nos compró. -¿Por qué dices que nos compró? -Porque no yació para siempre, pues «al tercer día resucitó de entre los muertos». Así continúa el Símbolo. Después de haber confesado su pasión, proclamamos su resurrección. ¿Qué hizo en la pasión? Nos enseñó lo que debemos tolerar. ¿Qué hizo en la resurrección? Nos mostró lo que debemos esperar. En lo primero está la tarea; en lo segundo, la recompensa; la tarea en la pasión; la recompensa en la resurrección. Pero del hecho de que resucitó de entre los muertos no se sigue que haya permanecido aquí. ¿Cómo continúa? «Subió al cielo».¿Y dónde está ahora? «Sentado a la derecha del Padre».Comprende lo que se quiere indicar con el término derecha, para no buscar allí una izquierda. Se llama derecha de Dios a la felicidad eterna; se llama derecha de Dios a su inefable, inestimable e incomprensible bienaventuranza y abundancia. Tal es la derecha de Dios; allí está sentado. ¿Qué significa «allí está sentado»? Allí habita. Se llama asiento al lugar donde uno habita. Así, pues, cuando lo vio San Esteban, no mentía quien decía: Está sentado a la derecha del Padre. ¿Cómo dice San Esteban? Veo el cielo abierto, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios12. ¿Mentía, acaso, quien decía entonces: está sentado a la derecha del Padre, por el hecho de que él lo vio de pie? Está sentado; con esto se dice, por tanto, que permanece, que habita. ¿Cómo? Como tú. ¿En qué forma? ¿Quién lo dirá? Digamos lo que nos enseñó, digamos lo que sabemos.

6. ¿Qué más? «Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y a muertos».Confesémosle como salvador para no temerle como juez. Quien ahora cree en él, cumple sus preceptos y le ama, no le temerá cuando venga a juzgar a vivos y muertos; no sólo no temerá, sino que deseará que venga. ¿Hay cosa que nos haga más feliz que la llegada de aquel que deseamos y a quien amamos? Pero temamos, puesto que será nuestro juez; será entonces nuestro juez quien ahora es nuestro abogado. Escucha a Juan: Si decimos que no tenemos pecado, nosotros mismos nos engañamos y la verdad no habita en nosotros; si, por el contrario, confesamos nuestros pecados, es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda iniquidad. Esto os he escrito para que no pequéis; mas, si alguien peca, tenemos a Jesucristo, el justo, como abogado ante el Padre, y él es quien suplica insistentemente por el perdón de nuestros pecados13. Si tuvieses que sostener algún pleito ante un juez y te proveyeses de un abogado, serías recibido por él, que trataría de ventilar la causa como pudiera; pero, si no la hubiese llevado a término y escuchases que iba a llegar él como juez, ¡cuál no sería tu alegría, porque pudo ser tu juez quien poco antes era tu abogado! También ahora ruega e intercede él por nosotros14; le tenemos como abogado ¿y le tememos como juez? Más aún, puesto que le enviamos delante como abogado, esperemos con confianza su venida como juez.

7. Hemos recorrido ya todo lo contenido en el Símbolo que se refiere a Jesucristo, el Hijo único de Dios y Señor nuestro. Para completar la Trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, el Símbolo continúa así: «Y en el Espíritu Santo».Muchas cosas contiene acerca del Hijo, porque fue el Hijo el que asumió al hombre. Se hizo carne el Hijo, la Palabra, no el Padre ni el Espíritu Santo. Pero la carne del Hijo la hizo la Trinidad entera, pues las obras de la Trinidad son inseparables. Aceptad lo dicho referente al Espíritu Santo sin creer que es menor que el Hijo o que el Padre. En efecto, el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo, la Trinidad entera, son un solo Dios; nada hay allí que los separe, nada distinto, nada que falte, nada que sea contrario a otro. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son siempre iguales, invisibles e inmutables. ¡Que la Trinidad nos libre de la multitud de los pecados!

8. Lo que sigue se refiere a nosotros. «En la santa Iglesia».Nosotros somos la santa Iglesia; pero no dije «nosotros» refiriéndome sólo a los que estamos aquí, a quienes ahora me oís, sino a cuantos por la gracia de Dios somos fieles cristianos en esta Iglesia, es decir, en esta ciudad y cuantos hay en esta región, en esta provincia, en la otra ribera del mar y en todo el orbe de la tierra, pues el nombre del Señor es alabado desde la salida del sol hasta el ocaso15. Ésta es la Iglesia católica, nuestra verdadera madre y la verdadera esposa de aquel esposo. ¡Honrémosla por ser la Señora de tan gran Señor! ¿Y qué diré? ¡Grande y singular la misericordia del esposo para con ella! La encontró meretriz, la hizo virgen. No debe negar que fue meretriz, para no olvidar la misericordia de su libertador. ¿Cómo no era meretriz, si fornicaba yendo tras los ídolos y los demonios? Nadie se vio libre de la fornicación del corazón; la de la carne se dio en pocos; la del corazón en todos. Vino él y la convirtió en virgen; hizo virgen a la Iglesia. Es virgen en la fe; tiene pocas vírgenes en la carne: las religiosas; pero en la fe debe tener la virginidad en todos, tanto mujeres como varones. Ha de existir la castidad, la pureza y la santidad referidas a la fe. ¿Queréis saber que es virgen? Escuchad al apóstol Pablo, oíd al amigo del esposo, celoso del bien de éste, no del propio: Os he desposado -dice- a un único varón16. Lo decía a la Iglesia, pero ¿a qué Iglesia? A la de cualquier lugar a donde la carta pudiera llegar. Os he desposado a un único varón para mostraros a Cristo como virgen casta. Temo, no obstante -dijo- que, como la serpiente engañó a Eva con su astucia, así vuestras mentes se aparten, corrompidas, de la castidad que reside en Cristo17. El temor a la corrupción es señal de virginidad. Temo -dijo- que, como la serpiente engañó a Eva con su astucia. .. ¿Acaso aquella serpiente tuvo trato carnal con Eva?. Sin embargo, extinguió la castidad de su corazón. Temo -dijo- que vuestras mentes se aparten, corrompidas, de la castidad que reside en Cristo. Así, pues, la Iglesia es virgen. Es virgen, siga siéndolo; guárdese del seductor para evitar en él al corruptor. La Iglesia es virgen. Tal vez me dirás: «Si es virgen, ¿cómo da a luz hijos? O, si no alumbra hijos, ¿cómo es que nos hemos inscrito para nacer de sus entrañas?». Respondo: «Es virgen y da a luz; imita a María, que dio a luz al Señor». ¿Acaso Santa María no dio a luz siendo virgen y permaneció siéndolo? Así también la Iglesia: da a luz y es virgen; y, si lo piensas atentamente, da a luz a Cristo, puesto que los bautizados son miembros suyos. Dice el Apóstol: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros18. Si, pues, alumbra a los miembros de Cristo, la semejanza con María es grandísima.

9. «Y en el perdón de los pecados».Si no existiese en la Iglesia, ninguna esperanza nos quedaría. Si no existiese en la Iglesia el perdón de los pecados, ninguna esperanza habría de vida y liberación eterna. Damos gracias a Dios que concedió este don a su Iglesia. Ved que vais a acercaros a la fuente santa: os bañaréis en el bautismo salvador y os renovaréis en el baño de la regeneración; al ascender de ese baño quedaréis sin pecado alguno. Todos los que en el pasado os perseguían quedarán eliminados allí. Vuestros pecados serán semejantes a los egipcios que perseguían a los israelitas; los perseguían, sí, pero sólo hasta el mar Rojo19. ¿Qué significa «hasta el mar Rojo»? Hasta la fuente consagrada con la cruz y la sangre de Cristo. Lo que es rojo tiñe de rojo. ¿No ves cómo está teñido de rojo el partido de Cristo? Pregunta a los ojos de la fe; si miras a la cruz, presta atención también a la sangre; si miras a lo que de ella cuelga, considera también lo que derramó. El costado de Cristo fue perforado con una lanza, y manó20 el precio pagado por nosotros. Es la razón por la que el bautismo, es decir, el agua en la que os sumergís y por la que pasáis cual si fuera el mar Rojo, es signada con la señal de Cristo. Vuestros pecados son vuestros enemigos; van detrás de vosotros, pero sólo hasta el mar. Cuando hayáis entrado en él, vosotros os libraréis, pero ellos serán aniquilados, del mismo modo que el agua cubrió a los egipcios, mientras los israelitas se zafaban de ellos pasando a pie enjuto. ¿Y qué dijo la Escritura? No quedó ni uno solo de ellos21. Sean tus pecados muchos o pocos, sean grandes o pequeños, ¿qué importa, si no quedó ni uno de ellos? Pero como tenemos que vivir en este mundo, en el que nadie vive sin pecado, su perdón no se obtiene solamente en el lavado del santo bautismo, sino también mediante la oración del Señor, diariamente repetida, que vais a recibir dentro de ocho días. En ella encontraréis una especie de bautismo diario, de forma que habéis de dar gracias a Dios, que concedió a su Iglesia este don que proclamamos en el Símbolo; en efecto, después de decir: «En la santa Iglesia», añadimos: «En el perdón de los pecados».

10. Y luego: «En la resurrección de la carne». Éste es ya el final del Símbolo; pero el final sin final será la resurrección de la carne; después ya no existirá en la carne muerte alguna, ningún dolor, ninguna angustia, hambre o sed; ninguna aflicción, ninguna senectud o cansancio. No te cause horror la resurrección de la carne: piensa en lo que la carne tiene de bueno y olvida sus males. Absolutamente ninguna de las miserias que la carne sufre ahora existirá allí entonces; seremos eternos, iguales a los ángeles de Dios22; compartiremos la única ciudadanía con los santos ángeles. Seremos poseídos por el Señor, seremos su herencia y él mismo será la nuestra, pues a él le decimos ahora: El Señor es mi porción de herencia23; y, con referencia a nosotros, se dijo a su Hijo: Pídemelo, y te daré los pueblos en herencia24. Le poseeremos y seremos poseídos por él; le tendremos a él y él nos tendrá a nosotros. ¿Qué he de decir? Le damos culto y somos cultivados; le damos culto como Dios, y nos cultiva como un campo. Para convencernos de que él nos cultiva, escuchad al Señor: Yo soy la vid verdadera, vosotros sois los sarmientos, y mi Padre es el agricultor25. Si se le llama agricultor, cultiva un campo. ¿Qué campo? Nos cultiva a nosotros. El agricultor de esta tierra visible puede arar, cavar, plantar y, si encuentra agua, regar; ¿puede, acaso, hacer llover? ¿Puede, acaso, el agricultor dar crecimiento, hacer que el germen brote, que ahonde sus raíces en la tierra, que tome altura, añadir vigor a las ramas, cargarlas de frutos y embellecerlas con las hojas? En cambio, nuestro agricultor, Dios Padre, puede hacer todo esto en nosotros. ¿Por qué? Porque creemos en Dios Padre todopoderoso. Retened, pues, lo que os he propuesto y expuesto en la medida en que Dios quiso concedérmelo.

11. Dentro de ocho días tendréis que «devolver» esto que hoy habéis recibido. Que vuestros padres, los que os acogen, os enseñen también, para que os encontréis preparados, cómo habéis de permanecer en vigilia hasta el canto del gallo, para las oraciones que aquí celebráis. Se comienza entregándoos ya aquí el Símbolo para que lo aprendáis con esmero: que nadie se asuste, que el temor no impida a nadie recitarlo. Estad tranquilos, somos vuestros padres, no tenemos la regla ni las palmetas de los gramáticos. Aunque alguien se equivoque en una palabra, que no se equivoque en la fe.