SERMÓN 212

Traductor: Pío de Luis, OSA

La entrega del símbolo

1. Ha llegado el momento de que recibáis el Símbolo que contiene, de forma breve, todo lo que se cree para la salvación eterna.

Se llama Símbolo en sentido figurado debido a una cierta semejanza con el Símbolo que establecen entre sí los comerciantes mediante el cual su gremio mantiene un pacto de fidelidad. También vosotros sois una sociedad que negocia con mercancías espirituales para haceros semejantes a los mercaderes que buscan la piedra preciosa1. Ésta será la caridad derramada en vuestros corazones por el Espíritu Santo que se os dará2.

A esta caridad se llega a partir de la fe contenida en este Símbolo a fin de que creáis «en Dios Padre todopoderoso, invisible, inmortal, rey de los siglos, creador de lo visible e invisible» y cuanto la sana razón y la autoridad de la Sagrada Escritura afirme rectamente de él. Pero no separéis de esa grandeza al Hijo de Dios, pues el afirmar todo eso del Padre no lleva consigo el excluirlo de aquel que dijo: Yo y el Padre somos una misma cosa3, y de quien afirma el Apóstol: Quien existiendo en la forma de Dios, no juzgó objeto de rapiña el ser igual a Dios4. Decir rapiña equivale a decir usurpación de algo ajeno, mientras que esa igualdad forma parte de su naturaleza. En consecuencia, ¿cómo no va a ser omnipotente el Hijo, por quien fueron hechas todas las cosas5, siendo, además, el Poder y la Sabiduría de Dios6, Sabiduría de la que está escrito que, siendo única, lo puede todo?7 Es también invisible por naturaleza en aquella forma en que es igual al Padre. En efecto, es invisible por naturaleza la Palabra de Dios, que existía desde el principio y era Dios8; naturaleza en la que es también plenamente inmortal o, lo que es lo mismo, en la que permanece absolutamente inmutable. También del alma humana se dice que, según cierta modalidad, es inmortal; pero no hay verdadera inmortalidad donde hay tanta mutabilidad que posibilita el menguar y el crecer en perfección. De ahí que su muerte consista en alejarse de la vida de Dios a causa de la ignorancia que reside en ella misma9, y su vida en correr a la fuente de la vida para ver la luz en la luz de Dios10. Según esta vida, también vosotros, por la gracia de Cristo, volvéis a la vida desde cierta muerte a la que renunciáis. La Palabra de Dios que es el Hijo unigénito vive con el Padre una vida inmutable desde siempre y por siempre; ni mengua porque no disminuye la permanencia, ni progresa porque la perfección suma no aumenta. Ella es también el rey mismo de los siglos11, el creador de lo visible y lo invisible, pues, como dice el Apóstol, en él fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, tanto las visibles como las invisibles: los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades, todo fue creado en él y por él y todo subsiste para él12.

Pero como se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo13, aunque sin perder la forma divina, en esta forma servil, el invisible se hizo visible pues «nació del Espíritu Santo y de la virgen María»; en esta forma servil, el todopoderoso se hizo débil pues «padeció en tiempos de Poncio Pilato»;

en esta forma servil, el inmortal murió pues «fue crucificado y sepultado»;

en esta forma servil, el rey de los siglos «resucitó al tercer día»;

en esta forma servil, el creador de las cosas visibles e invisibles «ascendió al cielo», de donde nunca se alejó;

en esta forma servil, «está sentado a la derecha del Padre» el que es el brazo del Padre del que dice el profeta: ¿A quién se manifestó el brazo del Señor?14; en esta forma servil, en que quiso participar de la suerte de los muertos, a pesar de ser la vida de los vivos, «vendrá a juzgar a vivos y muertos».

Por él nos fue enviado «el Espíritu Santo» del Padre y de él mismo, Espíritu del Padre y del Hijo, enviado por ambos, engendrado por ninguno, la unidad entre ambos e igual a ambos.

Esta Trinidad es un único Dios, omnipotente, invisible, inmortal, rey de los siglos, creador de lo visible e invisible. No afirmamos ni tres dioses, ni tres omnipotentes o tres creadores, o cualquier otra cosa que pueda decirse de la excelencia de Dios. No son tres dioses, sino un único Dios a pesar de que en esta Trinidad el Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre y el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, sino que uno es el Padre del Hijo, otro el Hijo del Padre y otro el Espíritu del Padre y del Hijo. Creedlo para comprenderlo, pues, si no creéis, no comprenderéis15.

De esta fe esperad la gracia en la que «todos vuestros pecados os serán perdonados». Por ella seréis salvados -no por vosotros mismos, pues es don de Dios- no por las obras, para que nadie se enorgullezca16. Pues seréis su obra, creados en Cristo Jesús, en las obras buenas que Dios ha dispuesto para que caminéis en ellas17 y, depuesta la vetustez y revistiéndoos del hombre nuevo18, seáis criatura nueva, cantando el cántico nuevo19, dispuestos a recibir la herencia eterna gracias al Testamento nuevo. Así, incluso después de esta muerte, que pasó a todos los hombres20, deuda contraída y pagada a la vetustez del primer hombre, esperad también «la resurrección de vuestros cuerpos», no para sufrir tormentos, como sucederá a los malvados, ni para satisfacer deseos carnales, como piensan los necios, sino conforme a lo que dice el Apóstol: Se siembra un cuerpo animal y resucitará un cuerpo espiritual21. Entonces el cuerpo será obediente al espíritu ya bienaventurado y con admirable felicidad le estará sometido en todo, de modo que ya no oprimirá al alma22 ni buscará rehacerse porque no sufrirá debilitamiento alguno, sino que permanecerá en la vida eterna en la que la vida para nuestro espíritu, unido a nuestro cuerpo, será la eternidad misma.

2. Con este breve sermón sobre el Símbolo en su totalidad he saldado mi deuda. Cuando lo escuchéis todo seguido, reconoceréis brevemente sintetizado en él mi sermón. De ningún modo debéis escribirlo, ni siquiera para retener sus palabras exactas; tenéis que aprenderlo a la perfección a fuerza de oírlo; ni siquiera después de haberlo aprendido debéis escribirlo, sino conservarlo y recordarlo siempre de memoria.

Todos los contenidos que vais a oír en el Símbolo están ya presentes en las Sagradas Escrituras y soléis oírlos todos en una circunstancia u otra según la oportunidad. El que no sea lícito escribir lo así recogido y abreviado en determinada fórmula sirve a recordar la promesa de Dios en la que, anunciando de antemano por boca del profeta el nuevo Testamento, dijo: Éste es el testamento que les dispondré después de aquellos días -dice el Señor- dando mis leyes a su mente y las escribiré en sus corazones23. Para significar esto, al escuchar el Símbolo no lo escribís en tablas o cualquier otro soporte, sino en vuestros corazones. Quien os llamó a su reino y gloria24 os concederá que, regenerados por su gracia, quede inscrito en vuestros corazones por el Espíritu Santo25, para que améis lo que creéis y la fe se haga activa en vosotros por la caridad26, y así agradéis al Señor, dador de todo bien, no temiendo como siervos el castigo, sino amando la justicia como personas libres.

Éste es, pues, el Símbolo que ya se os ha ido descubriendo por medio de la Escritura y sermones en la Iglesia durante vuestro catecumenado; pero, una vez bautizados, lo habéis de confesar en esta breve fórmula y en ella habéis de progresar.