SERMÓN 204

Traductor: Pío de Luis, OSA

La manifestación del Señor

1. Hemos celebrado hace pocos días el nacimiento del Señor; hoy celebramos su epifanía. Es éste un término griego que significa «manifestación» y hace relación a lo que dice el Apóstol: Sin duda es grande el misterio de la piedad que se ha manifestado en la carne1. Ambas fechas, pues, comportan una manifestación de Cristo. En la primera nació como hombre de una madre humana quien desde siempre era Dios junto al Padre. Se manifestó en la carne a la carne, puesto que la carne no podía verle cual era en espíritu. Y aquel mismo día, llamado Navidad, le vieron los pastores judíos; en el día de hoy, que se denomina propiamente epifanía, es decir, manifestación, le adoraron los magos gentiles. Aquéllos recibieron el anuncio de los ángeles; éstos, de una estrella. Los ángeles habitan los cielos y los astros los adornan; a unos y a otros narraron los cielos la gloria de Dios2.

2. Para ambos, judíos y gentiles, nació la piedra angular, con el fin, como dice el Apóstol, de hacer en sí mismo, de los dos, un solo hombre nuevo, estableciendo la paz, y transformar a los dos en un solo cuerpo para Dios por la cruz3. ¿Qué otra cosa es un ángulo sino la unión de dos paredes que traen direcciones distintas y, por así decir, encuentran allí el beso de la paz? La circuncisión y el prepucio, es decir, los judíos y los gentiles, fueron enemigos entre sí, por ser dos pueblos de distinta y contraria proveniencia: de uno proviene el culto del único Dios verdadero, y del otro, el de los muchos y falsos dioses. Aunque los primeros estaban cerca y los segundo lejos4, a unos y a otros los condujo hacia sí el que -como dice a continuación el Apóstol- transformó a los dos en un solo cuerpo para Dios, dando muerte en sí mismo, por medio de la cruz, a la enemistad5. Dice también: Con su venida os anunció la paz a vosotros, a los que estabais lejos como a los que estabais cerca, puesto que por él tenemos acceso todos en un mismo Espíritu al Padre6. Ved si no ha mostrado aquí tanto a las dos paredes, procedentes de una diversidad enemiga, como a Cristo el Señor, cual piedra angular, a quien se acercaron ambas, aunque de distinta procedencia; Cristo, en quien hallaron la concordia una y otra, es decir, quienes creyeron en él, tanto judíos como gentiles. Es como si se les dijese: «Tanto vosotros que venís de cerca como vosotros que llegáis de lejos, acercaos a él, y seréis iluminados, y vuestros rostros no sentirán confusión7». Está escrito, en efecto: He aquí que pongo en Sión la piedra angular, elegida y de gran valor, y quien crea en ella no será confundido8. Quienes escucharon y se mostraron obedientes viniendo de aquí y de allí, encontraron la paz y pusieron fin a la enemistad. Los pastores y los magos fueron las primicias de los unos y de los otros. En ellos comenzó a conocer el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su señor9. El animal astado hace referencia al pueblo judío, pues en él se preparaban para Cristo los cuernos de la cruz. El animal con largas orejas, al pueblo gentil, según estaba predicho: El pueblo que no conocía me sirvió, y al escucharme me obedeció10. Así pues, el dueño del buey y el señor del asno yacía en el pesebre, y a ambos animales daba un alimento común. Había venido para ser paz tanto para los de lejos como para los de cerca11. Los pastores israelitas, como corresponde a quienes se hallaban cerca, llegaron hasta Cristo el mismo día en que nació; le vieron y exultaron de gozo; los magos gentiles, en cambio, hallándose lejos, transcurridos unos días desde la fecha de su nacimiento, llegaron hoy, lo encontraron y lo adoraron. Convenía, pues, que nosotros, la Iglesia congregada de entre los gentiles, uniéramos la celebración de este día en que Cristo se manifestó a las primicias de los gentiles, a la de aquel otro en que Cristo nació de los judíos, y conserváramos, mediante la doble solemnidad, el recuerdo de tan gran misterio.

3. Cuando se piensa en estas dos paredes, una de judíos y otra de gentiles, como unidas a la piedra angular, manteniendo la unidad del espíritu en el vínculo de la paz12, no debe turbarse el ánimo pensando en la multitud de judíos reprobados, entre los que están los constructores, es decir, los que querían ser doctores y son sólo lo que dice el Apóstol: No entienden lo que dicen ni de quiénes lo dicen13. A causa de esta ceguera mental rechazaron la piedra que se convirtió en cabeza de ángulo14. Pero no se hubiera convertido en cabeza de ángulo si no hubiese otorgado a las dos paredes de direcciones opuestas una unión pacífica, efectuada por la gracia. Cuando se tiene en la mente la pared judía, no hay que pensar en los perseguidores y asesinos de Cristo, como constructores de la ley y destructores de la fe, que rechazaban la piedra angular y edificaban la ruina para su mísera ciudad. Tampoco hay que pensar en la multitud de judíos diseminados por la tierra entera para dar testimonio de las Escrituras divinas, que, sin conocerlas, llevan por doquier. En todos éstos está cojo Jacob. En el hecho de golpearle el muslo y dejárselo seco15 está significada la muchedumbre de su raza que iba a claudicar de sus sendas. En referencia a la pared santa, la que pasó de ellos a la paz de la piedra angular, hay que pensar en aquellos en quienes fue bendecido Jacob16. La misma persona fue bendecida y dejada coja: bendecida en sus descendientes santificados, y coja en los reprobados. Como incluidos en esta pared hay que pensar en aquellos que masivamente precedían y seguían al asno que llevaba al Salvador, gritando: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!17; en aquellos discípulos elegidos de ese pueblo y convertidos en apóstoles. Hay que pensar en Esteban, cuyo nombre griego significa «corona», el primero en ser coronado con el martirio después de la resurrección del Señor; en los miles de entre sus perseguidores que creyeron cuando vino el Espíritu Santo18; en las iglesias de las que dice el Apóstol: Yo era desconocido personalmente para las Iglesias de Judea que existían en Cristo; solamente habían oído que quien en otro tiempo las perseguía, ahora anunciaba la fe que entonces devastaba, y en mí glorificaban al Señor19. De esta manera hay que entender la pared judía y unirla a la que proviene de los gentiles, ahora manifiesta. Y de esta forma se advertirá que no en vano se predijo a Cristo el Señor como piedra angular, primero colocada en un pesebre y luego elevada hasta la cima del cielo.