SERMÓN 202

Traductor: Pío de Luis, OSA

La manifestación del Señor

1. 1. La fecha nos invita a hablaros, como todos los años, de la solemnidad del día de hoy, conocida en todo el mundo; de lo que tiene de festivo para nosotros y de lo que conmemoramos en esta celebración anual. Epifanía es un término griego que podemos traducir por «manifestación». Se nos dice que en este día adoraron al Señor los magos, advertidos por la aparición de una estrella que iba delante guiándoles. En el mismo día en que él nació vieron la estrella en el oriente, y reconocieron quién era aquel cuyo nacimiento se les había indicado. Desde aquel preciso día hasta el de hoy estuvieron en camino, aterrorizaron al rey Herodes con su proclama y se encontraron con los judíos, quienes, con la Escritura profética en la mano, les respondieron que Belén era la ciudad en que había de nacer el Señor. Teniendo la misma estrella por guía, llegaron luego hasta el Señor mismo, y, cuando les fue mostrado, lo adoraron. Le ofrecieron oro, incienso y mirra, y regresaron por otro camino1. En el mismo día de su nacimiento se manifestó a unos pastores advertidos por un ángel, y en el mismo día, lejos, en el oriente, recibieron el anuncio los magos a través de una estrella, pero solamente en esta fecha fue adorado por ellos. Toda la Iglesia de la gentilidad ha aceptado celebrar con la máxima devoción este día, pues ¿qué otra cosa fueron aquellos magos sino las primicias de los gentiles? Los pastores eran israelitas; los magos, gentiles; aquéllos vinieron de cerca; éstos, de lejos; pero unos y otros coincidieron en la piedra angular2. Dice el Apóstol: Cuando vino, nos anunció la paz a nosotros, que estábamos lejos y a los que estaban cerca. Él es, en efecto, nuestra paz, quien hizo de ambos pueblos uno solo, y constituyó en sí a los dos en un solo hombre nuevo, estableciendo la paz, y transformó a los dos en un solo cuerpo para Dios, dando muerte en sí mismo a las enemistades3.

2. 2. Con toda razón, nunca quisieron los herejes donatistas celebrar con nosotros este día, pues ni aman la unidad ni están en comunión con las Iglesias de Oriente, donde se dejó ver aquella estrella. Nosotros, no obstante, unidos a todos los pueblos, celebremos la manifestación de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que saboreó las primicias de los gentiles. En aquel día, en efecto, el niño, antes de que aprendiera a llamar a su padre o a su madre, como había sido profetizado de él, recibió el poder de Damasco y los despojos de Samaria4; es decir, antes de que profiriese palabras humanas mediante la carne humana, recibió el poder de Damasco, o sea el poder de que Damasco presumía. Aquella ciudad, floreciente en otro tiempo según los criterios del mundo, había presumido de sus riquezas. Entre éstas, el primer lugar se reserva para el oro, precisamente lo que los magos humildemente ofrecieron a Cristo. Los despojos de Samaria, a su vez, eran sus mismos habitantes. Samaria, en efecto, simboliza la idolatría, pues allí, después de haberse apartado de Dios, el pueblo de Israel se convirtió al culto de los ídolos. Viniendo a destruir en todo el orbe el reino del diablo con la espada espiritual, siendo aún niño, arrebató estos primeros despojos a la dominación de la idolatría. Apartó de la peste de tal superstición a los magos que se habían puesto en movimiento para adorarlo y, sin poder hablar todavía en la tierra con la lengua, les habló desde el cielo mediante la estrella, y les mostró, no con voz de la carne, sino con el poder de la Palabra, quién era, a dónde y por quiénes había venido. Esta Palabra, que en el principio era Dios cabe Dios5, hecha ya carne para habitar en medio de nosotros6, había venido hasta nosotros y permanecía junto al Padre; sin abandonar a los ángeles allá arriba, por medio de ellos reúne a los hombres junto a sí aquí abajo. Resplandece por la verdad inconmutable ante los habitantes del cielo en cuanto Palabra y yace en un pesebre a causa de la pequeñez de la posada7. Él hacía aparecer en el cielo una estrella que le indicaba en la tierra como merecedor de adoración. Y, no obstante ser niño tan poderoso, tan grande, siendo aún pequeño, llevado por sus padres, huyó a Egipto debido a la hostilidad de Herodes8. De esta manera ya hablaba, aunque no con palabra, sino con los hechos, y en silencio decía: Si os persiguen en una ciudad, huid a otra9. Llevaba carne humana, en la que nos prefiguraba y en la que había de morir por nosotros en el momento oportuno. Éste era el motivo por el que le ofrecieron los magos no sólo oro e incienso, como señal de honor y adoración respectivamente, sino también mirra, en cuanto que había de ser sepultado. En los niños a los que Herodes dio muerte manifestó cómo habían de ser quienes muriesen por él, cuán inocentes y humildes. En sus dos años de edad significó también el número de preceptos de que penden toda la ley y los profetas10.

3. 3. ¿A quién no llama la atención el que los judíos respondiesen según la Escritura a la pregunta de los magos sobre dónde había de nacer Cristo y no fueron a adorarlo con ellos?11 ¿Qué significa esto? ¿No estamos viendo que incluso ahora no sucede otra cosa, cuando en los mismos ritos a los que está sometida su dureza no se manifiesta otra cosa que Cristo, en quien no quieren creer? Cuando matan el cordero y comen la pascua12, ¿no anuncian a Cristo a los gentiles, sin adorarlo ellos? ¿Qué otro valor tiene nuestro actuar a propósito de los testimonios de los profetas, en los que está preanunciado Cristo? A los hombres que sospechan que tales testimonios fueron escritos por los cristianos, no cuando aún eran futuros sino después de acontecidos los hechos, los emplazamos ante los códices de los judíos para confirmar sus ánimos dudosos. ¿Acaso los judíos no muestran también entonces a Cristo a los gentiles, sin querer adorarlo en su compañía?

4. Después de conocer al Señor y Salvador Jesucristo, quien, para consolarnos a nosotros, yació entonces en una gruta angosta y ahora está sentado en el cielo para elevarnos allí, anunciémosle nosotros en esta tierra, en este país de nuestra carne, de manera que no volvamos por donde vinimos ni sigamos de nuevo los pasos de nuestra vida antigua; anunciémosle nosotros de quienes eran primicias los magos; nosotros, heredad de Cristo hasta los confines de la tierra en atención a la cual entró parcialmente la ceguera en Israel hasta que llegue la plenitud de los gentiles13. He aquí lo que significa el que aquellos magos no regresaron por donde habían venido14. El cambio de camino es el cambio de vida. También para nosotros proclamaron los cielos la gloria de Dios15; también a nosotros nos condujo a adorar a Cristo la refulgente verdad del evangelio, como si fuera una estrella del cielo; también nosotros hemos escuchado con oído creyente la profecía proclamada en el pueblo judío como testimonio de los judíos que no nos acompañan; también nosotros hemos honrado a Cristo rey, sacerdote y muerto por nosotros, cual si le hubiésemos ofrecido oro, incienso y mirra; sólo queda que para anunciarle a él tomemos un nuevo camino y no regresemos por donde vinimos.