SERMÓN 192

Traductor: Pío de Luis, OSA

El nacimiento del Señor

1. 1. Hoy la Verdad ha brotado de la tierra1, Cristo ha nacido en la carne. Llenaos de un gozo festivo y, advertidos por el día de hoy, pensad en el Día sempiterno; desead con esperanza firmísima los dones eternos; alardead de ellos una vez que recibisteis el poder ser hijos de Dios. Por vosotros se hizo temporal el hacedor de los tiempos; por vosotros apareció en la carne el autor del mundo; por vosotros fue creado el creador. ¿Por qué vosotros, mortales todavía, halláis vuestro deleite en cosas efímeras y os esforzáis por retener, si ello fuera posible, esta vida pasajera? En la tierra ha brillado una esperanza mucho más esplendorosa, hasta el punto de que a hombres terrenos se les promete una vida celestial. Para que esto fuera creíble, Dios anticipó algo más increíble. Para hacer dioses a los que eran hombres, el que era Dios se hizo hombre; sin dejar de ser lo que era, quiso hacerse lo que había hecho. Él hizo lo que iba a ser, puesto que añadió la humanidad a la divinidad, sin perder la divinidad al tomar la humanidad. Nos causa asombro el parto de una virgen, y nos esforzamos por convencer a los incrédulos para que acepten este nuevo modo de nacer, a saber, que en un seno no fecundado nació el embrión de un hijo y unas entrañas libres de abrazo carnal dieron a la luz un hijo humano, sin tolerar que tuviera padre humano; que la integridad virginal permaneció cerrada en el momento de concebir e incorrupta en el momento del parto. Maravilloso es este poder, pero aún hemos de admirar más la misericordia, gracias a la cual quien pudo nacer así, así quiso nacer. Era ya hijo único del Padre quien nació como hijo único de su madre; fue hecho en la madre quien se había hecho una madre; siendo siempre eterno junto al Padre, se hace hodierno naciendo de una madre; fue hecho de una madre después de ella quien, sin haber sido hecho, nació del Padre antes de todas las cosas; el Padre nunca existió sin él, y sin él nunca hubiese existido su madre.

2. 2. Exultad de gozo, vírgenes de Cristo: la madre de Cristo comparte vuestra condición. No pudisteis dar a luz a Cristo, pero por Cristo renunciasteis a dar a luz. Quien no ha nacido de vosotras, ha nacido para vosotras. Sin embargo, si os acordáis, como debéis, de su palabra, también vosotras sois sus madres si hacéis la voluntad de su Padre. Él fue quien dijo: Quien hiciere la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre2. Regocijaos, viudas de Cristo, que habéis ofrecido la santidad de la continencia a quien hizo fecunda la virginidad. Regocijaos también, matrimonios castos, todos los que vivís en fidelidad a vuestros cónyuges: lo que habéis perdido en el cuerpo, conservadlo en el corazón. Si la carne no puede conservar la integridad corporal a causa del comercio carnal, sea virgen la conciencia gracias a la fe por la que es virgen toda Iglesia. En la persona de María la virginidad devota dio a luz a Cristo; en la persona de Ana, la viudedad entrada en años conoció a Cristo en su pequeñez; en la persona de Isabel, se puso a su servicio la castidad conyugal y la fecundidad de una anciana. Todas las categorías de miembros fieles ofrecieron a su cabeza lo que, por su gracia, pudieron ofrecerle. Por tanto, dado que Cristo es la Verdad, la Paz y la Justicia, concebidle mediante la fe, dadlo a luz mediante las obras, de forma que lo que hizo el seno de María respecto a la carne de Cristo lo haga vuestro corazón respecto a la ley de Cristo. Pues ¿cómo vais a estar excluidas del parto de la virgen, si sois miembros de Cristo? María dio a luz a vuestra cabeza, y la Iglesia a vosotras. También ésta es madre y virgen: madre por las entrañas de caridad, virgen por la integridad de la fe y la piedad. Engendra a los pueblos, pero todos son miembros de uno solo, de la que ella es cuerpo y esposa, siendo también en esto semejante a aquella virgen que también es madre de la unidad entre muchos.

3. 3. Todos, pues, en unidad de espíritu, con mente casta y castos deseos, celebremos el día del nacimiento del Señor; día en que la Verdad ha brotado de la tierra3, palabras con las que di inicio a este sermón. Ya se cumplió también lo que aparece en el mismo salmo a continuación. En efecto, también la justicia ha mirado desde el cielo4, puesto que el que ha brotado de la tierra, es decir, el que ha nacido de la carne, vino del cielo y está por encima de todos5. Se ha cumplido, sin duda alguna, una vez que subió al Padre. Él mismo hace referencia a esta justicia con palabras propias cuando prometió el Espíritu Santo: Él -dice- argüirá al mundo de pecado con relación a la justicia y al juicio. De pecado, porque no creyeron en mí; respecto a la justicia, porque me voy al Padre, y ya no me veréis6. He aquí la justicia que ha mirado desde el cielo. Su salida desde la extremidad del cielo y su carrera hasta su confín7. Para que nadie despreciase la Verdad por haber brotado de la tierra, puesto que como esposo salió de su lecho nupcial, es decir, del seno de la virgen, donde la Palabra de Dios se unió en cierto matrimonio inefable a la criatura humana; para que nadie la despreciara -repito- y, a pesar de lo admirable de su nacimiento, de su doctrina y de sus obras, a causa de la semejanza de pecado, creyera que Cristo no era más que un hombre, después de haber dicho: Cual esposo que sale de su lecho nupcial, saltó como un gigante dispuesto a recorrer su camino, añadió a continuación: Su salida desde la extremidad del cielo8. Cuando escuchas: La Verdad ha brotado de la tierra9, piensa que fue condescendencia suya, no necesidad de su condición; que fue expresión de misericordia, no de miseria. Para brotar de la tierra, la Verdad bajó del cielo. Para salir de su lecho nupcial, el esposo hizo antes su salida desde la extremidad del cielo. Ésa es la razón por la que nació en el día de hoy, el día más corto de cuantos hay en la tierra, pero a partir del cual toman incremento los demás. Así, pues, quien se inclinó hasta nosotros y nos levantó eligió el día más corto, pero aquel a partir del cual aumenta la luz. Con su misma llegada, sin hablar, pero con una especie de gran clamor, nos exhorta a que aprendamos a ser ricos en él que se hizo pobre por nosotros10; a que recibamos la libertad en quien tomó la forma de siervo por nosotros; a que poseamos en el cielo a quien por nosotros ha brotado de la tierra.