SERMÓN 186

Traductor: Pío de Luis, OSA

El nacimiento del Señor

1. 1. Regocijémonos, hermanos; alégrense y exulten los pueblos. Este día no lo ha hecho sagrado para nosotros este sol visible, sino su creador invisible, cuando una virgen madre, de sus entrañas fecundas y virginalmente íntegras, trajo al mundo a su creador invisible, hecho visible para nosotros. Fue virgen al concebir, virgen al parir, virgen grávida, virgen encinta, virgen siempre. ¿Por qué te maravilla esto, oh hombre? Una vez que Dios se dignó ser hombre, fue conveniente que naciera así. Así la hizo a ella aquel a quien ella hizo. Pues, antes de ser hecho, ya existía, y, como era omnipotente, pudo ser hecho permaneciendo lo que era. Estando junto al Padre, se hizo una madre, y, una vez hecho de la madre, permaneció en el Padre. ¿Cómo iba a dejar de ser Dios al comenzar a ser hombre quien otorgó a su madre que no dejara de ser virgen cuando le dio a luz? Por tanto, del hecho de que la Palabra se hizo carne1 no cabe deducir que la Palabra cedió ante la carne, pereciendo ella; al contrario, fue la carne la que, para no perecer, accedió a la Palabra a fin de que, como el hombre es alma y carne, Cristo fuese a su vez Dios y hombre. El mismo que es Dios es hombre y el mismo que es hombre es Dios, no por mezcla de naturalezas, sino por la unidad de la persona. Finalmente, el que, en cuanto hijo de Dios al nacer del Padre, es coeterno con el que lo engendra, al nacer de una virgen comenzó a ser hijo del hombre. De esta manera, a la divinidad del hijo se añadió la humanidad; a pesar de lo cual no se produjo una cuaternidad de personas, sino que se mantiene la Trinidad.

2. 2. No se infiltre entre vosotros la opinión de algunos que prestan poca atención a la regla de la fe y a los oráculos de las Escrituras divinas. Razonan así: «El que es hijo de hombre se ha hecho hijo de Dios; en cambio, el Hijo de Dios no se ha hecho hijo del hombre». Para afirmar eso se fijaron en algo verdadero pero no fueron capaces de proferir verdad. ¿En qué se fijaron sino en que la naturaleza humana pudo cambiar a mejor y en que la divina no pudo cambiar a peor? Eso es verdad; pero también que así, esto es, sin sufrir cambio a peor, la naturaleza divina, la Palabra se hizo carne.Pues no dice el evangelio: «La carne se hizo Palabra» sino: La Palabra se hizo carne. Ahora bien, la Palabra es Dios, puesto que La Palabra era Dios2. ¿Y qué es la carne, sino el hombre? En efecto, la carne humana de Cristo no estaba privada de alma. Por eso dice: Mi alma está triste hasta la muerte3. Si, pues, decir Palabra equivale a decir Dios y decir carne equivale a decir hombre, ¿qué otra cosa significa: La Palabra se hizo carne, sino que quien era Dios se hizo hombre? En consecuencia, el que era hijo de Dios pasó a ser hijo del hombre porque asumió una naturaleza inferior, no porque sufriese transformación la superior; porque recibió lo que no era, no porque perdiese lo que era. Pues ¿cómo podríamos proclamar en la regla de fe que creemos en el Hijo de Dios, nacido de María la virgen, si de ella no nació el Hijo de Dios, sino un hijo de hombre? ¿Qué cristiano negará que de aquella mujer nació un hijo de hombre? Pero eso sí, ese hombre era Dios hecho hombre, cauce por el que el hombre se hizo Dios. En efecto, la Palabra era Dios, y la Palabra se hizo carne.Por tanto, hay que confesar lo siguiente: el que era hijo de Dios, para nacer de la virgen María, se hizo hijo del hombre, asumiendo la forma de siervo; continuó siendo lo que era y asumió lo que no era; en cuanto es menor que el Padre, comenzó a existir, y, en cuanto son una sola cosa el Padre y Él, permanece desde siempre.

3. 3. Si no se hizo hijo del hombre el que es siempre hijo de Dios, ¿cómo dice el Apóstol: Quien, existiendo en la forma de Dios, no consideró objeto de rapiña ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo y, hecho a semejanza de los hombres, en el porte fue hallado como un hombre?4 Ningún otro, sino el que en forma de Dios era igual al Padre -ciertamente el hijo unigénito de Dios- se anonadó a sí mismo, hecho a semejanza de los hombres. Ningún otro sino el mismo que en la forma de Dios era igual al Padre se humilló a sí mismo; no humilló a otro, sino a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz)5. Todo lo cual lo hizo el Hijo de Dios en la forma en la que es hijo del hombre. Más aún: si no se hizo hijo del hombre el que es siempre hijo de Dios, ¿cómo dice el Apóstol a los romanos: Apartado para el evangelio de Dios, prometido en las santas Escrituras a través de los profetas, referente a su hijo, nacido como hombre del linaje de David?6 He aquí al Hijo de Dios, que sin duda existía desde siempre, hecho hombre del linaje de David, algo que antes no era. Más todavía; si no se hizo hijo del hombre el que es hijo de Dios, ¿cómo envió Dios a su hijo nacido de mujer?7- con el término «mujer» la lengua hebrea se limita a indicar el sexo femenino, sin negar la honra virginal-. ¿Quién, pues, fue enviado por el Padre sino el hijo unigénito de Dios? ¿Cómo entonces nació de mujer, sino porque el mismo que estaba junto al Padre como Hijo de Dios, una vez enviado, se hizo hijo de hombre? Nació del Padre sin día temporal, de la madre en este día. Para ser hecho eligió este día que él había creado, del mismo modo que nació de la madre que él creó. Pues ese mismo día a partir del cual comienzan a crecer los días simboliza la obra de Cristo, por quien nuestro hombre interior se renueva de día en día8. El nacimiento del creador eterno, creado en el tiempo, debió acaecer en una fecha adecuada a la criatura temporal.