SERMÓN 182

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Discernimiento de espíritus (1Jn 4,1—3)

1. Cuando leíamos al apóstol Juan, escuchamos al Espíritu Santo, que hablaba por medio de él y decía: Amadísimos, no deis fe a cualquier espíritu; antes bien, examinad los espíritus para ver si proceden de Dios1. Insisto en ello, porque es necesario que os lo repita y lo inculque con fuerza en vuestras mentes, en la medida en que Dios me ayude. Amadísimos, no deis fe a cualquier espíritu; antes bien, examinad los espíritus para ver si proceden de Dios, porque han salido a este mundo muchos falsos profetas2. El Espíritu Santo nos ha mandado que no demos fe a cualquier espíritu, y nos indicó el porqué de este mandato. ¿Cuál es? Porque —dice— han salido a este mundo muchos falsos profetas. Por tanto, quien desprecie este precepto y piense que ha de creer a todo espíritu, necesariamente irá a parar en manos de los falsos profetas y, lo que es peor, blasfemará contra los auténticos.

2. Ahora, el hombre puesto ya en guardia por este precepto me dirá: «Lo he oído, lo mantengo y deseo cumplirlo, puesto que tampoco yo quiero ir a parar en medio de los falsos profetas. Pues ¿quién hay que quiera ser engañado por gente mendaz? En efecto, un falso profeta es un profeta mentiroso. Preséntame un hombre piadoso: no quiere engañar; preséntame otro impío, sacrílego: quiere engañar, pero no ser engañado. Si los buenos no quieren engañar, y tanto los buenos como los malos detestan ser engañados, ¿quién hay que quiera ir a parar en manos de los falsos profetas? Repito las palabras de quien me da el consejo; pero lo cierto es que nadie, a no ser de forma involuntaria, se entrega a los falsos profetas. He escuchado el precepto de Juan, mejor, del Señor por boca de Juan: No deis fe a cualquier espíritu3. Ve que lo acepto; eso quiero. Continúa diciendo: antes bien, examinad los espíritus para ver si proceden de Dios4. ¿Cómo hacerlo? Si no tuviera posibilidad de equivocarme, quisiera examinarlos. Por otra parte, si no averiguo qué espíritus proceden de Dios, necesariamente iré a dar en los que no proceden de él y, en consecuencia, me seducirán los falsos profetas. ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo lo evitaré? ¡Oh, si el santo Juan, del mismo modo que nos dijo: No deis fe a cualquier espíritu; antes bien, distinguid los que son de Dios, se hubiese dignado decirnos también la forma de conocer los que proceden de Dios! Cesa en tu preocupación y escucha: En esto se conoce el espíritu que procede de Dios5: he aquí lo que deseabas escuchar para averiguar qué espíritus son de Dios. En esto se conoce el espíritu que procede de Dios; son palabras de Juan, no mías; así continúa la lectura que estoy comentando. En efecto, después de hacernos precavidos y cautos para que no demos fe a cualquier espíritu, sino que averigüemos cuáles proceden de Dios, puesto que son muchos los falsos profetas que salieron a este mundo, inmediatamente vio cuál sería nuestro deseo; sale al encuentro de nuestra expectación y centra su mirada en nuestro pensamiento oculto. Gracias a Dios que se ha dignado manifestarnos también esto por medio de Juan. En esto se conoce el espíritu que es de Dios.

Ea, pues, escuchad; escuchad, comprended y distinguid; adheridos a la verdad, resistid a la falsedad. En esto se conoce el espíritu que procede de Dios. «¿En qué, te suplico? Esto es lo que deseaba oír». Todo espíritu que confiesa que Jesucristo vino en la carne, procede de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo vino en la carne, no procede de Dios6. Entretanto, pues, amadísimos, alejad de vuestros oídos a cualquier charlatán, predicador, escritor o susurrador que niegue la venida en carne de Jesucristo. Por tanto, expulsad de vuestras casas, vuestros oídos y vuestros corazones a los maniqueos, quienes con toda claridad niegan que Jesucristo vino en la carne. Así, pues, sus espíritus no proceden de Dios.

3. Estoy viendo ahora por dónde quiere colarse el lobo; lo advierto, y, en la medida de mis posibilidades, mostraré cómo ha de evitarse. En lo que dije o, mejor, en las palabras del Apóstol mencionadas por mí de que todo espíritu que niega que Jesucristo vino en la carne, no procede de Dios7, asienta su trampa el maniqueo, y me dice: «He aquí que el espíritu que niega que Jesucristo vino en la carne no procede de Dios; ¿de dónde procede, pues? Si no procede de Dios —dice—, ¿de dónde procede? ¿Acaso puede existir sin proceder de alguna parte? Por tanto —dice—, si no procede de Dios y procede de otra parte, ahí tienes las dos naturalezas». Hemos topado con el lobo; tendámosle las redes salvadoras, cacémoslo, apresémoslo y, una vez apresado, despedacémoslo. Despedacémoslo, sí; ¡muera el error y viva el hombre! Ved que en las palabras que acabo de decir: «Apresémoslo, despedacémoslo; ¡muera el error y viva el hombre!», está la solución del problema. Pero recordad lo que os propuse, no sea que, habiendo olvidado el problema, no entendáis la solución. Todo espíritu que no confiesa que Jesucristo vino en la carne, no procede de Dios.

Y sigue el maniqueo: «¿De dónde procede, pues? Si no procede de Dios, procede de otra parte. Si procede de otra parte, he ahí mi demostración de que existen dos naturalezas». Retened esta objeción y volved vuestras mentes a aquellas mis palabras dichas poco ha: «Apresémoslo, despedacémoslo; ¡muera el error y viva el hombre!». El error no procede de Dios, pero sí el hombre. Volved a la objeción: Todo espíritu que no confiesa que Jesucristo vino en la carne, no procede de Dios8. También yo digo: Todas las cosas fueron hecha por él9. Todo espíritu alabe al Señor10. Pero si no todo espíritu procede de Dios, ¿cómo alaba al Señor el que no procede de Dios? Rotundamente, todo espíritu alabe al Señor. Veo los dos; advierto que uno está enfermo. Cúrese el mal y sea liberada la naturaleza. El mal no es una naturaleza, sino el enemigo de la naturaleza. Elimina la causa de tu enfermedad y permanece el motivo de alabanza. La medicina persigue los males, no la naturaleza. Todo espíritu que no confiese que Jesucristo vino en la carne, no procede de Dios. No procede de Dios en tanto en cuanto no confiese que Jesucristo vino en la carne, porque este error, es decir, la afirmación de que Jesucristo no vino en la carne, no procede de Dios. Hermanos, ¿qué significa el que hayamos renacido? Si hemos nacido bien, ¿qué significa el haber renacido? Que la naturaleza que se había corrompido se repara; que la naturaleza que había caído, se levanta; que la naturaleza que yacía deforme, se reforma por la gracia. Pues uno solo es el creador: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; unidad trina y trinidad una; única naturaleza inmutable e inconmutable, no sometida ni al regreso ni al progreso, que ni decae hasta hacerse menor ni se supera hasta ser más: es ella la única naturaleza perfecta, sempiterna y absolutamente inmutable. La criatura, en cambio, es buena, pero sin comparación con el Creador. Pretender igualar las criaturas al creador equivale a adherirse al diablo desertor.

4. Reconozca el alma su propia condición: no es Dios. Cuando se considera Dios, el alma ofende a Dios, y no encuentra en él quien le salve, sino quien le condene. En efecto, cuando Dios condena las almas malvadas, no se condena a sí mismo, lo que sucedería, en cambio, si las almas fueran Dios. Tributemos, hermanos, honor a nuestro Dios, a quien clamamos: Líbranos del mal11. Y si alguien, para convertir tu oración en tentación, te dice al susurro: «¿Cómo es qué has clamado: Líbranos del mal? ¿No es cierto que no existe el mal?», respóndele: «El malo soy yo; y si me libra del mal, de malo pasaré a bueno; líbreme él de mí mismo para no ir a parar en ti». Esto has de decir el maniqueo: «Si Dios me libera de mí mismo, no iré a parar en ti, pues si Dios me libera de mí, que soy malo, me convertiré en bueno; si me hago bueno, me haré también sabio; si sabio, no erraré y, si no yerro, no podré ser engañado por ti. Que Dios me libre, por tanto, de mí mismo y así no iré a parar en ti. El errar y creerte a ti es vicio mío, puesto que mi alma está llena de fantasías12. No soy luz para mí mismo, porque si lo fuese nunca hubiera errado. En consecuencia, no soy parte de Dios, porque la sustancia de Dios, la naturaleza divina, no puede errar; yo, en cambio, yerro, como tú mismo, que te consideras sabio, lo reconoces al intentar librarme de mi error. ¿De dónde procede, pues, mi error, si soy de naturaleza divina? Avergüénzate y tributa honor a Dios. Yo sostengo que aún yerras mucho; pero tú mismo confiesas haber errado. ¿Había errado, entonces, la naturaleza de Dios? ¿Se había precipitado en la inmundicia la naturaleza divina? ¿Cometía adulterios o estupros ilícitos ella? ¿Estaba ciega hasta el punto de no saber por dónde ir? ¿Estaba cubierta de injusticias y lascivias? Avergüénzate, tributa honor a Dios».

5. No puedes ser luz para ti mismo; no puedes, no puedes. (La Palabra) era la luz verdadera13. Comparándolo con Juan (el Bautista), se dijo que ella era la luz verdadera. ¿No era, acaso, también Juan lámpara? Él era lámpara que ardía y alumbraba, dijo el Señor14. ¿Por ventura no es luz una lámpara? Pero existía la luz verdadera. La lámpara puede encenderse y apagarse; la luz verdadera, en cambio, puede encenderse, pero no apagarse. La Palabra era, pues, la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo15. No somos luz; antes bien, hemos de ser iluminados. Despierta, grita conmigo: El Señor es mi luz16. ¿Qué estás diciendo? ¿Entonces, no existen cosas malas? Sí, pero cambiadas también ellas pasarán a ser buenas, pues las mismas cosas malas no lo son por naturaleza, sino por vicio. ¿Qué significa: Líbranos del mal17? ¿No podríamos y no podemos decir: «Líbranos de las tinieblas»? ¿De qué tinieblas? De nosotros mismos, si es que quedan aún restos de las mismas, hasta que seamos totalmente luz, cuando no haya nada en nosotros que ponga resistencia a la caridad, nada que repugne a la verdad, nada que esté sometido a la enfermedad, nada que desfallezca bajo el peso de la mortalidad. Ved cómo será todo cuando se cumplan aquellas palabras: Este cuerpo corruptible se revestirá de incorrupción y este cuerpo mortal de inmortalidad. Entonces se hará realidad lo escrito: La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado18. ¿Dónde está el mal?

6. ¿Cuáles son ahora los males del hombre? El error y la debilidad. O bien no sabes qué hacer, y errando caes, o bien sabes lo que hay que hacer, pero te vence la debilidad. Así, pues, todos los males del hombre se reducen al error y a la debilidad. Contra el error, grita: El Señor es mi luz. Contra la debilidad, añade: y mi salud19. Cree, sé bueno; eres malo, serás bueno. No hagas distinciones. En tu naturaleza no hay que separar nada; simplemente hay que sanarla. ¿Quieres saber lo que eres? «Tinieblas». «¿Por qué tinieblas?» A ti, hombre que dices: «Dios está sometido a la corrupción», te pregunto: «¿Puede haber algo más profundo que estas tinieblas?». Cree, reconoce que Cristo vino en la carne, que recibió lo que no era sin perder lo que era, que cambió al hombre en sí sin que él se transformase en hombre. Reconócelo, y tú mismo, de malo, te convertirás en bueno y de tinieblas en luz. ¿O estoy mintiendo y carezco de pruebas convincentes? Aceptas al Apóstol, a no ser que tu aceptación sea sólo fingida; lees el Apóstol y con él te engañas y engañas. ¿Con qué te engañas? Con el error acerca de ti mismo y para tu mal; de hecho, si crees y te sacudes el error, escucharás lo que dice el Apóstol: Pues en otro tiempo fuisteis tinieblas, pero ahora sois luz. Añadió: luz, pero ¿dónde? En el Señor20. Por tanto, las tinieblas están en ti; la luz, en el Señor. Puesto que no puedes ser luz para ti mismo, acercándote a ella te iluminas y alejándote te entenebreces; si no eres luz para ti mismo, recibes la iluminación de otra parte. Acercaos a él y quedáis iluminados21.

7. Me doy cuenta, amadísimos, de que me he detenido mucho en un solo punto de esta lectura de San Juan y de que no debo fatigaros más ni llenaros por encima de vuestra capacidad; y también hay que pensar en mi propia debilidad. En efecto, estas palabras de san Juan encierran todavía otras grandes oscuridades. Entretanto, rechazad a los que niegan que Cristo vino en la carne, pues consta que ellos no proceden de Dios22. En la medida en que yerran, pecan y blasfeman, no proceden de Dios; cúrense y serán de Dios, puesto que ya lo eran por naturaleza. Cuanto he indicado al respecto, vedlo en las Escrituras. No creáis a quienes niegan que Cristo vino en la carne. Con toda seguridad vas a decirme: «Entonces, quien afirma que Cristo vino en la carne, ¿procede de Dios?23 ». Escuchemos a los donatistas, quienes confiesan que Cristo vino en la carne; a los arrianos, a los eunomianos, a los fotinianos, quienes lo confiesan igualmente. Si, pues, todos los espíritus que confiesan que Cristo vino en la carne proceden de Dios, ¡cuán numerosas son las herejías mentirosas, engañadoras y dementes que, no obstante, confiesan que Cristo vino en la carne! ¿Qué hemos de decir? ¿Cómo solucionar este problema? Cualquiera que sea la solución, hoy no es posible darla. Consideradme deudor, pero rogad a Dios su ayuda para mí y para vosotros. Vueltos al Señor...