SERMÓN 180

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Evitar el juramento (St 5,12)

1. La primera lectura que se ha proclamado hoy, tomada del Apóstol Santiago, me brinda y en cierto modo me prescribe de qué hablaros. En efecto, ha despertado vuestra atención, al exhortaros a que por encima de todo no juréis. Es una cuestión difícil. Si jurar es pecado, ¿quién está libre de él? Nadie duda que el perjurio es un pecado, y un pecado grande. Pero el apóstol cuyo texto comento no dice: Ante todo, hermanos míos, no perjuréis, sino: no juréis1. El mismo Señor Jesucristo se había adelantado ya en el Evangelio con una exhortación semejante: Escuchasteis —son palabras suyas— que se dijo a los antiguos: «No perjurarás»; pero yo os digo: «No juréis ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es el escabel de sus pies; ni siquiera por tu cabeza, porque no tienes poder para volver blanco o negro uno de tus cabellos. Vuestra palabra sea: Sí, sí; No, no; lo que pase de ahí, procede del mal2». La lectura del apóstol antes mencionada concuerda de manera tan plena con esta exhortación del Señor que parece que no otra cosa mandó el Señor; en efecto, ningún otro sino quien habló por boca del apóstol fue quien dijo: Ante todo, hermanos míos, no juréis ni por el cielo ni por la tierra ni con ningún otro juramento. Vuestra palabra sea: Sí, sí; No, no3. Sólo se diferencian en que éste añadió: Ante todo, con lo que os hizo más atentos y aumentó la dificultad de la cuestión.

2. Hallamos, en efecto, que juraron los santos; que juró antes que nadie el mismo Señor, en quien no hay absolutamente ningún pecado. Juró el Señor y no se arrepintió: eres sacerdote por siempre según el orden de Melquisedec4. Prometió al hijo con juramento el sacerdocio eterno. Tienes también: Juro por mí mismo, dice el Señor5. También es un juramento esto: Por mi vida, dice el Señor6. Como el hombre jura por Dios, así Dios lo hace por sí mismo. Entonces, ¿no es pecado jurar? Cuesta decirlo; y puesto que dijimos que Dios juró, ¡cómo suena a blasfemia el afirmarlo! Jura Dios, que no tiene pecado; en consecuencia, no es pecado jurar; ¡pero mayor pecado es perjurar! Quizá alguien diga que no sirve el ejemplo de Dios al respecto. Es Dios, y quizá sólo a él, que no puede perjurar, compete el jurar. Pues los hombres juran en falso porque están engañados o engañan. Puede darse que un hombre piense que es verdad lo que es falso y jura temerariamente; o que sepa y piense que es falso y, no obstante, lo jure como verdadero: y, por supuesto, este juramento es pecaminoso. Lejos están entre sí estos dos perjurios que he mencionado. Imagínate que jura quien cree ser verdadero aquello por lo que jura; piensa que es verdadero y, sin embargo, es falso. Su perjurio no es intencionado; se engaña, considera verdadero lo que es falso; no presenta a sabiendas un juramento en favor de algo falso. Piensa en otro que cree que algo es falso y dice que es verdadero; jura como si fuera verdadero lo que sabe que es falso. ¿Veis cuán detestables son estas bestias y dignas de ser eliminadas de los asuntos humanos? Pues ¿quién hay que quiera lo que ellos hacen? No hay hombre que no lo deteste. Considera ahora una tercera persona que piensa que algo es falso y jura que es verdadero y tal vez lo es. Por ejemplo, para que lo entendáis: preguntas a un hombre: «¿Llueve en tal lugar?». Él piensa que no ha llovido, mas para su negocio es más ventajoso decir que sí ha llovido; él piensa, repito, que no ha llovido. Se le pregunta: «¿Ha llovido?». Responde que sí, y lo jura; y es cierto que llueve allí, pero él lo ignora y piensa que no ha llovido. Ese tal ha perjurado. Es de gran importancia la intención con que se dice algo. Sólo una mente culpable hace culpable a la lengua. ¿Quién hay que no se engañe, aunque nunca quisiese engañar? ¿Qué hombre hay al que no se le cuele una falsedad? Y, con todo, el juramento no se aleja de la lengua, es algo muy frecuente; muchas veces hay más juramentos que palabras. Si el hombre examinara cuántas veces jura a lo largo del día, cuántas veces se hiere, cuántas veces se punza y atraviesa con la espada de la lengua, ¿quién hallaría en él un espacio sano? Pensando en la gravedad del pecado del perjurio, la Escritura te dice en pocas palabras: «No jures».

3. ¿Qué puedo decirte?, ¡oh hombre! ¿Que jures la verdad? «Mira: jura la verdad; no pecas; si juras lo que es verdadero, no pecas». Pero, hombre situado en medio de tentaciones, revestido de carne, que pisas tierra bajo tierra mientras el cuerpo que se corrompe oprime el alma y esta morada terrena embota la mente ocupada en muchas cosas7, entre tantos pensamientos inciertos e inconstantes, en medio de conjeturas y falacias humanas, ¿cuándo no se ha deslizado lo falso sobre ti que te encuentras en la región de la falsedad? ¿Quieres, pues, alejarte del perjurio? No jures. Pues quien jura, alguna vez que otra puede jurar lo que es verdad, pero quien no jura nunca podrá jurar lo que es mentira. Jure, pues, Dios, que jura sin temor, a quien nadie engaña, a quien nada se le oculta, quien ignora totalmente lo que es engañar porque ni siquiera puede engañarse. En efecto, cuando jura, se pone a sí mismo por testigo. Como tú, cuando juras, pones a Dios por testigo, así él, cuando jura, se presenta a sí mismo como testigo. Cuando tú pones a Dios por testigo es posible que además de mentir tomes en vano el nombre del Señor tu Dios8. Por tanto, para no jurar lo que es falso, no jures. El juramento es como un sendero estrecho; el perjurio, como el precipicio. Quien jura está al borde, quien no jura está lejos. Peca, y peca gravemente, quien jura en falso; no peca quien jura en verdad; pero quien no jura en absoluto, tampoco peca. Pero quien no jura y no peca, está lejos del pecado; en cambio, quien jura la verdad no peca, aunque está cerca del pecado. Suponte que caminas por cierto lugar a cuya derecha hay un amplio espacio sin estrechez alguna y a la izquierda un precipicio. ¿Por dónde prefieres caminar: por el borde del precipicio o lejos de él? Pienso que lejos de él. Del mismo modo, el que jura camina justamente al borde y, además, con pies débiles por ser humanos. Si tropiezas, te vas abajo; si resbalas, lo mismo. Y ¿quién te recibe? El castigo por tu perjurio. Tú querías jurar en verdad; escucha, entonces, el consejo de Dios: «No jures».

4. Si fuera pecado el juramento tampoco se hubiese dicho en la ley antigua: No jurarás en falso9, antes bien cumplirás al Señor tu juramento10, pues nunca se nos preceptuaría lo que es pecado. Pero tu Dios te dice: «No te condenaré si juras; no te condenaré si juras la verdad. Pero ¿te condenaré, acaso, si no juras? Dos son las cosas —dice— que no condeno nunca: el jurar la verdad y el no jurar; sí condeno, en cambio, el falso juramento. Jurar en falso es pernicioso; jurar en verdad lleva peligro; no jurar es lo seguro». Sé que es una cuestión difícil y, lo confieso a Vuestra Caridad, siempre la eludí. Esta vez, en cambio, cuando se leyó la misma lectura a la hora de predicar el sermón de este domingo, me creí inspirado por Dios para hablaros de ello. Dios quiso que os hablase de esto y que vosotros lo escuchaseis. Os pido que no lo despreciéis, que afirméis vuestro corazón y transforméis la ligereza de vuestra lengua. No carece de significado el que habiendo yo querido —como dije— eludir siempre esta cuestión, se me haya impuesto, para que sea impuesta también a vuestra caridad.

5. Para que veáis que jurar la verdad no es pecado, encontramos que también el apóstol Pablo juró: Hermanos, ¡por vuestra gloria!, la que tengo en Cristo Jesús, nuestro Señor, muero día a día11]. Por vuestra gloria es un juramento. No dice: Muero por vuestra gloria, como si fuera esa gloria la que le hace morir, igual que si dijera: «Murió por veneno, o fue muerto por la espada, por una bestia o por un enemigo», es decir, causando la muerte el enemigo, la espada, el veneno y cosas parecidas. No dijo en ese sentido: Por vuestra gloria. El texto griego elimina toda ambigüedad. Si se examina la carta en el original griego, también allí se encuentra un juramento que no deja lugar a dudas: N? t?n ?met?ran ka?chsin. N? t?n ?e?n. Es una forma de juramento en la lengua griega. A diario oís a los griegos, y quienes conocéis su lengua sabéis que cuando dicen N? t?n ?e?n pronuncian un juramento, que equivale al Per Deum latino. Por tanto, que nadie dude de que el Apóstol emitió un juramento cuando dijo: Hermanos, ¡por vuestra gloria!, la que tengo en Cristo Jesús, Señor nuestro. Fijaos bien que no juró por la gloria humana. Un juramento claro y explícito aparece en otro lugar: Invoco a Dios por testigo sobre mi alma. Es el Apóstol quien dice: Invoco a Dios por testigo sobre mi alma de que todavía no he ido a Corinto en consideración a vosotros12]. Y en otro texto de la carta a los Gálatas: Respecto a lo que os escribo, os aseguro por la presencia de Dios que no miento13].

6. Prestad atención —os ruego— y advertid: aunque mis palabras no sean dignas de aplauso debido a la dificultad de la cuestión, serán, no obstante, útiles si calan en vuestros corazones. He aquí que el Apóstol juró. No os engañen quienes queriendo, no sé de qué modo, hacer distinciones entre los juramentos, o mejor, sin entender de qué se trata, afirman que no hay juramento alguno en palabras como éstas: «Sabe Dios», «Dios es testigo», «Invoco a Dios sobre mi alma de que digo la verdad». «No se ha hecho más que invocar a Dios —dice—; ponerlo por testigo; ¿se puede llamar a eso juramento?». Quienes eso dicen no quieren sino mentir poniendo a Dios por testigo. Así, pues, quienquiera que seas, tú, hombre de corazón malvado y perverso, ¿si dices: «Por Dios», juras; si, en cambio, dices: «Dios me es testigo», no juras? ¿Qué significa: «Por Dios», sino «Testigo es Dios»? ¿O qué otra cosa quiere decirse con «Testigo es Dios» sino «Por Dios»?

7. ¿Qué es jurar sino hacer justicia a Dios cuando juras por él? Hacer justicia a tu salud cuando juras por ella; hacer justicia a tus hijos cuando juras por ellos. ¿Y qué justicia hemos de hacer a nuestra salud, a nuestros hijos, a nuestro Dios, sino la de la caridad, la de la verdad y nunca la de la falsedad? El verdadero juramento se da sobre todo cuando se jura por Dios. Pues aun cuando uno dice: «Por mi salud», empeña su salud a Dios; cuando dice: «Por mis hijos», da sus hijos en prenda a Dios, para que caiga sobre la cabeza de ellos lo que sale de la boca del que jura: si la verdad, la verdad; si la mentira, la mentira. Si, pues, cuando uno menciona en el juramento a sus hijos, o su cabeza, o su salud, empeña a Dios todo eso, ¡cuánto más cuando jura directamente por Dios! ¿Teme jurar en falso por su hijo y no teme hacerlo por su Dios? Quizá diga en su mente: «Temo jurar en falso por mi hijo, no sea que muera; en cambio, a Dios, que no muere, ¿qué mal le puede sobrevenir aunque se jure en falso por él?». Dices bien que ningún mal sobreviene a Dios cuando juras en falso por él, pero grande es el que te sobreviene a ti, que engañas a tu prójimo ante quien pones a Dios por testigo. Si hubieras hecho algo en presencia de tu hijo, y dijeres a tu amigo, tu vecino o a cualquier hombre: «No lo hice», y poniendo tu mano sobre la cabeza del hijo, testigo de tu acción, insistieses: «Por la salud de mi hijo juro que no lo hice», es posible que él, temblando bajo la mano del padre, pero temiendo no la mano del padre, sino la de Dios, dijera: «No, padre; no te sea cosa tan despreciable mi salud; invocaste a Dios sobre mí; yo te vi, lo hiciste, no jures en falso; es cierto que eres mi padre, pero temo más al creador, tuyo y mío».

8. Como, cuando juras por Dios, él no te dice: «Te vi, no jures, lo hiciste», pero temes que cierta persona te mate, tú te das muerte a ti mismo antes. ¿Piensas que no te vio porque no dice: «Te vi»? ¿Y dónde queda lo escrito: Callé, callé; ¿acaso he de callar siempre?14 Con todo, muy frecuentemente te dice: «Te vi», pero de otra manera, cuando castiga el perjurio. Pero no castiga a todos, y por eso los hombres son puestos como ejemplo. —Yo sé que aquel me juró en falso y sigue viviendo. —¿Aquel te juró en falso y vive? —Juró en falso y vive; juró en falso. Te engañas. Si tuvieras ojos con que ver su muerte, si tampoco tú te equivocaras en lo que es morir y no morir, verías su muerte. Y ahora pon tus ojos en la Escritura; allí verás que yace en tierra quien crees que vive. Piensas que está vivo porque camina con los pies, toca con las manos, ve con los ojos, oye con los oídos y se sirve de las funciones de los restantes miembros. Vive, pero su cuerpo; en cambio, está muerta su alma; está muerta su parte más noble. Vive la casa, pero está muerto quien la habita. ¿Cómo —dirás— está muerta el alma si vive el cuerpo, pues no tendría vida el cuerpo si no estuviera vivificado por el alma? ¿Cómo, pues, está muerta el alma que da vida al cuerpo? Escucha, por tanto, y aprende: el cuerpo del hombre es una criatura de Dios al igual que el alma humana. A través del alma, Dios vivifica el cuerpo; al alma, en cambio, le da la vida él mismo, no ella misma. En consecuencia, la vida del cuerpo es el alma, y la vida del alma es Dios. Cuando se retira el alma, muere el cuerpo; por tanto, el alma muere si se retira Dios. Se retira el alma cuando el cuerpo es herido por la espada; y ¿piensas que no se retira Dios cuando el alma recibe la herida del perjurio? ¿Quieres ver que está muerto aquel de quien hablas? Lee la Escritura: La boca mentirosa da muerte al alma15. Pero tú piensas que Dios se venga actualmente sólo si ves caer expirando a quien te engañó con un juramento falso. Si expirado ante tus ojos, lo que expiró fue su carne. ¿Qué significa que expiró su carne? Que expulsó el espíritu que le vivificaba. Es decir, expiró al echar fuera el espíritu por el que vivía la carne. Perjuró: echó fuera el Espíritu por el que vivía el alma. Expiró, pero tú lo ignoras; expiró, pero no lo ves. Ves, en efecto, a la carne yacente sin alma, pero no puedes ver al alma miserable privada de Dios. Cree, pues; aplica los ojos de la fe. Ningún perjuro queda impune; absolutamente ninguno. Con el perjurio va la pena. Si tuviera en su alcoba algo que torturase su carne, se vería como un castigo; tiene en lo hondo de su corazón el verdugo de su conciencia, ¿y se le considera impune? Con todo, ¿qué es lo que dices? «Vive, disfruta, se entrega al derroche quien me juró una cosa falsa; ¿por qué me remites a cosas invisibles?». Porque el mismo Dios, por quien juró, es invisible; juró por el invisible y es herido con un castigo invisible. «Pero vive —dice— y en cierto modo abunda y burbujea en medio de lujos». Si en realidad es así, esa abundancia y burbujeo en medio de lujos son los gusanos del alma muerta. Finalmente, toda persona sensata que pone su mirada en tales hombres perjuros entregados a los excesos, gracias al sano olfato de su corazón, se aleja, no quiere ver ni escuchar. ¿A qué se debe que esta persona sana se retire? A que huele mal el alma muerta.

9. Escuchadme, pues, hermanos míos, unos segundos más; concluiré el sermón clavando en vuestros corazones una preocupación saludable: Ante todo, no juréis16. ¿Por qué ante todo? ¿Por qué dice: Ante todo, no juréis, si, aunque sea un gran delito perjurar, no hay culpa alguna en jurar la verdad? Según esto, debió decir: «Ante todo, no perjuréis». Ante todo, no juréis —dijo—. ¿Es, pues, jurar peor que robar? ¿Es peor jurar que adulterar? No hablo del jurar en falso, sino del simple jurar: ¿es peor jurar que matar a un hombre? En ningún modo. Dar muerte a un hombre, adulterar, robar es pecado; no, en cambio, jurar; pero sí jurar en falso. ¿Por qué, pues, dice: Ante todo? Con estas palabras quiso ponernos en guardia contra nuestra propia lengua. Dijo: Ante todo, para que antes que nada estéis atentos y alerta para que no se os infiltre la costumbre de jurar. Te puso ante ti mismo como ante un espejo; al decirte ante todo te levantó sobre las demás cosas para que puedas mirarte. Se da cuenta de que juras: «¡Por Dios, por Cristo, que lo mato!» —¡y cuántas veces al día, cuántas a la hora!—. No abres la boca si no es para pronunciar ese juramento. ¿Hubieras querido ver lejos ese ante todo, que te obliga a prestar mucha atención a esa costumbre, a examinar todas tus cosas, a vigilar con suma solicitud todos los movimientos de tu lengua y a ser guardián de tu mala costumbre para dominarla? Escucha: Ante todo. Estabas dormido, te punzo: Ante todo...; te acerco los alfileres. ¿Qué significa ante todo? Antes que nada, estate despierto; ante todo, estate atento.

10. También yo juraba a cada momento; también yo tuve esta costumbre horrible y mortífera. Lo confieso a vuestra caridad: Desde que empecé a servir a Dios y vi el mal que encierra el perjurio, se apoderó de mí un fuerte temor y con él frené tan arraigada costumbre. Una vez frenada, se la contiene; contenida, languidece; languideciendo, muere, y la mala costumbre deja el lugar a la buena. Para concluir, no os digo que no juro, pues si lo dijera mentiría. Por lo que respecta a mí, juro; pero, así al menos me parece, arrastrado por una fuerte necesidad. Cuando veo que no se me da crédito a no ser que jure, y que el no darme crédito daña a quien lo hace, después de pensarlo y ponderarlo bien, con gran temor, digo: «En la presencia de Dios», o «Dios es testigo», o «Cristo sabe que esto es lo que pienso». Me doy cuenta de que es algo más que el simple Sí, sí; No, no y que lo que pasa de ahí, procede del mal17, si no del mal del que jura, sí del mal de quien no cree. Además, no dice que es malo quien dice algo más; no dice: «Vuestra palabra sea: Sí, sí; No, no; si alguien dice más, es malo», sino: Vuestra palabra sea: Sí, sí; No, no, y lo que pasa de ahí, procede del mal. Pero pregunta de quién es el mal. Con todo, esta pésima costumbre humana tiene otro aspecto. Juras hasta cuando te dan crédito y cuando nadie te lo exige; juras aunque se horroricen los hombres; si no cesas de jurar, a duras penas estarás sano y libre de perjurio. A no ser que juzguéis, hermanos, que si hubiera sabido el Apóstol que le iban a creer los gálatas, hubiese añadido el juramento que dice: Respecto a lo que os escribo, os aseguro en la presencia de Dios que no miento18. Veía allí a quienes le creían; veía también a otros que no le creían. No digas, pues: «No juraré, ni aunque tal vez se me exija». Lo que haces procede del mal ciertamente, pero del mal de quien te lo exige. En efecto, tú no tienes otro modo de justificarte, no hallas la manera de dar salida a un asunto que apremia. Si son cosas distintas el juramento requerido y el ofrecido, aun en este último caso es distinto ofrecerlo a quien no te cree que a quien te da fe.

11. Por tanto, en la medida de lo posible, contén tu lengua y tu costumbre. No seas como algunos que, cuando se les habla, siempre replican: «¿Dices la verdad? No lo creo. ¿Que no lo hiciste? No lo creo. Haga Dios de juez; júramelo». Y la diferencia es también grande según que el que exige el juramento ignore que ha de jurar en falso o no. Si debido a su ignorancia al respecto le dice: «Júramelo», para poder darle fe, no me atrevo a decir que no es pecado; en cualquier caso es una tentación humana. Si, por el contrario, sabe que hizo tal acción, le vio hacerla y le obliga al juramento, es un homicida. En efecto, el uno se da muerte a sí mismo por su perjurio; el otro extrajo la mano del suicida e hizo fuerza sobre ella. A su vez, cuando un ladrón criminal escucha de la boca de quien ignora la verdad: «Jura que no fuiste tú quien lo sustrajo; júralo», replica entonces: «A un cristiano no le es lícito jurar; no le está permitido jurar cuando se le exige un juramento; yo soy cristiano, no me es lícito hacerlo». Observa a ese sujeto, sepárate de él, haz que te despreocupas del asunto que traíais entre manos, saca a relucir cuentos y verás cómo el que no quiso jurar una vez jura a millares. Alejad de vosotros, pues, esta costumbre cotidiana, frecuente, inmotivada, sin que nadie os fuerce a ella, sin que nadie dude de tus palabras: la costumbre de jurar; amputadla de vuestras lenguas, circuncidadla de vuestra boca.

12. «Pero es ya una costumbre», suele decirse. Suele decirse, no digo cuándo. El asunto es éste: Ante todo19. ¿Qué quiere decir ante todo? Ante todo, sé cauto, pon mayor atención en esto que en las otras cosas. Una costumbre más arraigada exige mayor atención que otra de menor importancia. Si tuvieras que hacer algún trabajo manual, fácil te sería mandar a la mano que no lo hiciera; si tuvieses que ir andando a algún lugar, y la pereza te retrajese, te estimularías para levantarte y ponerte en marcha. La lengua tiene facilidad de movimiento, está situada en un lugar húmedo y fácilmente se resbala a zonas peligrosas. Cuanto más rápida y fácilmente se mueve ella, tanto más firme tienes que estar tú para hacerle frente. La domarás si estás vigilante, estarás vigilante si sientes temor, sentirás temor si paras mientes en que eres cristiano. Pues tan grande es el mal del juramento que hasta los que adoran las piedras temen jurar en falso por ellas; y tú, ¿no temes al Dios que está presente, al Dios vivo, al Dios que sabe, al Dios que no cambia, al Dios que tomará venganza de quienes lo desprecian? Cierra aquél el templo que contiene el ídolo de piedra y se va a su casa; cerró con llave a su Dios y, no obstante, cuando se le dice: «Jura por Júpiter», teme sus ojos como si estuviera presente.

13. Pero ved que digo a Vuestra Caridad: incluso el que jura en falso por una piedra, comete un perjurio. ¿A qué viene el decir esto? Porque son también muchos los que se engañan a este respecto y, puesto que aquello por lo que juran no es nada, piensan que no son culpables del pecado de perjurio. Sin que quede duda, eres perjuro cuando juras en falso por aquello que consideras santo. —Pero yo no lo tengo por cosa santa. —Pero lo considera aquel a quien haces el juramento, pues cuando juras no juras para ti ni tampoco para la piedra, sino para tu prójimo. Juras para un hombre ante una piedra, mas ¿acaso no ante Dios? La piedra no te escucha cuando hablas, pero te castigará Dios porque engañas.

14. Por tanto, hermanos míos, os suplico ante todo que no penséis que Dios me impulsó a hablaros sobre esto sin motivo. En su presencia repito lo que ya os dije: con frecuencia he eludido esta cuestión; temía hacer más culpables a los que no hiciesen caso de mi amonestación y mandato; pero hoy he sentido mayor temor de recusar hablaros lo que se me manda decir. Como si, en verdad, fuera pequeño fruto para este mi sudor el que cuantos me aclamaron clamen también contra sí, para no jurar en falso contra sí; el que tantos hombres que me han escuchado con suma atención se hagan vigilantes contra su costumbre, y hoy mismo, cuando lleguen a su casa y por un descuido de la lengua reincidan en su costumbre, se recuerden: a sí mismos y cada uno a su prójimo: «Esto es lo que hemos escuchado hoy; a esto se nos ha obligado». Que al menos hoy, cuando el sermón está fresco, nadie jure. Hablo desde la experiencia: No juréis hoy; mañana os costará más. Y si tampoco mañana lo hacéis, menor fatiga requerirá la vigilancia, pues viene en su ayuda la costumbre del día anterior. Al tercer día desaparecerá la peste, causa de mis fatigas, y gozaré con el fruto obtenido en vosotros, pues si carecéis de tan gran mal, abundaréis en un gran bien. Vueltos al Señor...