SERMÓN 179 A (=Wilmart 2)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Comentario a St 2,10

1. Antes del salmo sonó en nuestros oídos una lectura terrible, a saber: Todo el que guarde la ley íntegra, pero tropiece en un solo precepto, se ha convertido en reo de todos1. En consecuencia, frente a tan gran peligro, ¿quién hay que no grite: Ten misericordia de nosotros, Señor; ten misericordia de nosotros?2 Pues, retirada su misericordia, ni siquiera podremos traer más vivamente a la memoria el mismo peligro ni advertir sobre él con más vigor. No entres en juicio con tu siervo, dice cierto hombre; santo sí, pero hombre; no entres en juicio con tu siervo, pues ningún viviente es justo en tu presencia3. No quiso, pues, que se entrase en juicio con él. En cambio, el juicio será sin misericordia para aquel que no tiene misericordia4. Comprendamos, por contraste, la otra frase y veamos dónde debemos poner nuestra esperanza. Pues si el juicio será sin misericordia para aquel que no tiene misericordia, sin duda será misericordioso para quien tiene misericordia. Esta frase, es decir, que el juicio será sin misericordia para quien no tiene misericordia, la profirió el apóstol Santiago, a cuya carta pertenece la misma terrible lectura antes mencionada. En cambio, la afirmación que, por contraste, hice yo, a saber: que el juicio será misericordioso para quien tiene misericordia, la expresó el Señor al decir: Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia5. Nuestra esperanza está, pues, en la misericordia de Dios si nuestra miseria no deserta de las obras de misericordia. ¿Qué pides al Señor? Misericordia. Dad y se os dará6. ¿Qué pides al Señor? El perdón. Perdonad y seréis perdonados7.

2. Pero suele preguntarse cómo ha de entenderse esto: Todo el que guarde la ley íntegra, pero tropiece en un solo precepto, se ha convertido en reo de todos8. Hay que temer y guardarse de juzgar que se ha de comparar al ladrón con el homicida y el adúltero; es éste un error peligroso y dañino; grande es la diferencia entre el hurto y el homicidio. Pero se nos objeta: Es cierto, pues, que quien guarde la ley íntegra, pero tropiece en un solo precepto, se ha convertido en reo de todos. Se guarda del homicidio, del adulterio, del falso testimonio, de la idolatría y de cualquier sacrilegio condenable. Robó; ¿ha de tenerse ya por homicida, adúltero, testigo falso, idólatra y sacrílego, por el hecho de haber robado? No es cierto, por tanto, que quien ha tropezado en uno se haya convertido ya en reo de todos. Exponiendo esto mismo, el apóstol, autor de la carta, añadió lo siguiente: Pues quien dijo: «No adulterarás», dijo también: «No matarás». Por lo que si no matas, pero adulteras, te has hecho transgresor de la ley9. Tras haber presentado ante los ojos este peligro, y habiendo hecho temblar a todos, como deseando consolar, añadió: Hablad y juzgad como quienes comienzan a ser juzgados por una ley de libertad. El juicio será sin misericordia para aquel que no tiene misericordia10. Por tanto, sea que pueda deshacer el nudo de esta cuestión, sea que mi intento sucumba quizá ante la dificultad que encierra, o que yo sea incapaz de pensar algo digno que decir o tal vez de decir lo que he sido capaz de pensar, en cualquiera de los casos, entregaos con ardor a las obras de misericordia. Esto es evidente; está tan claro que no necesita quien lo exponga, sino quien lo escuche y lo oiga. No obstante, intentaré de todos modos descifrar aquello; ayúdeme vuestra oración ante Dios. Sin duda, ahora es el momento de escuchar, no de orar; pero si esperáis de Dios lo que voy a deciros, estáis orando.

3. La ley contiene muchos preceptos; aquella misma ley que recibe el nombre de decálogo tiene diez. Pero son como los diez preceptos generales a los que han de referirse todos los demás, innumerables por cierto. Sin embargo, sería cosa de nunca acabar el explicar cómo esos otros preceptos que parecen incontables pueden reducirse al pequeño número de diez. De modo parecido, con la ayuda del Señor, podremos demostrar que, como todos los restantes preceptos se contienen en estos diez —hablar de lo cual supondría, según dije, una enorme fatiga—, así esos diez se reducen a dos. Estos diez preceptos son los siguientes: Un precepto ordena dar culto al único Dios y a ninguno otro: No te harás ídolo alguno, ni imagen de ninguna cosa, ni de las que están arriba en el cielo ni de las de abajo en la tierra. El Señor tu Dios es el único Señor11. El segundo precepto dice así: No tomarás en vano el nombre del Señor tu Dios12. El tercero: Guarda el día del sábado13. Estos preceptos se refieren a Dios. Es casi superfluo enseñar al cristiano algo referente a la observancia del sábado; mejor dicho, no sólo no es superfluo, sino que es algo consistente, pues es una sombra14. Al pueblo se le prohíben las obras serviles en el sábado. ¿Acaso no se nos prohíben también a nosotros? Escucha al Señor: Todo el que comete pecado, es siervo del pecado15. No obstante, esperar de Dios esto mismo, es decir, que no cometamos pecado, equivale a observar el sábado; por eso está escrito: Dios descansó en el séptimo día de todas sus obras16. Descansó Dios: Dios te hace descansar. ¿En qué se fatigó Dios, que creó todo con su Palabra17, para tener que descansar? Por tanto, estos tres preceptos se refieren a Dios. Los siete restantes se refieren al hombre: Honra a tu padre y a tu madre; no adulterarás; no matarás; no dirás falso testimonio; no robarás; no desearás la mujer de tu prójimo; no desearás los bienes de tu prójimo18. Si amas a Dios, no adorarás a ninguno otro ni tomarás en vano su nombre, y le dedicarás el sábado para que descanse en ti cuando te hace descansar. Si, por el contrario, amas al prójimo, honrarás a los padres, y no adulterarás, ni matarás, ni dañarás a nadie con tu falso testimonio, ni robarás, ni desearás la mujer o los bienes de ninguna otra persona. Y, por ello, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente19; y amarás a tu prójimo como a ti mismo20. En estos dos preceptos está cumplida toda la ley y los profetas21. Escucha también al apóstol: La plenitud de la ley —dice— es la caridad22. No te envió a cumplir muchos preceptos: ni siquiera diez, ni siquiera dos; la sola caridad los cumple todos. Pero la caridad es doble: hacia Dios y hacia el prójimo. Hacia Dios, ¿en qué medida? Con todo. ¿A qué se refiere ese todo? No al oído, o a la nariz, o a la mano, o al pie. ¿Con qué puede amarse de forma total? Con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente; amarás la fuente de la vida23 con todo lo que en ti tiene vida. Si, pues, debo amar a Dios con todo lo que en mí tiene vida, ¿qué me reservo para poder amar al prójimo? Cuando se te dio el precepto de amar al prójimo no se te dijo: «Con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente», sino: como a ti mismo. Has de amar a Dios con todo tu ser, porque es mejor que tú, y al prójimo como a ti mismo, porque es lo que eres tú.

4. Los preceptos son, por tanto, dos; tres, en cambio, los objetos del amor. Se han dado dos preceptos: ama a Dios y ama al prójimo; sin embargo, veo que se han de amar tres cosas. Pues no se diría: y al prójimo como a ti mismo24, si no te amases a ti mismo. Si son tres los objetos del amor, ¿por qué, pues, son dos los preceptos? ¿Por qué? Acogedlo. Dios no consideró necesario exhortarte a amarte a ti mismo, pues no hay nadie que no se ame. Mas puesto que muchos van a la perdición por amarse mal, diciéndote que ames a tu Dios con todo tu ser, se te dio al mismo tiempo la norma de cómo has de amarte a ti mismo. ¿Quieres amarte a ti mismo? Ama a Dios con todo tu ser, pues allí te encontrarás a ti, para que no te pierdas en ti mismo. Si te amas a ti en ti, has de caer también de ti y larga ha de ser tu búsqueda fuera de ti. Por esta razón, el Apóstol comenzó la enumeración de todos los males a partir de ahí, cuando dice: Habrá hombres amantes de sí mismos25. He aquí que elegiste amarte a ti; veamos si al menos te mantienes en ti. Es falso, no permaneces ahí; caíste de Dios y caerás de ti. Pues allí está el fundamento; a él debiste adherirte, en él debiste poner tu fortaleza y tu lugar de refugio. Ahora, en cambio, aflojaste el lazo de tu amor o lo retiraste de él para ponerlo en ti; pero ni siquiera en ti permaneces. Escucha finalmente al mismo apóstol. Después de haber dicho: Habrá hombres amantes de sí mismos, añadió a continuación: amantes del dinero26. ¿No acabo de decir que ni siquiera permanecerías en ti? ¿O acaso tú y el dinero sois la misma cosa? He aquí que te alejaste incluso de ti por haberte apartado de Dios. ¿Qué te queda sino malgastar todo el patrimonio de tu mente viviendo pródigamente con meretrices, es decir, entre liviandades y variedad de deseos perversos, y verte obligado por la necesidad a apacentar puercos, es decir, puesto que te domina la inmunda avaricia, a ser pasto de los inmundos demonios?27 Pero aquel hijo, habiendo experimentado la miseria y machacado por el hambre, volviendo a sí mismo dijo...28. Vuelve a sí porque se había alejado de sí, y ya en sí se encontró pobre; buscó por doquier la felicidad, y en ningún lugar la encontró. ¿Qué dijo al volver a sí mismo? Me levantaré e iré. ¿A dónde? A mi padre29. Ya vuelto a sí, pero aún yaciendo en el suelo, dice: Me levantaré e iré; ¡nada de yacer, nada de quedarme aquí! Se te ha dado, pues, la norma según la cual has de amarte: ama a quien es mejor que tú y te amaste a ti. Y hablo del que es mejor por naturaleza, no por voluntad. Pues se encuentran muchos hombres que son mejores que tú por voluntad, pero sólo Dios lo es por naturaleza: es el creador, el fundador, el hacedor, que por nadie ha sido hecho. Agárrate a él. Comprende de una vez y di: Para mí, en cambio. Para ti, en cambio, ¿qué? Es cosa buena adherirme a Dios30. ¿Por qué? Pon atención a lo que dijo antes: Hiciste perecer a todo el que se aleja de ti31. Precisamente porque hizo perecer a todo el que se aleja de él, te encontraste a ti. Para mí, en cambio, es cosa buena adherirme a Dios, es decir, no alejarme de él, no retirarme de él. ¿Quieres ver lo que se te promete en este asunto? Mas quien se adhiere al Señor es un solo espíritu32. Este es, pues, tu amor o el amor a ti es decir, el amor con que te amas, para amar a Dios. Ya te confío también el prójimo para que le ames como a ti mismo, pues veo que has comenzado a amarte a ti mismo. Por tanto, lleva adonde te llevaste a ti mismo a aquel a quien amas como a ti mismo. En efecto, si amaras el oro y lo tuvieras, y amaras al prójimo como a ti mismo, en virtud del amor dividirías lo que tenías y le harías partícipe de tu oro. Pero dividiéndole tocaríais a menos cada uno. ¿Por qué, pues, no posees a Dios? Poseyéndole a él no sufrirás estrechez ninguna con tu coheredero. Llama, fuerza a amar a Dios a cuantos puedas persuadir, a cuantos puedas invitar; él es todo para todos y todo para cada uno.

5. En consecuencia, ama a Dios y ama al prójimo como a ti mismo. Veo que al amar a Dios te amas a ti mismo. La caridad es la raíz de todas las obras buenas. Como la avaricia es la raíz de todos los males33, así la caridad lo es de todos los bienes. La plenitud de la ley es la caridad34. Por tanto, no voy a tardar en decirlo: quien peca contra la caridad, se hace reo de todos los preceptos35. En efecto, quien daña a la raíz misma, ¿a qué parte del árbol no daña? ¿Qué hacer, pues? Quien peca contra la caridad se hace reo de todos los preceptos; esto es absolutamente cierto, pero distinto es el modo como peca contra ella el ladrón, el adúltero, el homicida, el sacrílego y el blasfemo. Todos pecan contra la misma caridad, puesto que donde existe la caridad plena y perfecta no puede haber pecado. Es ella misma la que crece en nosotros para llegar alguna vez a la perfección, y a tal perfección que no admita adición alguna. Cuando sea tan perfecta que no pueda crecer ni aumentar más, desaparecerá todo pecado. Pero ¿cuándo se dará esto sino cuando la muerte sea absorbida en la victoria? Puesto que no habrá absolutamente ningún pecado, se dirá entonces: ¿Dónde está, oh muerte, tu contienda? ¿Dónde, oh muerte, tu aguijón?36 ¿Dónde? He aquí que no existe; he aquí que ya no punzas, ya no abates. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Y qué significa: «Dónde está tú aguijón»? Escucha a quien te lo explica: El aguijón de la muerte es el pecado37. En consecuencia, hermanos, quien comete aun los pecados más pequeños, es reo de todos; y quien comete algún otro mayor y más vituperable, es también reo de todos. Uno lo es en mayor medida y otro en menor; pero ambos reos de todos, de forma que en la diversidad de los pecados sólo haya que preguntar por el más y el menos. Cometió un robo: si tuviera caridad, no lo hubiese cometido, pues —dice el apóstol— no adulterarás, no matarás, no robarás, no apetecerás y cualquier otro precepto que exista se reduce a esto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor al prójimo no obra el mal. La plenitud de la ley es la caridad38. Por consiguiente, tanto el que comete un robo como el que adultera son reos de todos los preceptos porque han dañado la caridad. ¿Cómo, pues, no ajó todo si dañó la raíz? Pero uno la dañó más, otro menos.

6. Con todo, no se haga perezoso el que la dañó menos: Pues el juicio será sin misericordia para quien no tiene misericordia39. Todos los pecados les fueron perdonados a los fieles bautizados; no les quedó absolutamente ninguno que no fuera destruido y eliminado por aquella acto santificador. Es cierto, ¿quién lo duda? Pero si entonces se emigrase del cuerpo, la inocencia permanecería exactamente como era al comienzo; mas puesto que la vida continúa, aquí permanece la debilidad, aunque ha sido destruida la maldad. Por ciertos resquicios, aunque pequeñísimos, de esta debilidad y, en cierto modo, fragilidad humana entra el agua del mar, que va a parar al fondo de la nave. No dio paso al homicidio: evitó el náufrago la ola. Pero ¿ignoras que por descuido se llenó de agua el fondo de la nave? A causa de olas mucho mayores y ciertas corrientes arrasadoras, el sacramento del bautismo lo lavó todo; pero debido a la fragilidad de esta nave que se mueve en el ancho mar y es agitada por las tentaciones, al igual que si fueran tempestades, puesto que por necesidad se han de introducir algunos pecados, aunque menores, se dio otro remedio, ya que no podía otorgarse otro sacramento del bautismo. El primer remedio es único; este otro es cotidiano y lo mencioné poco antes: El juicio será sin misericordia para quien no tiene misericordia. Dad y se os dará. Perdonad y se os perdonará40. Y del mismo modo os purificáis día a día de vuestros pecados cotidianos, de los leves y menores, mediante vuestras oraciones si decís de corazón, con sinceridad y con fe: Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores41.

7. Si no perdonas a tu enemigo te conviertes en tu propio enemigo. ¿Quieres ver cuánta diferencia existe? Un ejemplo: Él te dañó robándote el dinero; tú te defraudas desmereciendo el perdón. En un caso extremo podrás decir: «Es totalmente despiadado, busca mi sangre». Él busca la sangre de tu carne; tú, la muerte de tu alma. —No le perdono, dice; me ha causado mucho daño; fue un grande enemigo mío. —Peor eres tú para ti mismo. —No le perdono. —Te lo suplico, perdónale, olvida su deuda. —¡Pero si no me lo pide él! —Pide tú por él. —No le perdono, de ninguna manera. Quieres litigar e ignoras con quién debes hacerlo. Te gusta litigar: vuelve a tu interior, aírate, pero no peques42. Aírate contra ti para no pecar; sé cruel contigo, castígate. ¡Tienes dentro una fiera que domar y estás dormido! Para litigar con él, te fijas en tu vecino, en tu cónyuge, en tu compañero, en quien posee algo contigo y no ves, no pones tu mirada en aquella otra ley presente en tus miembros que se opone a la ley de tu mente y te tiene cautivo en la ley del pecado que reside en tus miembros43. «Pero es que me despojó de lo mío». ¡Te llevan cautivo y te aíras contra quien te expolió! Te has reconocido a ti mismo; mira dónde te hallas. Ha conocido a quien te tiene cautivo, muéstrate guerrero y busca quien te rescate. También el mismo apóstol, tras estas palabras: que me tiene cautivo en la ley del pecado que reside en mis miembros, dijo: ¡Desdichado de mí!, ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor44. Pero ¿quién pide la gracia si no es consciente de su pena? Comprende, pues; ve a dónde eres arrastrado. —Pero me agrada la justicia. —Sé que te agrada, pues te deleitas en la ley de Dios según el hombre interior45, pero ves otra ley presente en tus miembros. Te deleitas en la ley de Dios, pero hay otra ley en tus miembros. Si por este camino va tu vida, en él morirás. Los salteadores te abandonaron medio muerto en él, pero ya has sido encontrado, tendido en el suelo, por el misericordioso samaritano que iba de paso. Derramó sobre ti vino y aceite, es decir, recibiste el sacramento del Unigénito. Te subió a su jumento: creíste en Cristo encarnado. Te llevó a la posada: eres curado en la Iglesia46.

8. De esto hablo: no otra cosa hago yo; todos nosotros hacemos lo mismo: desempeñamos la función de posaderos. A aquél se le dijo: Si tuvieras que darle algo más, a la vuelta te lo pagaré47. ¡Ojalá demos nosotros al menos lo que hemos recibido! Pero, demos lo que demos, hermanos, siempre es dinero del Señor. Somos consiervos vuestros; vivimos de aquello con lo que nos alimentamos; que nadie nos lo impute como acción buena; seríamos malos siervos si no lo hiciéramos; pero si lo hacemos, aléjese toda arrogancia, porque no lo hacemos con nuestras propias fuerzas. Amémosle a él todos, sintamos todos afecto por él, y por él amémonos unos a otros. Todos tenemos un único rey; lleguemos todos al único reino.