SERMÓN 179

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Poner en práctica la palabra (St 1,19.22)

1. El bienaventurado apóstol Santiago amonesta a los oyentes asiduos de la palabra de Dios diciéndoles: Sed cumplidores de la palabra y no sólo oyentes, engañándoos a vosotros mismos1. A vosotros mismos os engañáis, no al autor de la palabra ni al ministro de la misma. Partiendo de esa frase que mana de la fuente de la verdad a través de la veracísima boca del apóstol, también yo me atrevo a exhortaros, y mientras os exhorto a vosotros, pongo la mirada en mí mismo. Pierde el tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior. Quienes predicamos la palabra de Dios a los pueblos no estamos tan alejados de la condición humana y de la reflexión apoyada en la fe que no advirtamos nuestros peligros. Pero nos consuela el que donde está nuestro peligro por causa del ministerio, allí tenemos la ayuda de vuestras oraciones. Y para que sepáis, hermanos, que vosotros estáis en lugar más seguro que nosotros, cito otra frase del mismo apóstol, que dice: Cada uno de vosotros sea rápido para escuchar y lento, en cambio, para hablar2. Pensando en esta frase, en la que se nos amonesta a ser rápidos para escuchar y lentos para hablar, hablaré en primer lugar de este mi ministerio; luego, después de haber justificado el ministerio de quienes hablamos con frecuencia, volveré a lo que había propuesto en primer lugar.

2. Es conveniente que os exhorte a no ser sólo oyentes de la palabra, sino también cumplidores. Así, pues, ¿quién, por el hecho de que os hablo frecuentemente, sin parar mientes en mi obligación, no me juzga cuando lee: Sea todo hombre rápido para escuchar y lento para hablar?3 Ved que vuestra ansia no me permite cumplir este precepto. Debéis, pues, orar y levantar a quien obligáis a ponerse en peligro. Con todo, hermanos míos, voy a deciros algo a lo que quiero que deis crédito, porque no podéis verlo en mi corazón. Yo, que tan frecuentemente os hablo por mandato de mi señor y hermano, vuestro obispo, y porque vosotros me lo exigís, sólo disfruto verdaderamente cuando escucho. Mi gozo —repito— sólo es auténtico cuando escucho, no cuando predico. Entonces mi gozo carece de temor, pues tal placer no lleva consigo la hinchazón. No se teme el precipicio de la soberbia allí donde está la piedra sólida de la verdad. Y para que sepáis que así es en verdad, escuchad lo que está dicho: Darás regocijo y alegría a mi oído. Entonces es cuando gozo, cuando escucho. A continuación añadió: Se regocijarán los huesos humillados4. Así, pues, mientras escuchamos somos humildes; en cambio, cuando predicamos, aun cuando no nos ponga en peligro la soberbia, al menos nos sentimos frenados. Y si no me enorgullezco, corro peligro de enorgullecerme. Sin embargo, cuando escucho, me deleito sin nadie que me engañe, disfruto sin testigos. Este gozo lo conocía también aquel amigo del esposo, que decía: El que tiene la esposa es el esposo; mas el amigo del esposo se queda de pie y lo escucha5. Y si está de pie es porque escucha, puesto que también el primer hombre escuchando a Dios se mantuvo de pie y, escuchando a la serpiente, cayó. Por tanto, el amigo del esposo se queda de pie y le escucha y se llena de gozo —dice— con la voz del esposo6. No con su propia voz, sino con la del esposo. Sin embargo, no cerraba a los pueblos la voz del esposo que interiormente escuchaba.

3. Esta ocupación había elegido también para sí aquella María que, mientras su hermana hacía el servicio y se ocupaba en muchas cosas, estaba sentada a los pies del Señor, sin hacer otra cosa que escuchar su palabra7. Juan se mantenía en pie8, ella estaba sentada; pero ella estaba de pie con el corazón y él estaba sentado por su humildad. El estar de pie significa la permanencia, y el estar sentado, la humildad. Y para que sepáis que estar de pie significa la permanencia, se dice que el diablo, de quien está escrito: Él era homicida desde el principio y no se mantuvo de pie en la verdad9, no la tuvo. Igualmente, que el estar sentado significa la humildad lo muestra aquel salmo que, invitando al arrepentimiento, dice: Levantaos después de haber estado sentados los que coméis el pan del dolor10. ¿Qué significa: Levantaos después de haber estado sentados? Quien se humilla será exaltado11. Con las palabras que dijo de María, que, sentada a sus pies, le escuchaba, el Señor se convirtió en testigo de la bondad del escuchar. Cuando su hermana, afanada en el servicio se quejó de que se lo había dejado todo a ella, escuchó del Señor, al que había interpelado, lo siguiente: Marta, Marta, te ocupas de muchas cosas, y una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada12. ¿Era, acaso, malo lo que Marta hacía? ¿Quién de nosotros tendrá suficientes palabras para ponderar la bondad de servir a los santos? Si a cualquier santo, ¡cuánto más a la cabeza y a los principales miembros, a Cristo y a los apóstoles! ¿Acaso no dice para sí cada uno de vosotros cuando escucha lo que Marta hacía y teniendo ante los ojos el bien de la hospitalidad: «¡Oh dichosa, oh feliz mujer, que mereció recibir al Señor; que tuvo como huéspedes a los apóstoles cuando caminaban en la carne!»? Tampoco tú desfallezcas por no poder recibir en tu casa a Cristo con sus apóstoles como Marta; él mismo te ofrece seguridad: Cuando lo hicisteis a uno de estos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis13. Obra, pues, magnífica y extremamente grande es la que ordena el Apóstol al decir: Compartiendo las necesidades de los santos, buscando la hospitalidad14; hospitalidad que alaba en la carta a los Hebreos con estas palabras: Por ella algunos, sin saberlo, dieron hospitalidad a los ángeles15. Magnífico servicio, sin duda; don enorme. Y, sin embargo, María eligió la mejor parte, porque mientras la hermana estaba preocupada, afanosa y pendiente de muchos quehaceres, ella se hallaba ociosa, sentada y a la escucha.

4. El Señor mostró también por qué aquella era la mejor parte. Inmediatamente después de decir: María eligió la mejor parte, como si le preguntáramos para saber por qué era mejor, añadió: Porque no le será quitada16. ¿Cómo entendemos esto, hermanos míos? Si eligió la parte mejor porque no le será quitada, entonces Marta había elegido algo que le será quitado. Será desposeído de su oficio todo hombre que se ocupa en servir a los santos cuanto les es necesario para el cuerpo; se verá privado de aquello que hace. El servir a los santos, en efecto, no durará siempre. Pues ¿a qué sirve, sino a la debilidad? ¿A qué, sino a la mortalidad? ¿A quién, sino al hambriento y al sediento? Todo esto dejará de existir cuando este cuerpo corruptible se haya vestido de incorruptibilidad y, mortal, se haya revestido de inmortalidad17. Una vez que haya pasado la necesidad, no habrá por qué estar al servicio de la misma. Desaparecerá el trabajo fatigoso, pero se otorgará la recompensa. ¿A quién se servirá entonces alimento donde nadie siente hambre? ¿A quién se dará bebida, si nadie tiene sed? ¿A quién se dará hospitalidad donde no hay forasteros? Así, pues, el Señor, y con él sus discípulos, se dignó sentir necesidad para poder recompensar la atención a la misma. También él sentía hambre y sed, pero no por necesidad, sino por dignación suya. Estaba bien que sintiese hambre quien hizo todas las cosas18; de esta forma sería feliz quien le diese de comer. Y cuando alguien alimentaba al Señor, ¿qué le daba?; ¿quién daba?; ¿de qué le daba?; ¿a quién daba?; ¿qué daba? Daba alimento al Pan19. ¿Quién lo daba? Uno que quería recibir más. ¿De qué le daba? ¿Acaso de lo suyo? ¿Qué tenía que no hubiera recibido?20 ¿A quién le daba? ¿No se lo daba a quien había creado lo que recibía y a aquel de quien lo recibía? ¡Grande es este servicio, grande esta obra, inmenso don! Y, no obstante, María eligió la mejor parte, que no le seré quitada. La parte de Marta, pues, es transitoria; pero —como dije— no lo es la recompensa recibida por ella.

5. En cambio, la parte de María no pasa. Ved cómo no pasa. ¿Qué deleitaba a María mientras escuchaba? ¿Cuál era su alimento, cuál su bebida? ¿Sabéis qué comía y qué bebía? Preguntémoselo a él. Dichosos —dice— quienes tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán, saciados21. De esta fuente y de este granero de justicia recibía María algunas migajas cuando, hambrienta, se sentaba a los pies del Señor22. El Señor le daba entonces en la medida de su capacidad. Ni los discípulos ni los mismos apóstoles tenían entonces capacidad para recibir cuanto les había de dar en su futura mesa; por eso les decía: Todavía tengo muchas cosas que comunicaros, pero ahora no podéis escucharlas23. ¿Qué era, pues —como dije—, lo que deleitaba a María? ¿Qué comía, qué bebía con las fauces avidísimas de su corazón? La justicia, la verdad. Escuchaba la verdad, y en ella se deleitaba; anhelaba y suspiraba por la verdad. Sentía hambre de la verdad y la comía; sed de verdad y la bebía; ella reparaba sus fuerzas sin que disminuyera lo que la alimentaba. ¿Qué era lo que deleitaba a María? ¿Qué comía? Me detengo en esto porque me agrada. Me atrevo a decirlo: comía a aquel a quien escuchaba. En efecto, si comía la verdad, ¿no dijo él mismo: Yo soy la verdad?24 ¿Qué más puedo decir? Le comía porque era pan: Yo soy —dice— el pan que he bajado del cielo25, el pan que repone fuerzas sin agotarse.

6. Ponga atención, pues, Vuestra Caridad. Ved que hablo de servir a los santos, prepararles alimento, darles bebida, disponer la mesa, lavarles los pies, tenderles el lecho y recibirles bajo el propio techo; ¿acaso no es todo esto transitorio? No obstante, ¿quién se atreverá a decir que nos alimentamos de la verdad ahora, pero no cuando lleguemos a la inmortalidad? Si ahora nos alimentamos de migajas, ¿no tendremos entonces la mesa llena? A ese alimento espiritual se refería el Señor cuando alabó la fe del centurión diciendo: En verdad os digo que no he hallado fe tan grande en Israel. Y por eso os digo que vendrán muchos de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa en el reino de los cielos con Abrahán, Isaac y Jacob26. Lejos de nosotros pensar que los alimentos de la mesa de aquel reino serán los mismos de los que dice el Apóstol: «La comida para el vientre y el vientre para la comida», pero Dios destruirá lo uno y lo otro27. ¿Por qué lo destruirá? Porque allí no habrá hambre. El alimento de allí no se consume. Pues prometiendo también a sus santos este premio para aquel reino, dice: En verdad os digo que los hará sentarse, y pasará y les servirá28. ¿Qué significa: los hará sentarse sino: les hará descansar y estar desocupados? ¿Qué significa pasará y les servirá? Después de este paso les servirá. Ese paso lo hizo Cristo aquí; vendremos al lugar adonde él pasó; en él ya no pasa. En efecto, Pascua en la lengua hebrea significa tránsito, paso. Esto lo manifestó el Señor, mejor, el evangelista, cuando dijo refiriéndose al Señor: Habiendo llegado la hora de pasar de este mundo al Padre29. Si, pues, ya aquí nos alimenta y de esta manera, ¿cómo nos alimentará allí? Por tanto, lo que eligió María crecía, no pasaba. El deleite al corazón humano le llega de la luz de la verdad, de la afluencia de la sabiduría; el deleite del corazón humano, del corazón fiel y santo, no está en el placer, pues no admite comparación con el otro, ni siquiera para decir que es menor. Al decir «es menor» parece darse a entender que, aumentado, será igual al otro. No quiero decir que es menor, pues no lo comparo; es de otra especie, es cosa muy distinta. ¿Por qué ahora estáis todos atentos, todos escuchando, todos en tensión? ¿Por qué os deleitáis cuando se os dice alguna verdad? ¿Qué habéis visto? ¿Qué captasteis? ¿Qué color se hizo presente a vuestros ojos? ¿Qué forma, qué figura, qué estatura, qué compostura de los miembros, qué hermosura corporal? Ninguna de estas cosas; no obstante, la amáis. ¿Cuándo la alabaríais así, si no la amaseis? ¿Cómo la amaríais, si no la vieseis? Sin que yo os haya mostrado forma alguna, ni composturas, ni color ni movimientos elegantes del cuerpo, sin que yo os los haya mostrado, no obstante eso, vosotros la veis, la amáis y la alabáis. Si este deleite de la verdad es dulce ahora, mucho más dulce será entonces. María eligió la mejor parte, que no lo será quitada30.

7. He mostrado a Vuestra Caridad dulcísima, en cuanto pude y en cuanto se dignó ayudarme el Señor, cuánto más seguros estáis vosotros escuchando que yo predicando, pues ahora hacéis vosotros lo que entonces haremos todos. Nadie será entonces maestro de la palabra, sino que el Maestro será la Palabra. Se sigue, por tanto, que a vosotros os toca realizarla y a mí amonestaros a ello. Vosotros sois, en efecto, los oyentes de la palabra, yo el predicador. Pero dentro, donde nadie ve, somos todos oyentes; en el interior, en el corazón, en la mente, donde os enseña aquel que os exhorta a la alabanza. Yo os hablo exteriormente, él os despierta en el interior. Todos, pues, somos oyentes en el interior y todos debemos ser cumplidores de la palabra externa e internamente en la presencia de Dios. Cumplirla interiormente, ¿cómo? Pues quien vea a una mujer casada y la desee, ya adulteró con ella en su corazón31. Y puede ser adúltero sin que hombre alguno lo vea, pero castigándole Dios. ¿Quién es, pues, el que cumple interiormente? Quien la ve sin desearla. ¿Quién es el que cumple externamente? Reparte tu pan con el hambriento32. En efecto, cuando hace esto, le ve también su prójimo, pero sólo Dios ve con qué intención lo hace. Por tanto, hermanos míos, sed cumplidores y no sólo oyentes de la palabra, engañándoos a vosotros mismos33, no a Dios ni a quien predica. Pues yo, o cualquiera otro que os predique la palabra, no veo vuestro corazón; no puedo juzgar lo que mascáis interiormente en vuestros pensamientos. Y dado que al hombre no le es posible, lo ve Dios, a quien no se le puede ocultar el corazón humano. Él ve con qué fin escuchas, qué piensas, con qué te quedas, qué provecho sacas de sus ayudas, con cuánta insistencia oras, cómo pides a Dios lo que no tienes y cómo le agradeces lo que tienes: lo sabe él, que ha de pedir cuentas. Nosotros podemos distribuir el dinero del Señor; vendrá a pedir cuentas quien dijo: Siervo malvado, debiste haber dado mi dinero a los banqueros para que al venir yo lo recobrase con los intereses34.

8. Hermanos míos, que vinisteis con entusiasmo a escuchar la palabra: no os engañéis a vosotros mismos35, fallando a la hora de cumplir lo que escucháis. Pensad que, si es hermoso oírla, ¡cuánto más lo será el llevarla a la práctica! Si no la escuchas, si no pones interés en oírla, nada edificas. Pero si la oyes y no la llevas a la práctica, levantas un edificio ruinoso. Cristo el Señor puso a este respecto una semejanza muy oportuna: Quien escucha —dice— estas mis palabras será semejante a un varón prudente que edifica su casa sobre roca. Cayó la lluvia, llegaron los ríos, soplaron los vientos, se abatieron contra aquella casa y no se derrumbó. ¿Por qué no se derrumbó? Porque estaba cimentada sobre roca36. Por tanto, el escuchar la palabra y cumplirla equivale a edificar sobre roca. Pues el sólo escuchar es ya edificar. En cambio —dice— quien escucha estas mis palabras y no las pone en práctica será semejante a un varón necio que edifica. También él edifica. ¿Qué edifica? Ved que edifica su casa, mas puesto que no pone en práctica lo que escucha, escuchando edifica sobre arena37. Quien la escucha y no la pone en práctica edifica sobre arena, y edifica sobre roca quien la escucha y la pone en práctica; y quien ni siquiera la escucha, no edifica ni sobre roca ni sobre arena. Considera, no obstante, lo que sigue: Cayó la lluvia, llegaron los ríos, soplaron los vientos y se abatieron contra aquella casa, y se vino al suelo y se convirtió en una gran ruina38. ¡Lamentable espectáculo!

9. Entonces, dirá alguno: «¿Qué necesidad tengo de oír lo que no voy a poner en práctica? Pues —dice— si escucho y no lo pongo en práctica levanto un edificio ruinoso. ¿No es más seguro quedarse sin escuchar nada?». En la semejanza propuesta por el Señor, él no quiso tocar expresamente lo que ése propone, pero lo dio a entender. En efecto, en este mundo nunca cesan las lluvias, los vientos y los ríos. ¿Te niegas a edificar sobre roca para evitar que te derriben, cuando lleguen? ¿No edificas sobre arena, para evitar que, cuando lleguen, derriben la casa? Entonces quedarás sin techo donde cobijarte si nada escuchas. Viene la lluvia, llegan los ríos; ¿acaso te sentirás seguro porque te arrastrarán desnudo? Considera, pues, qué vas a elegir para ti. Aunque lo pienses así, no tendrás seguridad evitando el escuchar; si te hallas sin techo, necesariamente serás sepultado, arrastrado y sumergido. Por tanto, si es malo para ti edificar sobre arena, malo es también no edificar nada; sólo queda como bueno edificar sobre roca. Cosa mala es, pues, no escuchar; mala también escuchar y no obrar; lo único que queda es escuchar y obrar. Sed —pues— cumplidores de la palabra y no sólo oyentes engañándoos a vosotros mismos39.

10. Temo que, después de esta exhortación, en lugar de haber levantado vuestro ánimo con mi palabra lo haya hundido en la desesperación. Es posible que alguno, sea uno o dos o ciertamente muchos, entre los que asiduamente asistís, formule juicios sobre mí y diga: «Quisiera saber si ese que me habla cumple todo lo que él mismo oye o lo que dice a los demás». A ése le respondo: Me trae sin cuidado ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano40. Pues también yo mismo puedo saber parcialmente lo que soy ahora, pero ignoro lo que vaya a ser mañana. Mas por lo que respecta a mí, el Señor te dio seguridad, a ti a quien eso preocupa. En efecto, si cumplo lo que digo o escucho: Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo41; si, en cambio, lo digo, pero no lo cumplo, escuchad al Señor: Haced lo que os dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen42. En consecuencia, si piensas bien de mí, me alabas; si piensas mal, me acusas a mí, mas no por eso te excusas a ti. ¿Cómo te va a servir de excusa el revertir la acusación contra quien te habla la palabra de Dios, aunque sea un predicador de la verdad malo y que obra el mal, si tu Señor, tu redentor, quien ha pagado tu precio, te ha agregado a su milicia y de siervo suyo te hizo hermano, no cesa de exhortarte y decirte: Haced lo que os dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen, pues dicen y no hacen43? Son palabras suyas. Hablan el bien, pero hacen el mal; tú escucha el bien y no hagas el mal. A esto responderás: «¿Cómo puedo oír cosas buenas de un hombre malo? ¿Por ventura recogen uvas de las zarzas?44 »