SERMÓN 174

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

La venida del Hijo al mundo y encuentro de Zaqueo con Jesús

(1Tm 1,15; Lc 19,1—10)

1. Acabamos de escuchar lo que decía el apóstol Pablo: Es palabra humana y digna de todo crédito que Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales el primero soy yo1. Por tanto, es palabra humana y digna de todo crédito. ¿Por qué palabra humana y no divina? Sin duda alguna, si esta palabra humana no fuese también divina, no sería digna de todo crédito. Pero esta palabra es humana y divina, como también Cristo es hombre y Dios. Por tanto, si estamos acertados al considerar esta palabra como humana y como divina, ¿por qué el Apóstol prefirió hablar de ella como humana y no como divina? Sin que quepa la menor duda, si pudo llamarla divina sin por ello mentir, y prefirió llamarla humana, algún motivo debe de haber. La elección está asociada al medio por el que Cristo vino al mundo. En efecto, vino al mundo mediante su ser hombre, pues en cuanto Dios siempre estaba aquí. Pues ¿dónde no está Dios, que dijo: Yo lleno cielo y tierra?2 Ciertamente, Cristo es el poder y sabiduría de Dios3, de la que se dice: Llega de un confín a otro con fortaleza y dispone todo con suavidad4. Por tanto, estaba en este mundo y el mundo fue hecho por él, y el mundo no lo conoció5. Estaba aquí y vino hasta aquí; estaba por su majestad divina y vino mediante la debilidad humana. Así, pues, dado que vino mediante la debilidad humana, por eso dijo al anunciar su venida: Palabra humana. No alcanzaría la liberación el género humano si la palabra de Dios no se hubiese dignado ser humana. Pues también se denomina humano al hombre que se muestra como hombre y sobre todo al que da hospitalidad a otro hombre. En consecuencia, si se llama humano a quien recibe en su casa a otro hombre, ¡en qué medida no lo será quien recibe al hombre en su mismo ser!

2. Por tanto, es palabra humana y digna de todo crédito que Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores6. Presta atención al evangelio: Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido7. Si el hombre no hubiese perecido, el hijo del hombre no hubiese venido. Así, pues, se había perdido el hombre, vino el Dios hombre y fue hallado el hombre. Se había extraviado el hombre por su libre albedrío; vino el Dios hombre por su gracia liberadora. ¿Quieres saber lo que vale para el mal el libre albedrío? Centra tu atención en el hombre pecador. ¿Quieres saber lo que vale, como ayuda, el Dios y hombre? Considera la gracia liberadora que hay en él. En ningún lugar se pudo manifestar y expresar más claramente que en el primer hombre el poder real de la voluntad humana usurpada por el orgullo, para evitar el mal sin la ayuda de Dios. He aquí que pereció el primer hombre; pero ¿dónde estaría si no hubiese venido el segundo? Porque era hombre aquél, es también hombre este y, en consecuencia, es palabra humana. Con toda seguridad, en ningún lugar aparece la benignidad de la gracia y la liberalidad de la omnipotencia de Dios como en el hombre mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús8. ¿Qué estoy diciendo, hermanos míos? Hablo a personas nutridas en la fe católica o, al menos, ganadas para la paz católica. Sabemos y afirmamos que el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, por lo que respecta a su humanidad, es de nuestra misma naturaleza. No son de naturaleza distinta nuestra carne y su carne ni nuestra alma y su alma. Asumió la misma naturaleza que pensó que había de ser salvada. Nada de menos tenía en cuanto a la naturaleza, pero carecía de toda culpa. Era naturaleza pura, pero no sólo naturaleza humana. Allí estaba Dios, allí estaba la Palabra de Dios. Y como tú, hombre único, eres alma y carne, así también él, único Cristo, es Dios y hombre. ¿Habrá quien se atreva a decir que nuestra naturaleza, en tal Mediador, mereció primero a Dios mediante el libre albedrío, y de este modo mereció ser asumida para ser hombre y Dios, el único Cristo Jesús? Ved que nosotros podemos decir que hemos merecido ser hijos de Dios por nuestras virtudes, nuestras costumbres y por el estilo de nuestra vida; podemos decir: «Recibimos los preceptos; si los cumplimos llevando una vida santa, seremos contados entre los hijos de Dios». ¿Acaso también él vivió primero como hijo de hombre y luego, por su vida santa, fue hecho hijo de Dios? El comienzo de su existencia se identifica con el momento de la asunción, pues la Palabra se hizo carne para habitar en medio de nosotros9. La Palabra de Dios, el único Hijo de Dios, el alma y la carne de un hombre que nada había merecido antes ni había hecho esfuerzo alguno para alcanzar por su propia virtud tal excelencia; fue completamente gratuito. Nada precedió a esa asunción; su existencia coincide con ella. Una virgen concibió; ¿existía el hombre mediador antes de que la virgen concibiera? En ningún modo existió antes como hombre justo. ¿Cómo fue justo quien ni siquiera existía? Una virgen concibió y él comenzó a existir al asumir al hombre. Con razón se dijo: Hemos visto su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad10. Si amas tu libre voluntad, has de decir a tu padre: Dame la herencia que me corresponde11. ¿Por qué te confías a ti mismo? Mejor puede guardarte quien pudo crearte antes de que existieras. Reconoce, pues, a Cristo, que está lleno de gracia. Quiere derramar sobre ti aquello de que está lleno y te dice: «Busca mis dones, olvida tus méritos, pues si yo buscase tus méritos, no llegarías a mis dones. No te envanezcas, sé pequeño, sé Zaqueo».

3. Pero vas a decir: «Si tengo que ser como Zaqueo, no podré ver a Jesús a causa de la muchedumbre»12. No te entristezcas, sube al árbol del que Jesús estuvo colgado por ti y lo verás. ¿Y a qué clase de árbol subió Zaqueo? A un sicómoro. En nuestra región o no existe en absoluto o es muy raro que surja en algún lugar, pero en aquella zona se da mucho este tipo de árbol y fruto. Reciben el nombre de sicómoros ciertos frutos semejantes a los higos; sin embargo, se diferencian algo, como pueden saber quienes los han visto y gustado. Por lo que indica la etimología del nombre, el equivalente latino es «higueras necias». Pon ahora los ojos en mi Zaqueo, mírale —te suplico— queriendo ver a Jesús en medio de la muchedumbre sin conseguirlo. Él era humilde, mientras que la turba era soberbia; y la misma turba, como suele ser frecuente, se convertía para sí misma en impedimento para ver bien al Señor. Se levantó sobre la muchedumbre y vio a Jesús sin que ella se lo impidiese. En efecto, a los humildes, a los que siguen el camino de la humildad, a los que dejan en manos de Dios las injurias recibidas y no piden venganza para sus enemigos, a ésos los insulta la turba y les dice: «¡Inútil, que eres incapaz de vengarte!». La turba te impide ver a Jesús; la turba, que se gloría y exulta de gozo cuando ha podido vengarse, impide la visión de quien, pendiente de un madero, dijo: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen13. Por eso Zaqueo, que quería verle, simbolizando a las personas humildes, no pone su mirada en la turba, que es impedimento, sino que sube a un sicómoro, como al árbol de fruto necio. Pues nosotros —dice el Apóstol— predicamos a Cristo crucificado, escándalo ciertamente para los judíos y —contempla el sicómoro— necedad, en cambio, para los gentiles14. Finalmente, los sabios de este mundo nos insultan a propósito de la cruz de Cristo y dicen: «¿Qué clase de corazón tenéis quienes adoráis a un Dios crucificado?» «¿Qué clase de corazón tenemos?». Ciertamente, no el vuestro. La sabiduría de este mundo es necedad ante Dios15. No tenemos, pues, un corazón como el vuestro. Pero decís que nuestro corazón es necio. Decid lo que queráis; nosotros subamos al sicómoro y veamos a Jesús. He aquí la razón por la que vosotros no podéis ver a Jesús: porque os avergonzáis de subir al sicómoro. Alcance Zaqueo el sicómoro, suba el humilde a la cruz. Poca cosa es subir; para no avergonzarse de la cruz de Cristo, póngala en la frente, donde está el asiento del pudor; allí precisamente, en la parte del cuerpo en que aparece el rubor; póngala allí para no avergonzarse de ella. Pienso que te ríes del sicómoro, pero también él me hizo ver a Jesús. Tú te ríes del sicómoro porque eres hombre, pero lo necio de Dios es más sabio que la sabiduría de los nombres16.

4. También el Señor vio a Zaqueo. Fue visto y lo vio, pero si no hubiese sido visto, no lo hubiera visto. Pues a los que predestinó, los llamó también17. Él es quien dijo a Natanael que con su testimonio estaba ya como prestando ayuda al Evangelio y preguntaba: ¿Puede salir algo bueno de Nazaret?18 El Señor le respondió: Antes de que Felipe te llamara, te vi cuando estabas bajo la higuera19. Sabéis de qué se hicieron sus ceñidores los primeros pecadores, Adán y Eva. Cuando pecaron se hicieron unos ceñidores de hojas de higuera y con ellos cubrieron las partes vergonzosas20, siendo el pecado el causante de esa vergüenza. Por tanto, si los primeros pecadores de quienes descendemos y en quienes habíamos perecido, de forma que vino él a buscar y salvar lo que había perecido21, se hicieron esos ceñidores de hojas de higuera para cubrir las partes vergonzosas, ¿qué otra cosa se indicó con las palabras: Te vi cuando estabas bajo la higuera, sino que no hubieras venido a quien quita el pecado si antes no te hubiese visto él bajo la sombra del pecado? Fuimos vistos para que pudiésemos ver; para que amáramos, fuimos amados. Él es mi Dios; su misericordia irá delante de mí22.

5. Así, pues, el Señor, que ya había recibido a Zaqueo en su corazón, se dignó ser recibido en casa de él, y le dijo: Zaqueo, apresúrate a bajar, pues conviene que yo me quede en tu casa23. El consideraba un gran favor ver a Cristo. Quien tenía por grande e inefable favor verle pasar, mereció inmediatamente tenerle en casa. Se infunde la gracia, actúa la fe por medio del amor24, se recibe en casa a Cristo, que habitaba ya en el corazón25. Zaqueo dice a Cristo: Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si a alguien he defraudado le devuelvo el cuádruplo26. Como si dijera: «Mira que me quedo con la otra mitad, no para poseerla, sino para tener con qué restituir». He aquí, en verdad, en qué consiste recibir a Jesús, recibirle en el corazón. Allí, en efecto, estaba Cristo; estaba en Zaqueo, y a partir de él se decía a sí mismo lo que escuchaba de su boca. Es lo que dice el Apóstol: Que Cristo habite en vuestros corazones por la fe27.

6. Por tanto, como se trataba de Zaqueo, el jefe de los publícanos y gran pecador, aquella turba, que se creía sana y le impedía ver a Jesús, se llenó de admiración y encontró reprochable el que Jesús entrase en casa de un pecador, que equivale a reprochar al médico el que entrase en casa del enfermo. Puesto que Zaqueo se convirtió en objeto de burla en cuanto pecador y se mofaban de él, ya sano, los enfermos, respondió el Señor a esos burlones: Hoy ha llegado la salvación a esta casa28. He aquí el motivo de mi entrada: Hoy ha llegado la salvación. Ciertamente, si el Salvador no hubiese entrado no hubiese llegado la salvación a aquella casa. ¿Por qué te extrañas, entonces, enfermo? Llama también tú a Jesús, no te creas sano. El enfermo que recibe al médico es un enfermo con esperanza; pero es un caso desesperado quien en su locura da muerte al médico. Así, pues, ¡qué locura la de aquel que da muerte al médico! En cambio, ¡qué bondad y poder el del médico que de su sangre preparó la medicina para su demente asesino! No decía sin motivo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen29, quien había venido a buscar y salvar lo que había perecido. «Ellos son dementes, yo soy el médico; se ensañan conmigo, los soporto con paciencia; cuando me hayan dado muerte, entonces los curaré». Hallémonos, pues, entre aquellos a quienes sana. Es palabra humana y digna de todo crédito que Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores30. A salvar a los pecadores, sean grandes o pequeños. Vino el hijo del hombre a buscar y salvar lo que había perecido31.

7. Quien afirma que los niños no tienen nada de lo que pueda salvarles Jesús niega que Cristo es Jesús para todos los fieles de cortísima edad. Quien afirma —repito— que la edad infantil nada tiene que necesite ser salvado por Jesús no afirma sino lo siguiente: «Cristo el Señor no es Jesús para los fieles más pequeños, es decir, para los muy chiquitos bautizados en Cristo». ¿Qué es, en efecto, Jesús? Jesús significa salvador; Jesús es salvador. No es Jesús para aquellos a los que no salva porque no tienen nada que necesite ser salvado. Y ahora, si vuestros corazones soportan esto, es decir, que Cristo no es Jesús para algunos bautizados, desconozco si vuestra fe puede reconocerse dentro de la sana regla. Son niños que aún no hablan, pero se convierten en miembros de él. Son niños que aún no hablan, pero reciben sus sacramentos. No hablan, pero participan de su mesa, para tener en sí la vida. ¿Qué me dices? ¿Está sano, carece de todo mal? ¿Por qué corres con él al médico si no tiene mal alguno? ¿No temes que te diga: «Retira de aquí a éste a quien consideras sano»? El hijo del hombre no vino sino a buscar y salvar lo que había perecido32, ¿por qué me lo traes a mí si no había perecido?

8. Es palabra humana y digna de todo crédito que Cristo Jesús vino al mundo. ¿A qué vino al mundo? A salvar a los pecadores33. No hubo otro motivo para su venida al mundo. No fueron nuestros méritos positivos, sino nuestros pecados los que le trajeron del cielo a la tierra. Esta es la causa de su venida: salvar a los pecadores. Y le pondrás —dice— por nombre Jesús. ¿Por qué le pondrás por nombre Jesús? Porque él salvará a su pueblo de sus pecados34. Le pondrás por nombre Jesús. ¿Por qué Jesús? ¿Cuál es el motivo de este nombre? Escucha por qué: Porque él salvará a su pueblo. ¿De qué? De sus pecados. A su pueblo de sus pecados. ¿Acaso los pequeños no pertenecen a este pueblo al que Jesús salvará de sus pecados? Pertenecen, claro que pertenecen, hermanos míos. Llevadlo así en el corazón, creedlo así cuando con esta fe lleváis los pequeños a la gracia de Cristo, no sea que si carecéis de esta fe en vuestros corazones, con vuestra lengua deis muerte a aquellos por quienes respondéis. Absolutamente, hermanos: quien corre con el niño, pero sin esta fe, está fingiendo. «Está sano, no tiene mal ni vicio alguno, no obstante lo llevaré al médico». ¿Por qué? «Porque así suele hacerse». ¿No temes que te diga el médico: «Llévatelo de aquí contigo, pues no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos»35?

9. Gustoso encomendaría a Vuestra Caridad la causa de los que no pueden hablar por sí mismos. Considerad a todos los pequeños como huérfanos, aun aquellos que no han llevado a la sepultura a sus padres. El número total de niños predestinados que esperan al Señor como salvador solicita que el pueblo sea su tutor. Aquel envenenador hirió en el primer hombre a todo el género humano; nadie pasa del primer hombre al segundo a no ser por el sacramento del bautismo. Reconózcase a Adán en los niños nacidos y aún no bautizados, y a Cristo en los nacidos y bautizados y por esto mismo renacidos. Quien no reconoce a Adán en los niños nacidos tampoco podrá reconocer a Cristo en los renacidos. «Pero ¿por qué —preguntan— un hombre fiel, ya bautizado, habiendo obtenido el perdón de los pecados, engendra a uno con el pecado del primer hombre?». Porque lo engendra con la carne, no con el espíritu. Lo que ha nacido de la carne es carne36. Y si —dice el Apóstol— nuestro hombre exterior se corrompe, el interior, en cambio, se renueva de día en día37. No engendras al niño con lo que en ti se renueva, sino con lo que en ti se corrompe. Tú, para no morir para siempre, naciste y renaciste; él está en la condición de nacido, aún no en la de renacido. Si tú vives gracias al nuevo nacimiento, déjale que también él renazca y viva; déjale —repito— renacer; déjale que renazca. ¿Por qué te opones? ¿Por qué intentas romper con nuevas disputas la antigua regla de la fe? ¿Qué es, en efecto, eso que dices de que los niños no tienen siquiera el pecado original? ¿Qué estás diciendo sino que no se acerquen a Cristo? Pero a ti se dirige el grito de Jesús: Deja que los niños vengan a mí38. Vueltos al Señor...