SERMÓN 165

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Las dimensiones del misterio de Cristo y el pecado del aún no nacido

(Ef 3,13—18; Rm 9,11)

1. Acabamos de escuchar al Apóstol, un salmo y el Evangelio: las tres lecturas divinas están de acuerdo en que hemos de colocar nuestra esperanza en Dios, no en nosotros mismos. Os suplico —dice el Apóstol— no flaquear a causa de mis tribulaciones por vosotros, pues ellas son vuestra gloria1.Os suplico —dice— no flaquear, esto es, que no os vengáis abajo cuando escucháis que estoy padeciendo tribulaciones por causa vuestra, porque es una gloria para vosotros. Les pide, pues, que no flaqueen, cosa que no haría si no quisiera estimular su voluntad. Efectivamente, si le respondieran: «¿Por qué nos pides lo que no está en nuestro poder?», ¿no les parecería haberle dado la respuesta adecuada? Sin embargo, el Apóstol no les hubiese dicho os suplico, si no supiera que su voluntad estaba de acuerdo en hacer algo ellos también. Y si hubiese dicho «os ordeno», sin saber si estaba en poder de ellos el adecuar su voluntad a este mandato, tales palabras hubiesen salido sin razón de su boca. Pero reconociendo una vez más que, sin la ayuda de Dios, la voluntad humana es débil, no sólo dijo os suplico, para evitar que dijeran: «Nuestra voluntad carece de libre albedrío», sino que, a fin de que tampoco dijeran: «Nos basta el libre albedrío de la voluntad», ved lo que añadió: Por esto. ¿A qué se refiere el por esto, sino a lo expuesto anteriormente: Os suplico no flaquear a causa de mis tribulaciones por vosotros, pues ellas son vuestra gloria? Así, pues, dado que tenéis el albedrío de la voluntad, os suplico; mas dado que para cumplir lo que suplico no os basta con el albedrío de la voluntad, por esto doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien recibe nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra, para que os otorgue2. Para que os otorgue, ¿qué? Ruego que os dé lo que os pido. Os lo suplico a vosotros, porque tenéis el albedrío de la voluntad; ruego que os lo dé, solicitando el auxilio de la Majestad.

2. Pero hemos ido muy de prisa con las palabras del Apóstol. Quizá quienes no conocéis de memoria el texto leído esperáis escuchar si efectivamente el Apóstol dobla las rodillas ante el Padre por ellos, para que les otorgue lo que les había dicho: Os suplico. Recordad, pues, lo que les había suplicado. Os suplico que no flaqueéis a causa de mis tribulaciones por vosotros3: esto es lo que les pide. Ahora considerad lo que pide para ellos: Doblo mis rodillas ante el Padre de Nuestro Señor Jesucristo para que os conceda ser fortalecidos en la virtud según las riquezas de su gloria4. ¿Qué es esto, sino no flaquear? Ser fortalecidos en la virtud —dijo— por su Espíritu, el Espíritu de gracia. Ved lo que pide. Pide a Dios lo que exige a los hombres, porque para que Dios quiera dar, también tú debes disponer la voluntad para recibir. ¿Cómo quieres recibir la gracia de la divina bondad si no abres el seno de tu voluntad? Para que os otorgue —dijo—, pues nada tenéis si no se os otorga. Para que os otorgue ser fortalecidos en la virtud por su Espíritu5. Si os concede ser fortalecidos, en eso mismo os dará el no flaquear. Que en el hombre interior habite Cristo por la fe en vuestros corazones6. ¡Que os otorgue todo esto! Para que, arraigados y fundados en la caridad, podáis comprender con todos los santos7. Comprender ¿qué? Para que os conceda ser fortalecidos en la virtud por su Espíritu y que en vuestro hombre interior habite Cristo por la fe, y así, arraigados y fundados en la caridad, podáis comprender con todos los santos; ¿qué? Cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad8. La palabra altitudo tiene un doble significado en la lengua latina; significa tanto la dirección hacia arriba como hacia abajo. Por lo tanto, estuvo acertado el traductor al referirse a la altura —lo que va hacia arriba— y a profundidad —lo que va hacia abajo—.

3. ¿Qué significa esto os lo voy a exponer, hermanos míos? El que quizá para alguien sea más fácil, ¿qué implica? ¿Pasaré de largo ante estas cuatro dimensiones que menciona el Apóstol, a saber, la anchura, longitud, altura y profundidad, por el hecho de ser menos capaz de comprenderlas o exponerlas? ¿O llamaré quizá a la puerta9 y sentiré la ayuda de vuestras oraciones para decir algo que os sea saludable? ¿Por qué, hombre cristiano, te encaminas con el corazón por la anchura de la tierra, la longitud de los tiempos, la altura del cielo o la profundidad del abismo? ¿Cuándo llegarás a comprender esto con la mente o con el cuerpo, es decir, ya pensando, ya viéndolo con los oíos de la carne? ¿Cuándo podrás comprenderlo? Escucha al mismo Apóstol que te dice: Lejos de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo10. Gloriémonos también nosotros en ella, aunque sólo sea porque en ella nos apoyamos. Gloriémonos todos en ella, ¡oh buenos hermanos!, gloriémonos en ella. Quizá encontremos allí la anchura, la longitud, la altura y la profundidad. En cierto modo se nos ha puesto ante los ojos la cruz mediante estas palabras del Apóstol. Tiene, en efecto, su anchura, sobre la que se clavan las manos; su longitud: lo que va hasta la tierra desde aquélla; tiene también su altura: lo que sobrepasa el madero trasversal sobre el que se clavan las manos, donde se sitúa la cabeza del crucificado; tiene igualmente su profundidad, es decir, lo que se clava en la tierra y no se ve. Contempla el gran misterio: de esa profundidad que no ves surge todo cuanto ves.

4. ¿Dónde está, pues, la anchura? Confronta tu vida con la vida y costumbres de los santos, que dicen: Lejos de mí gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo11. En sus costumbres percibimos la anchura de la caridad, razón por la que los exhorta el mismo Apóstol con estas palabras: Ensanchaos, para no unciros al yugo con los infieles12. Y como también él, que les invitaba a la anchura, era ancho, ved lo que les dice: Nuestra boca está abierta para vosotros, ¡oh corintios!; nuestro corazón se ha ensanchado13. La anchura es, por lo tanto, la caridad, la única que obra el bien. La anchura hace que Dios ame al que da con alegría14. En efecto, si ha pasado estrechez, dará con tristeza; y si da con tristeza, perece lo que da. Necesitas, pues, la anchura de la caridad, para que no perezca nada del bien que haces. Mas puesto que son del Señor estas palabras: Donde abunde la iniquidad se enfriará la caridad de muchos, dame también la longitud. ¿En qué consiste la longitud? Quien perseverare hasta el final, ése se salvará15. Tal es la longitud de la cruz sobre la que se extiende todo el cuerpo, en el que en cierta manera se mantiene en pie, y estando en pie, persevera. Tú que te glorías en la cruz, si buscas poseer la anchura de la cruz, ten la fuerza para obrar el bien. Si quieres poseer su longitud, ten la longanimidad de la perseverancia. Pero si quieres poseer la altura de la cruz, reconoce lo que escuchas y dónde lo escuchas: «¡En alto el corazón!». ¿Qué significa eso? Pon allí tu esperanza y tu amor; busca allí la fuerza, espera de allí la recompensa. Pues si obras el bien y das con alegría, te encontrarás en posesión de la anchura. Y si perseveras hasta el fin en esas buenas obras, te hallarás en posesión de la longitud. Pero si todas estas cosas no las haces con vistas a la recompensa celeste, carecerás de la altura y desaparecerá tanto la anchura como la longitud. En efecto, ¿qué otra cosa es tener la altura, sino pensar en Dios y amarle a él? Amar gratuitamente a ese Dios que nos ayuda, que nos contempla, nos corona y otorga el premio, y, finalmente, considerarle a él mismo como el premio y no esperar de él otra cosa que a él mismo. Si amas, ama gratuitamente; si amas en verdad, sea él la recompensa que amas. ¿O acaso consideras de valor todas las cosas y, en cambio, te parece sin valor quien las creó?

5. El Apóstol dobló sus rodillas por nosotros para que seamos capaces de todo eso; más aún, para que se nos conceda. También el Evangelio nos atemoriza: A vosotros se os ha dado conocer los misterios del reino, pero no a ellos. A quien tiene se le dará. ¿Quién tiene para que se le dé, sino aquel a quien se le ha dado? En cambio, a quien no tiene, hasta lo que tiene se le quitará16. Ahora bien, ¿quién es el que no tiene sino aquel a quien no se le ha dado? ¿Por qué, pues, a uno se le ha dado y a otro no? No temo decirlo: esta es la profundidad de la cruz. De no sé qué profundidad del juicio de Dios, que no podemos escrutar ni contemplar, procede todo lo que podemos. Repito: de no sé qué profundidad del juicio de Dios, que no podemos escrutar ni contemplar, procede todo lo que podemos. Veo lo que puedo, pero no de dónde me llega ese poder, a no ser lo que hasta el presente he llegado a ver: sé que es don de Dios. Mas ¿por qué a éste sí y a aquél no? Es demasiado para mí, es un abismo, es la profundidad de la cruz. Puedo gritar lleno de admiración, pero no puedo demostrarlo con discursos. ¿Qué puedo gritar referente a esa profundidad? ¡Cómo han sido engrandecidas tus obras, Señor!17. Los gentiles reciben la luz; los judíos son cegados. Algunos niños son lavados en el sacramento del bautismo; otros, en cambio, quedan abandonados en la muerte del primer hombre. ¡Cómo han sido engrandecidas tus obras, Señor! ¡Tus pensamientos son demasiado profundos! Y continúa: El ignorante no los conoce, y el necio no los comprende18. ¿Qué no comprende ni el necio ni el ignorante? Que es, como mínimo, algo profundo. En efecto, si el necio no lo entiende, pero sí el sabio, no es demasiado profundo. Pero si el sabio entiende que es algo profundo, el necio ni siquiera advierte esa profundidad.

6. Por eso muchos, buscando dar razón de esta profundidad, fueron a parar en vanas fábulas. Algunos sostuvieron que las almas pecan arriba en el cielo y que, según cuáles hayan sido sus pecados, según los méritos de cada una, son enviadas a los cuerpos, donde se hallan encerradas como en cárceles apropiadas. Se marcharon en pos de sus pensamientos; queriendo disputar sobre la profundidad de Dios, se sumergieron en el abismo. Les sale al encuentro el Apóstol, con el deseo de recomendarles la gracia, y, sirviéndose de los dos gemelos en el seno de Rebeca, les dice: A quienes aún no habían nacido ni habían hecho nada bueno o malo19. Ved cómo quitó a esos hombres vanidosos sus fantasías acerca de una vida del alma en el cielo antes de recibir el cuerpo. Pues si han vivido ya allí, ya han hecho algo de bueno o malo y han sido arrojadas a los cuerpos de esta tierra según los propios méritos. Si les place, contradigamos al Apóstol, que dijo: A quienes aún no habían nacido ni habían hecho nada bueno o malo. Dado que la fe católica, apoyada en esta clara afirmación apostólica, rechaza la opinión de que las almas viven y habitan primeramente en los cielos y que reciben los cuerpos según los merecimientos adquiridos allí, estos herejes recientes no osan afirmarla.

7. Pero ¿qué sostienen? Algunos de ellos —como hemos escuchado— razonan así: «Sin duda —dicen— todos los hombres mueren por merecimientos propios, puesto que pecaron; en efecto, no habría muerte si no viniese del pecado». Muy bien y con toda verdad se dijo: «No habría muerte si no viniese del pecado». Pero cuando yo oigo esto, lo alabo porque estoy pensando en aquella primera muerte y en el pecado de aquel primer hombre20. Efectivamente, escucho al Apóstol: Como todos mueren en Adán, así también serán vivificados todos en Cristo21. El pecado entró en el mundo por un hombre, en el que todos pecaron22. Este «todos» antes fue uno solo. Cuando dices que la muerte viene del pecado del hombre, ¿es eso lo que yo escucho? «No» —dice—. Pero, ¿qué dices? «Que ahora Dios crea inmortal a todo hombre». ¡Admirable novedad! ¿Qué dices? «Que ciertamente Dios crea inmortal a todo hombre». ¿Por qué, entonces, mueren los niños que aún no hablan? Si te preguntara: «¿Por qué mueren los hombres adultos?», me responderías: «Porque han pecado». Por lo tanto, no discutiré sobre los adultos; citaré como testigo de cargo contra ti la infancia de los niños. No hablan y dejan convictos; callan y son prueba de lo que digo. He aquí que los niños que aún no hablan son inocentes por lo que se refiere a sus obras; nada tienen consigo sino lo que trajeron del primer hombre. Por eso tienen necesidad de la gracia de Cristo para recibir la vida en Cristo quienes murieron en Adán; para que, como se mancharon en la generación, se purifiquen por la regeneración. Ellos, pues, serán mis testigos. Respóndeme: «¿Por qué mueren si todos los hombres nacen inmortales y mueren porque pecan?». ¿Qué pensáis que pudo responderse? ¿Qué oídos podrán soportarlo? «También ellos pecaron». ¿Dónde pecaron? ¿Cuándo y cómo pecaron?, te lo suplico. Desconocen qué es el bien y qué el mal. ¿Admiten pecado quienes no admiten preceptos? Pruébame que ellos son pecadores; pruébame lo que dijiste, ciertamente porque te has olvidado de lo que fuiste; demuéstrame que ellos tienen pecados. ¿O es que pecan porque lloran? ¿Pecan acaso porque rechazan las molestias con movimientos parecidos a los de los animales mudos o porque aceptan placeres? Si estos movimientos son pecado, cuando se les bautiza se convierten en pecadores aún mayores, porque, al ser bautizados, oponen gran resistencia. ¿Por qué no se les imputa pecado alguno por tan gran resistencia, sino porque todavía no poseen libre albedrío alguno?

8. Pero yo digo otra cosa: «Estos han pecado —según tú piensas— por el hecho de nacer. Pues si no hubiesen pecado —dices— no morirían». ¿Qué opinas de los que mueren en el seno de la madre? ¡Qué apuro! «También ellos —dice— pecaron y por eso mueren». ¿Mientes o estás equivocado? El Apóstol dice lo contrario: A quienes aún no habían nacido ni habían hecho nada bueno o malo23. Prefiero escuchar al Apóstol antes que a ti; le creo a él antes que a ti. A quienes aún no habían nacido ni habían hecho nada bueno o malo. Mas, si rechazas este testimonio, vuélvete más bien a aquellos otros delirios y di: «Porque pecaron en el cielo y desde allí son arrojados a los cuerpos». «No lo digo» —responde—. ¿Por qué no lo dices? Porque afirma el Apóstol: A quienes aún no habían nacido ni habían hecho nada bueno o malo. Pero si evitas retrotraer su culpa a una anterior presencia en el cielo, ¿por qué la retrotraes al seno materno? El Apóstol da la respuesta a ambas hipótesis; responde tanto a los que dicen: «Pecaron en el cielo», como a los que afirman: «Pecaron en el seno materno»; en efecto, para ambos casos valen aquellas palabras según las cuales antes de nacer nada hicieron ni bueno ni malo. ¿Por qué mueren, entonces? ¿También en esto he de prestarte oídos a ti y no, más bien, al Doctor de los gentiles?

9. Dime, apóstol Pablo, ¿por qué mueren? Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres, en quien (Adán) todos pecaron24. Ved que el primer hombre hizo que toda la masa mereciese la condena. Venga, venga nuestro Señor, el segundo hombre; venga, venga; venga por otro cauce, venga a través de una virgen; venga vivo, encuentre a los muertos; muera para socorrer a quien muere; otorgue a los muertos la vida; redima de la muerte a los muertos, mantenga la vida en la muerte y dé muerte a la muerte con la muerte. No hay otra gracia ni para los pequeños ni para los adultos; ésta es la única que libera a unos y a otros. Por qué a éste y a aquél, y no a éste ni a aquél, eso no me lo preguntes. Hombre soy; percibo la profundidad de la cruz, pero no entro en ella; me estremezco, pero no la investigo. Sus juicios son inescrutables y sus caminos, insondables25. Hombre soy, hombre eres; hombre era quien decía: ¡Oh hombre!, ¿quién eres tú para responder a Dios?26 Lo decía un hombre a otro hombre. Escúchelo el hombre, para que no perezca el hombre por quien Dios se hizo hombre. En esta profundidad de la cruz, envueltos en la enorme oscuridad de este tema, mantengamos lo que hemos cantado: no presumamos de nuestras fuerzas, no atribuyamos nada en este asunto al poder de nuestro pequeño ingenio. Recitemos el salmo, digamos con él: Ten misericordia de mí, ¡oh Dios!, ten misericordia de mí27. ¿Por qué? ¿Porque mi virtud que hace que te merezca? No. ¿Por qué? ¿Porque poseo el libre albedrío de la voluntad, gracias al cual mi mérito precede a tu gracia? No. ¿Por qué, si no? Porque en ti confía mi alma28. ¡Gran saber es esta confianza! Vueltos al Señor...