SERMÓN 164

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Llevar unos las cargas de otros (Ga 6,2—5)

1. Por boca del Apóstol, la Verdad nos exhorta a todos a llevar mutuamente nuestras cargas1, y en la misma invitación nos mostró el fruto que de ello obtendremos al añadir: Y así cumpliréis la ley de Cristo2, ley que no cumpliremos a no ser que llevemos mutuamente nuestras cargas. Me esforzaré en mostraros con la ayuda del Señor cuáles son estas cargas y cómo han de llevarse, puesto que todos, en la medida de nuestras fuerzas, debemos intentar cumplir la ley de Cristo. No os olvidéis de exigirme lo que me he propuesto demostraros, y cuando lo haya cumplido, no me lo reclaméis. Lo que me he propuesto mostrar, ayudando mi propósito el Señor y vuestras oraciones por mí, es esto: cuáles son las cargas que el Apóstol nos manda llevar mutuamente y cómo hay que llevarlas. Si lo cumplimos, se realizará de forma automática aquello en que él puso el fruto, a saber: el cumplimiento de la ley de Cristo.

2. Alguien dirá: «El Apóstol ha hablado de manera oscura, ¿y pretendes tú exponer cuáles son estas cargas y cómo han de llevarse?». Hay en el texto un punto que nos obliga a distinguir cargas de cargas. En el mismo pasaje leído encuentras esto: Pero cada uno llevará su propia carga3, afirmación que choca con vuestra lógica. En efecto, Si cada uno ha de llevar su propia carga, ¿cómo dice: Llevad mutuamente vuestras cargas?4. A no ser que hay que distinguir cargas de cargas para no juzgar que el Apóstol se contradice. En efecto, ambas cosas: que cada uno ha de llevar su propia carga y la advertencia e invitación a llevar mutuamente las nuestras no las escribió a distancia la una de la otra, ni en cartas diferentes, o en la misma, pero una cosa antes y otra mucho después, sino en el mismo lugar, de forma que las palabras están unas junto a otras.

3. Así, pues, hay dos tipos de cargas. Respecto de unas, cabe que digas al hermano: «Te ayudo a llevarla» o «la llevo en tu lugar»; en cuanto a las otras, no queda sino que cada uno lleve la suya, sin compartirla o dejársela a otro. Si, pues, es necesario distinguir, no es fácil la comprensión. Oponiéndose a quienes pensaban que el hombre puede contaminarse con los pecados ajenos, responde el Apóstol: Cada cual llevará su propia carga5. Más aún, contra aquellos a quienes esta afirmación podría llevarles a la desidia, de forma que, seguros de no contaminarse con los pecados ajenos, se despreocupan de corregir a nadie, dice: Llevad mutuamente vuestras cargas6. Lo he dicho brevemente, y brevemente he hecho la distinción, y creo que sin impedir que la verdad quede manifiesta. En efecto, lo habéis oído concisamente y lo habéis comprendido de inmediato. No he visto vuestros corazones, pero he oído gritos cual testigos del corazón. Ahora ya, con la seguridad de que habéis entendido, voy a hablar un poco más detenidamente, no con vistas a una comprensión ulterior, sino a recomendar lo que ya habéis comprendido.

4. Las cargas propias que cada uno lleva son los pecados. A los hombres que llevan estas cargas tan pesadas y detestables, y que sudan en vano bajo ellas, les dice el Señor: Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os aliviaré7. ¿Cómo alivia a los cargados de pecados sino mediante el perdón de los mismos? El orador que se dirige al mundo entero, desde la especie de tribuna de su autoridad excelsa, exclama: «Escucha, género humano; escuchad, hijos de Adán; oye, raza que te fatigas en vano; veo vuestra fatiga, ved mi don. Sé que estáis fatigados y cargados, y, lo que es peor, que cargáis sobre vuestros hombros pesos dañinos; y, todavía peor, pedís, no que se os quiten, sino que se os añadan otros».

5. ¿Quién de nosotros puede en breve espacio de tiempo enumerar la multiplicidad y variedad de estas cargas? No obstante, mencionaremos unas pocas y, a partir de ellas, conjeturemos las demás. Mira a un hombre cargado con el peso de la avaricia; ve a otro que suda, respira con dificultad y está sediento bajo este mismo peso, y que con su fatiga añade peso al peso. ¿Qué esperas, ¡oh avaro!, abrazándote a tu carga y sujetando a tus hombros con las cadenas de la codicia ese peso maligno? ¿Qué esperas? ¿Por qué te fatigas? ¿Por qué suspiras? ¿Qué deseas? Sin duda, saciar tu avaricia. ¡Oh deseos vanos y hechos inicuos en extremo! ¿Esperas saciar tu avaricia? Ella puede oprimirte, pero tú no puedes saciarla. ¿O es que no te pesa? ¿O es que bajo tal peso perdiste hasta la sensibilidad? ¿No es pesada la avaricia? ¿Por qué te despierta del sueño la misma que en ocasiones no te deja dormir? Y quizá tienes juntamente con ella el peso de la pereza, y estos dos malísimos pesos, que se combaten entre sí, te oprimen y te desgarran. No ordenan cosas iguales o parecidas. La pereza dice: «Duerme»; la avaricia: «Levántate». La pereza: «No sufras el frío del día»; la avaricia: «Soporta incluso las tempestades del mar». Una dice: «Descansa», y la otra no deja descansar; no sólo ordena: «Ponte en movimiento», sino también: «Atraviesa el mar, busca tierras que desconoces». Tienes que llevar las mercancías a la India; desconoces la lengua de los indios, pero te parece inteligible el idioma de la avaricia. Llegarás como un desconocido ante lo desconocido: das, recibes, compras, llevas. Llegaste allí entre peligros, vuelves en medio de ellos y, en el mar, turbado por la tempestad, exclamas: «¡Oh Dios!, líbrame». ¿No escuchas su respuesta: «En razón de qué? ¿Te envié yo acaso? La avaricia te ordenó que adquirieses lo que no poseías; lo que yo te mandé fue que, sin fatigarte, dieses lo que tenías al pobre que yacía ante tu puerta8. Ella fue quien te envió a la India para traer oro; yo te puse ante la puerta a Cristo, a quien comprar el reino de los cielos. Trabajas a las órdenes de la avaricia, no a las mías. Ella y yo te dimos órdenes, pero a mí no me escuchaste; que te libre aquella a la que obedeciste».

6. ¿Cuántos llevan estas cargas? ¿Cuántos agobiados por ellas levantan sus voces a mí, que hablo contra esas cargas? Pero entraron con ellas y con ellas salen; entraron avaros y avaros se van. Yo me he fatigado hablando contra estas cargas. Si gritáis, deponed lo que lleváis. Por último, no me oigáis a mí; escuchad a vuestro emperador que grita: Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados. Efectivamente, no venís si no cesáis en vuestra fatiga. Queréis correr hacia mí, pero con pesos tan grandes no podéis. Venid a mí —dice— todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os aliviaré9. Concedo el perdón de los pecados pasados; haré desaparecer lo que oprimía vuestros ojos, sanaré lo que dañó vuestros hombros. Eliminaré, sin duda, esos pesos, pero no os dejaré sin otros; quitaré los malos e impondré los buenos. De hecho, tras decir: Y yo os aliviaré, añadió: Cargad con mi yugo10. Para tu mal te había subyugado la codicia, para tu salud te subyugue la caridad.

7. Cargad con mi yugo y aprended de mí11. Si cualquier magisterio humano se ha convertido para vosotros en vil, aprended de mí. Quien grita es Cristo, el maestro, el Hijo único de Dios, el único veraz, verdadero; la verdad grita: Aprended de mí. ¿Qué? ¿Que en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios, y que todo fue hecho por ella12? ¿Acaso podemos aprender de él a fabricar el mundo13, a llenar el cielo de astros luminosos14, a regular la sucesión de días y noches15, a ordenar el paso de los tiempos y los siglos, a otorgar fuerza a las semillas16 o a poblar la tierra de animales17? Nada de esto nos manda aprender el Maestro: eso lo ha hecho en cuanto Dios.

Mas puesto que este Dios se dignó ser también hombre, escucha que es Dios para recrearte; escucha que es hombre para imitarle. Aprended de mí —dijo—18. No a fabricar el mundo, ni a crear naturalezas; ni a hacer aquellas otras cosas que él, Dios oculto y hombre manifiesto, hizo en este mundo. Ni siquiera con relación a ellas dice: «Aprended de mí a expulsar la fiebre de los enfermos19, a ahuyentar a los demonios20, a resucitar a los muertos21, a imperar a los vientos y olas22, a caminar sobre las aguas23»; tampoco se refiere a esto cuando dice: Aprended de mí. Estos dones los concedió a algunos de sus discípulos y a otros no. Pero el aprended de mí lo dice a todos; nadie se sienta dispensado de este precepto: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón24. ¿Por qué dudas en cargar con este peso? ¿Es acaso carga pesada la humildad y la piedad? ¿Es carga pesada la fe, la esperanza y la caridad? Estas son las que hacen a uno manso y humilde. Y advierte que no te sentirás cargado si le escuchas a él. Mi yugo es suave y mi carga ligera25. ¿Qué significa es ligera? ¿Que aunque tenga peso, es menor?, ¿qué pesa más la avaricia, y menos la justicia? No quiero que lo entiendas así. Esta carga no es un peso para quien está cargado, sino alas para quien va a volar. En efecto, las aves llevan el peso de sus alas. ¿Qué decir? Lo llevan y son llevadas por él. Ellas lo llevan en la tierra, y son llevadas por él sobre el aire. Si queriendo mostrarte misericordioso con el ave, sobre todo en verano, y diciendo: «Esta desdichada ave arrastra el peso de sus alas» se lo quitas, quedará en la tierra aquella a la que tú quisiste ayudar. Carga, pues, con las plumas de la paz; recibe las alas de la caridad. Esta es la carga; así se cumple la ley de Cristo.

8. Hay cargas y cargas. Pensad ahora en que entra un avaro. Tú sabes que es un avaro; está de pie junto a ti, que no lo eres; más aún, que eres misericordioso, que das lo que tienes a los pobres y no suspiras por cosas que no posees; escuchas lo que dice el Apóstol: Manda a los ricos de este mundo que no se comporten altivamente ni pongan su esperanza en riquezas inseguras, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para disfrutarlas; den con facilidad, repartan con los demás, atesoren para el futuro un buen fundamento a fin de alcanzar la vida verdadera26. Lo has oído, reconocido, aprendido, retenido y cumplido. Sigue haciéndolo, no te entre la pereza, no ceses. Quien persevere hasta el final, ése se salvará27. Te portaste bien con un hombre, y él se mostró ingrato: no te pese haber hecho el bien, no sea que con tu pesar derrames lo que llenaste con tu misericordia. Di en tu corazón: «Aunque no lo vea aquel a quien se lo hice, lo ve aquel por quien lo hice, pues si aquél lo hubiese visto dejando de ser ingrato, le aprovecharía a él más que a mí. Me agarraré a Dios a quien no se le oculta lo que hago; y no sólo lo que hago, sino hasta lo que deseo hacer; esperaré la recompensa de aquel que no necesita testimonios de mi acción». Eres así, y quizá está junto a ti entre el pueblo de Dios un avaro y ladrón, suspirando por cosas ajenas. Aunque sabes que es así, dado que es un fiel o, mejor, que se llama fiel, no puedes expulsarle de la iglesia, no tienes posibilidad alguna de que se enmiende mediante el castigo o la corrección; se acercará contigo al altar, pero no temas: Cada cual llevará su propia carga28. Acuérdate del Apóstol para acercarte tranquilo: Cada uno llevará su propia carga. Solamente has de procurar que no te diga: «Ayúdame a llevarla», pues si quisieres compartir con él la avaricia, el peso no disminuirá, sino que os agobiará a los dos. Que él, pues, puje por su carga, y tú, por la tuya, puesto que cuando el Señor sacudió de tus hombros tal peso, te impuso otro: sacudió el peso de la codicia, y te impuso el de la caridad. Así, pues, cada cual lleva su propia carga, mala el malo y buena el bueno, según lo que desee.

9. Vuélvete ya también al otro precepto: Llevad mutuamente vuestras cargas29. En efecto, llevas la carga que te ha impuesto Cristo, un peso gracias al cual puedes llevar conotro el propio peso. Él es pobre, tú eres rico; a él le pesa su pobreza, peso del que careces tú. Estate atento cuando él te interpele a no decir: Cada uno llevará su propia carga30. Es el momento de escuchar este otro precepto: Llevad mutuamente vuestras cargas. La pobreza no me oprime a mí, sino a mi hermano. Piensa si las riquezas no son para ti el peso que más te oprime. A ti no te pesa la pobreza, pero te pesa la riqueza. Si bien lo piensas, es una carga. Aquél tiene una, tú otra. Ayúdale a llevar la suya y que él te ayude a llevar la tuya, de esta forma lleváis mutuamente vuestras cargas. ¿En qué consiste el peso de la pobreza? En no tener. ¿Y el de las riquezas? En tener más de lo necesario. Uno y otro estáis cargados. Lleva con él su no tener, y lleve él contigo el tener más de lo necesario, para que se igualen vuestras cargas. Si das a quien está necesitado, le disminuyes su peso, que consistía en no tener; al darle, comienza a tener: se ha reducido el peso de no tener. Al mismo tiempo ha disminuido tu propia carga, que llamamos tener más de lo necesario. Los dos avanzáis por el camino del Señor mientras dura la peregrinación de esta vida temporal; tú, cargado con grandes y superfluos dispendios; él, en cambio, sin nada. Se juntó a ti deseando ser tu compañero: no lo mires con indiferencia, no lo desprecies, no lo abandones. ¿No adviertes cuán grande es el peso que arrastras? Dale una parte a quien nada lleva y nada tiene, y así ayudarás al acompañante y tú te aliviarás. En mi opinión, ha quedado suficientemente expuesta la frase del Apóstol.

10. No os vendan humos quienes dicen: «Nosotros somos santos, renunciamos a llevar vuestras cargas y, por lo tanto, no mantenemos la comunión con vosotros». Estos arrastran las cargas mayores de la división, las cargas mayores de la escisión, del cisma, de la herejía, de la disensión, del odio, de los falsos testimonios y de las calumnias criminales. Cargas todas que nos hemos esforzado y nos esforzamos por hacer desaparecer de los hombros de nuestros hermanos. Aman tenerlas sobre sí y, como a consecuencia de ellas se hincharon, no quieren empequeñecer. En efecto, quien se desprende de la carga que llevaba en su cuello, da la impresión de que se hace más pequeño; pero lo que ha perdido es peso, no estatura.

11. «Pero yo —dices— no comulgo con los pecados ajenos». ¡Como si yo te dijera: «Ven, participa de los pecados de otros!». No es esto lo que te digo; sé muy bien lo que dijo el Apóstol, y eso afirmo yo. No debías haber desertado de la grey de Dios, formada de ovejas y cabritos al mismo tiempo, por los pecados ajenos, aunque fuesen verdaderos o no fuesen mayores los tuyos; no debías haber abandonado la era del Señor31 mientras dura la trilla de la paja ni haber roto sus redes hasta que no se hayan traído a la orilla los peces buenos y malos32. «¿Y cómo —dices— voy a soportar a quien sé que es malo?» ¿No te sería mejor soportarle a él que excluirte a ti mismo? Advierte cómo has de soportarlo; si pones atención a lo que dice el Apóstol, a saber: Cada uno llevará su propia carga33, esta frase significa tu liberación. No participarías con él en su avaricia, sino en la mesa de Cristo. ¿Qué daño te causaría participar con él en ella? Dice el Apóstol: Pues quien lo come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación34. Él, no tú. Si has sido constituido juez, si has recibido poder de juzgar, si le acusan ante ti y resulta convicto del pecado mediante pruebas verídicas y testigos veraces, coacciónale, corrígele, excomúlgale, degrádale, en conformidad con la norma eclesiástica. Manténgase despierta la tolerancia de tal modo que no duerma la disciplina.

12. «Pero —dicen— Ceciliano fue condenado». ¿Condenado? ¿Por quiénes? «En un primer momento estando él ausente; luego, fue declarado inocente por los traidores». Son alegatos incluidos en las actas; hechos probados. Sin duda intentaron debilitar la fuerza de la verdad y se esforzaron cuanto pudieron por nublar su claridad con las nubes de las disputas inútiles. Se hizo presente el Señor, y su claridad venció a sus nubes. Pero ved cómo, sin saberlo, absolvieron a la Iglesia del orbe de la tierra, en cuya comunión nos alegramos de estar, seamos como seamos. No es a nosotros mismos, sino a ella a quien protegemos, defendemos y obtenemos, al defender la era del Señor. Es por ella por la que yo levanto la voz. No te preocupe quién sea yo dentro de ella; espero el bieldo35. No quiero —repito— que te preocupes de ello; o si quieres preocuparte del hermano, no lo hagas litigando, para poder sanarlo. Preocúpate de la paja, si puedes; pero no abandones el trigo, si no puedes ocuparte de la paja. Llegará el momento en que también la paja sea arrojada de la era del Señor; en algún caso también el grano, pero no muy lejos. Hay obreros buenos que recorren los entornos de la era, y a los granos arrojados fuera, una vez limpiados un poco, los impulsan y devuelven a la era, ya mediante atracción, ya mediante coacción. Instrumentos de limpieza son estas leyes civiles. Haz que vuelvan a la era; atrae al trigo aunque sea con tierra, no sea que por evitar ésta perezca aquel. «Ceciliano —dice— fue condenado». Fue condenado una vez estando ausente; fue absuelto tres veces estando presente. Ya les respondimos y, en la medida de nuestras fuerzas, a esos hombres rudos expusimos de forma breve cuál fue su modo de actuar y les dijimos: «¿Por qué sacáis a relucir el concilio de setenta obispos dictando sentencia contra Ceciliano que se hallaba ausente?». Muchas sentencias dictó contra Primiano, ausente también, el concilio de los maximianistas. Les dijimos: «En su ausencia, condenaron ellos a Ceciliano; y en su ausencia condenaron éstos a Primiano». Como éstos no pudieron prejuzgar a Primiano ausente, así tampoco aquellos pudieron prejuzgar a Ceciliano igualmente ausente.

13. ¿Qué pensáis que respondieron para salir de este apuro? ¿Qué podían decir? ¿Por dónde iban a escapar atrapados en las redes de la verdad? ¿Qué dijeron en pocas palabras, y sin duda a nuestro favor, para romper de forma violenta esas redes? Mucho, en efecto, y casi todo a nuestro favor, como lo indicarán las actas que Vuestra Caridad tiene que proponerse leer. Pero os ruego y suplico por Cristo que desde este momento retengáis esto, que lo proclaméis y mantengáis siempre en la boca. No pudo proferirse sentencia más breve, más cierta y más clara en favor nuestro. ¿Qué respondieron a nuestra objeción, según la cual de tan poco valor fue el juicio de ellos contra Ceciliano como el de los maximianistas contra Primiano? Estas son las palabras de quien les defendía: Ni una causa prejuzga a otra causa, ni una persona a otra persona.

¡Respuesta breve, clara y verdadera! No supo lo que dijo, pero profetizó de forma semejante a Caifás cuando era pontífice36: Ni una causa prejuzga a otra causa, ni una persona a otra persona. Si una causa no prejuzga a otra, ni una persona a otra, cada cual carga entonces con su propia carga. Que vaya ahora y que te objete con Ceciliano; que objete con Ceciliano no a ti, un particular, sino a todo el orbe de la tierra. Al hacerlo, objeta a inocentes con un inocente. Las actas lo indicarán ciertamente con toda claridad. Ceciliano quedó libre de toda mácula. Pero suponte que no salió limpio, supón que fue reconocido culpable, escucha tu propia voz proclamada por el orbe de la tierra: Ni una causa prejuzga a otra causa, ni una persona a otra persona. Espíritu herético, sin curación posible y rencoroso, ¿por qué acusas al juez, si tú mismo has dictado sentencia contra ti? Si yo le soborné para que sentenciase a favor mío, ¿quién te sobornó a ti, para que te condenes a ti mismo?

14. ¡Ojalá piensen alguna vez estas cosas, aunque sea tarde y ya desinflados de su rencor! Vuelvan a sí mismos; interróguense, examínense, respóndanse; pensando en la verdad, no teman a quienes durante tanto tiempo ellos vendieron la falsedad. Es a ellos a quienes temen ofender; se avergüenzan de la flaqueza humana y no sienten vergüenza ante la invicta verdad. Temen que se les diga: «Entonces, ¿por qué nos engañasteis? ¿Por qué nos sedujisteis? ¿Por qué dijisteis tan grandes maldades y falsedades?» Si temieran a Dios, deberían responder: «Errar fue cosa de hombres, pero es diabólico permanecer en el error por rencor. Mejor hubiera sido que nunca hubiéramos errado, pero al menos hagamos lo que nos favorece: salir de una vez del error. Engañamos, porque fuimos engañados; proclamamos falsedades, porque creímos a quienes las proclamaban». Digan a sus seguidores: «Juntos estuvimos en el error, juntos salgamos de él. Fuimos vuestros guías hacia la fosa37 y nos seguisteis hasta ella; seguidnos también ahora que os conducimos a la Iglesia». ¡Ojalá pudieran decir esto, aunque fuera a gente indignada y airada! ¡También éstos depondrían alguna vez la ira y amarían la unidad! ¡Aunque sea tarde!

15. Nosotros, hermanos, seamos pacientes con ellos. Están inflamados e hinchados esos ojos que curamos. No digo que dejemos de curarlos, sino que evitemos causarles mayores amarguras con nuestros insultos. Expliquémosles la verdad con dulzura, en vez de exultar orgullosamente por la victoria. Pues no conviene que el siervo del Señor sea pendenciero —dice el Apóstol— sino que sea manso para con todos, instruido, paciente, y que corrija con mansedumbre a quienes piensan diversamente, por si Dios les concede el arrepentimiento y volviendo en sí se apartan de los lazos del diablo, de quien son cautivos, conforme a la voluntad de él38. Soportadlos, pues, pacientemente, si estáis sanos; soportadlos pacientemente en la medida en que estáis sanos. En efecto, ¿quién está totalmente sano? Cuando el rey justo se siente en su trono, ¿quién se gloriará de tener puro el corazón, o quien se gloriará de estar limpio de todo pecado?39. Por lo tanto, mientras nuestra condición sea ésta, nuestro común deber es llevar mutuamente nuestras cargas40. Vueltos al Señor...