SERMÓN 163 B (=Frangipane 5)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Comentario a Ga 6,1—10

1. Recordad la lectura de la carta del Apóstol: Hermano: si un hombre está implicado en alguna falta, vosotros, que sois espirituales, instruidle con espíritu de mansedumbre, con la mirada puesta en ti mismo, no sea que también tú seas tentado. Llevad unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo, pues quien cree ser algo no siendo nada, se seduce a sí mismo. Que cada uno examine su propia obra, y entonces tendrá gloria sólo en sí mismo y no en otro. Cada uno llevará su propia carga. El que es catequizado en la palabra, comparta todos sus bienes con quien le catequiza. No os engañéis, de Dios no se burla nadie, pues lo que el hombre siembre, eso cosechará; y quien siembre en la carne, de la carne cosechará la corrupción; en cambio, quien siembre en espíritu, del espíritu cosechará también la vida eterna. No decaigamos en hacer el bien, pues a su debido tiempo cosecharemos sin fatiga. Así, pues, mientras tenemos tiempo, hagamos el bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe1.

2. Lo hasta aquí leído pertenece a la carta del Apóstol; hasta aquí no he sido otra cosa que lector para vosotros. Pero, hermanos míos, si se ha entendido al lector, ¿para qué es necesario el comentador? He aquí que hemos escuchado y comprendido; llevémoslo a la práctica y vivamos. ¿Y qué necesidad hay de cargar vuestra memoria? Quedaos con todo y reflexionad sobre ello. ¿O acaso preocupa a alguno de vosotros cómo han de entenderse aquellas palabras: Llevad unos las cargas de otros2, si poco después dice: Cada uno llevará su propia carga?3 Ciertamente quienes lo habéis advertido decís en vuestros corazones: «¿Cómo llevamos unos las cargas de otros si cada uno llevará la suya propia? ¿Cómo llevará cada uno la suya propia si llevamos unos las de los otros?». Es un problema a resolver, lo reconozco. Llamad y se os abrirá4; llamad con la atención, con el deseo; llamad también por mí con la oración para que pueda deciros algo digno; de esta manera, llamando, me ayudáis, y el problema se solucionará inmediatamente. ¡Ojalá que la rapidez en la solución tenga correspondencia en la eficacia a la hora de obrar lo que cada uno ha entendido! Llevamos unos las cargas de los otros en lo que se refiere al peso de la debilidad y cada uno llevará la suya propia por lo que respecta a la piedad. ¿Qué es lo que acabo de decir? Los hombres, ¿qué somos sino hombres, y por eso mismo débiles, que no podemos estar sin pecado? En esto, pues, llevamos unos las cargas de los otros. Pues si sientes aversión al hermano que ha pecado, y él a ti, también pecador, os desentendéis mutuamente y cometéis en verdad un gran pecado. Si, por el contrario, toleras tú lo que no puede tolerar él, y él lo que no puedes tú, lleváis mutuamente vuestras cargas, y, dado que lleváis mutuamente vuestras cargas, cumplís la santísima ley de la caridad. Ella es la ley de Cristo; la ley de la caridad es la ley de Cristo. Él vino precisamente porque nos amó, y aunque no había qué amar, amándonos nos hizo dignos de ser amados. Habéis oído lo que significa: llevad mutuamente unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo. ¿Cuál es, entonces, el significado de la otra frase: Cada cual llevará su propia carga? Cada cual tendrá que rendir cuentas de su pecado; nadie las rendirá del pecado ajeno. Cada cual tiene su propio juicio; a Dios tendrá que rendir cuentas. Incluso los que están al frente del rebaño de Cristo, que rinden cuentas de él, las rendirán también de su pecado, si descuidan atenderlo.

3. Por lo tanto, hermanos, si un hombre está implicado en alguna falta, vosotros, que sois espirituales —cualesquiera que seáis los espirituales—, instruidle con espíritu de mansedumbre5. Y si levantas la voz, haya amor interiormente. Si exhortas, si acaricias, si corriges, si te muestras duro: ama y haz lo que quieres. El padre no odia al hijo y, sin embargo, si es necesario, le azota; le causa dolor para proteger su salud. Esto es lo que significa en espíritu de mansedumbre. Si, pues, un hombre está implicado en alguna falta y te dices: «No es asunto mío», y al preguntarte yo: «¿Por qué no es asunto tuyo?», me respondes: «Porque cada uno llevará su propia carga», te replicaré: «Sin duda escuchaste con agrado y entendiste: Llevad unos las cargas de los otros». Por ello, si un hombre está implicado en alguna falta, tú, que eres espiritual, instrúyele de esta manera con espíritu de mansedumbre. Él, ciertamente, habrá de rendir cuentas de su pecado, dado que cada uno llevará su propia carga, pero si tú te desentiendes de su herida tendrás que dar cuenta negativa de tu pecado de negligencia, y, en consecuencia, si no lleváis mutuamente unos las cargas de los otros, tendréis que rendir cuentas negativas desde el momento en que cada uno llevará su propia carga. Cumplid aquello para llevar mutuamente unos las cargas de los otros, y Dios os perdona, puesto que cada uno llevará su propia carga. Si, pues, llevas la carga ajena cuando alguien está implicado en alguna falta, instruyéndole con espíritu de mansedumbre, llegarás al texto en que leíste: Cada cual llevará su propia carga, y con tranquilidad de conciencia dirás a Dios: Perdónanos nuestras deudas6. Por tanto, hermanos, recordad: Si un hombre está implicado en una falta... No pienses que la palabra hombre fue dicha de pasada. En efecto, pudo decir: «Si alguien está implicado, si uno cualquiera está implicado»; pero no fue eso lo que dijo, sino: Un hombre. Es cosa muy difícil que un hombre no esté implicado en alguna falta, pues ¿qué es un hombre?

4. Pero quizá estos espirituales, a los que exhortó a instruir con espíritu de mansedumbre al hombre que se halla implicado en alguna falta, dirán en su interior: «Llevemos las cargas de quienes se hallan implicados en faltas, dado que nada tenemos nosotros que puedan llevarnos ellos». Puesto que no has de estar tan seguro, escucha las palabras siguientes: abre los ojos con la mirada puesta en ti mismo, no sea que también tú seas tentado7. Eso fue dicho para que no se ensoberbezcan ni se envanezcan los espirituales, aunque, si son espirituales, no se envanecerán; temo que caigan presas de la soberbia, porque son carnales; con todo, esté atento también el espiritual para no ser tentado también él. ¿Acaso por el hecho de ser espiritual ya no es hombre? ¿Acaso por ser espiritual no lleva un cuerpo corruptible que oprime al alma?8 ¿Acaso por ser espiritual ha concluido esta vida que en su totalidad es una tentación sobre la tierra9? Por lo tanto, muy adecuadamente y con toda razón, se le dijo: con la mirada puesta en ti mismo, no sea que también tú seas tentado. Y después de haberles hecho la advertencia a ellos, es decir, a los espirituales, a continuación escribió aquella frase más general: Llevad mutuamente unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo10. ¿Qué significa que unos lleven las cargas de los otros? Lleve el carnal la carga de otro hombre carnal, y el espiritual la de otro espiritual. Llevad mutuamente unos los pecados de los otros, es decir, no os desentendáis recíprocamente de vuestros pecados. Reprended a aquellos con quienes tenéis confianza; amonestad a los demás si no tenéis confianza para argüirlos; y si es necesario, para evitar que alguien peque, orad, rogad. ¿O acaso os he humillado al decir: «rogad»? Escuchad al Apóstol: Al mandároslo —dijo—, rogamos también para que no recibáis en vano la gracia de Dios11. El médico, si halla aún fuerzas en el enfermo, lo corrige; pero si no las halla y teme que tal vez desfallezca por la amargura de la corrección, le suplica y le ruega que le escuche, que haga lo que le dice y que viva. Está claro, pues, que el Apóstol dijo: Llevad mutuamente unos las cargas de los otros, porque antes había amonestado al hombre espiritual y le había dicho: con la mirada puesta en ti mismo, no sea que también tú seas tentado, para que ese espiritual no se arrogase tanto mérito, hasta creer que carece de carga que requiera la ayuda de los demás para llevarla.

5. Escucha al Apóstol de nuevo; escúchale otra vez con la mente puesta en la arrogancia, en la hinchazón y en el orgullo; escúchale otra vez: Quien cree ser algo, no siendo nada, se seduce a sí mismo12. No pudo expresarlo mejor: se seduce a sí mismo. No se ha de echar la culpa de todo al diablo, pues a veces el hombre se convierte en diablo para sí mismo. ¿Por qué hay que guardarse del diablo? Para que no te seduzca. Entonces, ¿no eres tú diablo para ti cuando te seduces a ti mismo? ¿Qué sigue? Que cada uno examine su propia obra, y entonces tendrá gloria sólo en sí mismo y no en otro13. Si te agrada hacer alguna obra buena porque te alaba otro y si, por el contrario, el otro no te alaba por ella, se viene abajo tu voluntad de realizarla, al verte privado de las palabras laudatorias, tienes tu gloria en otro, no en ti mismo. Si te alaba, la haces; si tal vez tu obra buena causa desagrado a un hombre necio, dejas de hacerla. ¿No estás viendo cuán numerosas son las bocas de los que alaban a los hombres que derrochan sus bienes en favor de los histriones, pero nada dan al pobre? ¿Acaso es correcto su obrar por el hecho de ser alabados? Es hora ya de que despiertes: El pecador es alabado en los deseos de su alma14. Todos habéis aclamado porque conocéis el texto sagrado de donde he tomado la cita; escúchenlo también los que no lo conocen. La Sagrada Escritura dijo y predijo: El pecador es alabado en los deseos de su alma y es bendecido el que obra inicuamente15. Ahora, pues, si es alabado el pecador en los deseos de su alma y bendecido el que obra inicuamente, busca ya quienes te alaben. Si te desgarran los malos deseos, comete iniquidades diariamente para satisfacerlos y busca quienes te alaben. Créeme, no hallarás más que aduladores o seductores. ¿En qué sentido aduladores o seductores? Debo dar explicación de mis palabras. Son aduladores los que saben que obras mal y, no obstante, te alaban; en cambio, quienes te alaban cuando obras mal pensando que es bueno lo que haces, no son aduladores, puesto que alaban de corazón, pero son seductores, porque con el repetirse de sus alabanzas te seducen a obrar el mal y no te dejan respirar. En efecto, te vas tras aires vanos, piensas que está bien lo que haces, dilapidas tus bienes, vacías tu casa y dejas desnudos a tus hijos. Aquellas alabanzas te hicieron perder la cabeza: corres, mueves tus manos, recibes favores, las pones en la boca; tiras la casa por la ventana y recoges vientos. «¿Cómo es —preguntas— que me seducen estos si me alaban de corazón?» Te seducen precisamente porque antes, desde el error, se sedujeron a sí mismos. ¿O es que quien se seduce a sí mismo va a esforzarse en poner escaleras a tu lado con otra intención que no sea el seducirte? Por lo tanto, el pecador es alabado en los deseos de su alma y bendecido el que obra inicuamente. Guárdate de quien así te alaba y evita a quien de esa manera te bendice. Más aún, haz tú el bien. Pero —dirás— si lo hago, desagradaré a fulano de tal. —Desagrádale a él y agrada a Dios, pues si le desagradas a él agradando a Dios, tendrás la gloria en ti mismo y no en otro. Pero los malos denuestan a los buenos, y los amantes de este mundo maldicen a quienes lo desprecian, les insultan, están a la caza de algo que reprocharles; hasta tal punto que, si se dice algo malo de ellos, inmediatamente lo creen, y si se pregona algo bueno, no quieren creerlo, y se turba tu corazón hasta desfallecer en las obras buenas porque no ha aparecido alguien que te alabe, te adule o te seduzca, y no te basta el testimonio de tu conciencia, en el teatro de tu interior, ante la presencia de Dios. —¿Por qué te turbas, te suplico, por qué te turbas? Porque son muchas las cosas malas que dicen de mí. —¿Esto tienes que decir? No te turbarías en la nave de tu corazón si Cristo no estuviese dormido en él.

6. Cuando se leyó el Evangelio oíste que sobrevino tan gran tempestad, que la nave se abatía y era cubierta por las olas. ¿Por qué? Porque Cristo dormía16. ¿Cuándo duerme Cristo en tu corazón sino cuando olvidas tu fe? La fe en Cristo en tu corazón es como Cristo presente en la nave. Escuchas insultos, te fatigas, te turbas: Cristo está dormido. ¡Despierta a Cristo, despierta tu fe! Algo puedes hacer, al menos cuando estés turbado: ¡despierta tu fe! Despierte Cristo y te diga: «¿Te turban los insultos? ¡Cuántos no escuché yo antes por ti!». Esto es lo que te dice Cristo, así te habla tu fe; préstale oídos y advierte que es eso lo que te dice, a no ser que hayas olvidado que Cristo sufrió por nosotros17 y que, antes de sufrir tantos males, tuvo que escuchar insultos. Arrojaba demonios y le decían: «Tienes un demonio»18. De él dijo el profeta: Y los insultos de quienes te insultaban cayeron sobre mí19. Despierta, pues, a Cristo y te dirá en tu corazón: Cuando los hombres os expulsen y digan cualquier clase de mal contra vosotros por mi causa, gozad y saltad de gozo, porque vuestra abundante recompensa está en los cielos20. Cree lo dicho y se producirá en tu corazón una gran bonanza. Por lo tanto, si el hombre cree que es algo, no siendo nada, se seduce a sí mismo. Que cada cual examine su obra, y entonces tendrá la gloria en sí mismo y no en otro21. Ya te alabe, ya te reprenda, tienes la gloria en ti mismo porque tu gloria es tu Dios presente en tu conciencia, y serás semejante a las vírgenes sabias que tomaron consigo aceite en sus vasijas22, para no tener la gloria en otro, sino en sí mismas. Pues las que no llevaron aceite consigo tuvieron que pedirlo a las otras; se les apagaron las lámparas y les dijeron: Dadnos de vuestro aceite23. ¿Qué significa: Dadnos de vuestro aceite, sino «alabad nuestras obras porque no nos basta nuestra conciencia»?

He expuesto lo que parecía oscuro en la lectura del Apóstol, en la medida en que Dios me lo ha concedido. Las demás cosas están claras, y no necesitan quien las exponga, sino quien las cumpla. Mas para cumplir lo que hemos escuchado, roguemos a aquel sin cuya ayuda ningún bien podremos realizar, puesto que él dijo a sus discípulos: Sin mí no podéis hacer nada24. Vueltos al Señor...

Después del sermón, suplicándole el pueblo que no marchásemos ya, puesto que estaba cercano el día natalicio de San Cipriano, añadió lo siguiente:

Sinceramente digo a vuestra caridad que no puedo soportar no cumplir el deseo de los míos o no atender a sus quejas, aunque sean hechas por carta; mas como lo que pedís ya lo ordenó también el santo anciano, doy por terminado el sermón. Es cierto que se avecina la fiesta de San Cipriano, solemnidad por la que quisisteis ejercer violencia para retenerme; así, pues, quienes tenemos afán por oír la palabra, bien está que también ayunemos en el cuerpo.