SERMON 163 A (=Morin 10)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Comentario de Ga 5,16—17

1. El que yo me atreva a hablaros a vosotros es obra de la fe, fe por la que creo para que oréis por mí. Pues no ignoro que estoy en vuestros corazones, unido en el morir y en el vivir1; esta esperanza la nutre en mí el afecto de vuestra caridad. Por lo tanto, os suplico que os dignéis escuchar con agrado lo que el Señor me conceda deciros.

2. Cuando se leyó su carta, escuchamos al apóstol Pablo, que con autoridad apostólica nos exhortaba con estas palabras: Caminad en el espíritu y no deis cumplimiento a los deseos de la carne, pues la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, y el espíritu contrarios a los de la carne. Ambos luchan entre sí, de modo que no hacéis lo que queréis2. Puso ante nuestros ojos cierto combate en el que luchan la carne y el espíritu de tal modo que no hacemos lo que queremos; y como los deseos de la carne han de someterse al imperio de Dios, arengó a los combatientes diciéndoles: Caminad en el espíritu y no deis cumplimiento a los deseos de la carne.

Luchad, les dice, con fortaleza y venced, no a una naturaleza extraña que se rebela contra vosotros, sino a la concupiscencia que reina en vuestros miembros. Veo —dice el Apóstol— otra ley en mis miembros3. Si te ataca, redúcela; si se rebela, domínala; no le otorgues tus miembros, y así no dará muerte a tu alma. No reine el pecado —dice— en vuestro cuerpo mortal, ni mostréis vuestros miembros como armas de la iniquidad al servicio del pecado4. Niégate a entregar armas a la concupiscencia y se impondrá tu victoria. Lucha, esfuérzate; ningún atleta recibe la corona sin sudor. Estás en un estadio de competición, participas en un combate: la concupiscencia de la carne lucha contra tu espíritu. La carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, y el espíritu contrarios a los de la carne. Si la carne sugiere la lujuria, imponga el espíritu la castidad; si la carne incita a la ira, imponga el espíritu la misericordia. Si te hallas en este combate y no pones a disposición de la concupiscencia rebelde tus miembros, los que fueron en otro tiempo armas de la iniquidad al servicio del pecado se convierten en armas de justicia al servicio de Dios.

3. Por lo tanto, amadísimos, caminad en el espíritu y no deis satisfacción a los deseos de la carne5. Mientras te halles en esta lucha, no presumas de las fuerzas de tu libre albedrío, pues te vencerá tu adversario. Implora el auxilio de la gracia divina y entonces vencerás a la concupiscencia de la carne que se rebela contra ti. Mas cabe que ya hayas sido vencido y que quizá digas: «Ya estoy vencido, ya la concupiscencia tiene sus armas contra mí, ya reina el pecado en mi cuerpo mortal para obedecer a sus deseos». Grita y di con Pablo: ¡Desdichado de mí!, ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?6 Me deleito en la ley de Dios según el hombre interior, pero veo otra ley en mis miembros que se opone a la ley de mi mente y me lleva cautivo en la ley del pecado que reside en mis miembros7). El gran maestro del campo de batalla es llevado (como) prisionero; ¿qué puedo hacer yo, prisionero y débil? Implora, pues, el auxilio de la gracia. Se te responderá con estas palabras: La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor8. ¿Quién —dice— me librará del cuerpo de esta muerte? ¡Oh maniqueo!, advierte que dijo: Del cuerpo de esta muerte y no «de la cautividad de aquella raza». La gracia de Dios, dice, por Jesucristo nuestro Señor. ¡Oh pelagiano!, advierte que dijo: Por Jesucristo nuestro Señor, no «por nuestro libre albedrío».

4. Por lo tanto, amadísimos, si vivimos en el espíritu, sigámosle también a él; no nos hagamos ávidos de vanagloria9. Escuchasteis la lectura tomada del Apóstol: Caminad en el espíritu y no deis satisfacción a los deseos de la carne, pues la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, y el espíritu contrarios a los de la carne. Ambos luchan entre sí de modo que no hacéis lo que queréis. Así, pues, si os dejáis conducir por el espíritu, ya no estáis bajo la ley. Manifiestas —dice— son las obras de la carne; a saber: fornicación, impureza, lujuria, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidia, animosidades, disensiones, divisiones, envidias, embriagueces, comilonas y cosas parecidas, cosas que os indico, como ya os lo hice saber, pues quienes cometen tales acciones no poseerán el reino de los cielos10. Con el auxilio de la gracia de Dios, dad muerte en vosotros a la concupiscencia de la carne; despreciad las obras de la carne, amad los frutos del espíritu. Pues los frutos del espíritu son el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y la continencia11. Cumplid estas cosas y manteneos firmes en ellas12, y el Dios de la paz estará con vosotros13.