SERMÓN 163

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

La lucha entre el espíritu y la carne (Ga 5,16—17)

1. Si consideramos, hermanos, lo que fuimos antes de recibir la gracia del Señor y lo que hemos empezado a ser merced a ella, inmediatamente advertimos: del mismo modo que los hombres cambian para mejor, así también lugares que antes se opusieron a la gracia de Dios se hallan dedicados a la gracia de Dios. Como dice el Apóstol, nosotros somos templos del Dios vivo, por lo cual dice Dios: «Habitaré y me pasearé en ellos»1. Los ídolos que aquí estuvieron antes sabían estar aposentados, pero no caminar. En nosotros, en cambio, se pasea la presencia de la majestad si halla la anchura de la caridad. Exhortándonos a esto, dice el Apóstol: Dilataos, para no unciros al yugo con los infieles2. Si nos dilatamos, Dios se pasea en nosotros; pero ese dilatarnos es obra del mismo Dios. Si el dilatarse lo produce la caridad que no conoce estrechez, ved que es Dios quien se lo procura en nosotros para sí mismo, según testimonio del Apóstol: La caridad de Dios se ha difundido en nuestros corazones mediante el Espíritu que se nos ha dado3. Gracias a esta anchura —repito—, Dios se pasea en nosotros.

2. Ahora, cuando se leyó la carta del Apóstol, escuchamos: Caminad en el espíritu y no llevéis a cumplimiento los deseos de la carne. Pues la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, y el espíritu contrarios a los de la carne. Unos y otros se oponen entre sí, de forma que no hacéis lo que queréis4. Lo decía a los bautizados; pero aún estaba edificando el templo, no dedicándolo. Ved, hermanos míos, cómo hasta los mismos lugares terrenos cuando cambian para mejor, unos son derruidos y demolidos, mientras que a otros se les dedica a mejores usos. Lo mismo pasa con nosotros. En nosotros tuvieron morada las obras de la carne. Las oísteis cuando se mencionaron: Las obras de la carne —dice— son manifiestas; a saber, fornicación, impureza, idolatría, hechicería, riñas, odios, divisiones, envidias, borracheras y cosas semejantes —cosas que han de ser eliminadas, no transformadas—, de las cuales os prevengo, como ya os he dicho, porque quienes tales cosas hacen no poseerán el reino de Dios5. Cual si fueran ídolos, todas estas cosas hemos de destruirlas en nosotros. En cambio, los miembros mismos de nuestro cuerpo han de pasar a mejores usos para que los que servían a la inmunda concupiscencia, sirvan a la gracia de la caridad6.

3. Pero ved lo que dijo y consideradlo con atención. Somos obreros de Dios; el templo está todavía en construcción. En su cabeza ya está dedicado, porque el Señor resucitó de entre los muertos, habiendo vencido a la muerte, y, una vez consumida la mortalidad, subió al cielo. A él se refería el salmo de la dedicación de la casa. Por eso dice después de la pasión: Convertiste mi luto en gozo, rompiste mi saco y me ceñiste de alegría, para que te salmodie a ti, gloria mía, y no me duela7. Así pues, tras la pasión tuvo lugar la dedicación en la resurrección. Por tanto, también ahora se edifica nuestro templo mediante la fe, igual que tiene lugar la dedicación misma por medio de la última resurrección. Finalmente, después de este salmo de la dedicación de la casa, donde se muestra la resurrección de nuestra cabeza, le sigue, no le antecede, otro salmo. Este es su título: Cuando la casa se edificaba después del cautiverio8. Haced memoria de la cautividad en que nos hallábamos anteriormente cuando todo el mundo, como una masa de infieles, estaba en posesión del diablo. Por esa cautividad vino el Redentor, derramó su sangre como precio por nosotros; derramada su sangre, borró los documentos de nuestra cautividad9. La ley —dice el Apóstol— es espiritual; yo, en cambio, soy carnal, vendido al pecado10. Antes estábamos vendidos al pecado, pero después fuimos liberados por la gracia. Pasado esta cautividad, ahora se edifica la casa y para que se edifique, se evangeliza. En efecto, así comienza el salmo: Cantad al Señor un cántico nuevo11. Y para que no pienses que esta casa se edifica en algún lugar apartado, como lo hacen los cismáticos o herejes, pon atención a lo que sigue: Cantad al Señor la tierra entera12.

4. Cantad al Señor el cántico nuevo13 frente al cántico viejo; el Testamento nuevo, porque antes existió el Testamento viejo; el hombre nuevo para despojarse del hombre viejo. Despojaos —dice— del hombre viejo, con sus obras14 y revestíos del nuevo, que fue creado según Dios en justicia y santidad verdadera15. Por lo tanto, cantad al Señor el cántico nuevo; cantad al Señor, toda la tierra16. Cantad y edificad. Cantad y cantad bien. Anunciad el día del día, su salvación17. Anunciad el día del día, su Cristo. Pues ¿cuál es su salvación sino su Cristo? Esta salvación es la que pedíamos en el salmo: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación18. Esta salvación deseaban los antiguos justos, de los que decía el Señor a sus discípulos: Muchos quisieron ver lo que vosotros estáis viendo y no pudieron19. Y danos, Señor, tu salvación. Esto dijeron aquellos justos: Danos, Señor, tu salvación. Danos ver a tu Cristo mientras vivimos en esta carne. Veamos en la carne a quien nos libre de la carne. Llegue la carne que purifica la carne. Sufra la carne y redima el alma y la carne. Y danos, Señor, tu salvación. Con este deseo vivía aquel santo anciano Simeón; con este deseo —repito— vivía aquel santo anciano y lleno de méritos ante Dios, Simeón. Sin duda, también él decía: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos, Señor, tu salvación. Viviendo con este deseo, con tales preces recibió como respuesta que no gustaría la muerte hasta que no hubiese visto al Cristo del Señor20. Nació Cristo; uno llegaba y otro estaba a punto de irse; pero no quería hacerlo hasta que no llegara él. La senectud cumplida ya le echaba fuera, mas la piedad sincera le retenía. Pero cuando llegó aquél, cuando nació, cuando vio que su madre le llevaba en brazos, la piadosa senectud reconoció a la divina infancia, la tomó en sus manos y dijo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto tu salvación21. Ved por qué decía: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación22. Se cumplió el deseo del anciano cuando el mundo mismo declinaba hacia la vejez. Quien encontró al mundo envejecido vino en persona al hombre anciano. Por lo tanto, si encontró al mundo envejecido, escuche éste: Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra. Desaparezca la vetustez, surja la novedad.

5. Cantad al Señor un cántico nuevo. Cantad al Señor. Ved cómo compiten los constructores. Cantad al Señor, bendecid su nombre. Anunciadlo bien, que en griego equivale a «evangelizad». ¿Qué? El día del día. ¿A qué día del día? Su salvación. ¿A qué día de día? La luz de luz, el Hijo del Padre, su salvación. Anunciad entre los pueblos su gloria, sus maravillas en todos los pueblos23. Ved cómo se edifica la casa pasada la cautividad. Es más terrible que todos los dioses. ¿Qué dioses? Pues todos los dioses de los gentiles son demonios; el Señor, en cambio, hizo los cielos24, hizo los santos, hizo los apóstoles, puesto que los cielos proclaman la gloria de Dios. No son discursos ni palabras cuya voz deje de oírse. Su pregón alcanza toda la tierra25, dado que toda la tierra canta el cántico nuevo.

6. Escuchemos, pues, también al Apóstol, el arquitecto del maestro: Como arquitecto entendido —dijo— he puesto los cimientos26. Oigamos, por lo tanto, a este arquitecto que ora construye lo nuevo, ora destruye lo viejo. Caminad —dice— en el Espíritu —esta es la construcción nueva— y no deis satisfacción a los deseos de la carne —esta es la destrucción de lo viejo—. Pues —dice— la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu y el espíritu, contrarios a los de la carne. Ambos dos se oponen mutuamente de modo que no hacéis lo que queréis27. Todavía os halláis en construcción, no habéis llegado a la dedicación. De modo que no hacéis lo que queréis. ¿Qué queréis, entonces? Que desaparezcan por completo los deseos de placeres malos e ilícitos. ¿Qué santo no quiere esto? Pero no lo hace realidad; mientras dura esta vida, esto no tiene lugar. Pues la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu y él espíritu contrarios a los de la carne. Ambos se oponen de forma que no podéis hacer lo que queréis28, a saber, que no haya en vosotros absolutamente ningún deseo de cosas ilícitas. ¿Qué queda, pues? Caminad en el espíritu y (puesto que no podéis conseguir que se extingan esos deseos) no los llevéis a la práctica29. Debéis querer que se extingan y desaparezcan, y extirparlos de raíz, pero mientras residan en vosotros y exista otra ley en los miembros que se oponga a la ley de vuestra mente, no llevéis a la práctica los deseos de la carne. ¿Qué queréis, pues? Que desaparezcan por completo. No os permiten realizar lo que queréis: no les permitáis realizar lo que quieren. ¿Qué queréis? Que no existan en absoluto. Pero siguen existiendo. La carne tiene deseos contrarios a los del espíritu: téngalos también el espíritu contrarios a los de la carne, de manera que ni vosotros hacéis lo que queréis (es decir, que no existan en vosotros los deseos mismos de la carne), ni ellos hagan lo que quieren (que llevéis a la práctica su obra). Si no se te rinden a ti sin condiciones, tampoco tú te rindas. Al menos, manténgase nivelada la lucha, para que alguna vez llegue la victoria.

7. Sin duda, hermanos míos, llegará: creámoslo, esperémoslo, amémoslo: llegará el momento de la victoria cuando tenga lugar la dedicación de la casa que se está construyendo ahora, pasada la cautividad. La muerte, la última enemiga, será destruida cuando este cuerpo corruptible se vista de incorrupción, y este cuerpo mortal, de inmortalidad30. Considerad, antes de que lleguen, los gritos de los triunfadores: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda?31 Este es grito de triunfadores, no de quienes aún luchan. El grito de los que luchan es: Apiádate de mí, Señor, que soy débil. Sáname, Señor, que mis huesos están quebrantados y mi alma turbada en extremo. Y tú, Señor, ¿hasta cuándo?32 Observa a quien se fatiga en la lucha: Y tú, Señor, ¿hasta cuándo? ¿Qué significa hasta cuándo? Hasta que sientas allí que te socorro. Si te socorriera al instante, no experimentarías la lucha; si no la experimentases, te ensoberbecerías como si se debiese a tus fuerzas y, a causa de esa soberbia, nunca llegarías a la victoria. Se ha dicho ciertamente: Estando hablando tú todavía, te diré: «Heme aquí»33. Pero Dios está presente aun cuando retarda la ayuda, y porque la retarda está y está retardándola, no sea que satisfaciendo un deseo precipitado, no procure la curación completa.

8. No habéis de creer, hermanos míos, que estaba alejado del apóstol Pablo, que aun en el combate temía enorgullecerse. Para que no me enorgullezca —dijo— en la grandeza de mis revelaciones34. Vedle en la refriega de la batalla, lejos de la seguridad del triunfo. Para que no me enorgullezca en la grandeza de mis revelaciones. ¿Quién dice para que no me vanaglorie? ¡Qué terror, qué temblor! ¿Quién dice: Para que no me enorgullezca? Quien empleó tantas palabras en reprimir el orgullo y en extirpar el tumor, ¿él mismo dice: Para que no me enorgullezca? Y no es todo el que diga eso; ved el medicamento que se aplicó. Para que no me enorgullezca —dijo— me fue dado el aguijón de mi carne, ángel de satanás. ¡Qué veneno este, que no se cura sino con otro veneno! Se me dio el aguijón de mi carne, ángel de satanás, que me abofetee35. Se golpeaba la cabeza, para que no fuese ella a enorgullecerse. ¡Oh antídoto, que se extrae como de la serpiente, por lo que se le denomina theriacum! Fue la serpiente, en efecto, la persuasora del orgullo: «Comed y seréis como dioses»36: he aquí la incitación al orgullo. De donde cayó, de allí arrojó. Con razón, pues, el veneno de serpiente se cura partiendo de la serpiente. ¿Qué dice el Apóstol? Por lo cual rogué tres veces al Señor que lo apartase de mí37. ¿Dónde está aquello de: Estando hablando tú todavía, te diré: «Heme aquí»38? Por lo cual rogué al Señor, no una vez, sino dos y tres. ¿No decía también él entonces: Y tú, Señor, hasta cuándo?39 Pero ¿acaso porque se demoraba no estaba presente y eran falsas aquellas palabras: Estando hablando tú todavía, te diré: «Heme aquí»? ¿Qué decir? ¿Es que el médico sólo está presente cuando te da lo que deseas y no cuando te saja? Cuando te hallas bajo el bisturí del médico, ¿no gritas para que te ahorre ese sufrimiento, y el signo de su mayor presencia es que sigue sajando? Finalmente, para que te des cuenta de que estaba presente, ved lo que respondió a quien había suplicado por tres veces: Me dijo: «Te basta mi gracia, pues en la debilidad alcanza su plenitud la fortaleza40. Yo, médico óptimo —dice—, conozco. Yo, dice, médico óptimo, conozco en qué tumor degenerará lo que quiero sanar. Estate tranquilo; aplicaré mis conocimientos. Te basta mi gracia; no te basta tu voluntad». Tales eran, en efecto, las palabras de quien estaba en la lucha y se veía en peligro en ella y solicitaba el socorro divino.

9. ¿Cuáles serán, en cambio, los gritos de los triunfadores? Gritos de quien lucha mientras se construye la casa; gritos de un triunfador, cuando llegue a su término la dedicación de la casa. ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado41. El Apóstol decía estas palabras como si se encontrase ya en aquella situación. Por tanto, después de estas palabras que consta que se refieren al premio futuro, no a la lucha presente, pues dice: Entonces tendrá lugar, no tiene lugar ahora, pero tendrá lugar entonces. ¿Qué tendrá lugar entonces? Lo que está escrito: la muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón?42 Entonces tendrá lugar la desaparición del aguijón de la muerte, en ningún lugar podrá encontrarse pecado. ¿A qué tanta prisa? Entonces tendrá lugar; entonces tendrá lugar43. Que la humildad te haga merecedor de que eso suceda en ti, no sea que el orgullo lo impida incluso para entonces. Entonces tendrá lugar. En este entretiempo, mientras dura la lucha, la fatiga y el peligro, di una y otra vez: Perdónanos nuestras deudas44. Di mientras luchas, di, di la verdad, di de corazón: Si dijéramos que no tenemos pecado, nos seducimos a nosotros mismos45. Te conviertes en diablo para ti mismo. Nos seducimos a nosotros mismos y la verdad no habita en nosotros46. No decimos la verdad cuando afirmamos no tener pecado, dado que aquí no vivimos sin pecado. Digamos, pues, la verdad para alcanzar alguna vez la seguridad. Haya verdad en la lucha, para adquirir seguridad en la victoria. Entonces tendrá lugar: «¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón?» El aguijón de la muerte es el pecado47.

10. Pero presumes de que se te ha dado la ley y de que has recibido el precepto. Bien te viene que te vivifique el Espíritu para que no te mate la letra48. Deseo que quieras, pero no te basta querer. Has de ser ayudado para que tu querer sea total y lleves a cumplimiento lo que quieres. ¿Quieres ver cuánto vale la letra que manda sin la ayuda del Espíritu? Allí mismo lo indicó. Tras decir: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado49, añade inmediatamente: La fuerza del pecado es la ley50. ¿Qué significa la fuerza del pecado es la ley? No porque mande el mal o prohíba el bien, sino aun prohibiendo el mal y ordenando el bien. La fuerza del pecado es la ley, porque —dice— intervino la ley para que abundara el delito51. ¿Qué significa: Para que abundara el delito? Que donde faltaba la gracia, la prohibición agrandó el deseo, y, como, por así decir, se presumía de la propia fuerza, el mal se hizo mayor. Pero ¿qué hizo la gracia? Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia52. Vino el Señor. Perdonó y borró todo lo que habías heredado de Adán y cuanto habías añadido con tus perversas costumbres; te enseñó a orar, te prometió la gracia. Convocó el combate, socorrió al fatigado, coronó al vencedor. Así, pues —dice el Apóstol—, la ley es, sin duda, santa y santo, justo y bueno el precepto. Entonces, lo que es bueno, ¿se ha convertido en muerte para mí? De ningún modo. Pero el pecado, para que se manifieste el pecado53. En efecto, antes de la prohibición existía, pero no se manifestaba. Pues desconocería —dice— la concupiscencia si la ley no dijera: «No apetecerás». Encontrada la ocasión, el pecado me engañó por medio del precepto y por él me dio muerte54. He aquí lo que significa la letra mata55.

11. Si quieres, pues, evadirte de la ley que amenaza, huye al Espíritu que ayuda. Lo que la ley manda, la fe lo consigue. Grita a tu Dios para que te ayude. No permanezcas como reo bajo la letra; ayúdete Dios con su Espíritu, para que no sea semejante a ti el judío orgulloso. Si el pecado es el aguijón de la muerte y la fuerza del pecado es la ley56, ¿qué tendría que hacer la flaqueza humana, en la que halla fatiga la voluntad? El querer —dice— está en mi poder, pero no consigo realizar el bien57. ¿Qué tendría que hacer, pues? Ved que el aguijón de la muerte es el pecado, ved que la fuerza del pecado es la ley. Mas la ley se introdujo para que abundara el delito58. Pues si la ley pudiese vivificar, la justicia sería totalmente fruto de la ley. Pero la Escritura encerró todo bajo el pecado59. ¿Cómo es que lo encerró? Para que no te extraviaras, te despeñaras o te hundieras, hizo de la ley una valla para ti, para que, al no encontrar lugar de salida, volases hacia la gracia. Pero la Escritura encerró todo bajo pecado, para que la promesa —quien promete, promete lo que hace él, no lo que haces tú. Si fueras tú el que va a obrar, Dios no prometería; se limitaría a anunciarlo de antemano—. Pero la Escritura —dice— encerró todo bajo pecado para que la promesa que procede de la fe se otorgase a los creyentes60. Escucha: Se otorgase. ¿De qué te ensoberbeces? Escucha: Se otorgase. Pues ¿qué tienes que no hayas recibido?61 Así pues, dado que el aguijón de la muerte es el pecado y el pecado es la fuerza de la ley, y esto proviene de la bondadosa providencia de Dios, para que, encerrando a los hombres bajo el pecado, buscasen quien les ayudase, buscasen la gracia, buscasen a Dios, no presumiesen de su virtud, escucha cómo sigue, por ello, también aquí, después de haber dicho: El aguijón del pecado es la muerte, la fuerza del pecado es la ley, ¿por qué temes, te fatigas, te pones sudoroso? Escucha lo que sigue: Gracias sean dadas a Dios que nos otorgó la victoria por nuestro Señor Jesucristo62. ¿Es cierto que eres tú quien te das la victoria? Gracias sean dadas a Dios que nos otorgó la victoria por nuestro Señor Jesucristo.

12. Por lo tanto, cuando empieces a sentir cansancio en tu lucha contra las apetencias de la carne, camina en el Espíritu, invoca al Espíritu, busca el don de Dios. Y si la ley que reside en los miembros se opone a la ley de tu mente desde la parte inferior, es decir, desde la carne, te tiene cautivo bajo la ley del pecado63, también esto será enmendado y pasará a los derechos de la victoria. Tú limítate a gritar, a invocar. Conviene orar siempre y no desfallecer64. Invócale sin más, invoca ayuda. Estando hablando tú todavía, te diré: «Heme aquí»65. Entiéndelo y pasas a escuchar a quien dice a tu alma: Yo soy tu salvación66. Por lo tanto, cuando la ley de la carne comience a oponerse a la ley de tu mente y a llevarte cautivo en la ley del pecado que reside en tus miembros, di en tono de oración y confesión: Desdichado el hombre que soy yo67. Pues ¿qué otra cosa es el hombre? ¿Qué es el hombre, dejando de lado que te acuerdas de él?68 Di: Desdichado el hombre que soy yo, pues si no hubiese venido el Hijo del hombre, hubiese perecido el hombre. En tus apuros exclama: ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte69, en el que la ley que reside en mis miembros se opone a la ley de mi mente? Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior70. ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? Si dices esto con fe y humildad, con toda verdad se te responderá: La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor71. Vueltos al Señor...