SERMÓN 162

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

La fornicación de los miembros de Cristo (1Co 6,9—20)

1. Cualquier pecado que cometa un hombre —dice el Apóstol— queda fuera de su cuerpo, pero el que fornica peca contra su propio cuerpo1. La cuestión que nos plantea este texto de la carta a los Corintios es tan profunda, que desconozco si podrá ponerse totalmente en claro, aunque, con la ayuda del Señor, se pueda decir algo con visos de probabilidad. En la misma carta había dicho con anterioridad el Apóstol: No os engañéis: ni los fornicarios, ni los servidores de los ídolos, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios2. Y a continuación: ¿No sabéis —dice— que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Voy a tomar los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una meretriz? En ningún modo. ¿O ignoráis que quien se une a una meretriz se hace un cuerpo con ella? Serán —se dijo— dos en una misma carne. En cambio, quien se adhiere al Señor se hace un espíritu con él3. Huid de la fornicación, y a continuación: Cualquier pecado que cometa un hombre queda fuera de su cuerpo, pero el que fornica peca contra su propio cuerpo; ¿o ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis? Habéis sido comprados a gran precio; glorificad y portad a Dios en vuestro cuerpo4. Después de haber enumerado en este capítulo los muchos y horrendos pecados de los hombres por los que serán excluidos del reino de los cielos, pecados que ellos no pueden cometer sino mediante su cuerpo, que, en el caso de los fieles, dice que es templo del Espíritu Santo, que hemos recibido de Dios, afirma que los mismos miembros de nuestro cuerpo son miembros de Cristo. De ellos dice en plan de corrección y como preguntando: ¿Voy a tomar los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una meretriz? Y se respondió a sí mismo: De ningún modo5. Pero añada algo todavía y diga: ¿Ignoráis que quien se une a una meretriz se hace un cuerpo con ella? Pues serán —dice— dos en una misma carne; quien en cambio se adhiere al Señor, es un mismo espíritu con él. Y concluya: Huid de la fornicación. Pero sigue diciendo: Cualquier pecado que cometa un hombre queda fuera de su cuerpo, mas el que fornica peca contra su propio cuerpo, como si todos las acciones pecaminosas —ya lascivas, ya injustas— que enumeró al decir: No os engañéis: ni los fornicarios, ni los servidores de los ídolos, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios6 pudieran hacerse y llevarse a cabo sino mediante el cuerpo. ¿Qué hombre cuerdo negará esto? En todo este texto, el Apóstol miraba a defender este mismo cuerpo ya comprado a gran precio, es decir, con la preciosa sangre de Cristo, y hecho por el Señor templo del Espíritu Santo, para que no se manchase con tales lascivias, sino que, antes bien, se mantuviese inviolado como morada de Dios. ¿Por qué, pues, quiso añadir las palabras de las que ha surgido esta cuestión, a saber: Cualquier pecado que el hombre cometa queda fuera de su cuerpo, pero el que fornica peca contra su propio cuerpo7, siendo así que no sólo la fornicación, sino también los otros pecados de la misma especie, pecados muy semejantes al de impureza y a la fornicación, no se cometen y se llevan a cabo sino mediante el cuerpo? ¿Qué decir? ¿Puede darse el caso de que alguien se convierta en ladrón, o ebrio, o maldiciente o rapaz —dejando de lado los restantes pecados antes mencionados— sin que actúe su cuerpo? En realidad, ni la misma idolatría o avaricia pueden llegar a ejercitarse y recoger su fruto sin servirse del cuerpo. ¿Cómo, pues, cualquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo, pero quien fornica peca contra su propio cuerpo? En primer lugar, al tratarse de un hombre que vive en este cuerpo, de nada que pudiera desear inicuamente con solo el alma podría decirse que lo hace fuera del cuerpo, pues no consta que lo hace llevado por la sensibilidad y prudencia de la carne, mientras se halle envuelto en este cuerpo. Pues ni siquiera el bienaventurado Apóstol pudo desligar de la obra corporal lo que se dice en el salmo: Dijo el impío en su corazón: No hay Dios8, en aquel texto en que afirma: Todos apareceremos ante el tribunal de Cristo para que cada uno reciba en razón de lo que hizo mediante su cuerpo, tanto bueno como malo9. En efecto, si no viviese en el cuerpo no hubiese podido decir el impío: No hay Dios. Y esto sin mencionar lo que el mismo Doctor de los gentiles dice: Las obras de la carne son manifiestas, y continúa: a saber: fornicación, impureza, lujuria, hechicería, odios, discordias, celos, rencillas, disensiones, divisiones, envidias, borracheras y cosas semejantes, de las cuales os prevengo, como ya os he dicho, porque quienes cometen tales acciones no poseerán el reino de Dios10 ¿Acaso no nos parece que se realizan fuera del cuerpo las demás cosas que allí mencionó, a saber, celos, rencillas, disensiones, envidias, divisiones y, sin embargo, el Doctor de los gentiles en fe y en verdad las considera entre las obras de la carne? ¿Qué significa, pues, que cualquier pecado que el hombre cometa queda fuera de su cuerpo, y que, mencionando solamente el pecado de la fornicación, diga: pero quien fornica peca contra su propio cuerpo?

2. A cualquiera, aunque sea lento para entender o tenga la mente embotada, se le descubre cuán difícil es esta cuestión, de la que podremos decir algo razonable si el Señor, atendiendo a nuestro piadoso deseo, se digna iluminarnos y revelarnos algo. Da la impresión, en efecto, de que el bienaventurado Apóstol, en quien hablaba Cristo11, o quiso exagerar la maldad de la fornicación, poniéndola por encima de otros pecados que, aunque se cometan mediante el cuerpo, sin embargo, no atan y someten el ánimo humano a la concupiscencia carnal al mismo nivel que se da, de manera exclusiva, en la fornicación corporal, donde la fuerza poderosa de la libido hace que el alma se mezcle con el mismo cuerpo y que en cierto modo se haga uno con él y a él quede sometido. Y esto de tal modo que, mientras dura la experimentación de este acto tan deshonesto, al hombre no le es posible pensar o centrarse en otra cosa que no sea aquello que enajena su mente, a la que la misma inmersión y en cierto modo absorción en la libido y concupiscencia carnal sumerge en la cautividad. Esto parecen significar estas palabras: Pero quien fornica peca contra su propio cuerpo12, porque es entonces cuando, propiamente y de forma íntima, el corazón del hombre que fornica se hace siervo del pecado, es decir, en el momento sobre todo de esta acción sumamente perversa. Tanto es así, que el mismo Apóstol, queriendo recomendar con mayor intensidad a los hombres que se guardasen de este mal, se pregunta: ¿Voy a tomar, pues, los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una meretriz?; y con execración y rechazo responde: En ningún caso. ¿O ignoráis —dice— que quien se une a una meretriz se hace un cuerpo con ella? Pues serán —dice— dos en una sola carne13. ¿Puede, acaso, decirse esto de cualesquiera otros pecados de los hombres, lesivos para los demás? En cualquier otro tipo de pecados, el ánimo humano es libre de estar cometiendo uno de ellos y ocuparse al mismo tiempo con la mente de otra cosa, mientras que en el acto y el tiempo de la fornicación esto no le es posible, no es libre de pensar en alguna otra cosa. De tal forma se encuentra absorbido el hombre entero por y en el cuerpo, que ni siquiera puede decir que el ánimo sea suyo; pero al mismo tiempo puede decirse del hombre en su totalidad que es carne y espíritu que va y no vuelve14. Esta es la forma en que podemos entender lo que de cualquier pecado que cometa un hombre queda fuera del cuerpo, pero quien fornica peca contra su propio cuerpo, para que se manifieste —como dije— que el Apóstol quiso exagerar tanto la maldad de la fornicación, que le llevó a pensar que en comparación con ella cualesquiera otros pecados han de considerarse como exteriores al cuerpo; y dijo que sólo con la fornicación se peca contra el propio cuerpo, porque mediante el gran ardor de la concupiscencia carnal, mayor que el cual no existe otro, el placer del mismo cuerpo le tiene esclavo y le convierte en cautivo.

3. Lo dicho se refería específicamente a la fornicación corporal. Hay que decirlo, porque en la Sagrada Escritura no sólo se menciona y se recrimina esta fornicación específica, sino también otra más genérica. Intentemos con la ayuda de Dios decir al respecto algo que sea razonable. Esta fornicación, en sentido general, aparece claramente en el salmo que dice: Pues he aquí que quienes se alejan de ti perecerán; perdiste a todo el que fornica alejándose de ti15. Y a continuación, para mostrar de qué forma se puede evadir y huir de esta fornicación genérica, añadió: Mas para mí el bien consiste en adherirme a Dios16. De aquí podemos advertir fácilmente que la fornicación genérica del alma humana es aquella por la que alguien, en vez de adherirse a Dios, se adhiere al mundo. Por lo cual dice el bienaventurado apóstol Juan: Si alguien ama el mundo, no reside en él el amor del Padre17. A su vez, dice el apóstol Santiago: Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad de este mundo es enemiga de Dios?18 Con pocas palabras quedó definido que no puede poseer el amor de Dios quien ame al mundo, y que es enemigo de Dios quien quiera ser amigo del mundo. A esto se refiere también lo que dice el Señor en el Evangelio: Nadie puede servir a dos señores, pues o bien aborrece a uno y ama al otro, o a uno lo sufre y al otro lo desprecia. Y concluye: No podéis servir a Dios y al dinero19. Esta es, pues —como ya dije— la fornicación del alma, genéricamente entendida, que abarca en sí absolutamente todo, y que consiste en adherirse al mundo y no a Dios. Y así podemos entender también, aplicadas a esta fornicación, las palabras del Apóstol: Cualquier pecado que el hombre cometa, queda fuera del cuerpo; pero quien fornica peca contra su propio cuerpo20. En efecto, si el alma humana no fornica, es decir, se adhiere a Dios y no al mundo, el hombre podría incurrir en cualesquiera otros pecados, completamente ajenos a la concupiscencia carnal, por la misma fragilidad de la condición mortal o por ignorancia, o por negligencia, olvido o falta de inteligencia, refiriéndose a esto las palabras: Cualquier pecado que el hombre cometa queda fuera del cuerpo, puesto que ningún pecado puede hallarse aquí resultado de la concupiscencia corporal o temporal; con razón, pues, puede decirse que cualquiera de tales pecados son exteriores al cuerpo. Pero si un hombre mundano, adhiriéndose al mundo, se aleja de Dios, fornicando por el simple hecho de alejarse de él, peca contra su propio cuerpo, puesto que el ánimo humano es atraído hacia cualesquiera bienes temporales y carnales por la concupiscencia corporal, por la sensibilidad y prudencia de la carne, y se disipa sirviendo a la criatura antes que al Creador, que es bendito por los siglos21.

4. Así, pues, según mi opinión, dejando intacta la fe, puede entenderse de una y otra fornicación, tanto la específica como la genérica, este único texto de doctor tan grande y cualificado en el que afirma: Cualquier pecado que el hombre cometa queda fuera del cuerpo, pero quien fornica peca contra su propio cuerpo22. Pudo darse por parte del Apóstol una exageración de la fornicación específica, mediante la cual se entiende lo que es propiamente pecar contra el propio cuerpo, pues en ninguna situación como esta se entrega el hombre en su totalidad al placer de su cuerpo y se adhiere de forma tan inexpresable e inevitable, que en comparación de este mal tan grande los restantes pecados parecen ser extraños al cuerpo, aunque se realicen por medio de él. La fuerza imperiosa de la concupiscencia presente en la sola fornicación somete a su dominio y hace del cuerpo mismo su propio pésimo esclavo, sobre todo en el momento del acto inmundo, hasta tal punto que la mente humana no es libre de pensar o centrarse en algo distinto a lo que hace en el cuerpo. Si, por el contrario, el Apóstol quiso referirse a la fornicación en sentido genérico, al decir: Cualquier pecado que el hombre cometa queda fuera del cuerpo, pero quien fornica peca contra su propio cuerpo, ha de aceptarse y entenderse de esta forma: con razón se dice que peca contra su propio cuerpo quien no se adhiere a Dios y sí al mundo, amando y deseando todo lo temporal, porque se ha entregado y sometido a la concupiscencia carnal, en servidumbre plena a la criatura y lejanía de Dios, mediante aquella soberbia, inicio de todo pecado, que comienza siempre, como está escrito, apostatando de Dios23. Si alguien ajeno a este mal de la fornicación en sentido genérico, debido a su condición de hombre corruptible y mortal, incurriere en cualquier otra clase de pecado24, éste ha de entenderse —según se ha dicho repetidas veces— como extraño al cuerpo, es decir, que se halla fuera del mal que es toda concupiscencia corporal y temporal. Pues solamente a través del mal de la concupiscencia carnal en sentido amplio fornica el alma alejándose de Dios en cualquier clase de pecado. En este caso, el alma, como atada y aprisionada por los deseos y deleites corporales y temporales, peca contra su propio cuerpo, poniéndose siempre al servicio de su concupiscencia; se inclina hacia el mundo y se aleja de Dios, que es lo que significa, como ya se ha dicho: El inicio de la soberbia del hombre es apostatar de Dios25. Para precavernos de este mal de la fornicación en sentido genérico, nos exhorta el bienaventurado Juan con estas palabras: No améis el mundo ni lo que hay en él, porque lo que hay en el mundo es la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la ambición mundana, que no proceden del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa con su concupiscencia. Pero quien hiciere la voluntad de Dios permanecerá en eterno como Dios mismo permanece en eterno26. Así, pues, este amor al mundo que abarca en sí toda concupiscencia mundana es la fornicación genérica por la que se peca contra el propio cuerpo, por el hecho de que el ánimo humano, desamparado y abandonado del Creador de todo, sirve incesantemente a todos los deseos y placeres corporales, visibles y temporales.