SERMÓN 160

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Gloriarse en el Señor (1Co 1, 31)

1. El Apóstol nos ha hecho una recomendación: Quien se gloríe, que se gloríe en el Señor1 y al mismo Señor hemos cantado: Líbrame por tu justicia y sálvame2. Esto es gloriarse en el Señor: gloriarse en su justicia, no en la propia. Justicia divina que quedó oculta a quienes se glorían de la suya propia. Este vicio se puso especialmente de manifiesto en los judíos, que rechazaban el Nuevo Testamento, anclados en el hombre viejo3. En vano e inútilmente habían leído en sus códices y cantado: Líbrame por tu justicia4. Pues ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la propia, no se sometieron a la de Dios5. Por tanto, que nadie, aunque sea justo, se gloríe de su justicia. A quien esto hacía se le dijo: ¿Qué tienes que no hayas recibido?6. Por lo tanto, quien se gloríe, que se gloríe en el Señor. ¿Hay cosa más segura que gloriarse en aquel que no puede ser motivo de vergüenza absolutamente para nadie? En efecto, si te glorías en el hombre, puedes hallar en él algunas cosas, quizá muchas, que produzcan vergüenza a quien pone en él su gloria. Si oyes que no hay que gloriarse en el hombre, tampoco en ti has de hacerlo, pues eres hombre. Si te glorías en ti, te glorías en un hombre, cosa la más necia y execrable. Pues si pones tu gloria en algún hombre justo o sabio, ni siquiera aquel en quien tú te glorías se gloría en sí mismo; tú, en cambio, si te glorías en ti mismo, no eres ni justo ni sabio; y si no conviene gloriarse en un hombre sabio, mucho menos ha de hacerse en un necio. Quien se gloría en sí mismo, se gloría en un necio. El mismo hecho de gloriarse en sí mismo es la declaración manifiesta de la necedad. Por lo tanto, quien se gloríe, que se gloríe en el Señor. Nada hay más seguro, nada que ofrezca más garantías. Si te es posible, tienes en qué apoyarte: si te glorías en el Señor, nunca serás confundido, pues nada podrá hallarse que sea objeto de reprensión en aquel en quien te glorías. Por esto mismo, aquel que decía: Líbrame por tu justicia, no por la mía, había dicho con anterioridad: En ti he esperado, Señor; no sea jamás confundido7.

2. ¿En qué otra cosa erraron los judíos o a causa de qué otro vicio quedaron excluidos de la gracia del Evangelio, sino por lo que dice el Apóstol, y que antes mencioné, a saber: Les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no según ciencia?8. Alabanza y reprensión van unidas. ¿Qué se les reprocha? No el tener celo de Dios, sino el que no sea según ciencia. Y como si preguntáramos al Apóstol, ¿qué significa ese no según ciencia?, ¿cuál es esa ciencia de la que carecen, aun teniendo celo de Dios? ¿Quieres oír de qué ciencia carecen? Pon atención a lo que sigue: Pues ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la suya, no se sometieron a la de Dios9. Por tanto, si tienes celo de Dios y quieres tenerlo según ciencia, perteneciendo a la nueva alianza, a la que no pudieron pertenecer los judíos porque su celo de Dios no era según ciencia, reconoce que la justicia es de Dios y no quieras atribuírtela a ti, si tienes alguna. Si vives rectamente, si cumples los mandamientos de Dios, no lo pongas en tu haber, pues en esto consiste el querer establecer la propia justicia. Reconoce de quién has recibido y tienes lo que has recibido. Pues nada tienes que no hayas recibido. Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieses recibido?10. Cuando te glorías como si no lo hubieses recibido, pones tu gloria en ti mismo. ¿Dónde queda entonces aquello: Quien se gloríe, que se gloríe en el Señor11? Quédate con el don, pero reconoce quien te lo ha donado. Cuando el Señor prometió dar su Espíritu, dijo: Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. Si alguien cree en mí, de su vientre fluirán ríos de agua viva12. ¿Cómo es que fluye de ti ese río? Haz memoria de la sequía que padecías antes. Pues de no haber estado seco, no hubieses sentido sed y, de no haber tenido sed, no hubieras bebido. ¿Qué significa: «de no haber tenido sed, no hubieras bebido»? Si no te hubieras hallado vacío, no habrías creído en Cristo. Antes de decir: De su vientre fluirán ríos de agua viva, había dicho: Si alguien tiene sed, que venga y beba. Por lo tanto, tendrás un río de agua viva, porque bebes; no bebes si no sientes sed; mas si tenías sed, ¿por qué ese deseo de gloriarte del río como si fuese tuyo? En conclusión, quien se gloríe, que se gloríe en el Señor.

3. También yo, hermanos —dice—, cuando fui a vosotros no lo hice presumiendo de mi palabra o de mi sabiduría al anunciaros el misterio de Dios13. Dice también: ¿Acaso os dije estando en medio de vosotros que conocía alguna otra cosa a excepción de Jesucristo, y este crucificado?14. Y aunque sólo supiera esto, nada le quedaba por saber. Cosa grande es el conocimiento de Cristo crucificado, pero lo puso ante los ojos de los pequeños como un tesoro encubierto. A Cristo crucificado —dijo—. ¡Cuántas cosas encierra ese tesoro! Después, en otro lugar, ante el temor de que algunos se apartasen de Cristo seducidos por una filosofía vana y falaz, prometió en Cristo el tesoro de la sabiduría y de la ciencia. Tened cuidado —dice— de que nadie os seduzca con filosofías y vanas falacias conformes a los elementos del mundo, pero no a Cristo15, en quien están escondidos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia16. Cristo crucificado: tal es el tesoro escondido de la sabiduría y de la ciencia. Por tanto —dice— no os engañéis bajo el pretexto de la sabiduría. Citaos ante esa envoltura y orad para que se os desenvuelva. ¡Necio filósofo de este mundo, eso que buscas es nada! Aquel a quien no buscas... ¿De qué te aprovecha el tener mucha sed, si pasas y pisas la fuente?17 Desprecias la humildad, porque no percibes la majestad. En efecto, si le hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria18. A Jesucristo crucificado —dijo—. Estando en medio de vosotros dije no conocer alguna otra cosa a excepción de Jesucristo, y este crucificado; es decir, su humildad, de la que se mofan los soberbios, para que se cumplan en ellos estas palabras: Increpaste a los soberbios; malditos quienes se apartan de tus preceptos19. Y ¿cuál es su precepto, sino que creamos en él y nos amemos mutuamente? ¿Creer en quién? En Cristo crucificado. Escuche la sabiduría lo que no quiere oír la soberbia. Su precepto es que creamos en él. ¿En quién? En Cristo crucificado. Este es su mandato: que creamos en Cristo crucificado. Este es, sin duda, pero el hombre soberbio, erguida su cerviz, hinchada la garganta, con lengua orgullosa y carrillos inflados se mofa de Cristo crucificado. Malditos, pues, quienes se apartan de tus preceptos. ¿Por qué se mofan, sino porque ven solamente el andrajoso vestido exterior y no el tesoro que se esconde dentro? Ve la carne, el hombre, la cruz y la muerte, cosas todas que desprecia. Detente, no pases adelante, no muestres desprecio, no insultes. Espera, considera atentamente; quizá dentro se esconde algo que te causará sumo agrado. Puede que encuentres lo que ni ojo ha visto ni oído ha oído, ni ha subido al corazón del hombre20. El ojo ve la carne; pero está debajo de la carne lo que el ojo no ve. Tu oído oye la voz, pero hay algo allí que el oído no ha oído. Asciende hasta tu corazón, como desde pensamientos terrenos, un hombre crucificado y muerto, pero hay algo allí que no subió hasta el corazón del hombre. Suben a nuestro corazón los pensamientos de siempre. Subió —dice— al corazón de Moisés (el deseo) de visitar a sus hermanos21. Así es la condición humana. Y cuando los discípulos dudaban del mismo Señor y encontrándose de repente con el resucitado, decían para sí: «Es él, no es él; es de carne o es un fantasma», les dice: ¿Por qué suben esos pensamientos a vuestro corazón?22.

4. Por tanto, si nos es posible, no busquemos algo que pueda subir a nuestro corazón, sino algo a donde merezca subir nuestro corazón. En efecto, merecerá ser glorificado con el Rey quien haya aprendido a poner su gloria en el Crucificado. El Apóstol vio no sólo adónde subir, sino también por dónde. Muchos hubo que vieron el adónde, pero no el por dónde; amaron la patria excelsa, pero desconocieron el camino de la humildad. Precisamente porque sabía el Apóstol el adónde y el por dónde, a ciencia y conciencia, dijo: Lejos de mí el gloriarme, a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo23. Podía haber dicho: «En la sabiduría de nuestro Señor Jesucristo», y hubiese dicho la verdad. O también: «En la majestad», y hubiese dicho la verdad. O igualmente: «En el poder», siendo igualmente verdad; pero dijo: en la cruz. Donde el filósofo del mundo encontró motivo para ruborizarse, allí encontró el Apóstol un tesoro; debido a que no despreció la vil cáscara, llegó al precioso fruto. Lejos de mí —dijo— gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Gran peso soportaste sin buscar ninguna otra cosa, y así mostraste cuán grande era lo que se ocultaba dentro. ¿Cuál fue la ayuda? Por quien —dijo— el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo24. ¿Cuándo iba a estar crucificado el mundo para ti, si no hubiese sido crucificado por ti el autor del mundo? Por lo tanto, quien se gloríe, que se gloríe en el Señor25. ¿En qué Señor? En Cristo crucificado. Donde está la humildad, está también la majestad; donde la debilidad, allí el poder; donde la muerte, allí también la vida. Si quieres llegar a lo segundo, no desprecies lo primero.

5. Escuchaste en el Evangelio a los hijos del Zebedeo. Buscaban un lugar de privilegio, al pedir que uno de ellos se sentase a la derecha de tan gran Padre y otro a la izquierda. De privilegio sin duda y muy de privilegio era el lugar que buscaban; pero dado que descuidaban el por dónde, el Señor retrae su atención del adónde querían llegar, para que la pongan en aquello por dónde han de caminar. ¿Qué les responde a quienes buscaban lugar tan privilegiado? ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?26. ¿Qué cáliz, sino el de la humildad, el de la pasión, bebiendo el cual y haciendo suya nuestra debilidad dice al Padre: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz?27. Poniéndose en lugar de quienes rehusaban beber ese cáliz y buscaban un lugar privilegiado, descuidando el camino de la humildad, dijo: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Buscáis a Cristo glorificado; volveos a él crucificado. Queréis reinar y ser glorificados junto al trono de Cristo; aprended antes a decir: Lejos de mí el gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo28. Esta es la doctrina cristiana, el precepto y la recomendación de la humildad; no gloriarse a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Pues no tiene nada de grande gloriarse en la sabiduría de Cristo, pero sí lo es hacerlo en su cruz. Donde encuentra el impío motivo para insultar, allí encuentre el piadoso su gloria. Sea idéntico lo que provoca el insulto del soberbio y la gloria del cristiano. No te avergüences de la cruz de Cristo; para eso recibiste su señal en la frente, la sede del pudor por decirlo así. Piensa en tu frente para no temer la lengua ajena.

6. La señal del Antiguo Testamento es la circuncisión en la carne que se oculta; la señal del Nuevo es la cruz en la frente despejada. Allí hay ocultación, aquí revelación. La primera queda bajo un velo; la segunda, en el rostro. En efecto, siempre que se lee a Moisés, aparece puesto un velo sobre su corazón29. ¿Por qué? Porque no pasaron a Cristo. Pues, cuando hayas pasado a Cristo, será corrido el velo30, para que tú que llevabas la circuncisión en un lugar oculto, lleves la cruz en la frente. Nosotros, en cambio, a cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor —dice— y nos transformamos en la misma imagen, de gloria en gloria, como (movidos) por el Espíritu del Señor31. No te atribuyas a ti mismo esto, no lo consideres tuyo, no sea que, ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la tuya, no te sometas a la suya32. Da, pues, el paso hasta Cristo, tú que te glorías de la circuncisión. Quieres tener tu gloria precisamente en aquello que te avergüenzas de mostrar. Es ciertamente un signo, un signo verdadero, mandado por Dios, pero un signo que oculta algo. Ciertamente el Nuevo Testamento estaba oculto bajo el velo del Antiguo; el Antiguo se manifiesta en el Nuevo. Por ello, el signo de lo oculto pase a la luz y aparezca en la frente lo que se ocultaba bajo el vestido. Pues ¿quién duda de que bajo tal signo fue preanunciado Cristo? He aquí por qué el cuchillo era de piedra33: La piedra era Cristo34. Por eso coinciden en el octavo el día de la circuncisión y el de la resurrección del Señor. Por ello el Apóstol, que procedía y venía de aquél, al pasar a Cristo para que le sea corrido el velo, sabe en qué tiene que gloriarse. Lejos de mí el gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo35. ¿Qué había dicho antes? Pues ni los mismos circuncidados guardan la ley, pero quieren que vosotros os circuncidéis para gloriarse en vuestra carne36. ¿Qué dices tú, Apóstol? Traspasa la señal a la frente. Lejos de mí el gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Aquí he hallado lo que ignoraba. Llegado el Nuevo Testamento, se reveló lo que estaba oculto. Surgió una luz para quienes yacían en las sombras de la muerte37. Se les reveló lo que permanecía oculto: lo que estaba en secreto, sale a la luz. Llegó la misma Piedra, nos circuncidó a todos con el espíritu y puso en la frente de los redimidos la señal de su humildad.

7. Sea ya nuestra gloria la cruz de Cristo; no nos sonroje la humildad del Excelso. ¿Cuánto iba a durar la distinción de alimentos y la circuncisión de la carne? Su Dios es su vientre, y su gloria, sus vergüenzas38. A ellos se les anunciaban las cosas como futuras; ahora han de creerse ya cumplidas. No seamos ingratos para con quien vino, si hemos estado a la espera de su llegada39. Pero ¿a qué se debe el que los judíos se hallen desterrados de esta gracia, como extraños y fugitivos? A que tienen celo de Dios, pero no según ciencia40. ¿Qué ciencia? Ignorando —dice— la justicia de Dios y queriendo establecer la propia41: no necesitando de Dios más que para los preceptos, y pensando que podían cumplirlos con sus solas fuerzas, declinaron la ayuda. El fin de la ley es Cristo, es decir, Cristo es la perfección de la ley para la justificación de todo creyente42. ¿Qué es lo que hace Cristo? Justifica al impío, mediante la fe en quien justifica al impío; al impío —repito— no al piadoso; hace piadoso al que encuentra impío. Al que cree en el que justifica al impío, la fe le es computada por justicia43. Pues si Abrahán fue justificado por las obras, como si él mismo las hubiese hecho o como si todo fuese obra suya, tiene gloria, pero no ante Dios44. En cambio, quien se gloríe, que se gloríe en el Señor45 y diga con confianza: En tu justicia líbrame, Señor, y sálvame46. Libra y salva a los que esperan en él, a quienes no atribuyen a sus fuerzas lo que han recibido. Y esto mismo es propio de la sabiduría: saber de quién es don47. ¿De quién son estas palabras? De quien rogó a Dios que le diese la templanza. ¿Cómo puede cumplirse la justicia, o una sola parte de ella, sin cierta medida de templanza? Agrada pecar, pues si no agradara no se cometería el pecado. La justicia, por el contrario, deleita menos, o no deleita en absoluto, o deleita menos de lo debido. ¿A qué se debe esto, sino a las enfermedades del alma? El pan produce náuseas, y agrada el veneno. ¿Cómo curar esta enfermedad?, os pregunto. ¿Acaso podremos nosotros por nosotros mismos? Todos fuimos capaces de herirnos, pero ¿quién de nosotros es idóneo para curar la herida que se hizo? Lo mismo sucede con el pecado; ¿quién, si lo desea, no se hiere a sí mismo? Pero nadie se cura con sólo quererlo. Hágase, pues, el alma piadosa, sea fielmente cristiana y no sea ingrata para con la gracia. Reconózcase al médico; nunca el enfermo se sana a sí mismo.