SERMÓN 158

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

La predestinación (Rm 8,30—31)

1. Acabamos de escuchar al bienaventurado Pablo que nos exhortaba y afianzaba con estas palabras: Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?1 En favor de quiénes está Dios lo mostró más arriba al decir: A los que predestinó, los llamó; a los que llamó los justificó, y a los que justificó los glorificó. ¿Qué diremos a esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?2 El favor de Dios hacia nosotros se manifiesta en que nos predestinó, nos llamó, nos justificó y nos glorificó. Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? Nos predestinó antes de que existiéramos; nos llamó cuando estábamos alejados de él; nos justificó cuando éramos pecadores y nos glorificó siendo mortales. Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? Quien quiera hacer la guerra a los predestinados, llamados, justificados y glorificados por Dios prepárese y piense si podrá luchar contra Dios. Al escuchar: Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?, comprendimos que sólo quien venza a Dios podrá hacernos daño. ¿Y quién puede vencer al Todopoderoso? Quien quiera luchar contra él, se daña a sí mismo. No otra cosa gritó Cristo desde el cielo a Pablo cuando era aún Saulo: No te conviene dar coces contra el aguijón3. Ensáñese, ensáñese cuanto pueda; quien da patadas contra el aguijón, ¿no se daña a sí mismo?

2. De entre estas cuatro cosas mencionadas por el Apóstol como extraordinarias y que se refieren a aquellos que cuentan con el favor de Dios, es decir, la predestinación, la vocación, la justificación y la glorificación, debemos considerar cuáles ya tenemos y cuáles aún esperamos. Pensando en lo que ya poseemos, alabemos al Dios dador, y pensando en lo que aún no tenemos, considerémosle como deudor. En efecto, se ha constituido en deudor, no recibiendo algo de nosotros, sino prometiendo lo que le plugo. Una cosa es decir a un hombre: «Estás en deuda conmigo por lo que te di» y cosa distinta decir: «Me debes lo que me prometiste». Cuando dices lo primero, el beneficio partió de ti, pero prestado, no donado; en el segundo caso, tú nada diste y, sin embargo, exiges. La bondad de quien prometió te lo dará, para que la fe no se transforme en maldad, pues quien engaña es malo. ¿Podemos, acaso, decir a Dios: «Devuélveme, puesto que te di»? ¿Qué hemos dado a Dios, si todo lo que somos y tenemos de bueno lo recibimos de él? Nada, por lo tanto, le hemos dado. En este sentido, no hay forma de considerar a Dios como deudor, máxime diciéndonos el Apóstol: ¿Quién conoció el pensamiento del Señor o quién fue su consejero? ¿O quién le dio antes, y se le devolverá?4 El único título que tenemos para exigir algo a nuestro Señor es decirle: «Cumple lo que prometiste, puesto que hicimos lo que mandaste, aunque también esto es obra tuya, pues ayudaste a quien se esforzaba».

3. Que nadie, por tanto, diga: «Dios me llamó porque le rendí culto». ¿Cómo le hubieses rendido culto si no hubiera precedido su llamada? Si te llamó Dios porque le rendiste culto, entonces te adelantaste a darle algo por lo que te retribuye. ¿No anulan tus palabras estas otras del Apóstol: Quién le dio antes, y se le devolverá?5 Pero advierte que, cuando fuiste llamado, al menos ya existías. La predestinación es previa a la existencia. ¿Qué diste a Dios cuando ni siquiera existías para poder dárselo? ¿Qué hizo Dios cuando predestinó a quien no existía? ¿Qué dice el Apóstol? Llama a las cosas que no son, del mismo modo que a las que son6. Si ya existieses, no serías objeto de predestinación; si no te hubieses alejado, no hubieses sido llamado; de no ser impío, no habrías sido justificado, y si no fueras terreno y abyecto, no habrías sido glorificado. Por tanto, ¿quién le dio antes, y se le devolverá? Puesto que de él y por él y en él existen todas las cosas7. ¿Con qué le retribuimos, entonces? A él la gloria8. Demos gracias a Dios y no seamos ingratos, porque cuando no existíamos nos predestinó, porque alejados nos llamó y porque siendo pecadores nos justificó.

4.Me había propuesto considerar qué hemos logrado ya de aquellas cuatro cosas y qué esperamos conseguir todavía. Aun antes de existir, fuimos ya predestinados. Fuimos llamados cuando nos hicimos cristianos. Esto lo tenemos ya ciertamente. ¿Estamos ya justificados? ¿Qué significa estar justificados? ¿Osamos decir que tenemos también esto? ¿Y habrá alguno de nosotros que se atreva a decir que es justo? Pienso que decir que es justo equivale a decir que no es pecador. Si te atreves a decir esto, te sale al paso Juan: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no habita en nosotros9. Entonces ¿qué? ¿Carecemos en absoluto de la justicia? ¿O tenemos algo, pero no la plenitud? Investiguemos esto. Si tenemos parte y carecemos de otra parte, aumente la que tenemos y se llenará lo que no tenemos. He aquí que un hombre ha sido bautizado, se le han perdonado todos sus pecados; en cuanto a ellos está justificado, no podemos negarlo. Sin embargo, permanece la lucha contra la carne, contra el mundo y el diablo. Ahora bien, quien lucha, a veces hiere y a veces es herido; puede vencer y puede perecer; se está a la espera de ver cómo sale de la arena. Pues si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no habita en nosotros. Igualmente si decimos que carecemos en absoluto de justicia, negamos los dones de Dios. Si carecemos en absoluto de justicia, carecemos también de la fe, y si no tenemos fe, ni siquiera somos cristianos. Si tenemos fe, ya poseemos algo de justicia. ¿Quieres conocer la medida de ese algo? El justo vive por la fe10; el justo —repito— vive por la fe, puesto que cree lo que no ve.

5. Los padres, los carneros santos, los jefes que fueron los apóstoles anunciaron lo que no sólo vieron con los ojos, sino que tocaron con las manos11. No obstante esto, el Señor, reservando para nosotros el don de la fe, a uno de sus discípulos que le había tocado y palpado, que había buscado y hallado la verdad con los dedos y exclamado: Señor mío y Dios mío, le dijo el mismo Señor y Dios: Has creído porque has visto. Y con la mirada puesta en nosotros que veníamos detrás, prosiguió: Dichosos quienes creyeron sin haber visto12. Nosotros ni hemos visto ni oído, y, no obstante, hemos creído. Se nos proclamó de antemano dichosos, ¿y carecemos de toda justicia? Vino el Señor en carne a los judíos y le dieron muerte; sin venir a nosotros, le aceptamos: El pueblo al que no conocí me sirvió y me obedeció con solo oír13. Siendo estos nosotros, ¿carecemos de toda justicia? Sin duda alguna, tenemos justicia. Agradezcamos la que tenemos, para que se nos añada aquella de que carecemos y no perdamos la que poseemos. Por lo tanto, también esta tercera cosa se halla en nosotros. Hemos sido justificados, pero la justicia crece a medida que progresamos. Voy a deciros y a tratar en cierto modo con vosotros cómo se da este crecimiento, para que cada uno de vosotros, ya justificado, es decir, obtenido el perdón de los pecados mediante el baño de la regeneración14 y recibido el Espíritu Santo, y progresando de día en día, vea donde se halla, avance, progrese y crezca hasta llegar a la consumación, no entendida como fin, sino como perfección.

6. El hombre empieza por la fe. ¿Qué es lo propio de la fe? Creer. Pero incluso esta fe ha de distinguirse de la de los espíritus inmundos. ¿Qué es lo propio de la fe? Creer. Pero dice el apóstol Santiago: También los demonios creen, y tiemblan15. Si sólo tienes fe y vives sin esperanza o careces de amor, piensa: También los demonios creen, y tiemblan. ¿Qué tiene de grande decir que Cristo es Dios? Lo dijo Pedro y escuchó: Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás; pero lo dijeron también los demonios y escucharon: Callad16. A Pedro se le proclama dichoso porque no te lo reveló ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos17. Los demonios, en cambio, escucharon: Callad. Dicen lo mismo que Pedro y se les rechaza. Dicen lo mismo, pero el Señor interroga a la raíz, no a la flor. Por eso dice en la carta a los Hebreos: Para que ninguna raíz amarga al brotar cause molestias y por ella se contaminen muchos18. Ante todo, pues, distingue tu fe de la de los demonios. ¿Cómo? Los demonios lo dijeron con temor; Pedro, con amor. Añade, por ello, la esperanza a la fe. ¿Y qué esperanza existe que no surja de cierta bondad de la conciencia? Añade a la misma esperanza el amor. Según el Apóstol, tenemos un camino excelente: Os muestro un camino excelente: Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe19. Así enumera los demás bienes, confirmando que sin la caridad para nada sirven. Permanezcan, pues, las tres: la fe, la esperanza y la caridad; pero la mayor de todas es la caridad20. Perseguid la caridad; discernid, pues, vuestra fe. Formáis parte del grupo de los predestinados, de los llamados y de los justificados. El apóstol Pablo dice: Ni la circuncisión ni el prepucio valen algo; sólo la fe tiene valor21. Di algo más, ¡oh Apóstol!; añade algo y distingue, pues también los demonios creen, y tiemblan; añade y distingue, pues también los demonios creen y tiemblan porque odian. Distingue, ¡oh Apóstol!, marca los límites a mi fe y separa mí causa de la causa de la gente no santa22. Sin duda la distingue, la separa y delimita: La fe —dice— que obra por amor23.

7. Que cada uno de vosotros, hermanos míos, mire a su interior, se juzgue y examine respecto de todas sus obras, de sus buenas obras, las que hace por amor, no esperando retribución alguna temporal, sino la promesa de Dios, el rostro de Dios24. Nada de lo que Dios te prometió vale algo separado de él mismo. Con nada me saciaría Dios, a no ser con la promesa de sí mismo. ¿Qué es la tierra entera? ¿Qué la inmensidad del mar? ¿Qué todo el cielo? ¿Qué son todos los astros, el sol, la luna? ¿Qué el ejército de los ángeles? Tengo sed del creador de todas estas cosas; de él tengo hambre y sed y a él digo: En ti esta la fuente de la vida25, y, a su vez, me dice: Yo soy el pan que he bajado del cielo26. Que mi peregrinación esté marcada por el hambre y sed de ti, para que se sacie con mi presencia. El mundo se sonríe ante muchas cosas, hermosas, resistentes y variadas, pero más hermoso es quien las hizo, más resistente, más resplandeciente, más suave. Me saciaré cuando se manifieste tu gloria27. Por tanto, si existe en vosotros la fe que obra mediante la caridad, pertenecéis al grupo de los predestinados, llamados y justificados28. Crezca, pues, en vosotros. La fe que obra mediante la caridad29 no puede existir sin la esperanza. Llegados al final, ¿existirá allí la fe? ¿Se nos dirá todavía: «Cree»? Ciertamente no. Le veremos y le contemplaremos a él. Amadísimos, somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Dado que aún no se ha manifestado, es necesaria la fe. Somos hijos de Dios, hijos predestinados, llamados, justificados; somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Por lo tanto, de momento, se necesita la fe hasta que se manifieste lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él30. ¿En virtud de la fe? No. Entonces, ¿en razón de qué? Porque le veremos tal cual es31.

8. ¿Qué decir de la esperanza? ¿Existirá allí? Dejará de existir cuando se haga presente la realidad. Pues también la esperanza es necesaria durante la peregrinación; es ella la que nos consuela en el camino. El viandante que se fatiga en el camino, soporta la fatiga porque espera llegar a la meta. Quítale la esperanza de llegar, y al instante se quebrantarán sus fuerzas. Por ello, también la esperanza en el tiempo presente forma parte de la justicia de nuestra peregrinación. Escucha al mismo Apóstol: Mientras esperamos la adopción —dice—, gemimos todavía en nuestro interior32. Donde hay gemidos no se puede hablar de aquella felicidad de la que dice la Escritura: Pasó la fatiga y el llanto33. Por lo tanto —dice—, gemimos todavía en nuestro interior, mientras esperamos la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Gemimos todavía, ¿por qué? Hemos sido salvados en esperanza. Ahora bien, la esperanza que se ve no es esperanza, pues ¿quién espera lo que ve? Si esperamos lo que no vemos, lo esperamos en la paciencia34. Por esta paciencia fueron coronados los mártires; deseaban lo que no veían y despreciaban los sufrimientos. Fundados en esta esperanza decían: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿La espada? Porque por ti... ¿Dónde está el por quién? Porque por ti —dice— vamos a la muerte el día entero35. Por ti. ¿Y dónde está: Dichosos quienes no vieron y creyeron?36 Mira donde está: está en ti, pues en ti está tu misma fe. ¿O nos engaña el Apóstol que dice que Cristo habita por la fe en nuestros corazones?37 Ahora habita por la fe, luego por la visión; por la fe mientras estamos en camino, mientras dura nuestro peregrinar. Pues mientras estamos en el cuerpo, peregrinamos lejos del Señor; caminamos en la fe, no en la visión38.

9. Si esto es la fe, ¿qué será la visión? Escúchalo: Para que Dios sea todo en todo39: ¿Qué es todo? Todo lo que aquí buscabas, todo lo que aquí tenías por grande, todo eso será Dios para ti. ¿Qué querías, qué amabas aquí? ¿Comer y beber? El será para ti comida y bebida. ¿Qué deseabas aquí? ¿La salud frágil y efímera de tu cuerpo? El será para ti inmortalidad. ¿Qué buscabas aquí? ¿Riquezas? Avaro, ¿qué te puede bastar si no te basta Dios? ¿Amabas la gloria y los honores? Dios será para ti gloria, él a quien ahora decimos: Tú eres mi gloria, que ensalza mi cabeza40. Ya ensalzó mi cabeza: nuestra cabeza es Cristo. Pero ¿de qué te extrañas? Dado que serán exaltados la cabeza y los restantes miembros, entonces será Dios todo en todo. Esto lo creemos y esperamos ahora; cuando lleguemos, lo poseeremos y, en vez de fe, habrá visión. ¿Qué decir de la caridad? ¿También ella existe ahora y dejará de existir después? Si amamos creyendo sin ver, ¡cómo amaremos cuando llegue la visión y la posesión! Por lo tanto, habrá caridad, pero será perfecta, como dice el Apóstol: La fe, la esperanza y la caridad: las tres cosas, la mayor de las cuales es la caridad41. Estando en posesión de ella y nutriéndola en nosotros, perseveremos con confianza en Dios, con su ayuda, y hasta que él se apiade y lo lleve a la perfección digamos: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? Porque por ti somos llevados a la muerte el día entero y considerados como ovejas para el matadero42. ¿Y quién soporta, quién tolera todo esto? Pero en todas estas cosas vencemos. ¿Cómo? Por aquel que nos amó43. Por ello, si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?