SERMÓN 153

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

La ley del pecado en nuestra carne (Rm 7,5—13)

1. Hemos escuchado y hemos respondido acordes y con voz unánime hemos cantado a nuestro Dios: Dichoso el varón a quien tú instruyes, Señor, y le enseñas tu ley1. Si os mantenéis en silencio, podréis oír. No encuentra lugar para sí la sabiduría donde no existe paciencia. Quien habla soy yo, pero quien os instruye es Dios; yo hablo, pero Dios os enseña. En efecto, no se ha proclamado dichoso a aquel al que enseña el hombre, sino a quien instruyes tú, Señor. Yo puedo plantar y regar, pero es asunto de Dios el dar el crecimiento2. Quien planta y riega, actúa desde el exterior; quien da el crecimiento enriquece interiormente. ¡Cuán difícil, cuán oscuro, cuán lleno de peligros si no se entiende o se entiende mal es el texto leído de la carta del santo Apóstol, que se me ha propuesto para que hable! Supongo, hermanos, más aún, sé que lo escuchasteis, pues se leyó para todos, y si habéis prestado atención, habéis vacilado; o, si algunos lo habéis comprendido, habéis experimentado sin duda cuán intrincado es. Me he propuesto, con la ayuda de la misericordia de Dios, exponer con mi palabra esta lectura y la totalidad de este pasaje de la carta del Apóstol engorroso y oscuro, pero salutífero para quienes lo entienden. Sé que estoy en deuda con Vuestra Caridad y os veo exigiendo que la pague. Como yo oro para que recibáis estas cosas, orad vosotros también para que pueda explicároslas. Vaya, pues, de acuerdo nuestra oración, y de esta forma Dios os hará a vosotros buenos oyentes y a mí, el más fiel pagador de la deuda.

2. Cuando vivíamos en la carne —dice el Apóstol— actuaban en nuestros miembros las pasiones pecaminosas que existen por la ley hasta producir frutos de muerte3. Da la impresión —y aquí aparece el primer gran peligro para quienes no entienden— de que el Apóstol recrimina y acusa a la ley de Dios. Dice alguien: «¡Lejos esté esto del ánimo de cualquier cristiano! ¿Quién, a no ser un demente, se atreverá a sospechar tal cosa del Apóstol?». Y, sin embargo, hermanos míos, estas palabras, mal entendidas, suministraron la yesca al furor de la locura de los maniqueos. Afirman, en efecto, que la ley promulgada por Moisés no fue dada por Dios, y se empeñan en que contradice al Evangelio. Y, cuando se discute con ellos, con estos testimonios del apóstol Pablo intentan convencer a los católicos no sé si decir faltos de inteligencia o, más bien, faltos de interés. En efecto, no es mucho pedir a quien tenga interés, que, después de oír las calumnias en boca del hereje, examine al menos el contexto de la lectura en el códice. Y si lo hace, encontrará allí de inmediato con qué rebatir al adversario charlatán y con qué abatir a los rebeldes y enemigos de la ley. Pues, aunque sea torpe para comprender las palabras del Apóstol, manifiestamente verá proclamada allí la alabanza de la ley de Dios.

3. Ved primero sus palabras y prestad atención. Pues cuando estábamos en la carne —dice— actuaban las pasiones pecaminosas que existen por la ley4. Aquí yergue ya el maniqueo su cerviz, levanta sus cuernos, embiste y ataca. «He aquí —dice— las pasiones pecaminosas que existen por la ley. ¿Cómo puede ser buena la ley por la que existen en nosotros pasiones pecaminosas, que actúan en nuestros miembros hasta producir frutos de muerte?». Lee, sigue un poco más adelante, escucha todo con paciencia, aunque no lo comprendas. Es mucho para ti comprender lo que dice: las pasiones pecaminosas que existen por la ley, actuaban en nuestros miembros; pero comienza alabando la ley conmigo y entonces merecerás comprenderla. ¿Tienes el corazón cerrado y echas la culpa a la llave? Mira, dejemos de lado, por el momento, lo que no comprendemos y pasemos a la alabanza de la ley que aparece manifiesta. Las pasiones pecaminosas —dice— que existen por la ley, actuaban en nuestros miembros hasta producir frutos de muerte. Por tanto, ahora nos hemos emancipado de la ley de la muerte, de la que éramos prisioneros, para que sirvamos en la novedad del espíritu y no en la vetustez de la letra5. Aún da la impresión de que arguye, acusa, desaprueba y detesta la ley, pero sólo a quienes no entienden. En efecto, ciertamente parece que acusa y censura a la ley cuando dice: Cuando estábamos en la carne, actuaban en nuestros miembros las pasiones pecaminosas, hasta producir frutos de muerte. Por tanto ahora nos hemos emancipado de la ley de la muerte, de la que éramos prisioneros, para que sirvamos en la novedad del espíritu y no en la vetustez de la letra. El mismo Apóstol vio esto; lo vio y advirtió que no era comprendido y que los pensamientos de los hombres se turbaban por la oscuridad de sus palabras. Advirtió lo que podías decir y en qué podías contradecirle; por eso mismo, él quiso anticiparse, para que no tuvieras qué decir.

4. ¿Qué diremos, entonces?, pregunta. Así continúa: ¿Qué diremos, entonces? ¿Es pecado la ley? De ningún modo6. Con suma brevedad absolvió a la ley y condenó al acusador de la ley. Aducías contra mí, ¡oh maniqueo!, la autoridad del Apóstol. Cuando recriminabas a la ley, éstas eran tus palabras: «Mira, escucha al Apóstol, lee: Las pasiones pecaminosas que existen por la ley actuaban en nuestros miembros hasta producir frutos de muerte. Por tanto, ahora, nos hemos emancipado de la ley de la muerte, de la que éramos prisioneros, para que sirvamos en la novedad del espíritu y no en la vetustez de la letra7». Te jactabas y clamabas diciendo: «Escucha, lee, mira». Dicho esto pensabas ya en dar la espalda y marchar. Espera un poco; te he escuchado, escúchame tú; mejor, ni tú a mí, ni yo a ti; escuchemos ambos al Apóstol que se desata a sí mismo y te ata a ti. ¿Qué diremos, entonces?, pregunta. ¿Es pecado la ley? Esto es lo que decías tú: la ley es pecado; esto decías, efectivamente. Has escuchado lo que decías, escucha lo que has de decir. Decías que la ley es pecado cuando como un ciego e imprudente arremetías contra ella. Te equivocaste, y Pablo vio tu error. Lo que tú decías eso dijo él. ¿Qué diremos, entonces? ¿Es pecado la ley? ¿Diremos lo que tú dices? ¿Es pecado la ley? De ninguna manera. Si seguías la autoridad del Apóstol, pondera sus palabras y acepta su consejo. Escucha: ¿Es pecado la ley? De ningún modo. Escucha: De ningún modo. Si sigues al Apóstol, si concedes gran peso a su autoridad, escucha: De ningún modo. ¡Lejos de ti pensar lo que pensabas! ¿Qué diremos, entonces? ¿Qué hemos de decir? Puesto que he dicho: Las pasiones pecaminosas que existen por la ley actuaban en nuestros miembros hasta producir frutos de muerte; puesto que he dicho: Nos hemos emancipado de la ley de muerte, de la que éramos prisioneros; puesto que he dicho: para que nuestro servicio sea en la novedad del espíritu y no en la vetustez de la letra ¿Es pecado la ley? De ningún modo. ¿Por qué, pues, ¡oh Apóstol!, dijiste cosas tan relevantes?

5. ¡Fuera el pensamiento de que la ley es pecado! Pero no he conocido —dijo— el pecado sino por la ley. Pues ignoraría la concupiscencia, si la ley no hubiera dicho: No apetecerás8. Ahora paso ya a interrogarte, maniqueo; ahora paso a interrogarte, respóndeme. ¿Es mala la ley que dice: No apetecerás? Nadie, ni siquiera el lujurioso o cualquier otro hombre malvado, me responderá afirmativamente. En efecto, hasta los mismos hombres licenciosos se ruborizan cuando se les reprende, y cuando se hallan entre personas castas, no osan entregarse a sus lascivias. Por lo tanto, si dices que es mala la ley que dice: No apetecerás, es que quieres apetecer impunemente; acusas a la ley porque golpea tu lascivia. Hermanos míos, si no hubiéramos escuchado estas palabras del Apóstol: ¿Es pecado la ley? En ningún modo9, sino sólo aquéllas en que recuerda que la ley dice: No apetecerás, aun sin alabar él la ley, deberíamos alabarla nosotros; alabarla a ella y acusarnos a nosotros. He aquí la ley; he aquí la trompeta divina que clama al hombre desde el cielo: No apetecerás. No apetecerás: recrimina, si puedes, el precepto; si no puedes reprenderlo, cúmplelo. Escuchaste: No apetecerás, y no te atreves a argüir en contra. Dado que es bueno el precepto de no apetecer, es malo apetecer. La ley acusa al mal; la ley te aparta de lo que es malo para ti. En conclusión, la ley declara culpable apetecer el mal, la ley te aparta de lo que es malo para ti. Haz, pues, lo que ordena la ley, no hagas lo que ella prohíbe, no apetezcas.

6. Pero ¿qué dice el Apóstol? No conocería la concupiscencia si la ley no dijera: No apetecerás10. En efecto, yo iba tras mis apetencias, corría hacia donde me arrastraba y consideraba gran felicidad sus halagos blandos y alegres, procedentes de la suavidad de la carne. Pues es alabado el pecador —dice la ley— en los deseos de su alma y recibe bendiciones quien obra el mal11. Topas con un hombre que va tras sus apetitos carnales y se entrega a ellos totalmente como un esclavo, que busca por doquier placeres, el fornicar y el embriagarse; no digo más: fornicar —repito— y embriagarse. He mencionado sólo cosas que se cometen lícitamente, aunque no desde la ley de Dios. En efecto, ¿quién ha sido llevado alguna vez ante el juez por haber entrado en el lupanar de una meretriz? ¿Quién ha sido acusado alguna vez en un tribunal público de haber pasado su vida como un lascivo e inmundo, en compañía de tocadoras de lira? ¿Quién, a pesar de estar casado, consideró pecado el haber deshonrado a su criada? Me refiero al tribunal terreno, no al celeste; a la ley del mundo, no a la ley del creador del mundo. No obstante, al lujurioso, al inmundo y al lascivo se le considera feliz, porque abunda en placeres y disfruta de las delicias. Más aún, si además se encharca de vino y bebe vaso tras vaso, no sólo no se considera pecado, sino que incluso recibe el nombre de «varón fuerte»: él tanto peor cuanto que nadie le supera en el beber. Le va bien cuando se alaban estas acciones suyas y se comenta de él: «Es feliz; es magnífico»; y no sólo no se considera como un pecado, sino hasta es tenido o por un don de Dios o, al menos, un bien suave, dulce y lícito. Pero sale adelante la ley de Dios y dice: No apetecerás. Aquel hombre que consideraba un gran bien y juzgaba como la máxima felicidad no negar nada, en la medida de sus posibilidades, a su concupiscencia y seguirla por doquier ella lo llevase, escucha: No apetecerás, y entonces conoce que es pecado. Lo dijo Dios, lo escuchó el hombre; dio fe a Dios y vio su pecado. Descubrió que era un mal lo que juzgaba un bien; quiso refrenar su concupiscencia, no ir tras de ella; se dispuso para la obra, se esforzó, pero fue vencido. Quien antes desconocía sus males, hecho sabedor de ellos, encajó una derrota peor; además de ser pecador, comenzó a ser prevaricador. Pecador lo era ya antes, pero antes de escuchar la ley no era consciente de ello. Escuchó la ley, vio el pecado; se esforzó por vencer, pero fue vencido y quedó humillado. Quien antes era pecador sin saberlo, se hizo también prevaricador de la ley. Es lo que dice el Apóstol: ¿Es pecado la ley? De ninguna manera. Pero no conocí el pecado sino por la ley, pues ignoraría la concupiscencia si la ley no dijera: No apetecerás12.

7. Tomando ocasión del precepto, el pecado obró en mí toda concupiscencia13. La concupiscencia era menor cuando, antes de la ley, pecabas con tranquilidad; ahora, en cambio, con el dique de la ley, el río de la concupiscencia se ha frenado quizá un poco, no secado. Pero al crecer la fuerza que te guiaba cuando no había diques, rotos éstos, te arrastró. Tu concupiscencia era menor cuando sólo excitaba tu pasión; en cambio, cuando traspasa hasta la ley, aparece la concupiscencia plena. ¿Quieres conocer su magnitud? Advierte lo que ha roto: No apetecerás14. No lo dijo un hombre; lo dijo Dios, lo dijo el creador. Lo dijo el juez eterno, no un cualquiera. Cumple, pues, lo que dijo. ¿No quieres? Mira al juez que lo dijo. Pero ¿qué vas a hacer, hombre? No venciste porque presumiste de ti mismo.

8. Así, pues, pon tu atención ahora en las palabras anteriores, que parecían oscuras: Pues cuando estábamos en la carne. Fijaos en las palabras mencionadas antes, que parecían oscuras, con las que comenzó la lectura: Cuando estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que existen por la ley15. ¿Cómo existen por la ley? Porque estábamos en la carne. ¿Qué significa ese estar en la carne? Que presumíamos de la carne. ¿Acaso había salido ya de esta carne el Apóstol que hablaba, o se dirigía a quienes habían salido ya de ella por la muerte? No ciertamente, sino que por lo que se refiere a esta forma de vida, tanto quien hablaba como aquellos a quienes hablaba vivían en la carne. ¿Qué significa, pues: Cuando estábamos en la carne, sino «cuando presumíamos de la carne, es decir, cuando nos apoyábamos en nosotros mismos»? En efecto, al hombre y del hombre se dijo: Toda carne verá la salvación de Dios16. ¿Qué significa: Toda carne verá, sino «todo hombre verá»? ¿Qué significa La Palabra se hizo carne17, sino «la Palabra se hizo hombre»? No se trata de que la Palabra fuera carne, sin tener alma, sino que al decir: La Palabra se hizo carne, con el término «carne» se indicó al hombre. Por lo tanto, cuando estábamos en la carne, es decir, cuando vivíamos envueltos en las concupiscencias de la carne, poniendo en ellas, o sea, en nosotros, toda nuestra esperanza, las pasiones pecaminosas que existen por la ley aumentaron en virtud de ella. De hecho, con la prohibición de ésta, ellas le hicieron prevaricador de la ley. Se convirtió en prevaricador porque no tuvo a Dios como ayuda. Actuaban, pues, en nuestros miembros hasta producir frutos, ¿para quién, sino para la muerte? Si ya el pecador merecía la condenación, ¿qué esperanza queda al prevaricador?

9. Así, pues, te vence, ¡oh hombre!, tu concupiscencia; te vence porque te halló en mala situación; te halló en la carne y por eso te venció. Emigra de ella; ¿por qué te asustas? No te he dicho que mueras. No te asustes porque te dije: «Emigra de la carne». No te he dicho que mueras; mejor —me atrevo a afirmarlo— te dije que mueras. Si habéis muerto con Cristo, buscad las cosas de arriba18. Aun viviendo en la carne, no estés en la carne. Toda carne es heno; en cambio, la palabra de Dios permanece para siempre19. Sea el Señor tu refugio. La concupiscencia te solicita, te apremia, recoge todas sus fuerzas contra ti, se creció con la ley, sufres un enemigo más poderoso: sea el Señor tu refugio, tu torre fortificada frente al enemigo20. Por tanto, no estés en la carne, estate en el espíritu. ¿Qué es estar en el espíritu? Pon la esperanza en Dios, pues si la pones en el espíritu por el que eres hombre, una vez más tu espíritu resbalará hacia la carne, porque no lo entregaste a Aquel en quien sostenerse. No se contiene si no es contenido. No te quedes en ti; transciéndete también a ti mismo; instálate en quien te hizo, pues si cifras tu esperanza en ti mismo, al recibir la ley, te convertirás en prevaricador. Si el enemigo te encuentra sin refugio, irrumpe contra ti; estate atento a que no te arrebate, como hace el león, y no haya quien te libre21. Pon atención a las palabras del Apóstol; con las que alaba la ley, se acusa a sí mismo, se constituye en reo bajo ella, quizá hace tus veces, y te dice: No conocí el pecado sino por la ley, pues ignoraría la concupiscencia si la ley no dijera: No apetecerás. Tomada ocasión del precepto, obró en mí toda concupiscencia. Sin la ley, en efecto, el pecado está muerto22. ¿Qué significa: está muerto? Está oculto, no se manifiesta de ninguna manera; se le ignora como si estuviese sepultado. En cambio, llegando el precepto, el pecado revivió23. ¿Qué es revivió? Comenzó a aparecer, a ser advertido y a rebelarse contra mí.

10. Yo, en cambio, estoy muerto24. ¿Qué significa estoy muerto? Me he hecho prevaricador, y resultó que el precepto que había sido dado para la vida...25. Ved que se alaba la ley: un precepto que había sido dado para la vida. En efecto, ¿qué clase de vida es no apetecer? ¡Oh vida dulce! Dulce es ciertamente el placer de la concupiscencia; nadie lo duda y los hombres no lo seguirían si no fuera dulce. El teatro, los espectáculos, la meretriz lasciva, la canción llena de torpezas: he aquí las cosas dulces para la concupiscencia; dulces ciertamente, suaves, agradables, pero los injustos me contaron sus deleites, mas no como tu ley, Señor26. Son dulces, suaves y agradables; pero escucha cosas mejores: Los injustos me contaron sus deleites, mas no como tu ley, Señor. Dichosa el alma que se recrea con estos otros deleites, en los que no se mancha con liviandad alguna y se purifica con la serenidad de la verdad. Sin embargo, aquel a quien deleita la ley de Dios y de tal forma que supera todos los deleites lascivos, no se atribuya a sí mismo ese deleite: El Señor dará la suavidad27. ¿Cuál? ¿Diré: Señor, concédeme aquella suavidad o aquella otra? Suave eres, Señor; en tu suavidad enséñame tus justicias28. Enséñame en tu suavidad; y me enseñas. Entonces aprenderé a realizarlas, cuando me las enseñes en tu suavidad. Por lo demás, mientras adula la iniquidad y es dulce ella misma, es amarga la verdad. Enséñame en tu suavidad; para que sea suave la verdad, halle desprecio la iniquidad gracias a tu dulzura. La verdad es mucho mejor y más suave, pero el pan es suave sólo para los sanos. ¿Hay algo mejor y más suave que el pan celestial? Pero sólo si la iniquidad no paraliza los dientes. Dice, en efecto, la Escritura: Como la uva agria es nociva para los dientes y el humo para los ojos, así también la iniquidad para quienes se sirven de ella29. ¿Qué os aprovecha alabar el pan si vivís mal? Os priváis de eso que alabáis. Por tanto, puedes oír una palabra; puedes oír la palabra de la justicia y de la verdad y alabarla; pero es mucho más laudable que la realices. Realiza, pues, lo que alabas. ¿O vas a decirme: «Quiero, pero no puedo»? ¿Por qué no puedes? Porque no estás sano. ¿Cómo perdiste la salud, sino porque con el pecado ofendiste al Creador? Por tanto, para que puedas comer con suavidad, es decir, con salud, su pan que tanto alabas, dile: Yo dije: Señor, ten compasión de mí; sana mi alma porque he pecado contra ti30. Así, pues, y resultó que el precepto que se había dado para la vida, fue muerte para mí. El pecador que antes lo era sin saberlo, se hizo prevaricador manifiesto. Ved que le resultó mortal lo que se había dado para la vida.

11. Tomada la ocasión del precepto —dice—, el pecado me engañó y por él me dio muerte31. Así ocurrió por primera vez en el paraíso. Tomada la ocasión del precepto —dijo—, me engañó. Observa a la serpiente que susurra algo a aquella mujer. Le preguntó que les había dicho Dios. Ella le respondió: Dios nos dijo: Comeréis de todo árbol que está en el paraíso, pero no del árbol de la ciencia del bien y del mal. Si coméis de él, moriréis32. Tal es el precepto divino. La serpiente, por el contrario, dijo: No moriréis. Pues Dios sabe que el día en que comáis se abrirán vuestros ojos y seréis como dioses33. Tomada la ocasión del precepto, el pecado me engañó y por él me dio muerte. El enemigo te da muerte con tu misma espada; con tus mismas armas te vence y te asesina. Acepta el precepto; sábete que es un arma, no con la que él te dé muerte, sino con la que se la des a tu enemigo. Pero no presumas de tus fuerzas. Contempla al joven David contra Goliat; contempla al pequeño contra el grande; pequeño, pero presumiendo del nombre de Dios. Tu vienes a mí —le dijo— con escudo y lanza; yo en nombre del Señor omnipotente34. Así, así y no de otra manera; no hay otra manera de derrotar al enemigo. Quien presume de sus fuerzas, antes de la lucha ya está él derrotado.

12. Con todo, ved, amadísimos, ved una y otra vez que el apóstol Pablo alaba manifiestamente la ley divina contra la furia de los maniqueos; ved lo que añade: Así que la ley es ciertamente santa, y santo, justo y bueno el precepto35. ¿Puede haber mayor alabanza? Un poco antes, con la expresión de ningún modo, la había defendido rechazando que fuera pecado, no alabado. Una cosa es defenderla de la acusación de ser pecado y otra alabarla con la debida publicidad. Se la acusó de ser pecado: ¿Qué diremos, pues? ¿Es pecado la ley? Responde la defensa: De ningún modo36. Sin muchas palabras se defiende la verdad, debido al gran prestigio del Apóstol defensor. ¿Para qué seguir con la defensa? Es suficiente. De ningún modo. ¿O queréis —dice— tener una prueba de Cristo que habla en mí?37 Ahora, en cambio, dice: Así que la ley es santa, y santo, justo y bueno el precepto.

13. Así, pues, ¿lo que es bueno me ha causado la muerte? De ningún modo38. Porque la muerte no es un bien. Pero el pecado, para que aparezca el pecado, sirviéndose de una cosa buena me causó la muerte39. La muerte no es la ley, sino el pecado. Pero ya había dicho antes: Sin la ley el pecado está muerto40. Respecto a lo cual, os he advertido ya que está muerto equivale a estar escondido, a no manifestarse. Ahora ved con cuánta verdad se dijo: El pecado, para que aparezca el pecado. No dijo: «Para que exista», pues ya existía incluso cuando no aparecía. El pecado, para que aparezca el pecado. ¿Qué quiere decir: para que aparezca el pecado? Que no conocería la concupiscencia si la ley no dijese: No apetecerás41. No dice: «No tenía concupiscencia», sino: no conocía la concupiscencia. Del mismo modo no dice aquí: «Para que exista el pecado», sino: para que aparezca el pecado, mediante una cosa buena me causó la muerte. ¿Qué muerte? Para que se haga sobremanera pecador o pecado mediante el precepto42. Pon atención: sobremanera pecador. ¿Por qué sobremanera? Porque ahora se añade la prevaricación. Pues donde no hay ley tampoco hay transgresión43

14. Ved, por lo tanto, hermanos, ved que el género humano fluyó de aquella primera muerte de aquel primer hombre. En efecto, el pecado entró en este mundo a partir del primer hombre, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres44. Poned atención al verbo que habéis oído: pasó; considerad y ved lo que significa. Pasó; de ahí proviene que también el niño sea culpable; no cometió pecado, pero lo contrajo. En efecto, aquel pecado no quedó en la fuente, sino que pasó. No a éste o aquél, sino a todos los hombres. El primer pecador, el primer prevaricador engendró pecadores sujetos a la muerte. El Salvador, para sanarlos, nació de una virgen. No vino hasta ti por donde tú viniste, pues no nació él de la concupiscencia del varón y de la mujer, no de la unión fruto de la concupiscencia. El Espíritu —dice— vendrá sobre ti. Esto se dijo a una virgen, fervorosa en la fe, pero no abrasada por la concupiscencia de la carne: El Espíritu vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra 45. ¿Cómo iba a arder en el fuego de la pasión la que estaba bajo tal sombra? Porque vino hasta ti por un camino distinto del tuyo, por eso te libra. ¿En qué situación te encontró? Vendido al pecado, yacente en la muerte del primer hombre, arrastrando también su pecado, culpable antes de que pudieses usar tu albedrío. Mira en qué situación te encontró ya de niño. Pero ya has superado la etapa de la niñez; has crecido, y al primer pecado has añadido otros muchos; has recibido la ley y te has hecho prevaricador. Pero no te acongojes: Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Vueltos al Señor46...