SERMÓN 149

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Visión de Pedro y sermón de la montaña (Hch 10; Mt 5,16—6,4; 5,43—48)

1. Recuerdo que, con anterioridad al último domingo, me hice deudor ante Vuestra Santidad de algunas cuestiones sacadas de las Escrituras. En cuanto el Señor se digne concedérmelo, este es el momento de saldar la deuda, para no ser deudor por más tiempo, a no ser de la caridad, que siempre se paga y siempre se debe. Había dicho, refiriéndome a la visión de Pedro, que había que investigar qué significaba aquel recipiente, como un lienzo bajado del cielo por cuatro cuerdas en el que se hallaban todos los cuadrúpedos de la tierra y los reptiles y aves del cielo1, y lo que la voz divina dijo a Pedro: Mata y come2 y también el haberse repetido tres veces y luego retirado al cielo3.

2. Es ciertamente fácil rebatir a quienes opinan que el Señor, Dios, ordenó a Pedro la voracidad. En primer lugar, porque, aunque queramos tomar a la letra aquel Mata y come4, no está el pecado en matar y comer, sino en usar sin moderación de los dones que Dios ha concedido para servicio del hombre.

3. En efecto, los judíos habían recibido ciertos animales de los que comer y otros de los que abstenerse. Que ellos los recibieron como signo de realidades futuras, lo manifiesta el apóstol Pablo al decir: Por tanto, que nadie os juzgue por la comida o la bebida, o por asunto de fiestas, o por novilunios o sábados, que no son sino sombra del futuro5. Y así, ya en tiempos de la Iglesia, dice en otro lugar: Todo es puro para los puros6, pero es malo para el hombre comer dando escándalo7. En efecto, cuando el Apóstol escribía esto, había quienes comían carne, escandalizando a algunos débiles. La carne sacrificada de los animales que inmolaban para los arúspices, se vendía entonces en la carnicería, y muchos hermanos se abstenían de comprar carne para no topar, aunque fuera por ignorancia, con las carnes que habían sido ofrecidas en sacrificio a los ídolos. Por lo cual, para que la conciencia escrupulosa no se viese turbada, dice el mismo Apóstol en otro lugar: Todo cuanto viene al mercado, comedlo sin averiguaciones por motivo de conciencia, porque del Señor es la tierra y cuanto la llena. Y también: Si algún infiel os invita y os place ir, comed de todo cuanto os ponga sin hacer distinciones por motivo de conciencia. Pero si alguno os dijere que es carne de inmolación, no comáis, por el que lo indicó y por motivos de conciencia8. Así, pues, en estas cosas la pureza o impureza no está en el contacto con la carne, sino en la conciencia pura o manchada.

4. Por esa razón se ha permitido a los cristianos lo que no se permitió a los judíos. En efecto, todos los animales que los judíos tenían prohibido comer son signos de otras cosas y, como dije, sombras del futuro9. Del mismo modo que la circuncisión que ellos llevaban en la carne y despreciaban en el corazón significaba una circuncisión del corazón, así también aquellos manjares son preceptos que ocultan misterios y signos de cosas futuras. Por ejemplo, en lo que se les escribió referente a que coman los animales rumiantes y los de pezuña hendida, y no coman aquellos a los que les falten ambas cosas o una sola de ellas10, están significados ciertos hombres que no pertenecen a la sociedad de los santos. La pezuña hendida dice relación a las costumbres; la acción de rumiar, en cambio, a la sabiduría. ¿Por qué la pezuña guarda relación con las costumbres? Porque difícilmente resbala o cae; la caída, en efecto, es símbolo del pecado. ¿Cuál es la relación existente entre la acción de rumiar y la doctrina de la sabiduría? La ha expresado la Escritura: Un codiciable tesoro reposa en la boca del sabio, pero el varón necio lo engulle11. Por tanto, quien escucha y por negligencia olvida lo escuchado, es como si engullera lo que oyó, de forma que ya no lo saborea en la boca, sepultando en el olvido lo que oyó12. Quien, en cambio, medita día y noche la ley del Señor13, es como si rumiase y encontrase deleite en el sabor de la palabra, en cierto como paladar del corazón. Por lo tanto, lo preceptuado a los judíos significaba que no pertenecen a la Iglesia, es decir, al Cuerpo de Cristo y a la gracia y sociedad de los santos, quienes, o son oyentes perezosos, o poseen malas costumbres, o adolecen de uno y otro vicio.

5. De modo idéntico, los restantes preceptos dados a los judíos son sombra y signo de realidades futuras. Después que llegó la luz del mundo, nuestro Señor Jesucristo, se leen sólo para entender su significado, no para observarlos. En consecuencia, a los cristianos se les ha permitido no actuar en conformidad con esta costumbre vacía de sentido, sino comer de lo que gusten, con moderación, con bendición y con acción de gracias. Por tanto, quizá también se dijo a Pedro: Mata y come14 para que no se atuviese ya a las observancias judías; en ningún modo como si se le hubiese ordenado hacer del vientre un pozo sin fondo y la torpe voracidad.

6. Con todo, para que entendáis que el recipiente le fue mostrado a Pedro en figura, en él había reptiles. ¿Acaso podía comer reptiles? ¿Qué significado tiene, entonces, ese hecho? Aquel recipiente simboliza a la Iglesia; las cuatro cuerdas de que colgaba, las cuatro partes del orbe de la tierra, por las que se despliega la Iglesia católica, extendida por doquier. Por lo tanto, quien quisiere pasarse a una parte y separarse de la totalidad, no pertenece al misterio de las cuatro cuerdas. Y, a su vez, si no pertenece a la visión de Pedro, tampoco a las llaves que le fueron dadas a Pedro. Dios dice que al final de los tiempos reunirá a sus santos de los cuatro vientos15, porque ahora la fe evangélica se halla dilatada entre estos cuatro puntos cardinales. Por ello, aquellos animales son los gentiles. De hecho, todos los gentiles que eran impuros en medio de sus errores, supersticiones y concupiscencias antes de la venida de Cristo, con su llegada, al perdonárseles los pecados, se transformaron en puros. ¿Por qué, pues, una vez perdonados sus pecados, no han de ser recibidos en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia de Dios, cuya realidad simbolizaba Pedro?

7. Efectivamente, en muchos pasajes de las Escrituras salta a la vista que Pedro representa a la Iglesia, sobre todo en aquel en que se dice: Te entrego las llaves del reino de los cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado también en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado también en él cielo16. ¿Acaso recibió Pedro estas llaves y no las recibió Pablo? ¿Las recibió Pedro y no las recibió ni Juan, ni Santiago, ni los restantes apóstoles? ¿O no son estas las llaves presentes en la Iglesia en la que se perdonan a diario los pecados? Pero, dado que Pedro representaba a la Iglesia, lo que se le concedió a él solamente, se le concedió a la Iglesia. Por tanto, Pedro significaba a la Iglesia, Iglesia que es el Cuerpo de Cristo. Reciba, pues, a los gentiles ya purificados, a los que se le han perdonado los pecados; razón por la que el gentil Cornelio y los que le acompañaban, también gentiles, habían enviado a otros a buscarlo. Sus limosnas, aceptadas, le habían purificado en cierta medida17; sólo le quedaba ser incorporado como alimento puro a la Iglesia, es decir, al Cuerpo del Señor. Pedro, sin embargo, temía entregar el Evangelio a los gentiles, porque los que habían creído desde la circuncisión impedían a los apóstoles comunicar la fe cristiana a los incircuncisos y mantenían que éstos no debían acceder a la participación en el Evangelio sin haber recibido la circuncisión confiada a sus padres.

8. Aquel recipiente, pues, eliminó esta duda y, en consecuencia, después de dicha visión, el Espíritu Santo le indicó que descendiese y acompañase a los que habían venido de parte de Cornelio, y se puso en camino. En efecto, Cornelio y los que estaban con él eran considerados como unos de aquellos animales que habían aparecido en el recipiente, a los cuales, sin embargo, ya había purificado Dios, puesto que había aceptado sus limosnas. Por tanto, tenían que ser matados y comidos, con el objetivo de que muriese en ellos la vida pasada, en la que no conocían a Cristo, y pasasen a su cuerpo, como a la nueva vida de la sociedad de la Iglesia. En efecto, también Pedro mismo, habiendo llegado ante ellos, recordó brevemente lo que se le había mostrado en aquella visión. Dice, pues: También vosotros sabéis cuán ilícito es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero Dios me ha mostrado que a ningún hombre debo llamar profano o inmundo18. Dios se lo mostró precisamente cuando sonó aquella voz: Lo que Dios ha purificado, no lo llames tú impuro19. Y luego, retornando a los hermanos de Jerusalén, cuando algunos provocaron tumultos porque se había dado el Evangelio a los gentiles, contuvo su alboroto, contándoles también su visión, algo que no debía hacerse sino con la finalidad de que se comprendiese su significado.

9. Quizá se pregunte también por qué era de lienzo el recipiente en que estaban los animales. No era ciertamente fortuito. Sabemos, en efecto, que la polilla que corrompe otros vestidos, no consume el lienzo. Que cada cual excluya de su corazón las corrupciones de las malas apetencias y se afirme en la fe de forma tan incorruptible que sea impenetrable a los malos pensamientos como si fueran la polilla, si quiere pertenecer al misterio de aquel lienzo, figura de la Iglesia.

10. ¿Por qué fue bajado tres veces del cielo? Porque la totalidad de los gentiles que pertenecen a las cuatro partes del orbe de la tierra, por la que está extendida la Iglesia que significaban las cuatro cuerdas que sujetaban aquel recipiente, es bautizada en el nombre de la Trinidad. Los creyentes se renuevan en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, para pertenecer a la sociedad y comunión de los santos. Las cuatro cuerdas y el triple descenso indican también el número de los doce apóstoles, como si se tratase de cuatro grupos de tres. En efecto, cuatro por tres son doce. A mi parecer, ya he expuesto con suficiencia lo referente a esta visión.

11. Había diferido otra cuestión, esto es: por qué el Señor dijo a sus discípulos en el sermón de la montaña: Luzcan vuestras obras delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos?20. Y poco después, en el mismo sermón, añade: Guardaos de realizar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos21; y Que tu limosna quede oculta, y tu padre, que ve en lo oculto, te recompensará22. Con frecuencia, quien tiene que obrar fluctúa en medio de estos dos preceptos y no sabe cuál seguir, cuando en efecto quiere obedecer al Señor que preceptuó lo uno y lo otro. ¿Cómo brillarán nuestras obras delante de los hombres, para que las vean y, a su vez, cómo va a quedar oculta nuestra limosna? Si quiero cumplir lo primero, tropiezo en lo segundo; y si cumplo lo segundo, peco contra lo primero. De donde se sigue que uno y otro texto de la Escritura han de ser armonizados de forma que aparezca claro que los preceptos divinos no pueden contradecirse. Pues esta aparente pugna en las palabras busca la paz de quien las entienda. Que cada uno esté en concordia en su corazón con la palabra de Dios y desaparecerá toda discordia en la Escritura.

12. Imagínate, pues, a una persona que da una limosna de modo que, a ser posible, no lo sepa absolutamente nadie, ni siquiera quien la recibe. Evitando incluso que lo vea él con esa finalidad, más que darle algo que él reciba, deposita algo que él encuentra. ¿Puede hacer algo más para que su limosna quede oculta? Sin duda esta persona choca contra la otra sentencia y no cumple lo que el Señor dijo: Luzcan vuestras obras delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras23. Si nadie ve sus buenas obras, no impulsa a nadie a imitarle. Por lo que depende de él, los demás quedarán estériles, juzgando que nadie cumple lo que mandó Dios, si las personas actúan de modo que sus obras buenas no sean vistas. Y ello, teniendo en cuenta que se practica mayor misericordia con aquel al que se propone un buen ejemplo que imitar que con aquel al que se da alimento para alimentar el cuerpo. Imagínate a otra persona que airea sus limosnas y se jacta de ellas ante la gente, no pretendiendo con ellas otra cosa que cosechar alabanzas: brillen, pues, sus obras en presencia de los hombres. Os dais cuenta de que no choca contra aquel precepto, pero sí contra éste otro, también del Señor: Que tu limosna quede oculta24. Una persona como esta se hace también perezosa, con sólo que existan algunos malvados que tal vez le reprochen lo que hace. Está pendiente de la lengua de quienes la alaban; a su vez, es semejante a las vírgenes que no llevan aceite consigo. Sabéis, en efecto, que cinco vírgenes eran necias: las que no llevaron aceite consigo; y cinco, en cambio, sabias: las que lo llevaron. Ardían las lámparas de todas, pero unas no tenían consigo con qué alimentar la llama, y tanto se distinguían de las que sí tenían, que a unas se las llamó necias y a las otras prudentes25. ¿Qué significa, por lo tanto, llevar aceite consigo, sino tener la intención de agradar a Dios con las buenas obras y no poner como objetivo de ello el propio gozo, si las alaban los hombres, que no pueden ver la intención? Efectivamente, el hombre puede ver que las hace; en cambio, Dios ve con qué intención las hace.

13. Imaginémonos, entonces, a otra persona que cumple ambos preceptos, que obedece a uno y a otro. Da pan al hambriento y lo da en presencia de los que quiere que le imiten, siguiendo asimismo el ejemplo del Apóstol que dice: Sed imitadores míos como también yo lo soy de Cristo26. Da, pues, pan al pobre con acción manifiesta y corazón devoto. Ningún hombre ve, ningún hombre juzga si busca con ello su alabanza o la gloria de Dios; pero, con todo, aquellos que con ánimo benévolo están dispuestos a imitar la acción buena que ven, creen también que ha sido hecho por piedad y alaban a Dios, por cuyo mandato y don ven que se hacen tales cosas. Su acción, por tanto, es manifiesta para que la vean los hombres y glorifiquen al Padre que está en los cielos; depende, en cambio, de su corazón el que su limosna sea oculta y la recompense el Padre, que ve en lo escondido27. Esta persona mantuvo la justa medida: no despreció ningún precepto, sino que cumplió uno y otro. Se guardó, en efecto, de practicar su justicia delante de los hombres, es decir, con la finalidad de ser alabado por ellos, cuando quiso que en su buena acción no fuese él el alabado, sino Dios. Pero, como tal deseo está en el interior de la propia conciencia, hizo ocultamente aquella limosna para que le recompense aquel a quien nada se le oculta. En efecto, ¿quién, al obrar, puede mostrar su corazón a los hombres, para manifestarles con qué intención lo hace?

14. En efecto, hermanos, también las palabras mismas dichas por el Señor fueron bien medidas. Prestad atención a cómo se expresa: Guardaos de realizar vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos —dice— por ellos28. Si al decir: para ser vistos por ellos indicó su objetivo, este objetivo, es decir, querer hacer el bien para obtener la alabanza de los hombres y no buscar en él nada más, es reprobable y culpable. Por consiguiente, con esta frase, el señor reprende a todo el que obra solamente para que le vean los hombres. En cambio, allí donde ordena que se vean nuestras buenas obras no puso como único objetivo el que los hombres vean y alaben al hombre, sino que pasa a la gloria de Dios para conducir hasta ella la intención del que obra. Luzcan —dice— vuestras obras delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, pero no es esto lo que debes buscar. ¿Qué, entonces? Y glorifiquen —dice— a vuestro Padre que está en los cielos?29. Si buscas la gloria de Dios, no temas ser visto por los hombres. Incluso en este caso tu limosna queda dentro, en lo oculto, donde sólo aquel cuya gloria buscas sabe que la buscas. Por eso dice el apóstol Pablo, después de haber sido derribado en cuanto perseguidor del Evangelio y levantado como predicador: Pero yo era desconocido para las iglesias de Judea que están en Cristo. Sólo habían oído que «quien antes nos perseguía, ahora anuncia la fe que entonces destruía»; y en mí —dice— glorificaban a Dios30. No se alegraba de ser conocido como hombre que había recibido, sino de que era alabado Dios que se lo había dado. Pues él mismo dijo: Si todavía agradase a los hombres, no sería siervo de Cristo31. Y, no obstante esto, dice en otro lugar: Como también yo agrado a todos en todo32. Esta es una cuestión parecida. Pero ¿qué añade? No buscando —dice— mi provecho, sino el de muchos para que se salven33. Esto equivale a lo que decía en el otro pasaje: Y en mí glorificaban a Dios34, algo que también dice el Señor: Para que glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos. De hecho, se salvan cuando, mediante las obras que ven que hacen los hombres, glorifican a aquel de quien las recibieron los mismos hombres.

15. Quedan todavía dos cuestiones, pero temo resultar pesado a quienes ya están hartos y, al mismo tiempo, temo defraudar a los que aún están hambrientos. En mi mente está lo que ya he resuelto y lo que aún debo resolver. En efecto, aún queda por ver qué significa: No sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha35) y, respecto al amor a los enemigos, saber por qué parecía que a los antiguos se les había permitido odiar a los enemigos, a los que a nosotros se nos manda amar. Pero ¿qué hago? Si despacho ambas cuestiones con unas pocas palabras, quizá no se me entienda como conviene; si lo hago con más calma, temo gravaros con el peso del sermón más bien que elevaros con el fruto de mi exposición. De todos modos, si vuestra comprensión fuese menos que suficiente, consideradme todavía deudor de una explicación más amplia en otro momento. Pero no conviene ahora dejar las cosas sin decir de ellas ni una palabra. La izquierda significa el apetito carnal del alma, y la derecha, su caridad espiritual. Por tanto, si, cuando alguien da una limosna, mezcla el apetito de comodidades temporales, buscando conseguir en tal obra algo por el estilo, mezcla la intención de la izquierda con las obras de la derecha. Si, por el contrario, socorre al hombre por la sola caridad y con intención pura ante Dios, sin tener la vista fija en alguna otra cosa que no sea agradar a quien esto manda, ignora la izquierda lo que hace la derecha.

16. Más difícil es la cuestión sobre el amor al enemigo y no se puede resolver con pocas palabras. No obstante, mientras escucháis, orad por mí y quizá el Señor Dios me otorgue de inmediato lo que pienso que es difícil. En efecto, vivimos de un único granero, puesto que formamos una sola familia. Así, pues, lo que pienso que está dentro, muy oculto, tal vez el que lo promete lo pone a la puerta misma, para que se pueda dar con la máxima facilidad a los que lo piden. El mismo Cristo, el Señor, amó a los enemigos, pues, pendiendo de la cruz, dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen36. Siguió su ejemplo Esteban cuando, mientras le apedreaban, dijo: Señor, no les imputes este delito37. El siervo imitó al Señor, para que ningún siervo sea perezoso, y piense que se hizo algo que sólo el Señor podía hacer. Así, pues, si nos parece demasiado imitar al Señor, imitemos a nuestro consiervo. Todos, en efecto, hemos sido llamados a la misma gracia; ¿por qué, entonces, se dijo a los antiguos: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo?38. Porque quizás también a ellos se les dijo la verdad, aunque a nosotros, según los plazos programados, se nos dijo más claramente mediante la presencia de aquel que sabía qué y a quiénes había que ocultar o descubrir algo. Pues si tenemos un enemigo al que nunca se nos ordena amar, éste es el diablo: Amarás a tu prójimo, es decir, al hombre y odiarás a tu enemigo, o sea, al diablo. Mas puesto que es frecuente que haya enemistades entre los mismos hombres, en los ánimos de quienes por su increencia dan lugar al diablo39 y se convierten en vasos para él, para que actúe en los hijos de la rebeldía40, puede, sin embargo, darse el caso también de que abandone el hombre su malicia y se convierta al Señor y se le ha de amar, se ha de orar por él y se le ha de hacer el bien aun cuando se muestra cruel, aun cuando persigue. De esta forma cumples el primer precepto de amar al hombre, tu prójimo, y de odiar al diablo, tu enemigo, y el segundo: el de amar a los hombres, tus enemigos, y orar por quienes te persiguen.

17. A no ser que pienses que no oraron en aquel tiempo los cristianos por Saulo, el perseguidor de los mismos cristianos. Quizá fue escuchada la voz del mártir Esteban para que se convirtiera. En efecto, él se encontraba en el número de sus perseguidores y guardaba los vestidos de quienes le apedreaban41. Él mismo, escribiendo a Timoteo, dice también: Ante todo te ruego que se hagan peticiones, oraciones, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los constituidos en dignidad, a fin de que llevemos una vida serena y tranquila42. Mandaba, pues, rezar por los reyes, y estos perseguían entonces a las Iglesias. Pero a las Iglesias que entonces perseguían mientras oraban por ellos, ahora las defienden después de haber sido escuchadas en beneficio de ellos.

18. ¿Quieres, pues, cumplir también aquel precepto dado a los antiguos? Ama a tu prójimo, es decir, a todo hombre. En efecto, todos hemos nacido de los dos primeros padres; todos sin excepción somos prójimos. Ciertamente el mismo Señor Jesucristo, que mandó amar a los enemigos, declaró que toda la ley y los profetas estaban encerrados en estos dos preceptos43: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente, y amarás a tu prójimo como a ti mismo44. Nada preceptúa aquí sobre el amor al enemigo. Entonces, ¿hay algo que no está incluido en esos dos preceptos? En ningún modo. Pues cuando dice: Amarás a tu prójimo, ahí están incluidos todos los hombres, aunque sean enemigos, porque tampoco respecto de la proximidad espiritual sabes lo que en la presencia de Dios es para ti aquel hombre que temporalmente te parece enemigo. En efecto, dado que la paciencia de Dios lo guía al arrepentimiento45, quizá llegue a conocer y seguir a quien le guía. Dios mismo, no obstante saber quiénes han de permanecer en sus pecados y quiénes, abandonando la justicia, han de ir a dar irremisiblemente en la iniquidad, hace salir su sol sobre buenos y malos y deja caer la lluvia sobre justos e injustos46, invitándoles con su paciencia al arrepentimiento, de forma que quienes desprecien su bondad experimenten al final su severidad; si ello es así, ¡cuánto esmero conviene que ponga el hombre en aplacarse, no sea que desconociendo cómo ha de ser en el futuro, prestando sólo atención a la enemistad actual, odie a aquel con quien ha de reinar en la felicidad eterna! Cumple, pues, el primer precepto: Ama a tu prójimo, es decir, a todo hombre, y odia a tu enemigo, o sea, al diablo. Cumple también el segundo: Ama a tus enemigos, pero los hombres; ora por quienes te persiguen47, pero por los hombres; haz el bien a quienes te odian, pero a los hombres.

19. Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; obrando así, amontonarás carbones encendidos sobre su cabeza48. También aquí surge una cuestión. ¿Cómo, en efecto, ama uno a aquel a quien quiere verle arder en medio de carbones? Pero, si se entiende bien, no hay lugar a controversia, pues habla de aquellos carbones devoradores que se aplican al hombre contra la lengua dolosa49. Pues, cuando uno hace el bien a su enemigo y, sin dejarse vencer por su mal, vence el mal con el bien50, la mayor parte de las veces se arrepentirá aquel de su enemistad y se airará contra sí mismo, por haber dañado a tan buen hombre. Realmente, la verdadera ustión es el arrepentimiento, que, como si fueran carbones encendidos, consume sus enemistades y malicias.