SERMÓN 147

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

«Simón Pedro, ¿me amas?» (Jn 21,15—19)

1. Recordáis cómo el apóstol Pedro, el primero de todos los apóstoles, se turbó en la pasión del Señor. Él se turbó, pero Cristo le renovó. Efectivamente, primero fue presuntuoso y atrevido, pero luego se convirtió en renegado y cobarde. Había prometido morir por el Señor, siendo así que antes tenía que morir el Señor por él. Por tanto, cuando decía: Yo estaré contigo hasta la muerte1 y Daré mi vida por ti2, el Señor le respondió: ¿Que vas a dar tu vida por mí? En verdad te digo que antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces3. Llegó la hora y, como Cristo era Dios y Pedro, en cambio, hombre, se cumplió la Escritura: Yo en mi consternación dije: «Todo hombre es mentiroso»4. Y el Apóstol, a su vez, dice: Pues Dios es veraz, pero todo hombre es mentiroso5; Cristo es veraz, Pedro mendaz.

2. Ahora ¿qué? Le interroga el Señor, según acabáis de oír al hacerse la lectura del evangelio, y le dice: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Él le respondió, diciéndole: Sí, Señor, tú sabes que te amo6. Pero el Señor le preguntó lo mismo por segunda y tercera vez. Y al que respondió que le amaba, le confió su rebaño. En efecto, cada vez que Pedro le decía: te amo, el señor Jesús le decía a su vez: Apacienta mis corderos, apacientas mis ovejuelas7. En Pedro estaba simbolizada la unidad de todos los pastores, pero de los buenos, los que saben apacentar las ovejas de Cristo para Cristo, no para sí mismos. ¿Acaso era Pedro mentiroso ahora o era falsa su respuesta de que amaba al Señor? No, respondía la verdad, porque respondía lo que veía dentro de su corazón. En cambio cuando dijo: Yo daré mi vida por ti8, quiso presumir de fuerzas en el futuro. Ahora bien, todo hombre sabe, quizá, cómo es en el momento en que habla, pero ¿quién sabe cómo será el día siguiente? Así, pues, cuando el Señor le preguntaba, Pedro volvía los ojos a su corazón, y respondía con seguridad lo que estaba viendo en él: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Lo que te digo, lo sabes tú; lo que yo estoy viendo aquí, en este corazón, también lo estás viendo tú. Sin embargo, no se atrevió a responder a todo lo que el Señor le preguntaba. Porque no le había preguntado el Señor únicamente: ¿Me amas?, sino que había añadido: ¿Me amas más que éstos?9, refiriéndose a los demás discípulos. Pedro no pudo responder sino Yo te amo; no se atrevió a decir más que éstos. No quiso ser mentiroso de nuevo. Le había bastado dar testimonio de su corazón; no debió ser juez del ajeno.

3. Entonces, ¿es Pedro el veraz o lo es Cristo en Pedro? Cuando Jesucristo el Señor lo tuvo a bien, desasistió a Pedro, y apareció el Pedro hombre; asimismo, cuando a Jesucristo el Señor le plugo, llenó a Pedro, y apareció el Pedro veraz. La Piedra había hecho veraz a Pedro, pues la Piedra era Cristo10. Y cuando por tercera vez respondió Pedro que amaba a Cristo y por tercera vez el Señor le confió sus ovejuelas, ¿qué le anunció? Le anunció por anticipado su pasión. Cuando eras más joven —le dice— tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando hayas envejecido, extenderás tus manos, y otro te ceñirá y te llevará dónde no quieras11. El evangelista nos expuso por qué dijo esto Cristo: Esto lo decía —indica— haciéndole ver con qué muerte iba a glorificar a Dios12, esto es, que había de ser crucificado por Cristo. Es lo que significan las palabras: extenderás tus manos. ¿Dónde está ahora el renegado aquel? Luego, a continuación, le dijo Cristo el Señor: Sígueme13. Pero no como antes, cuando llamó a los discípulos. En efecto, también entonces dijo: sígueme; pero entonces con vistas a la enseñanza, ahora con vistas a la corona. ¿Acaso no temió morir cuando negó a Cristo? Temió padecer lo mismo que padeció Cristo. Pero ya no debió temer, pues veía vivo en su cuerpo al que había visto pender del madero. Cristo, al resucitar, le quitó el miedo a la muerte y, puesto que le había quitado el temor a la muerte, con razón preguntaba a Pedro por su amor. Tres veces negó el temor, tres veces confesó el amor. La triple negación fue una deserción de la verdad; la triple confesión, un testimonio de amor.