SERMÓN 146

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

«Simón Pedro, ¿me amas?» (Jn 21,15—17)

1. Vuestra Caridad ha advertido en la lectura de hoy que el Señor preguntó a Pedro: ¿Me amas? Él le respondía: Tú sabes, Señor, que te amo1. Y así por segunda y por tercera vez, y a las respectivas palabras de Pedro que respondía decía el Señor: Apacienta mis corderos2. Cristo confiaba sus corderos a Pedro para que los apacentase él, también apacentado por Cristo. En efecto, ¿qué podía dar Pedro al Señor, habida cuenta, sobre todo, de que su cuerpo era ya inmortal e iba a subir al cielo? Es como si le dijera: «¿Me amas? Demuestra que me amas haciendo esto: Apacienta mis ovejas3». Por tanto, hermanos, escuchad en actitud obediente que vosotros sois las ovejas de Cristo, puesto que también yo escucho con temor: Apacienta mis ovejas. Si yo las apaciento con temor y temo por ellas, ¡cuánto deben temer por sí mismas las ovejas! Así, pues, a mí me compete cuidaros, a vosotras obedecerme; a mí la vigilancia del pastor, a vosotras la humildad del rebaño. Aunque también yo, que veis que os hablo desde un sitial más elevado, estoy postrado a vuestros pies por temor, porque sé cuán peligrosa cuenta hay que dar de esta en apariencia excelsa sede4. Por tanto, amadísimos, retoños católicos, miembros de Cristo, pensad qué cabeza tenéis. Hijos de Dios, pensad qué Padre habéis hallado. Cristianos, pensad que herencia se os promete. No una herencia como las que en la tierra no pueden poseer los hijos más que una vez muertos sus padres. De hecho, ningún hijo posee en esta tierra la herencia de su padre, si este no ha muerto. Nosotros poseeremos lo que él nos donará, aun en vida del padre, puesto que nuestro Padre no podrá morir. Añado, digo más y digo la verdad: el Padre mismo será nuestra herencia.

2. Vivid coherentemente, sobre todo vosotros, que lleváis el blanco vestido de Cristo, los bautizados recientemente, los que acabáis de ser regenerados, como ya os lo advertí antes, lo repito también ahora y expreso mi preocupación, puesto que la presente lectura evangélica me ha infundido un temor mayor; pensad en vosotros mismos, no imitéis a los malos cristianos. No digáis: «Haré esto, porque son muchos los bautizados que lo hacen». Razonar así no es procurarse una defensa para el alma, sino buscar compañeros para la gehenna. Creced en esta era del Señor; en esta era hallaréis buenos, que también os agraden, si también vosotros sois buenos. Pues ¿sois acaso mi paga? Los herejes y los cismáticos se han hecho un patrimonio con los hurtos hechos al Señor, y han querido apacentar no los rebaños de Cristo, sino los propios en oposición a Cristo. Efectivamente, en lo que depredaron pusieron el título de propiedad de Cristo, para que su botín quedase como protegido por el título de propiedad del Poderoso. ¿Qué hace Cristo cuando se convierten esos que han recibido fuera de la Iglesia su título de propiedad, el bautismo? Echa fuera al depredador, no quita el título de propiedad y pasa a poseer la casa, puesto que halla en ella el título que garantiza que es suya. ¿Qué necesidad tiene de cambiar su nombre? ¿Prestan acaso atención a las palabras del Señor a Pedro: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas5? ¿Le dijo, acaso, «apacienta tus corderos», o «apacientes tus ovejas»? Más, una vez excluidos, ¿qué dijo a la Iglesia en el Cantar de los cantares? Dirigiéndose a la esposa, le dice el esposo: Si no te has conocido a ti misma, tú, hermosa de las mujeres, sal tú6. Como si le dijera: «No te echo fuera yo, sal tú, si no te has conocido a ti misma, hermosa entre las mujeres; si no te has conocido en el espejo de la Escritura divina; si no te has mirado, mujer hermosa, en este espejo, que no te engaña con un falso brillo; si no has conocido que se dijo de ti: Sobre toda la tierra tu gloria7; que se dijo de ti: Te daré las naciones en herencia y en propiedad los confines de la tierra8, y otros incontables testimonios que encarecen la Iglesia católica. Por tanto, si no te has conocido, no tienes parte, no te puedes constituir en heredera. Sal tú, pues, tras las huellas de los rebaños, no en la comunidad del rebaño, y apacienta tus cabritos9, no mis ovejas, como se dijo a Pedro. A Pedro se dice: mis ovejas; a los cismáticos, tus cabritos. En un texto se habla de ovejas; en otro, de cabritos; en uno, de las mías; en otro, de los tuyos. Traed a la memoria la derecha y la izquierda de nuestro juez; traed a la memoria dónde estarán los cabritos y dónde las ovejas10, y se os manifestará dónde está la derecha, dónde la izquierda, la que es blanca y la que es negra, la que es luminosa y la que es tenebrosa, la que es bella y la que es deforme, la que ha de recibir el reino y la que va a hallar el suplicio eterno.