SERMÓN 139

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

La unidad del Padre y del Hijo (Jn 10,30)

1. Habéis oído lo que dijo el Señor Dios, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido de Dios Padre sin madre alguna y nacido de madre virgen sin hombre que fuera su padre: Yo y el Padre somos una misma cosa1. Aceptad y creedlo tal cual, de manera que merezcáis entenderlo, pues la fe debe anteceder a la inteligencia, para que la inteligencia sea el premio de la fe. En efecto, dijo con toda claridad un profeta: Si no creéis, no entenderéis2. Así, pues, lo que es simple objeto de predicación, hay que creerlo; lo que es objeto de sutil disputa hay que entenderlo. En consecuencia, para introducirlo en vuestras mentes por la fe, primero os predico a Cristo, al único de Dios Padre. ¿Por qué he añadido «único»? Porque aquel de quien es Hijo único tiene muchos hijos por gracia. En lógica, todos los demás santos son hijos de Dios por gracia, solo él lo es por naturaleza. Los hijos por gracia no son lo que el Padre. Por último, ningún santo se atrevió a decir lo que dice el Único: Yo y el Padre somos una misma cosa. ¿Acaso no es el Padre también Padre nuestro? Si no es Padre nuestro, ¿cómo le decimos al orar: Padre nuestro, que estás en los cielos?3 Pero nosotros somos los hijos a los que él hizo tales por su voluntad, no hijos a los que engendró de su naturaleza. Ciertamente nos engendró también a nosotros, pero —según se dice— como adoptados, como engendrados por el favor del que nos adoptó, no por naturaleza. Además, también se nos denomina así, puesto que Dios nos llamó a la adopción filial4: somos hombres adoptados. Se llama Hijo Único al Unigénito porque es lo que el Padre; nosotros, en cambio, somos hombres, y el Padre es Dios. Así, pues, dado que él es lo que el Padre, por eso dijo y dijo con verdad: Yo y el Padre somos una misma cosa. ¿Qué significa somos una misma cosa? Somos de una única naturaleza. ¿Qué significa somos una misma cosa? Somos de una única sustancia.

2. Tal vez no entendéis del todo en qué consiste ser de una única sustancia. Hagamos un esfuerzo para que lo entendáis; que Dios nos ayude a mí que os hablo y a vosotros que me escucháis para que lo entendáis: a mí, para deciros la verdad de modo acomodado a vuestra capacidad, y a vosotros ante todo y sobre todo para que la creáis; luego para que la entendáis en cuanto os sea posible. ¿Qué significa, pues, «de una única sustancia»? Os voy a presentar algunas semejanzas a fin de que, con el ejemplo, quede claro lo que no entendéis del todo. Imagínate que Dios es oro; oro es también su Hijo. Si no se deben tomar semejanzas de realidades terrenas para explicar las celestiales, ¿cómo es que está escrito: Mas la piedra era Cristo5? Por tanto, sea el Padre lo que sea, eso mismo es el Hijo. Por ejemplo, como dije, si el Padre es oro, también el Hijo es oro. Pues quien dice: «El Hijo no es de la misma sustancia del Padre», ¿qué otra cosa dice sino: «el Padre es oro, el Hijo es plata; el Hijo único es un degenerado respecto del Padre»? Un hombre engendra a un hombre; el hijo engendrado es de la misma sustancia que el padre que lo engendra. ¿Qué significa «de la misma sustancia»? Hombre es uno y hombre también el otro; alma tiene uno y alma también el otro; carne tiene uno y carne también el otro; lo que es uno, eso es también el otro.

3. Pero me responde y me dice la herejía arriana... ¿Qué me dice? Repara bien en lo que has dicho. ¿Qué he dicho? Que el hijo de un hombre hay que compararlo con el Hijo de Dios. Claro que se puede comparar, pero no, según piensas tú, en plano de igualdad, sino de semejanza. Por tu parte, di qué pretendes deducir de ahí. «¿No adviertes —dice— que el padre que engendra es mayor, y que el hijo engendrado es menor? Entonces, ¿cómo decís vosotros —explicádmelo—, cómo decís que son iguales el Padre y el Hijo, Dios y Cristo, si veis que, cuando un hombre engendra a un hijo, el hijo es menor y el padre mayor?». ¡Oh sabihondo!, buscas tiempo en la eternidad; buscas tiempos donde no existen edades. Cuando el padre es mayor y el hijo menor, ambos están sometidos al tiempo; uno crece porque el otro envejece. Pues, en cuanto a la naturaleza, un padre humano no engendra a un hijo menor que él; lo engendra menor que él en cuanto a la edad, no en cuanto a la naturaleza, según he dicho. ¿Quieres saber que no lo engendró de naturaleza inferior? Aguarda; que crezca el hijo, y será igual a su padre. Pues el niño pequeño, al crecer, llega a ser tan grande como su padre. Tú, en cambio, sostienes que el Hijo de Dios hasta tal punto nació inferior a él que nunca crecerá ni llegará, con el crecimiento, a la grandeza de su Padre. En consecuencia, el hijo de un hombre, nacido de un hombre, ha nacido en una condición superior a la del Hijo de Dios. ¿Cómo? Porque él crece y llega a ser tan grande como su padre. En cambio Cristo —según sostenéis vosotros— nació menor de tal manera que seguirá siendo menor y no cabe esperar que crezca con la edad. Te expresas, pues, así porque la diferencia está en la naturaleza. Mas ¿por qué lo dices sino porque no quieres creer que el Hijo es de la misma sustancia del Padre? Para concluir, confiesa que es de la misma sustancia y afirma que es menor. Fíjate en un hombre, es un hombre. ¿Cuál es su sustancia? Es un hombre. ¿Qué es aquel al que ha engendrado? Es menor que él, pero es hombre. La edad es diferente, la naturaleza es idéntica. Di también tú: «Lo que es el Padre, eso es el Hijo, pero el Hijo es menor». Dilo, da un paso más, di que es de la misma sustancia, pero menor, y llegas a la igualdad. En efecto, no es poco lo que avanzas, no es poco lo que te acercas a la verdad por la que confiesas que es igual al Padre, si confiesas que es de la misma sustancia, pero menor. «Pero no es de la misma sustancia»: esto es lo que dices. Entonces, como eso es lo que dices, el oro es también plata; es justamente lo que dices, como si dijeras que un hombre engendra a un caballo, pues el hombre es de una sustancia y el caballo de otra. Por tanto, si el Hijo es de otra sustancia que el Padre, el Padre engendró un monstruo. De hecho, cuando una criatura, esto es, una mujer da a luz algo que no es un hombre, decimos que dio a luz a un monstruo. A su vez, para que no sea un monstruo, el que ha nacido es lo mismo que el que lo engendró; es decir, hombre uno y hombre el otro, caballo el uno y caballo el otro, paloma una y paloma la otra, pájaro uno y pájaro el otro.

4. Dios concedió a sus criaturas engendrar lo que ellas son. Dios lo concedió a sus criaturas; a criaturas mortales, terrenas, les otorgó engendrar lo que ellas son, y ¿piensas que no pudo reservar para sí esta facultad él que existe antes de los siglos? Quien no tiene principio en el tiempo, ¿iba a engendrar no un Hijo como él, sino uno degenerado? Escuchad cuán gran blasfemia es afirmar que el Hijo único de Dios es de una sustancia distinta. Indiscutiblemente, si ello es así, es un degenerado. Si al hijo de un hombre le dices: «Eres un degenerado», ¿cuál es la magnitud de la ofensa? Pero ¿en qué sentido se dice que el hijo de un hombre es un degenerado? Por ejemplo, ¿si su padre es enérgico, pero él, apocado y cobarde? Cualquiera que lo vea y quiere corregirlo, ¿qué le dice, fijándose en que su padre es un hombre enérgico? ¡Anda de ahí, degenerado! ¿Qué significa «degenerado»? Tu padre un hombre de pelo en pecho, y tú eres un gallina. Este a quien se dice eso es degenerado por un defecto, pero igual en naturaleza. ¿Qué significa «igual en naturaleza»? Que es hombre como también lo es su padre, con la diferencia de que el padre es enérgico, él apocado; el padre osado, él cobarde, pero, al fin, tan hombre el uno como el otro. Así, pues, la degeneración se debe a un vicio, no a la naturaleza. Cuando tú afirmas que el Hijo, el Hijo único del Padre es un degenerado, no dices otra cosa sino que no es lo que el Padre, pero no dices que degeneró después de nacido, sino que así fue engendrado. ¿Quién soporta esta blasfemia? Si fueran capaces de advertir esta blasfemia con cualesquiera ojos, huirían de ella y se harían católicos.

5. Pero ¿qué diré, hermanos? No nos encolericemos con ellos, más bien roguemos por ellos para que el Señor les conceda la capacidad de entender, porque quizá nacieron así. ¿Qué significa «nacieron así»? Que recibieron de sus padres lo que tienen. Anteponen los vínculos de la carne a la verdad. Háganse lo que no son para que puedan conservar lo que son; es decir, háganse católicos, para que puedan conservar el ser hombres: para que no perezca en ellos la criatura de Dios, hágase presente la gracia de Dios. En efecto, piensan honrar al Padre afrentando al Hijo. Si dices a uno de ellos: «Estás blasfemando», te responde: «¿Dónde está la blasfemia?». En decir que el Hijo no es lo que es el Padre. Pero él me replica: «Eres tú, más bien el que estás blasfemando». ¿Por qué? «Porque quieres igualar al Padre y al Hijo». Quiero igualar al Padre y al Hijo, ¿hay algo de extraño en ello? El Padre goza cuando hago igual a él a su Hijo único; goza porque no es celoso. Y como Dios no siente celos de su Hijo único, por eso engendró lo mismo que es él. Tú ultrajas tanto al Hijo como al Padre, al que piensas honrar afrentando al Hijo. Pues ciertamente dices que el Hijo no es de su misma sustancia para no ultrajar a su Padre. Yo te muestro en un abrir y cerrar de ojos que ultrajas a los dos. «¿Cómo?» —pregunta—. Si yo digo al hijo de alguien: «Eres un degenerado, porque no te pareces a tu padre; eres un degenerado, porque no eres como tu padre», y lo oye el hijo, monta en cólera y me dice: «¿Conque yo nací degenerado?». Lo oye el padre y se encoleriza aún más. Y, lleno de cólera, ¿qué dice? «Así que yo he engendrado a un hijo degenerado? Entonces si yo soy una cosa y he engendrado otra, he engendrado un monstruo». ¿Cómo es que, al querer honrar a uno afrentando al otro, ultrajas a uno y a otro? Ofendes al hijo, pero no te congraciarás con el Padre. Cuando honras al Padre injuriando al Hijo, ofendes tanto al Hijo como al Padre. ¿De quién de ellos huyes? ¿Hacia quién huyes? ¿Acaso huyes del Padre airado para refugiarte en el Hijo? ¿Qué te dice: «En quién buscas refugio, si le consideraste un degenerado?». ¿Acaso, tras haber ofendido al Hijo, corres hacia el Padre? También él te dice: «¿En quién buscas refugio, si dijiste de él que había engendrado a un degenerado?». Lo dicho debe bastaros; retenedlo, confiadlo a la memoria, añadidlo a lo que ya creéis. Mas, para entenderlo, elevad preces al Padre y al Hijo, pues son una sola cosa.