SERMÓN 136 B (= LAMBOT10)

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

La curación del ciego de nacimiento (Jn 9,1—41)

1. Cuantos habéis escuchado y creído el nombre de Cristo, pero aún no habéis sido bautizados, tenéis los ojos untados. Lavadlos y ved cómo, no sin razón, este ciego, una vez untado fue enviado a la piscina de Siloé, que se traduce por «enviado»1. ¿Quién ha sido enviado sino Cristo por el Padre?2 Así, pues, quien es bautizado en Cristo, lava su cara en Cristo. Mas lo que a este ya le había acontecido en el cuerpo, aún no le había acontecido en el corazón. En efecto, todo está dispuesto de forma gradual. Le aconteció en su corazón cuando lo reconoció como Hijo de Dios y lo adoró3; en cambio, cuando pensaba que era solo un profeta, tenía sin untar, por así decir, los ojos de su corazón y aún no veía. Para daros cuenta de que aún no veía, considerad que, cuando el Señor le preguntó: ¿Crees tú en el Hijo de Dios?4, respondió de esta manera: ¿Quién es, Señor, para que crea en él?5 Y el Señor: Lo has visto; el que está hablando contigo, ése es6; lo has visto con los ojos de la carne; vele también con los ojos del corazón. ¿Cuándo lo vio con los ojos del corazón? Cuando le escuchó y creyó lo que escuchó.

2. Así, pues, escuchasteis lo que dijo cuando en cierto modo llevaba untados los ojos de su corazón y aún no veía y como tal hablaba: Sabemos que Dios no escucha a los pecadores7. No diría tal cosa en caso de ver esa luz en su corazón. Pues, si Dios no escuchase a los pecadores, el publicano aquel hubiese bajado del templo lleno de confusión, y, sin embargo, descendió justificado él, más que el fariseo8. ¿A qué se debe que él bajase justificado? A que hizo lo que dice la Escritura: He reconocido mi pecado y no he ocultado mi maldad. Dije: «Confesaré contra mí mi delito a mi Señor», y tú perdonaste la maldad de mi corazón9. ¿Es cierto, entonces, que Dios no escucha a los pecadores? Creed lo que creen quienes ya han recibido la luz, a saber, que Dios escucha a los pecadores. Es cierto que puede turbar a muchos que no lo entiendan la afirmación del Señor de que él vino a este mundo para un juicio, de modo que quienes no ven vean y quienes ven queden ciegos10. Cristo, en efecto, vino al mundo como Salvador. En cierto lugar dice también: Pues el Hijo del hombre no ha venido para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él11. Por tanto, si vino también para salvar, son aceptables las otras palabras en que dice haber venido para que quienes no ven vean. Pero lo otro: Para que los que ven se queden ciegos, suena muy duro. Pero, si lo entendemos, no es duro, sino puro. Para entender cuán verdadero es lo que dijo, poned vuestros ojos en aquellos dos que oraban en el templo. El fariseo veía, el publicano estaba ciego. ¿Qué significa ese «veía»? Creía que veía; se gloriaba del hecho de ver, es decir, de su justicia; el otro, en cambio, estaba ciego, puesto que confesaba sus pecados. Aquél se jactaba de sus méritos, éste reconoció sus pecados. El publicano bajó justificado, más que aquel fariseo12, porque Cristo vino al mundo para que quienes no ven vean y quienes ven se queden ciegos. Por eso, cuando los fariseos que estaban escuchando preguntaron a quien eso decía: ¿Acaso también nosotros somos ciegos?13, sin duda se mostraban semejantes a aquel que había subido al templo y decía a Dios: Te doy gracias, porque no soy como los demás hombres, que son injustos, adúlteros, rapaces14. Es como si dijese: «Te doy gracias, porque no soy ciego como los demás hombres de la calaña de ese publicano, sino que veo». ¿Qué le dijeron ellos? ¿Acaso también nosotros somos ciegos? Y el Señor les replicó: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado. Mas ahora, puesto que decís: «Vemos», vuestro pecado permanece15. No dijo: «El pecado entra en vosotros», sino: permanece. Efectivamente, el pecado existía ya. Por el hecho de no confesarlo, no desaparece, sino que permanece.

3. Corran, pues, a Cristo los ciegos para recibir la vista. Cristo es realmente luz en el mundo, incluso en medio de hombres pésimos. Se han realzado milagros divinos, y nadie ha hecho milagros desde el comienzo del género humano sino aquel a quien dice la Escritura: El único que hace maravillas16. ¿Por qué se dijo: El único que hace maravillas, sino porque, cuando él quiere hacerlas, no tiene necesidad de hombre alguno? En cambio, cuando el hombre las hace, tiene necesidad de Dios. Solo él ha hecho maravillas. ¿Por qué? Porque el Hijo es Dios en la Trinidad con el Padre y el Espíritu Santo, ciertamente el único Dios que hace maravillas. Ahora bien, también los discípulos de Cristo hicieron obras maravillosas, pero ninguno en solitario. ¿Qué obras maravillosas hicieron también ellos? Según está escrito en los Hechos de los Apóstoles, los enfermos deseaban tocar la orla de sus vestidos, y los que la tocaban quedaban curados; los enfermos yacentes en sus lechos querían que les tocase su sombra al pasar17. ¡Qué maravillas hicieron, pero ninguno de ellos las hizo él solo! Escucha a su Señor: sin mí no podéis hacer nada18.

4. Por tanto, amadísimos, amemos al patriarca como a patriarca, al profeta como a profeta, al apóstol como a apóstol, al mártir como a mártir; a Dios, sin embargo, por encima de todas las cosas, y presumamos de que solo él, sin duda alguna, nos salvará. Pueden ayudarnos las oraciones de los santos, que recibieron de Dios ser beneméritos, sin que antecediera mérito alguno propio, puesto que los méritos de cualquier santo son dones de Dios. Dios obra en la luz y en la oscuridad, en las cosas visibles y en los corazones. Él hace maravillas en su templo cuando las hace en los hombres santos. En efecto, todos los santos se funden en unidad gracias al fuego de la caridad y constituyen un único templo para Dios; son un único templo cada uno en particular y todos en conjunto.

5. Habéis prestado atención a lo que se dijo al santo Elías: Vete a Sarepta de Sidón; allí he ordenado a una mujer viuda que te dé de comer19. Había, efectivamente, una gran hambre, pero no era gran cosa para Dios alimentar a su siervo y servidor sin ayuda de persona humana. ¿Por qué, entonces, fue enviado a aquella mujer? ¿Por qué el cuervo no le llevaba ya los alimentos de Dios? Pero el cuervo lo hacía sin obtener provecho personal. Aunque alimentaba al profeta por voluntad de Dios, no por eso iba a reinar el cuervo alguna vez con Cristo. Fue enviado a la viuda para bien de la viuda, no de Elías; no porque no hallase alimento en algún otro lugar, sino para que ella, dando de comer a aquel justo, mereciese ante Dios. Llegó él, pues, y la encontró recogiendo leña. La interroga y le suplica alimento. Ella le responde que no tenía con qué hacer pan; le dijo que solo tenía lo suficiente para ella y sus hijos y que morirían cuando lo consumieran. Con todo, ¿qué dijo antes de morir? Voy a recoger dos maderos20. Al recoger los dos maderos buscaba la cruz. ¿Acaso debió denegar el alimento al hombre de Dios que lo pedía? ¿Dónde queda lo que había dicho el Señor a Elías: He ordenado a una mujer viuda que te dé de comer? Si ya había recibido la orden, debió reconocer también a quién venía y decirle: «Ven, Señor; come, pues ya el Señor me ha ordenado, respecto a ti, que te ofrezca hospitalidad y te dé de lo que no tengo para tener para ti». No fue esto lo que le dijo, sino lo que oísteis: Solo tengo lo que consumiré yo con mis hijos, y luego moriré21. Pero él le replicó: Vete; haz el pan y tráeme a mí primero. Pues esto decía el Señor: hasta que conceda lluvia a la tierra, que no mengüe ni aquella harina ni el aceite22. Todo el patrimonio de aquella mujer viuda consistía en un poco de harina y en un poco de aceite. Con todo, cualquier posesión, por rica que fuera, no admitía comparación con la pequeña orza que pendía de un palo; cualquiera que fuera aquella gran posesión, en aquel momento estaba sedienta, mientras que la orza no menguaba. Ella le creyó al instante, se fue y lo hizo, y acogió al hombre de Dios para alimentarlo. Es lo que había dicho el Señor: He ordenado. ¿Qué significa: He ordenado? He preparado la voluntad para que crea. Demos gracias a su misericordia, puesto que el Señor prepara la voluntad23.