SERMÓN 134

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Los verdaderos discípulos de Jesús (Jn 8,31—34)

1. Vuestra caridad sabe que todos nosotros tenemos un único Maestro y que, bajo su magisterio, somos condiscípulos. Y no soy vuestro maestro por el hecho de hablaros desde un puesto más elevado. El maestro de todos es el que habita en todos nosotros. Él nos hablaba ahora a todos en el evangelio y nos decía lo que también yo os digo a vosotros. Pero él dice refiriéndose a nosotros, a vosotros y a mí: Si os mantenéis en mi palabra1; no ciertamente en la de quien os está hablando ahora, sino en la de él que nos hablaba ahora por medio del evangelio. Si os mantenéis en mi palabra —dice—, seréis verdaderamente discípulos míos2. Llegar a ser discípulo es poca cosa; lo importante es permanecer siéndolo. Porque no dice: «si oís mi palabra», o «si tenéis acceso a mi palabra», o «si alabáis mi palabra»; ved, sino, lo que dice: Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente discípulos míos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres3. ¿Qué estoy diciendo, hermanos? Permanecer en la palabra de Dios ¿produce fatiga o no? Si la produce, contempla cuán grande es el premio; si no la produce, recibes gratuitamente el premio. Permanezcamos, pues, en aquel que permanece en nosotros. Nosotros, si no permanecemos en él, caemos; en cambio él, si no permanece en nosotros, no por eso se queda sin casa. Efectivamente, sabe permanecer en sí quien nunca se aleja de sí. En cambio, ¡lejos del hombre que se perdió a sí mismo permanecer en sí! Por tanto, permanezcamos nosotros en él por indigencia, que él permanece en nosotros por misericordia.

2. Así, pues, si se nos ha propuesto ya lo que debemos hacer, veamos lo que hemos de recibir. Nos indicó una tarea y nos prometió una recompensa. ¿Cuál es la tarea? Si os mantenéis en mi palabra4. Tarea breve; breve, a la hora de indicarla; grande, a la hora de realizarla: Si permanecéis. ¿Qué significa: Si permanecéis? Si edificáis sobre roca. ¡Oh hermanos, cuán grandioso es, cuán grandioso es edificar sobre roca! Vinieron las riadas, soplaron los vientos, cayó la lluvia, dieron contra la casa, y no se derrumbó, pues estaba cimentada sobre roca5. ¿Qué significa, entonces, permanecer en la palabra de Dios, sino no sucumbir a ninguna tentación? ¿Cuál es el premio? Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres6.

Compadeceos de mí, pues veis que tengo tomada la voz; ayudadme con estaros quietos. ¡Oh premio! Conoceréis la verdad. Es posible que dijese alguien: —«Y a mí, ¿qué me aprovecha conocer la verdad?». Y la verdad os hará libres. Si no te deleita la verdad, que te deleite la libertad. En el uso habitual de la lengua latina, se emplea el verbo liberar en dos sentidos. Nos hemos acostumbrado a oír ese verbo entendiendo sobre todo que quien es liberado, se evade de un peligro, carece de molestias. En su significado propio, empero, ser liberado significa ser hecho libre. Igual que ser salvado significa quedar salvado; ser sanado, quedar sano; así ser liberado significa quedar en libertad. Por eso dije: «Si no te deleita la verdad, que te deleite la libertad». En la lengua griega esto se percibe más claramente, y no admite otra forma de entenderlo. Y para que veáis que es así, a las palabras del Señor respondieron los judíos:

Nosotros nunca hemos sido esclavos de nadie; ¿cómo dices tú: «La verdad os liberará»?7 Es decir, ¿cómo dices: «La verdad os hará libres» a nosotros que nunca hemos sido esclavos de nadie? ¿Cómo prometes la libertad —insisten— a los que ves que no tienen la cadena de la esclavitud?

3. Oyeron lo que debieron oír, pero no hicieron lo que debieron hacer. ¿Qué oyeron? Al decir yo: La verdad os hará libres8, considerasteis que no sois esclavos de ningún hombre y dijisteis: Nunca hemos sido esclavos de nadie9. Todo hombre, el judío y el griego, el rico y el pobre, el cargo público y el particular, el general y el mendigo; todo el que comete pecado es esclavo del pecado10. Todo el que comete pecado —dijo— es esclavo del pecado. Si los hombres reconocen esta esclavitud, verán quién les otorga la libertad. Una persona libre es hecha cautiva por los bárbaros: de libre se convirtió en esclava. Lo oye una persona misericordiosa, considera el dinero que tiene, se convierte en redentor, se encamina hacia los bárbaros, les entrega una cantidad de dinero y redime a esa persona. Le devolvió ciertamente la libertad si le quitó la maldad. Pero ¿quién quitó la maldad? ¿Un hombre a un hombre? Al que era esclavo entre los bárbaros lo rescató su redentor. Pero, aunque es grande la diferencia entre redentor y redimido, quizá son ambos esclavos bajo la tiranía de la maldad. Pregunto al redimido: —¿Tienes pecado? —Lo tengo, responde. Pregunto al redentor: —¿Tienes pecado? —Lo tengo, responde. En consecuencia, ni tú has de jactarte de haber sido redimido, ni tú has de enorgullecerte de ser redentor; al contrario, huid ambos hacia el verdadero liberador. A los que están sometidos al pecado es poco llamarles esclavos; se les llama también muertos. Lo que teme el hombre que le origine el cautiverio ya se lo originó la maldad. Entonces, ¿qué? Porque dan la impresión de estar vivos, ¿ya por eso se equivocó quien dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos11? Por tanto, todos los sometidos al pecado están muertos; son esclavos muertos: muertos por ser esclavos y esclavos por estar muertos.

4. Así, pues, ¿quién libra de la muerte y de la esclavitud sino el libre entre los muertos?12 ¿Y quién es el libre entre los muertos, sino el que está sin pecado en medio de pecadores? Ved que viene el príncipe del mundo —dice el Redentor mismo, nuestro Libertador; ved que viene el príncipe del mundo y no hallará nada en mí13. Mantiene bajo su dominio a los que engañó, a los que sedujo, a los que arrastró al pecado y a la muerte; en mí no hallará nada. Ven, Señor; ven Redentor, ven; que te conozca el cautivo, que huya ante ti el capturador; sé tú mi libertador. Me encontró perdido aquel en quien el diablo no halló ninguna de las obras de la carne. El príncipe de este mundo halló en él la carne, pero ¿qué carne? Una carne mortal, una carne a la que podía apresar, crucificar, dar muerte. Te equivocas, embaucador; no se engaña el Redentor; te equivocas. Ves en el Señor carne mortal, pero no es carne de pecado; es una carne semejante a la del pecado. Pues Dios envió a su Hijo en una carne semejante a la del pecado. Carne verdadera, carne mortal; pero no carne de pecado. Pues Dios envió a su Hijo en una carne semejante a la del pecado, para, con la vista puesta en el pecado, condenar al pecado en la carne14. Dios, en efecto, envió a su Hijo en una carne semejante a la carne de pecado; en carne, pero no en carne de pecado, sino en una carne semejante a la carne de pecado. ¿Con qué fin? Para, con la vista puesta en el pecado, condenar al pecado en la carne, a fin de que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros que no caminamos según la carne, sino según el espíritu15.

5. Entonces, si la carne de Cristo no era carne de pecado, sino una carne semejante a la carne de pecado, ¿cómo cabe que, a partir del pecado, condenase al pecado en la carne?16 Es frecuente que una cosa semejante a otra reciba el nombre de aquella a la que es semejante. Se llama hombre al hombre de carne y hueso; pero si, apuntando a una pintura mural, preguntas qué es, se te responde: un hombre. De igual manera, a la carne (de Cristo), semejante a la carne de pecado, se la llamó pecado, para que fuese sacrificio por el pecado. El Apóstol mismo dice en otro lugar: Al que no conocía pecado, lo hizo pecado por nosotros17. Al que no conocía pecado: ¿quién no conocía pecado sino el que dijo: Ved que viene el príncipe del mundo, y no hallará nada en mí?18 Al que no conocía pecado lo hizo pecado por nosotros: al Cristo mismo, desconocedor en sí del pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros. ¿Qué significa esto, hermanos? Si dijese: «Hizo pecado contra él», o: «Le hizo tener pecado», parecería cosa intolerable; ¿cómo, pues, toleramos que haya dicho: Le hizo pecado, con la consecuencia de que Cristo mismo es pecado? Los que tienen conocimiento de las Escrituras del Antiguo Testamento traen a su mente lo que estoy diciendo. No una vez, en efecto, sino varias, muchísimas, se da en ellas nombre de pecado a los sacrificios por los pecados. Un ejemplo: se ofrecía por el pecado un cabrito, un carnero, cualquier cosa en fin; a la víctima misma ofrecida por el pecado se la denominaba pecado. En resolución, se llamaba pecado a la víctima ofrecida en sacrificio por el pecado, hasta tal punto que en algún lugar dice la Ley que los sacerdotes deben poner sus manos sobre el pecado19. Así, pues, al que no conocía pecado lo hizo pecado por nosotros. Fue ofrecido el pecado, y el pecado fue abolido. Se derramó la sangre del Redentor, y quedó eliminada la obligación del deudor. Es la sangre que fue derramada por muchos para la remisión de los pecados.

6. Estando así las cosas, ¿a qué se debe, ¡cautivador mío!, que neciamente hayas saltado de gozo porque mi Libertador tuvo carne mortal? Examina si tuvo pecado; échale mano si has hallado en él algo tuyo. La Palabra se hizo carne20]. Quien dice la Palabra, dice Creador; quien dice carne, dice criatura. ¿Qué hay, pues, en ella que te pertenezca, oh enemigo? La Palabra es Dios, el alma humana es criatura, criatura es la carne humana, y criatura es la carne mortal de Dios. Busca el pecado ahí. Mas ¿para qué vas a buscarlo? La Verdad dice: Vendrá el príncipe de este mundo, y no hallará nada en mí21. Así, pues, no se trata de que no hallara la carne, sino de que no halló nada suyo, es decir, ningún pecado. Engañaste a inocentes y los hiciste culpables. Diste muerte al Inocente: hiciste perecer a quien no debías; restituye lo que tenías en tu poder. ¿Por qué, entonces, saltaste en seguida de gozo por haber hallado en Cristo carne mortal? Era tu ratonera: fuiste capturado con lo mismo que te produjo gozo. Donde exultaste de alegría por haber hallado algo, allí lamentas ahora haber perdido lo que habías poseído. Por tanto, hermanos, los que creemos en Cristo permanezcamos en su palabra, pues, si nos mantenemos en su palabra, somos en verdad discípulos suyos22. Efectivamente no solo fueron discípulos aquellos doce; al contrario, somos verdaderamente discípulos suyos todos los que permanecemos en su palabra. Y conoceremos la Verdad, y la Verdad nos hará libres23; o sea, Cristo, el Hijo de Dios, que dijo: Yo soy la verdad24. Él nos hará libres, es decir, nos liberará no de los bárbaros, sino del diablo; no de la cautividad del cuerpo, sino de la maldad del alma. Él es el único que libera. Que nadie se proclame libre, para no seguir siendo esclavo. Nuestra alma no permanecerá esclava, porque a diario se nos perdonan nuestras deudas25.