SERMÓN 131

Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, o.s.a.

Discurso sobre el pan de vida (Jn 6,54—66)

1. Acabamos de oír al Maestro veraz, Redentor divino y Salvador humano, encarecernos nuestro precio: su sangre. Nos ha hablado, en efecto, de su cuerpo y de su sangre: al cuerpo le llamó comida; a la sangre, bebida. Los fieles saben que se trata del sacramento de los fieles; en cambio, los oyentes ¿qué saben sino lo que oyen? Cuando, pues, para recomendarnos tal alimento y tal bebida, decía: Si no coméis mi carne y bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros1 —y ¿quién, sino la Vida, diría esto de la Vida misma? A su vez, al hombre que juzgue falaz a la Vida le aportará muerte, no vida— se escandalizaron sus discípulos —aunque no todos, sí muchísimos— y decían para sí: ¡Duro es este lenguaje!, ¿quién puede escucharlo?2. Mas habiendo conocido en sí esto el Señor y habiendo percibido el murmullo de sus pensamientos, respondió a los que eso pensaban, aunque nada expresaban con su voz, para que supieran que los había oído y desistiesen de pensar tales cosas. ¿Qué les respondió, pues? ¿Os escandaliza esto? Entonces, ¿si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?3. ¿Qué significa Os escandaliza esto? ¿Pensáis que voy a fraccionar este mi cuerpo que estáis viendo, a amputar mis miembros y a dároslo a vosotros? ¿Qué significa: Entonces, si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? Ciertamente el que pudo ascender en su integridad, no pudo ser consumido. Así, pues, nos dio en su cuerpo y sangre un saludable alimento, y brevemente resolvió la gran cuestión acerca de su integridad. Coman, pues, quienes lo comen y beban los que lo beben; tengan hambre y sed; coman la vida, beban la vida. Comerlo es restablecerse; pero te restableces de tal forma que no merma lo que te restablece. Y beberlo, ¿qué es sino vivir? Come la vida, bebe la vida: tendrás vida y la vida plena. Mas esto habrá entonces, es decir, el cuerpo y la sangre de Cristo será vida para cada uno, si lo que se toma visiblemente en este sacramento, lo come espiritualmente, lo bebe espiritualmente en su realidad misma. Porque se lo hemos oído al Señor decir: El espíritu es el que da vida, la carne no sirve de nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y vida. Pero hay algunos —dice— que no creen4. Eran los que decían: ¡Duro es este lenguaje!, ¿quién puede escucharlo? Duro, sí, mas para los duros; es decir, es increíble, mas para los incrédulos.

2. Para enseñarnos que aun el mismo creer es don y no merecimiento, dice: Como os he dicho, nadie viene a mí sino aquel al que se lo haya concedido mi Padre5. Trayendo a la memoria lo que antecede, hallaremos que en la misma circunstancia en que el Señor dijo esto, había dicho también: Nadie viene a mí si el Padre que me ha enviado no lo arrastra6. No empleó el verbo guiar, sino arrastrar. Esta violencia se le hace al corazón, no al cuerpo. ¿Por qué, entonces, te extrañas? Cree, y vienes; ama, y eres arrastrado. No pienses que se trata de una violencia brusca y molesta; es dulce, es suave; es la misma suavidad lo que te arrastra. Cuando la oveja tiene hambre, ¿no se la atrae mostrándole hierba? Y juzgo que no se la empuja físicamente, sino que se la guía con el deseo 6. Ven también tú a Cristo así; no pienses en largos recorridos: creer es venir. En efecto, a quien está en todas partes, no se llega navegando, sino amando. Pero, como también en ese viaje abundan los oleajes y las borrascas de las diversas tentaciones, cree en el Crucificado para que tu fe pueda subirse al madero. No te hundirás, sino que te trasportará el madero. Así, así navegaba por entre las olas de este mundo quien decía: Lejos de mí gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo7.

3. Produce asombro que, cuando se anuncia a Cristo crucificado y oyen dos el anuncio, uno desprecia la cruz, otro sube a ella. Quien la desprecia, impúteselo a sí; quien sube a ella, no se lo arrogue a sí, pues ha oído del maestro veraz estas palabras: Nadie viene a mí sino aquel al que se lo haya concedido mi Padre8. Alégrese de que se le haya concedido; dé gracias con un corazón humilde, no arrogante, al que se lo concedió, no sea que pierda por orgulloso lo que consiguió por humilde 7.

Pues hasta los que ya caminan por el camino mismo de la justicia, si se lo atribuyen a sí mismos y a sus esfuerzos, se alejan de ella. Por eso, la Sagrada Escritura, enseñándonos la humildad, nos dice por medio del Apóstol: Obrad con temor y temblor vuestra salvación9. Y para que no se arrogasen nada al respecto, apoyándose en el verbo obrad, añadió a continuación: Pues es Dios el que obra en vosotros el querer y el obrar con buena voluntad10. Es Dios quien obra en vosotros: en consecuencia, con temor y temblor haceos valle, recibid la lluvia. Las hondonadas se llenan de agua, las alturas quedan secas. La gracia es una lluvia. ¿Por qué te extrañas de que Dios resista a los soberbios y dé su gracia a los humildes11? Por tanto, con temor y temblor, es decir, con humildad. No te engrías, sino teme12. Teme, para que Dios te llene; no te engrías, para que no te seque.

4. Pero —dices— yo ya voy por el camino de la justicia. Necesitaba conocerlo, necesitaba que la ley me enseñase para saber qué hacer; estoy en posesión del libre albedrío, ¿quién me hará salir de ese camino? Si lees la Escritura con atención, encontrarás que cierta persona comenzó a enorgullecerse de cierta abundancia que poseía pero por haberla recibido. Encontrarás también que el Señor misericordioso, para enseñarle a ser humilde, le quitó lo que le había dado; que aquel hombre quedó de la noche a la mañana en la pobreza, y que, recapacitando, confesó la misericordia del Señor y dijo: Yo dije en mi abundancia13: No me moveré jamás14. Yo dije en mi abundancia; pero lo dije yo; yo, que soy hombre: todo hombre es mentiroso15. Yo dije. Así, pues, Yo dije en mi abundancia. Tan grande era mi abundancia, que osé decir esto: No me moveré jamás. Después ¿qué? Señor, por tu benevolencia has otorgado consistencia a mi dignidad. Pero apartaste tu rostro y quedé conturbado16. Me pusiste —dice— ante los ojos que aquello en que abundaba era don tuyo. Me mostraste a quién tenía que pedirlo, a quién tenía que atribuir lo recibido, a quién debía mostrarme agradecido, a quién tenía que correr en mi sed, de qué tenía que llenarme y en quién tenía que guardar con seguridad aquello de que estaba lleno. A tu lado, pues, mantendré mi fortaleza17 de la que me llenaré porque tú me la das, que no perderé porque tú me la guardas. A tu lado mantendré mi fortaleza. Para enseñármelo apartaste tu rostro y quedé conturbado18. Conturbado, porque seco; seco, porque engreído. Di, pues, que estás seco y árido para que vuelva a llenar: Mi alma es para ti como tierra sin agua19. Di: Mi alma es para ti como tierra sin agua. Porque eras tú, no el Señor, el que habías dicho: No me moveré jamás. Lo habías dicho presumiendo de ti; no presumías de algo tuyo, pero como que lo pensabas.

5. ¿Qué dice, pues, el Señor? Servid al Señor con temor y exultad ante él con temblor20. Lo mismo el Apóstol: Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, pues es Dios quien obra en vosotros21. Por tanto, exultad ante él con temblor, no sea que alguna vez se irrite el Señor22. Por vuestros gritos veo que os habéis adelantado. Ya sabéis lo que voy a decir: al gritar os habéis anticipado. Y ¿de dónde os ha venido, sino de que os lo enseñó aquel al que habéis llegado con vuestra fe? Esto dice, entonces; escuchad lo que ya conocéis; no os lo enseño, sino que os lo traigo a la memoria con mi predicación; mejor: ni os lo enseño, porque ya lo conocéis; ni os lo traigo a la memoria, porque lo recordáis; más bien, digamos juntos lo que conmigo retenéis. Esto dice el Señor: Instruíos y exultad, pero con temblor23, para que retengáis siempre con humildad lo que habéis recibido. No sea que alguna vez se irrite el Señor sin duda con los orgullosos, los que se atribuyen a sí mismos lo que tienen y no dan las gracias a aquel de quien lo tienen. No sea que se irrite el Señor y perezcáis al apartaros del camino de la justicia24. ¿Dijo, acaso: «No sea que alguna vez se irrite el Señor y no lleguéis al camino de la justicia?». ¿O dijo, acaso: «No sea que alguna vez se enoje el Señor, y no os conduzca al camino de la justicia, o no os admita en él»? Ya vais por él; no os enorgullezcáis, para no perecer apartándoos de él. Y perezcáis —dice— apartándoos del camino de la justicia, cuando de repente se inflame su cólera25 sobre vosotros. No te alejes de él. Allí donde te enorgullezcas, allí pierdes lo que habías recibido. Como si alguien, aterrado por lo dicho, replicara: «¿Qué tengo que hacer, entonces?», prosigue: Bienaventurados los que confían en él26; no en sí mismos, sino en él. Hemos sido salvados por gracia; esto no viene de nosotros, sino que es don de Dios27.

6. Quizá digáis: —¿Qué significado tiene el que repita esto tantas veces? Lo repite una y otra vez, y apenas habla sino es para decir eso. —¡Ojalá no lo diga sin motivo! Hay, en efecto, hombres ingratos a la gracia, que otorgan demasiado a la naturaleza menesterosa y herida. Es cierto, al ser creado, el hombre recibió la gran fuerza del libre albedrío, pero la perdió al pecar. Cayó en manos de la muerte, se debilitó, y los ladrones le dejaron medio muerto en el camino: le puso sobre su cabalgadura un pasajero samaritano, que significa guardián, y todavía es conducido al mesón. ¿De qué se enorgullece? Aún está sometido a tratamiento. —A mí me basta —dice— haber recibido en el bautismo el perdón de todos los pecados.

—¿Acaso por haberse borrado la maldad se acabó la debilidad? —He recibido —repite— el perdón de los pecados —Indiscutiblemente es verdad; en el sacramento del bautismo quedaron borrados todos los pecados; todos en absoluto, tanto los cometidos con el pensamiento, como los cometidos de palabra y obra; todos han sido eliminados. Pero esto no es sino aquel aceite y vino que se le aplicó en el camino. Recordáis, amadísimos, cómo aquel hombre al que los ladrones hirieron y dejaron medio muerto, recibió el alivio del aceite y el vino vertido sobre sus heridas28. Sin duda ya se le ha concedido el indulto por su error, pero, no obstante, aún recibe cura su enfermedad en la posada. Esa posada, si lo advertís, es la Iglesia. Ahora es posada, porque nuestra vida es un ir de paso; será casa que nunca abandonaremos, una vez que hayamos llegado sanos al reino de los cielos. Mientras tanto, aceptamos gustosos la cura en la posada; estando aún convalecientes, no presumamos de salud, no siendo que, al enorgullecernos, no consigamos sino no sanar nunca, al no someternos a la cura.

7. Alma mía, bendice al Señor29. Dile, dile a tu alma: Aún estás en esta vida, aún cargas con una carne frágil, el cuerpo corruptible aún abruma al alma30; aún has recibido, tras el perdón total, el remedio de la oración; ¿no es verdad que —mientras se curan tus dolencias— aún dices: Perdónanos nuestras deudas31? Di, pues, a tu alma, valle humilde, no collado erguido; di a tu alma: Bendice, alma mía, al Señor y no olvides ninguno de sus favores32. —¿Qué favores? Dilos, enuméralos y agradécelos. ¿Qué favores? Él perdona todas tus iniquidades33. Esto tuvo lugar en el bautismo. ¿Qué tiene lugar ahora? Él sana todas tus dolencias34. Esto tiene lugar ahora, lo reconozco. Pero, mientras me hallo aquí, este cuerpo corruptible abruma al alma. Di, pues, también lo que sigue: Él rescata tu vida de la corrupción35. Tras rescatarte de la corrupción, ¿qué resta? Cuando esto corruptible se vista de incorruptibilidad y esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo escrito: «La muerte ha sido trocada en victoria. Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda?»36. Allí ciertamente: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón? Buscas su lugar, y no lo hallas. ¿Qué cosa es el aguijón de la muerte? ¿Qué significa ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón? ¿Dónde está el pecado? Lo buscas, y no lo hallas en ninguna parte. Pues el aguijón de la muerte es el pecado37. Lo dice el Apóstol, no yo. Entonces se dirá: «¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón?». En ninguna parte se hallará el pecado, ni el que te cautive, ni el que te ataque, ni el que reconcoma a tu conciencia. Entonces no se dirá: Perdónanos nuestras deudas. ¿Qué se dirá, entonces? Señor, Dios nuestro, danos la paz, pues eres tú quien nos ha dado todo38.

8. Y, finalmente, tras liberarnos de toda corrupción, ¿qué resta sino la corona de justicia?39. Ciertamente, queda esa corona, mas para recibirla, que no haya una cabeza hinchada ni en ella, ni bajo ella. Escucha, advierte en el salmo cómo esa corona rehúsa una cabeza hinchada. Después de haber dicho: Él rescata tu vida de la corrupción, añade: quien te corona40. Ya te preparabas a decir: «Te corona: o sea, se reconocen mis méritos; mi virtud la ha conseguido; paga una deuda, no hace un don». Escucha más bien al salmo: Todo hombre es mentiroso41. Escucha lo que dice Dios: Quien te corona por compasión y misericordia42. Dios te corona por misericordia, te corona por compasión. En efecto, no mereciste que te llamara; una vez llamado, no mereciste que te justificara; ya justificado, no mereciste que te glorificara43. Un resto fue salvado por elección gratuita. Y, si es por gracia, ya no lo es por las obras; de otro modo, la gracia ya no es gracia44. Porque al que trabaja, el salario no se le da como gracia, sino como deuda45. Habla el Apóstol: No como gracia, sino como deuda. A ti te corona por compasión y misericordia. Y si tus méritos han ido por delante, es Dios quien te dice: Examina bien tus méritos, y verás que son dones míos.

9. Esta es, pues, la justicia de Dios. A la manera que se dice: La salvación del Señor46, no para expresar la salvación con que es salvado el Señor, sino la salvación que otorga a los que salva, así también a la gracia de Dios que nos llega por medio de Cristo nuestro Señor47 se la llama justicia de Dios, no la justicia por la que Dios es justo, sino aquella por la que justifica a los que de impíos hace justos. Ahora, sin embargo, hay quienes quieren ser tenidos por cristianos, pero, semejantes a los judíos de antaño, ignorando la justicia de Dios, quieren establecer la suya propia48. Y ello incluso en nuestros tiempos, tiempos en que la gracia salta a los ojos, tiempos de la gracia ahora revelada y antes oculta, tiempos en que se manifiesta en la era la gracia que antaño se ocultaba en el vellón. Advierto que son pocos los que han entendido, que son los más los que no han entendido, a los que no defraudaré con mi silencio. Gedeón, uno de los justos antiguos, pidió una señal al Señor, y le dijo: Señor, te pido que a este vellón que pongo en la era aparezca mojado, quedando seca la era49. Y así sucedió: se mojó el vellón y la era estaba seca totalmente. Exprimió a la mañana el vellocino en un barreño, puesto que la gracia se da a los humildes y sabéis lo que hizo el Señor a sus discípulos sirviéndose de un barreño50. Volvió Gedeón a pedir otra señal: Quiero, Señor —dijo— que el vellón quede seco y se moje la era51. Y así sucedió también. Vuelve al Antiguo Testamento: en él la gracia estaba oculta en la nube, como la lluvia en el vellón. Fíjate ahora en el Nuevo Testamento; examina al pueblo judío y lo hallarás semejante al vellón seco, mientras el orbe entero, como aquella era, está lleno de gracia no oculta, sino manifiesta. De ahí que nos vemos obligados a llorar abundantemente por nuestros hermanos que pelean contra la gracia, no la oculta, sino la evidente y manifiesta. A los judíos se les perdona. ¿Qué decir de los cristianos? ¿Por qué son enemigos de la gracia de Cristo? ¿Por qué presumís de vosotros? ¿Por qué sois desagradecidos? En efecto, ¿por qué razón vino Cristo? ¿Acaso no existía ya la naturaleza? ¿No existía, acaso, la naturaleza que, a fuerza de tanto alabarla, os engañáis? ¿No existía la ley aquí? Mas el Apóstol dice: Si la justificación se obtiene por la ley, Cristo murió en vano52. Lo que dice el Apóstol de la ley, se lo decimos nosotros a estos en relación con la naturaleza: «Si la justificación se obtiene por la naturaleza, Cristo murió en vano».

10. Así, pues, lo dicho de los judíos, esto mismo lo vemos en éstos. Tienen celo de Dios. Testifico en su favor que tienen celo de Dios, pero no conforme a conocimiento53. ¿Qué significa no conforme a conocimiento? Pues, ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la suya propia, no se han sometido a la justicia de Dios54. Hermanos míos, compadeceos de ellos conmigo. Dondequiera los halléis, no los ocultéis; no se dé en vosotros una misericordia mal entendida; recalco lo dicho: dondequiera que los halléis, no los ocultéis. Refutad a los que se oponen a la gracia, y a los obstinados traédmelos a mí. Porque a propósito de esta cuestión ya se han enviado a la Sede Apostólica las actas de dos concilios; de allí han llegado también los rescriptos. El asunto quedó cerrado; ¡ojalá concluya de una vez el error! Así, pues, los amonestamos para que tomen conciencia, los enseñamos para que estén instruidos; oremos para que cambien. Vueltos al Señor.